“LA USURPADORA” (1998) La Telenovela Para Dominarlas a Todas


                                                                              

Por Leonardo L. Tavani

        Calificación: MUY BUENA ★★★★

                                             

     En esta ocasión voy a “darme un permitido”; y a ser patéticamente autorreferencial en este artículo, por lo que les pediré algo (o bastante) de indulgencia. Este sitio web trata de historia, análisis y crítica de cine y series —ustedes lo saben— por lo que las telenovelas, o “culebrones”, no tienen cabida aquí. Pertenecen a una forma serializada de producir contenidos para la pantalla chica, y más específicamente para la tevé como se la concebía en la era pre Youtube y demás plataformas. Aquí en Argentina tuvimos exponentes de lujo en el género, sobre todo de la mano de la autoría del recordado Alberto Migré, quien dejó clásicos como Dos a Quererse, Piel Naranja o la ya mítica ‘Rolando Rivas, Taxista’. Esas eran semanales e iban en horario nocturno, lo que aseguraba una calidad argumental indiscutible, pero incluso hasta la primera mitad de la década de los ‘80s, las novelas de la tarde —que eran de frecuencia diaria— también brindaban guiones casi tan sólidos como sus primitas mayores. No soy un experto en el género, ciertamente, y debo decir que durante gran parte de mi vida he sido despectivo con él. No existe una sola telenovela, cualquiera haya sido su título, horario de emisión o calidad, que yo haya visto, o que siquiera me haya causado una mínima curiosidad. Pero (recuérdenlo, siempre hay un “pero”), hubo una vez, una malhadada o acaso bendita ocasión —ustedes lo decidirán— en que vi una telenovela. Y no fue argentina, qué va, sino mexicana. De la inmensa factoría Televisa, para más datos. Por mucho que lo haya ocultado durante estos 26 años (porque me causa bastante vergüencita admitirlo), pues sí, lo confieso, yo vi La Usurpadora.

AMIA: Treinta Años a la Deriva

 

por Leonardo Luis Tavani        

Este es un sitio acerca de cine y series. Ustedes lo saben. Sin embargo, en ciertas situaciones y ante determinadas circunstancias, he traspasado los límites propios de este espacio para adentrarme en territorios menos felices. Algunos de esos artículos ya no están en el archivo del blog, ya que me pareció innecesario mantenerlos allí; otros, en cambio, aun resisten la tentación del olvido. Ignoro qué caprichos futuros decidirán la suerte del que está ahora frente a sus ojos, pero tengo la íntima necesidad de brindar mi posición acerca del luctuoso aniversario que hoy, jueves 18 de junio de 2024, conmemora el salvaje atentado terrorista que destruyó el edificio porteño de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) hace exactamente 30 años.

            No tengo nada nuevo que aportar, ni mucho menos original. Otras plumas, más inspiradas y comprometidas que la mía, lo han hecho antes y mejor de lo que jamás soñaría hacerlo. La cuestión no es la originalidad ni la brillantez en la polémica, sino la obligación moral de fijar una posición. Para asombro del mundo civilizado, el atentado más cruento en la historia sudamericana, este que se cobró 85 vidas de ciudadanos argentinos y más de 130 heridos graves, lleva treinta ignominiosos años de total, completa y repugnante impunidad. Tres décadas de encubrimientos desde el Estado, una Justicia Federal corrupta, impotente y manipulada hasta la náusea por los sucesivos poderes políticos, el homicidio del fiscal especial que mantenía con vida la causa (sí, homicidio con todas las letras), más la “abominación de la desolación” misma, la vomitiva firma del pacto de impunidad entre el gobierno corrupto de la igualmente corrupta ex presidente CFK y el estado terrorista de Irán, en cuyo seno se gestó, planificó, financió y ejecutó el atentado, utilizando para ello el brazo armado de Hezbolláh.

            Estos treinta años, al cabo de los cuales sabemos mucho (quienes, cómo y cuándo) pero no podemos probar casi nada, nos dicen todo —empero— acerca de nosotros mismos. Todo lo que no queremos ver ni escuchar. Podemos celebrar campeonatos mundiales de fútbol como verdaderos posesos, brindando un espectáculo entre patético y asombroso al resto del mundo, podemos habituarnos a convivir décadas con inflación descontrolada y regulaciones comerciales asfixiantes, así como con sindicalistas millonarios y prebendarios, empresarios que pagan sobornos a funcionarios estatales con tanta naturalidad como se afeitan, o presidentes de la Nación que le indican al resto del mundo cómo tienen que conducir sus asuntos internos mientras no ordenan en absoluto los propios. A todo eso nos habituamos como corderitos a la voz de su pastorcillo. Pero también nos acostumbramos a la asquerosa impunidad. A no reconocer que hay algo muy enfermo en una sociedad que no puede conducir con profesionalidad y aptitud una investigación judicial de índole medular.

             Nos acostumbramos, nos habituamos como al café, al apotegma que reza “en Argentina no tenemos cuestiones raciales ni de religión”, el que bien podría ser cierto si no fuera por una única y curiosa excepción, la que se topa de frente con la muralla que engendra la palabra “judío”. Tengo cincuenta y cinco años de vida, y no hay uno sólo en el que no haya habido profanaciones en el Cementerio Israelita de La Tablada o en otros similares; tampoco ha pasado ninguno de ellos sin que haya escuchado decir a alguien “judío de mierda” o criticado a comerciantes de la colectividad por sus aparentes “malas artes” en cuanto a su oficio; en ninguna de estas cinco décadas y media he dejado de soportar las incesantes críticas al Estado de Israel, el único laico, republicano y liberal de todo oriente medio, por intentar sobrevivir a vecinos armados hasta los dientes que quieren exterminarlo y borrarlo de la faz de la tierra. Incluso hoy día, en medio de la llamada tercera ola feminista, las sororas de género vernáculas hacen una mueca de disgusto y olvidan abrir la boca cuando las vejadas, violadas y masacradas son mujeres judías. Es más, nos reímos a carcajadas con Roberto Moldavsky y sus anécdotas del barrio de  Once, nos parece un gordito simpático y entrador, pero cuando se pone serio y habla del dolor causado por el brutal y genocida atentado perpetrado por Hámas en Israel el 7 de octubre de 2023, pues ya saben, leer los comentarios en las redes a esos dichos producen asco e indignación. Somos inclusivos, incluso generosos, pero selectivamente. Aquí somos todos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

            Lo confieso, iba a abrir este artículo afirmando algo indecoroso acerca de mi condición argentina, pero comprendí al cabo que sería injusto con muchos conciudadanos honrados y libres de prejuicios, así como resultaría fatalmente petulante. En ningún lado se encuentra la pureza absoluta, en ningún país llueve agua bendita. Somos parte de una vasta tierra de santos y pecadores, y también de tibios. Pero a veces, cuando una tremenda injusticia mueve los cimientos de nuestras creencias, solemos reaccionar con lo más parecido a la justicia y la racionalidad. Pero para esta ínfima porción del globo que bautizamos Argentina, las cosas nunca son ni tan claras ni tan definitivas. Lo racional no siempre triunfa. La ética suele escurrirse de nuestras manos gastadas. Treinta aterradores años de impunidad merecen, apenas, un puñado de bienintencionados artículos de opinión, actos conmemorativos y discursos altisonantes, pero no nos impulsan a mirarnos honestamente en el espejo ni a preguntarnos por qué esa impunidad ha sido posible. Si el dolor, la muerte y la falta de Justicia no nos incomodan hasta hacer temblar los cimientos de nuestra identidad como nación, pues entonces no merecemos vivir como una.

            Este es un blog acerca de cine. En el cine conviven los sueños, una cierta aspiración de justicia, y —a veces— un claro optimismo acerca de nuestro futuro como especie. Quisiera creer que algún día esos conceptos se conjugarán en nuestra tierra y le brindarán algo de paz a los muertos que nos costaron el odio al pueblo judío y el encubrimiento sistemático. No soy optimista. Es más, estoy seguro que nunca habrá Justicia para los 85 muertos de la AMIA. El problema consiste, creo, en nuestra atávica incapacidad para la autocrítica, en nuestra persistente opción por creernos víctimas de un mundo supuestamente obsesionado por cortarnos las piernas, y en la autoindulgente mirada con que “blanqueamos” nuestros defectos más oscuros como sociedad.

            Treinta años sin final. Treinta años a la deriva. Treinta años repitiendo las mismas mentiras piadosas. Treinta años de soledad, silencios y mentiras. Treinta años que deberían darnos vergüenza.

                    

“LA BESTIA ESTELAR”: Doctor Who celebra su 60 aniversario recuperando toda la magia Perdida

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: Muy Buena ★★★★

El sábado último regresó la mítica serie Doctor Who. Lo hizo con el primero de los tres episodios especiales que celebran los 60 años de historia de esta maravillosa saga de ciencia ficción, The Star Beast (La Bestia Estelar). Por cierto, al escribir “regresó” estoy queriendo decir mucho más de lo que indica el simple enunciado, ya que Doctor Who había sido “asesinada” por su último showrunner, el criminal Chris Chibnall, con la cómplice anuencia de BBC, por supuesto, cadena histórica que a contrapelo de su propia política descuidó uno de sus activos más señeros y amados. No les salió gratis, y amén de la progresiva pérdida de audiencia y la ya clásica y constante batalla del fandom en las redes, la compañía (que es estatal, pero con un inteligente sistema de asociaciones con capitales privados) comenzó a perder dinero con el envío. No podía durar, y luego de echar al anterior director de la cadena, se optó por un plan de renovación integral que incluyó —como no podía ser de otro modo— el relanzamiento con bombos y platillos de la serie estrella de la emisora. El hecho de que el a punto de fenecer año 2023 fuera el del sexagésimo aniversario del estreno de Doctor Who sirvió en bandeja el motivo del reboot. Si el especial del 50 aniversario, The Day of the Doctor (2013), había sido un evento de magnitudes bíblicas, estrenado además en cines y en 3-D, no podía esperarse menos de esta desesperada movida por resucitar la saga. Sería una serie de tres especiales protagonizados por la dupla más querida y añorada por todos, David Tennant y Catherine Tate, esta última de regreso en su entrañable rol de Donna Noble. Nada podía fallar, excepto que las últimas temporadas habían sido tan, pero tan desastrosas que muchos habíamos perdido la fe en la capacidad de la TARDIS por llevarnos de vuelta al universo de la imaginación. Así que sí, mucho podía fallar. No imaginan cuanto. ¿Y saben qué…? Pues…, nada falló. Okay, no será el nirvana de la serie, tampoco emulará los más electrizantes y dramáticos momentos que nos legara Steven  Moffat como guionista y showrunner, pero lo cierto es que The Star Beast nos devolvió al Doctor enterito y perfectamente reconocible. Al fin.

HONRAR LA VIDA SIGNIFICA CONDENAR A QUIENES LA DESTRUYEN

Por Leonardo Luis Tavani      

    Existen únicamente dos bandos, el de la JUSTICIA y el de los HIJOS DE PUTA. Esta mañana del domingo 15 de octubre de 2023, mientras escribo esto, esa división queda definitivamente consagrada. Hace ocho luctuosos días que las bestias inmundas del grupo terrorista anti judío Hamas irrumpieron por aire y tierra en territorio israelí, masacrando de manera aterradora —antihumana— a bebés, niños, adolescentes, ancianos y a cuanto otro ser humano se les cruzó por el camino. Violaron mujeres, violaron cadáveres —a los que de inmediato hicieron desfilar por las calles de Gaza mientras los humillaban hasta lo indecible— y secuestraron civiles inocentes de cuyos destinos es dable perder toda esperanza. La cuestión es, por lo menos en la Argentina, que las víctimas de tanto horror son judías; judías israelíes, para ser más preciso, además de otros extranjeros residentes tanto temporales como permanentes. Y en nuestro país eso es un problema. Porque en los últimos veinticinco años GANARON LOS HIJOS DE RE MIL PUTAS.

            Los HIJOS DE RECONTRA MIL PUTAS odian a Israel y desprecian a cualquier judío que se les cruza. Siempre hay una excusa. La historia y la geopolítica son gelatina para ellos, porque así como lo hicieron con el pasado argentino, reescribiéndolo a placer e inventando héroes dónde en verdad había terroristas subversivos apátridas financiados desde la Cuba castrista, lo hacen ahora con la intrincada historia del conflicto árabe israelí, demonizando únicamente a una de sus partes, la que todos sabemos; la que todos conocemos. La progresía vernácula ve progromos, apartheid y genocidio dónde debería advertir las consecuencias geopolíticas del fanatismo étnico y religioso. Esta misma mañana, leyendo el artículo de John Carlin para el diario Clarín, me encontré con un periodista que respeto y que ha recorrido el mundo en conflicto dos veces y media, quien equivocadamente (quizás a causa de su profundo conocimiento directo del drama sudafricano previo a la asunción de Mandela) juzga la situación de Gaza como un tipo de apartheid. Lo repite varias veces en su nota, pero así como discrepo furiosamente con él acerca de esto, debo decir que Carlin se redime al menos de la hijaputez ‘argenta’ cuando afirma y reafirma a lo largo de todo el artículo que lo perpetrado por Hamas es una monstruosidad genocida. Él lee mal el origen del conflicto, pero cuando menos no duda ni titubea al llamar a las cosas por su nombre y defiende el derecho de Israel a protegerse. Si al menos, durante estos ocho terribles días, yo hubiera advertido esta misma postura en una parte de la opinión pública local, podría haber dormido tranquilo y habría dejado en paz a mis lectores. Pero no. No fue así. Marchas en pro de Palestina y los terroristas frente a la embajada porteña de Israel, dirigentes políticos echándole la culpa a las víctimas por haber supuestamente incitado tal odio asesino, candidatas a cargos públicos con la bandera palestina en sus solapas, etc., etc., etc. No hay dudas entonces. No hay vacilaciones posibles. La misma tragedia que nos ha llevado a una pauperización socio cultural sin parangón histórico, esa que conduce a celebrar a aquellos que se enriquecieron obscenamente con nuestro esfuerzo a cambio de migajas y prebendas, esa que ha trastocado profundamente los valores más íntimos de nuestra sociedad, es la tragedia —repito— que ha delimitado definitivamente a nuestra nación creando dos bandos irreconciliables: el de los hombres y mujeres de bien que aún quedan en esta patria, y el de los MAL PARIDOS HIJOS DE PUTA.

            Los HIJOS DE RECONTRA MIL PUTAS, o sea, los MALPARIDOS, se alegraron con los aberrantes asesinatos en masa del pasado sábado siete de octubre en Israel. Lo gritan a los cuatro vientos y lo justifican de múltiples y variopintas maneras. El resto, los que entendemos de qué lado de la vida hay que estar, solo podemos llorar en silencio y desear la paz eterna para los asesinados y algo de consuelo para sus familiares y deudos. Los que no ponemos EXCUSAS PUERILES para justificar el horror asesino, decimos en voz alta, pero muy alta:

¡PAZ Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE ISRAEL!

¡PAZ, CONSUELO Y RESPETO PARA TODOS LOS JUDÍOS DEL MUNDO!

 

“INDIANA JONES Y EL DIAL DEL DESTINO”: La peor Despedida para un Personaje Legendario

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: MALA

    Decadencia”. Esta es la palabra que se repite en mi mente cada vez que pienso en la vomitiva, atroz, espantosa y nauseabunda experiencia que implica padecer las dos horas y media de ese esperpento disfrazado de película titulado Indiana Jones y el Dial del Destino. Decadencia en todos los sentidos posibles y en todas las direcciones que se quieran tomar. Decadencia de la cultura general (vean si no cómo la elogian millares de usuarios de las redes y demás yerbas, así como numerosos críticos que parecen más hábiles a la hora de hablar sobre ‘running’ que acerca de cine…), decadencia de la otrora más poderosa industria cinematográfica (hoy un páramo yermo), decadencia de los propios miembros de dicha industria (si esto es lo que queda de James Mangold, del hombre que alguna vez dirigió Copland, e incluso Logan, pues mejor ahogarse en alcohol), decadencia de las grandes corporaciones y de los estudios que controlan (antes, como brillantemente mostró The Offer, también mandaba el dinero, pero hasta los tiburones de las finanzas se dejaban seducir por una idea y le daban luz verde a proyectos como El Padrino), decadencia —física y por qué no moral— de los últimos exponentes del antes llamado “star system” (¿cómo definir, si no, la decisión egoísta e insensata de Harrison Ford, permitiendo así que este esperpento exista? ¿Acaso necesitaba más dinero para comprarse una mesita de luz de mármol de Carrara?), decadencia de todo el gremio de guionistas —y de las universidades y los docentes que allí enseñan tal arte, hoy definitivamente perdido— quienes no pueden darle sentido ni contexto a una historia sin evidenciar que sus encéfalos están por debajo, evolutivamente, del de los asnos y los babuinos. Y por último, decadencia de todos nosotros, los mayores de 50 años que vimos estas joyas del cine en plena adolescencia y que así y todo, plenamente conscientes de que nos van a ofrecer estiércol, les obsequiamos nuestro laboriosamente ganado dinero a estos tránsfugas yendo a una sala de cine. O a una caja de zapatos XL, mejor dicho, ya que hasta eso nos han quitado: cuando pienso que vi Indiana Jones y el Templo de la Perdición en el viejo, original y maravilloso cine Gran Rocha, de la ciudad de La Plata, que tenía una pantalla gigantesca, un audio espléndido y una arquitectura portentosa, no puedo menos que aceptar que sí, que todo tiempo pasado fue irremisiblemente mejor.

"Quiero Bailar Con Alguien": Una mediocre y decepcionante aproximación a la vida de Whitney Houston

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: REGULAR ★★

    Parece una ironía que este extenso período de casi cinco meses sin actividad en el blog (debido a una crisis de salud de un ser querido, concluida de la peor manera) se haya abierto con la crítica a una biopic, y que finalmente se cierre con otra (más allá del formato que las separa, dado que una fue una miniserie y la que nos ocupa una película en toda regla). Lo cierto es que Angelyne resultó una grata sorpresa, una feliz vuelta de tuerca a un género gastado y habitualmente complaciente, mientras que Quiero Bailar con Alguien (Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody, 2022) es una anodina y soporífera muestra de cómo instrumentalizar las tragedias personales de los artistas para seguir vendiendo y explotando aquello que bien hicieron en vida. Veamos.

"ANGELYNE" : Una Miniserie casi Perfecta y Una Actriz con un Rol Consagratorio

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: MUY BUENA ★★★★


    Si cada episodio de serie que he visto a lo largo de mi vida pudiera canjearse por una milla de “viajero frecuente”, podría embarcarme tres veces seguidas hacia el planeta Neptuno sin tener que pagar un centavo. Y si hago la misma cuenta con las películas que vi, la Federación Unida de Planetas me entregaría la llave de la nave estelar Enterprise sin cargo alguno. Bueno, fantaseaba con estas tonterías unos días atrás, antes de disponerme a ver la miniserie Angelyne, que es una biopic en toda regla, justamente porque es un género del cual he llegado a agotarme de tanto exponente (adocenados, la mayoría) al que me he sometido. Pero, y siempre hay un ‘pero’ —sea para bien como para mal—, Angelyne acabó siendo una auténtica bocanada de aire fresco, una cruza de géneros y estilos que construye una narrativa y una estética personalísimas, y que atrapa al espectador desde la primera toma. Y que tiene, además, una poderosísima arma secreta: Emmy Rossum. Verla en la piel (literalmente, créanme) de la enigmática “proto influencer” de los años ‘80s es un espectáculo fascinante, adictivo e hipnótico. Rossum se adueña tanto del personaje autoinventado como de la persona real detrás del mito, y hace con ambos un constructo mágico y peculiar, poderosísimo en su polisemia y plagado de matices multidireccionales. La actriz y cantante de 36 años ha alcanzo, finalmente, el “nirvana”, su “Casablanca”, ese rol que algunos actores buscan por décadas y que nunca les llega. Arruinarlo, rebajarlo a mera macchietta, era una posibilidad cierta y un riesgo demasiado cercano, pero Emmy Rossum no sólo sale airosa del desafío, sino que transforma su actuación en una genuina lección de arte escénico. Más allá del profuso maquillaje y de las muchas capas de prostética necesarias para avejentarla, sorprende como la actriz logra entregarle carnadura y alma a su criatura sin caer jamás en la caricatura.

"EL SEÑOR DE LOS ANILLOS: LOS ANILLOS DE PODER" (episodios 1 a 3) Un Fiasco Decepcionante a la Espera de una Brújula

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: REGULAR ★★

    Siempre es complicado cuando hay zapatos difíciles de llenar. Antes que nada y antes que todo está —estaba— El Señor de los Anillos, la monumental novela de John Ronald Reuel Tolkien (1892-1993), una obra superior, profunda, polisémica y sencillamente maravillosa. Como acaba de decir Chato en su canal de youtube (se trata de un ex ejecutivo y productor canadiense que trabajó años para ABC y luego para NBC, que utiliza este seudónimo para diseccionar con mucho humor a la industria audiovisual norteamericana), “siempre se dice ‘El Señor de los Anillos’ de Peter Jackson, pero la verdad es que deberíamos decir ‘El Señor de los Anillos’ de Tolkien”. Y es cierto. El neozelandés creó una trilogía de filmes superiores que ya han entrado por derecho propio a la historia grande del cine, pero todo su arte y todo su oficio serían nada si no estuviera Tolkien detrás. Es un director singular y por demás talentoso, pero cuando quiso traer al siglo XXI su filme favorito de la infancia, King Kong (1933), el resultado fue un completo fiasco. Sé que esta opinión no es ni mayoritaria ni popular, pero tampoco es una opinión, es el resultado del análisis serio de las cualidades cinematográficas de su remake de 2005, las cuales se echan en falta a lo largo de gran parte de su kilométrico metraje. Más nunca es mejor, y algo parecido le ocurrió con su siguiente trilogía basada en la breve novela El Hobbitt, alargada hasta la náusea para “llenar” tres filmes que superaron las 9 horas totales de metraje.

"SAMARITAN" : Una Película que Sorprende con Armas Nobles

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: Muy Buena ★★★★

    Hay, por una vez, una buena noticia. Samaritan, el nuevo filme protagonizado por Sylvester Stallone, es muy pero muy digno. Quiero decir, en el panorama deplorable que exhibe el cine hecho en EE UU —el resto de países de habla inglesa no presenta tal decadencia en sus cinematografías— esta es una película que hace las cosas bien y se aplica en contar una buena historia y ambientarla con eficiencia. No es poco. Ahora, y como verán, siempre hay un pelo ensuciando al huevo: Samaritan podría, sin dudas, haber resultado todavía mejor si no estuviera imbuida de un clima de época, de un subtexto, que la atraviesa de cabo a rabo. Y ese subtexto, ese metamensaje, es el que provoca el hecho de contar con cerca de 25 años consecutivos de películas de superhéroes. Es demasiado. Y ya lo dije aquí mismo en varios otros artículos, este subgénero no es ni llega a ser (ni siquiera por aproximación…) el western contemporáneo. Eso lo dijo James Mangold, director de Logan (2017), en ocasión de su estreno. Estaba bien, era una manera de reivindicar el género al que se veía obligado a desembarcar debido a la escasez de oportunidades en Hollywood. Pero no es ni era cierto. El western implicaba una imago mundi con reglas amplias en la que convivían múltiples géneros, en muchas ocasiones más de uno por película. Thriller, drama, política, racismo, todo puede y podía suceder en su universo. El cine superheroico es y está limitadísimo, y para colmo no logra evitar clichés que lo asfixian cada vez más, tales como las historias de orígenes, una más calcada y aburrida que la otra.

Tres Series: "Un Equipo Muy Especial", "The Sandman" y "Slow Horses"

 

 por Leonardo L. Tavani        

    Hay demasiadas plataformas, demasiadas “bocas de expendio”, demasiada oferta para una demanda a veces elusiva. Apenas un aspecto (y no es el único) de un cóctel amargo que desemboca en productos de porquería como A League of Their Own (Un Equipo Muy Especial) (Regular ★★), la insulsa serie que Amazon Prime Video acaba de estrenar. Vampirizando ideas ajenas, que parece ser lo único que una gran parte de la industria yanqui sabe hacer hoy día, este bofe se apropia de aquella ¡MA-RA-VI-LLO-SA! película de 1992 dirigida por la diosa de Penny Marshall (¡cómo te extrañamos Penny…!, a vos y a tu hermano Garry, otro monstruo) y escrita por esos dos genios de Babaloo Mandel y Lowell Ganz. Basada en hechos reales (la liga femenina de béisbol creada durante la segunda guerra mundial debido a la masiva ausencia de hombres destinados al frente bélico), aquella espléndida comedia dramática fue una colección de aciertos, genialidades y viñetas entrañables, dirigida con mano firme y pulso amoroso por Marshall, y actuada como los dioses gracias a una colección de actrices y actores de lujo, como las brillantes Geena Davis, Lori Pety, Rosie O’Donnell, Megan Cavanagh (quien tuvo el rol más complicado de interpretar, siempre al borde de caer en el ridículo, y lo resolvió a puro talento y magia), más la mismísima Madonna; y junto a actores de la talla de Tom Hanks, Jon Lovitz, David Strathairn, Eddie Jones (entrañable como el padre del rol de Cavanagh), Garry Marshall (haciéndole una divertida “gauchada” a su hermana, en el rol del empresario chocolatero que auspició la liga) y Bill Pullman. Se trata de una de las pelis que tengo incluida en lo que podría denominar mi “top ten” personal, el grupito selecto de filmes que veo y reveo desde hace décadas con absoluta y minuciosa regularidad, así que puedo describirla fotograma a fotograma. Acepto que es difícil seducir a un fanático como yo, pero tampoco imposible; de hecho, la reciente secuela de Los Cazafantasmas dirigida por el hijo del desaparecido Ivan Reitman me encantó, aun cuando profeso un amor incondicional por la cinta de 1984 y la considero “sagrada”.

“LA USURPADORA” (1998) La Telenovela Para Dominarlas a Todas

                                                                               Por Leonardo L. Tavani         Calificación: MUY BUENA ...