por Leonardo L. Tavani
GODZILLA versus KONG (Adam
Wingard; 2021) (Regular ★★)
Nuestras fuentes nos informan que durante la
producción de este filme alguien en Warner Bros le envió un memo a uno de los
guionistas de Godzilla vs Kong preguntando por los lineamientos básicos de la
trama del proyecto. La respuesta fue: “¿cuál trama? Nadie nos avisó que hacía falta
una…”. En la compañía de Bugs Bunny van a negar tajantemente la
información que nos brindó nuestro infiltrado, pero ustedes (que conocen muy bien
nuestra ética de trabajo) reconocerán que es estrictamente cierta. Porque vean,
esta última parte de la trilogía denominada “monsterverse” (Kong: La Isla Calavera y Godzilla:
Rey de los Monstruos fueron sus predecesoras) tiene efectivamente de
todo, excepto un guión coherente. O mejor dicho, no tiene ninguno en absoluto. Tampoco
es que importe, ya que está destinada a un público dispuesto a dejarse aturdir
con el atronador sonido Dolby Atmos (que en las secuencias de combate entre las
criaturas puede producir sordera funcional) y a empacharse con baldes y baldes
de pochoclo. Esta producción repite el casting de la cinta anterior y le agrega
un villano corporativo de cartón pintado, interpretado (es un decir…) por el
mejicano Demián Bichir, pero los verdaderos protagonistas son los bichos
gigantes, Godzilla y Kong. Y por supuesto, el resucitado MechaGodzilla (o sea,
un Godzilla mecánico, artilugio surgido de varias de las películas clásicas de
la japonesa Toho Pictures, aquí rescatado del olvido), todos los cuales se
enfrentan en la parte final del filme arrasando Hong Kong y a nuestra
sensibilidad auditiva. En cuanto a la sensibilidad intelectual, esta quedó
descartada desde la aparición del logo de Warner en pantalla. Sin embargo, como
seguro lo han visto más arriba, esta esperpéntica atrocidad nos ha merecido un
piadoso “regular” como toda calificación.
El motivo, descontando el hecho de que la escritura de este artículo nos agarró
con el caballo cansado, consiste en que las tres batallas entre los titanes (la
última suma al “robot Godzilla”, insistimos) están muy bien filmadas y —cuando
menos— respetan el espíritu de las películas de Toho. Como en aquellas
deliciosas fantasías producto de la paranoia nuclear, esta atrocidad pone
quinta a fondo cada vez que el bicherío gigante se adueña de la pantalla, y si
bien no logra emular esa curiosa sensación de inseguridad acerca de nuestra
situación en el planeta (propia de una nación que había sufrido dos
devastaciones, la atómica y la de sus creencias más arraigadas) que transmitían
dichos filmes japoneses, se regodea empero con esas conflagraciones
apocalípticas en clave autoparódica. Se sabe, la antiséptica perfección de los
efectos digitales torna (siempre) al espectáculo un tanto grave y realista en
cuanto a su tono, boicoteando un poco la intención recién mencionada, pero
también es justo reconocer que nadie iría al cine hoy día para ver aquellos
adorables monstruitos de goma espuma rodados en stop-motion. Aun así, lo
repetimos, este pastiche logra conectar en gran medida con el legado de la
nipona Toho. En cuanto a los personajes humanos, mejor ni hablar: machietta pura. Demasiado poco, lo
sabemos, pero para una población que ni se inmuta con el hecho de que pendejas
de 18 años se roben las vacunas que necesitan personas mayores y con
enfermedades de riesgo, pues ya es bastante. Para ellos, este espanto es casi
tan bueno como “La Lista de Schindler”. Buenas tardes.-
CAOS: EL INICIO (Caos Walking; 2021, Doug Liman) (Mala
★)
Esta es una de esas películas malditas cuyo derrotero
debería quedar inscrito en los anales de la historia negra de Hollywood. Para
conocer en detalle las desventuras que condujeron a su estreno final (el filme
se rodó realmente en 2017) los remitimos a cualquier sitio web que google
ofrece apenas se escribe su título en el buscador. A nosotros nos quitaría
“tiempo” y espacio que dedicaremos exclusivamente a su breve análisis. Caos:
El Inicio (estúpido título local que no dice ni aporta nada) repite
todos los clichés del cine de género hollywoodense en la última década y media:
proyecto basado en una saga de novelas para jóvenes adultos, caos creativo,
caos de producción, demasiadas manos en una misma torta, cambios de rumbo sobre
la marcha, etc., etc. El resultado, lamentablemente, redunda en una cinta sin
norte ni sentido, cuya premisa de base era muy buena y hasta hubiera redundado
en una digna producción, pero que aquí se extravía en un océano de dudas y
malas decisiones creativas. Estamos a mediados del siglo XXIII y la humanidad,
al parecer, ha colonizado algunos planetas habitables. En uno de ellos, llamado
sencillamente “Nuevo Mundo”, habita una colonia de hombres que sobreviven en un
ambiente que recuerda demasiado al salvaje oeste norteamericano, quienes poseen
la habilidad de proyectar auditiva y visualmente sus pensamientos debido a una
jamás explicada cualidad del propio planeta. Las mujeres, que habrían sido
exterminadas tiempo atrás por los habitantes nativos, resultaron inmunes a tal
influencia planetaria. Una cápsula espacial se estrella contra la superficie y
su única sobreviviente, Viola (Daisy Ridley, de la espantosa última trilogía Star
Wars), debe huir de los colonos que quieren matarla. La ayudará, un
tanto a regañadientes, el joven Todd (Tom Holland, el actual Hombre Araña
oficial), quien cumple con el manual que ordena que siempre deba haber un
personaje conflictuado que escapa al orden establecido.
El
filme padece de una anemia conceptual que asombra. Los colonos, liderados con
mano de hierro por el personaje que interpreta de taquito el danés Mads
Mikkelsen (Arturo; Casino Royale, Flamme & Citrón; La Cacería),
se han transformado en una suerte de “androcracia” que consagra un tipo de
masculinidad tóxica y xenófoba. Por supuesto, las cosas no son exactamente como
parecen y las mujeres (entre ellas la difunta madre de Todd) ni han perecido
como se cuenta ni tampoco se han extinguido por completo. Y si bien el filme
logra algún que otro momento que escapa a la mediocridad general y hasta se
permite alguna alegoría cuando menos potable, el mayor de sus problemas (y por
cierto el que le hace merecedor de tan desastroso puntaje) consiste en tomarse
demasiado en serio —al contrario de Godzilla vs Kong, que no pretende
ser otra cosa que una roba billeteras— y en no molestarse en absoluto por
afinar el lápiz y ponerse a la altura de sus propias pretensiones. Nota
negativa al margen para Doug Liman, usualmente un buen director (excelente en The
Bourne Identity, primera de la saga, e incluso muy ducho en la
olvidable Jumper, que se salva de la quema por su pericia narrativa), quien
en esta ocasión se dejó asfixiar por los miasmas pestilentes de un proyecto
destinado al fracaso. Este año que pasó, pandemia mediante, brindó muy buenos
exponentes del género, algunos de ellos verdaderamente sorprendentes (como la
serie Raised by Wolves, producida por Ridley Scott), pero Caos:
El Inicio es solo eso, caos. Y del peor. Huyan de ella.-
PROMISING YOUN WOMAN (Hermosa Venganza; 2020, Emerald Fennell) (Muy Buena ★★★★)
He aquí una saludable sorpresa, y una que merece la pena. Cuando los talentos británicos se alinean las cosas no pueden salir mal, y si bien la cinta es una coproducción con EE UU todos los cerebros involucrados son ingleses. ¡Gracias al cielo!, ciertamente. Debut “directorial” de la actriz, guionista y productora Emerald Fennell (Killing Eve, Albert Nobbs, Anna Karenina, etc), Hermosa Venganza (espantoso e inadecuado título local) cuenta la extraña historia de Cassie (una maravillosa Carey Mulligan), una treaintañera —otrora prometedora estudiante de medicina— que se halla estancada en una vida mediocre y gris, quien aun vive con sus sufridos padres (que no saben cómo empujarla a vivir de verdad), tiene un empleo en una cafetería en la que se comporta como si odiara a todos los clientes y ha abandonado todo intento por hacer algo útil con su existencia. Cuando menos de día, porque por las noches Cassie recorre boliche tras boliche fingiendo ebriedad extrema y aceptando la “desinteresada” asistencia de cabales caballeros que dejan de serlo apenas ella cae rendida en sus camas. Lo que suele pasar a continuación, el espectador debe descubrirlo por sí mismo, aunque conviene adelantar que nuestra protagonista no es una asesina maniática ni una vengadora nocturna, lo que hubiera degradado esta historia hasta los paupérrimos niveles usuales en el cine contemporáneo. No, no. Esto es otra cosa. Cassie se halla bloqueada, fijada en un trauma que acabó con su estabilidad psíquica y emocional el día que su mejor amiga y compañera de estudios murió. Se tarda mucho en descubrir qué diantres le ocurrió a la protagonista, y cada dato nos llega a cuentagotas, pero este es paradójicamente uno de los puntos fuertes de la trama. Porque el filme se toma su tiempo para mostrarnos cómo percibimos a las víctimas y qué esperamos de ellas, y también cómo se auto perciben los victimarios y qué cosas están (ellos y “nosotros”) dispuestos a sacrificar —y hacer— para que nada obstaculice sus objetivos. Podría haberse vuelto un filme militante, y ciertamente el clima de época lo permitiría, pero Fennell se permite subvertir sus propias reglas y nos obsequia un festín de sarcasmo, agudeza y no poco humor. Negrísimo, claro está. La película es fresca, original, inteligente, pero por sobre todo es sincera: tiene una tesis, una idea fuerza que opera como directriz, pero jamás permite que ella le impida acercarse a un panorama más amplio. Aquí hay personas muy dañadas, algunas de las cuales se transforman en víctimas (en gran parte porque los roles sociales lo fomentan, nos apunta el filme) y otras en victimarios (en gran parte porque es, al cabo, lo que se espera de ellas, nos indica igualmente la directora), pero los límites entre el bien y el mal, entre “dioses y monstruos”, están astutamente desdibujados
La cinta amerita un espacio mayor para su análisis que el de un artículo múltiple, pero bastará con subrayar la correctísima mixtura de drama íntimo, thriller (incluso erótico, por momentos) y denuncia social que Promising Young Woman presenta con gran acierto. Y con un digno tratamiento visual, además, que se advierte en el sabio uso de colores, texturas e iluminación que la directora ejerce en cada diferente momento del filme. Si se quiere, y más por afán de buscarle el pelo al huevo, podríamos advertir un cierto abuso por su parte en cuanto al despliegue en la paleta de colores, propio de una principiante en la dirección que quiere que se “note” su mano detrás de la cámara, pero esto de ningún modo opaca un gran trabajo integral. Ahora bien, el arma secreta de la peli es su poderosa protagonista, una Carey Mulligan en estado de gracia, quien compone a una mujer desconcertante y de innumerables capas. Cristalizada en su obsesión, Cassandra es a la vez vengadora y villana, heroína trágica y victimaria cruel. La actriz nacida en Westminster, Londres, se entrega en cuerpo y alma a su personaje y le otorga una profundidad que en ocasiones el guión olvida entregar. Porque ese es, precisamente, el único signo de debilidad de esta producción, olvidar demasiado a menudo cómo conjugar progresión dramática con desarrollo interior de su criatura central. Por momentos, Hermosa Venganza se pierde en su laberinto y nos impide comprender el derrotero que va de una joven con todo por delante hasta esta mujer zombie, que no puede ni quiere parar hasta que lo que considera justo se concrete. Sin embargo, la magnífica y extensa secuencia del clímax —unida a ese fascinante y agudo epílogo— reivindican al filme por sobre cualquier debilidad estructural. No hay golpes bajos ni de efecto en dicha resolución, sino una arriesgada decisión que brinda una conclusión agridulce y por qué no poética. Pero volviendo sobre su protagonista (vista recientemente en La Excavación / The Dig, 2021; Netflix) —una hermosísima y poderosa historia verídica narrada con pulso ejemplar— Mulligan no hace otra cosa que confirmar su enorme talento actoral, ese que paseó por producciones tan disímiles como la soberbia An Education (2009), la excelente Far From The Madding Crowd (2015) o la desgarradora Suffragette (2015). Promising Young Woman, en definitiva, es una experiencia poderosa e intensa que compromete al espectador y lo obliga a pensar y hacerse preguntas. Nunca será poco.-
WONDER
WOMAN 1984 (Ídem,
2020; Patty Jenkins) (Buena ★★★)
Wonder Woman (2017) fue una de las sorpresas más fascinantes de la última década y media. No solo mantuvo con vida (más bien, con respirador artificial) a Warner y el universo DC, sino que casi sin temor a equivocarnos podemos calificarla como una de las mejores 5 películas de superhéroes de la historia del cine. Su poderosa protagonista aunaba una profundísima humanidad, una fe en la vida inigualable y una sabiduría impar. Cualidades tan poderosas como ella misma. Pero la historia de las segundas partes en el cine ha brindado apenas un par de ellas al mismo nivel que sus predecesoras. Indiana Jones y el Templo de la Perdición (Indiana Jones and the Temple Doom, 1984) incluso superó holgadamente a Raiders of the Lost Ark (1981), mientras que Batman Vuelve (Batman Returns, 1992) hizo lo propio respecto del envío anterior. En el caso que nos ocupa no hay que lamentar maldiciones ni cuestiones de mala suerte. Mientras se pre producía el filme Warner entró en caos, su CEO fue despedido abruptamente, Jeoff Jhons (ejecutivo de DC y encargado del universo cinematográfico de la compañía) perdió su puesto y el universo extendido de la comiquera pasó a ser mala palabra. Demasiados conflictos como para que WW84 no se viera afectada. Pero eso no lo explica todo, y gran parte de los problemas del filme están en el afán de directora y protagonista por construir una peli con “mensaje”. Lo dijimos en otras ocasiones y lo repetimos aquí, nunca funciona planear una cinta a partir de la ideología o el mensaje que se quiera transmitir. Si la obra en cuestión se ha planificado y ejecutado de manera orgánica y respetuosa del arte cinematográfico, todo ello aparecerá indeleblemente inscrito en su “ADN”. Aun en medio de la guerra interna del estudio Patty Jenkins logró mucha más autonomía gracias al arrollador éxito de su filme anterior, y es más que probable que dicha libertad no haya hecho otra cosa que liberar fuerzas que debieron estar reprimidas. No es cierto que las limitaciones de producción ahoguen por completo la creatividad, antes bien, las personas —y en especial las que trabajan para un medio tan particular como el cine, que requiere de centenares de individuos colaborando a la vez— suelen dar lo mejor de sí cuando se sienten apremiadas o urgidas. Todo el Hollywood dorado dio lo mejor de sí por décadas teniendo una fusta azotándole las asentaderas. Es un hecho.
Jenkins deseaba contar una historia con “mensaje”, que no es posible hacer trampas para alcanzar nuestros objetivos materiales ni mucho menos hacerle trampa a la vida. Y que la cultura del éxito a toda costa (muy exacerbada en la década de 1980), surgida de la ética del protestantismo calvinista norteamericano, convierte a personas buenas pero inseguras en monstruos sin freno. Toda similitud entre el otrora empresario Trump y el Maxwell Lord de Pedro Pascal no es ninguna coincidencia. La cinta iba a estrenarse justo cuando el último año de gobierno del sociópata recientemente expulsado de la Casa Blanca estaba apenas empezando, de ahí la urgencia por establecer tales analogías, pero la pandemia Covid arruinó esas pretensiones obligando a este y otros filmes a retrasar enormemente su estreno. Gal Gadot y la directora deseaban, además, un clímax que evitara el habitual despliegue de violencia tetosterónica al que estamos tan habituados, para lograr así que su heroína se impusiera gracias a la razón y los sentimientos, en detrimento de la pura fuerza. Nobles intenciones, no lo negamos, pero para lograrlas es necesario trazar una hoja de ruta sólida y narrativamente coherente, y eso está ausente del guión de esta película. Desde la secuencia inicial, que transcurre en Temiscira cuando Diana era una niña y su tía estaba aun con vida (que parece concebida tan solo para lucir el formato IMAX), las decisiones creativas de WW84 hacen agua por todos lados. Nunca llegan al desastre total, pero naufragan en un océano de contradicciones. Diana sufre por la muerte de Steve, al que todavía extraña como loca, y desea más que nada tenerlo a su lado. Barbara Ann Minerva (Kristen Wiig) desea ser como Diana, a la que envidia bastante más de lo que la aprecia. Max Lord desea tanto y con tanta intensidad que aspira a ser el amo de todos los deseos, incluso si eso lo autodestruye. Y aunque la premisa no parece despreciable, a partir de su desarrollo las cosas derrapan sin remedio. Se trata, por sobre todo, de un filme esquizofrénico, que desea ser una cosa pero hace exactamente lo opuesto, algo que deja en evidencia la extensa secuencia en Oriente Medio, cuando Diana debe desplegar (paradojalmente) todo su poder destructivo y la cinta se inunda de CGI y demás pirotecnia, exactamente lo que Jenkins decía querer evitar. Más adelante, cuando la protagonista deba enfrentar a Barbara transformada en Cheeta, el espectador se ve sorprendido por una secuencia anodina y pobremente rodada, fallida incluso en lo concerniente al mediocre CGI con que se nos muestra a la mujer felino.
Lo cierto es que WW84 acierta cuando Gal Gadot despliega ese increíble carisma suyo que quita el aire, y cuando Chris Pine logra la proeza de tornar potable un regreso desde la muerte que fuerza los límites de la credulidad (la química con Gadot sigue intacta, por suerte), pero todo el resto del tiempo la cinta se pierde en su propio laberinto. No queda tan bien retratada la década de los ‘80s como se prometía (su función narrativa, repetimos, consiste en echar una mirada sobre la época dorada de los yuppies corporativos), y la transformación de Minerva en Cheeta va narrativamente a los tumbos. En cuanto al rubro actoral concierne, Gal Gadot justifica el visionado del filme con siquiera una sonrisa suya, Kristen Wiig logra compensar las lagunas del guión acerca de su criatura gracias a su enorme talento, Chis Pine está justo y atildado, mientras que Pedro Pascal sobreactúa descaradamente utilizando un registro que se pasa de revoluciones a cada segundo. Su personaje, ciertamente, aspira a la gloria absoluta, pero aun así está retratado con un exceso infumable de pasión desaforada. Una lástima. En definitiva, WW84 no es una causa perdida, pero no está ni por asomo cerca de la perfección de su predecesora. Habrá que esperar a la tercera vuelta. ¿Será la vencida…?.-