“ALLURE”, un filme Conmovedor y Movilizante


Por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente (★★★★★)

Allure (Ídem) Canadá, 2017.
Dirección y Guión: Carlos & Jason Sanchez – Fotografía: Sara Mishara – Música: Olivier Alary – Elenco: Evan Rachel Wood, Julia Sarah Stone, Denis O’Hare, Maxim Roy y Joe Cobden. – Seville International, Les Films Christal y The Samuel Goldwyn; 105 min.-
            Allure es un filme tan poderosa y peligrosamente atractivo como lo es el significado de su título en inglés. Atractiva es —sobre todo— su protagonista, por el oscuro poder de atracción que ejerce sobre los demás, haciendo recaer sobre sí misma un sino definitivamente trágico, imposibilitada de invocar para su vida fuerzas más benignas, casi como si su destino estuviera predeterminado para el fracaso emocional. Allure disecciona impiadosamente la (des)conexión de las personas en una sociedad cuyos valores y pilares  se han transformado en un lapso descorazonadoramente corto, impidiendo su reconstrucción y resignificación. Los cuatro personajes centrales de este sólido relato —cada uno con su mayor o menor injerencia en la trama—nadan en la angustia posmoderna que implica intentar establecer lazos afectivos y filiales con reglas viejas, especialmente cuando aun se desconocen las nuevas, cuando se carece de brújula para guiarse en territorio desconocido. Intentemos la reconstrucción de este asfixiante universo.
            Laura es un ser patético y exasperante; furiosamente necesitada de amor, boicotea todas las posibilidades de recibirlo que se le presentan y se muestra incapaz de adaptarse mínimamente a la sociedad. El filme se abre con una secuencia brutal y extraña, en la que un individuo ingresa a la casa de la joven para entregarse a un peculiar encuentro sexual. Con los ojos vendados, el sujeto se ve manoseado con furia (e incluso asco) por parte de Laura, quien segundos después intentará un coito brutalmente violento. El sujeto se marcha indignado, despedido con un rosario de insultos poco aptos para oídos sensibles. El espectador, perplejo, no sabe si se trató de sexo pago, de un juego perverso o de una pelea de amantes drogadictos. De inmediato pasamos a una escena diurna, en la que nuestra protagonista llega a una bonita casa para encargarse de la limpieza. La dueña le muestra las habitaciones que deberá asear pero Laura se muestra indiferente a todo, hasta que sus ojos se posan en la hija de la mujer, Eva, una adolescente de 16 años que ensaya estoicamente una partitura en su piano. Menuda, de rasgos frágiles y mirada triste, la niña despierta un interés desmedido y equívoco en la recién llegada. Apenas segundos después, otra secuencia nos ubica en las oficinas del dueño de la compañía, quien reprende duramente a Laura por su conducta. El espectador presiente que la madre de la niña denunció a Laura, pero sorprendentemente no es así. Ella viene de acosar sexualmente a otra empleada, a la que luego ha agredido por no ceder a sus demandas eróticas. Parece extraño que ese hombre preocupado y fastidiado por la conducta de su empleada no le ponga un límite definitorio, pero la respuesta a ello vendrá muchos minutos después: es su padre, y si no trabajara para él, muy probablemente Laura sería una desempleada más.
            Simbólica, críptica, pausada, así es la magnífica narración de Allure, filme canadiense que impresiona por las maravillosas herramientas estilísticas de que hacen gala sus directores y guionistas, Carlos & Jason Sanchez , quienes eluden todo lugar común así como evitan ese estilo cuasi televisivo con que se ruedan ciertos dramas contemporáneos. La cinta es cine en estado puro, una historia acerca del alma quebrada de una mujer imposibilitada de reconstruirse a sí misma, un viaje a la oscuridad de su dolor ilustrada con planos artísticamente concebidos, secuencias desgarradoras pero carentes de subrayados o excesos, y una perfecta iluminación tanto como una soberbia puesta en escena que están rigurosamente al servicio de la historia, la que exterioriza siempre los estados anímicos de sus protagonistas y los enmarca en un ambiente claustrofóbico y opresivo, a imagen y semejanza de lo que sus criaturas creen estar experimentando. Allure no se lo pone fácil al espectador, y pueden creernos que ello se vuelve una de las fortalezas del filme, ya que exige no sólo atención, sino un gran compromiso intelectual y —sobre todo— emocional por parte de la platea. Al principio todo son sospechas y sobreentendidos, pero paso a paso y poco a poco se irán develando ciertas verdades y algunas tragedias del pasado que permitirán ampliar el cuadro de situación. Pero nada de lo que descubramos podrá excusar ciertas conductas, sino apenas servir para comprenderlas, lo que en definitiva es el primer paso para perdonarlas. La película posee la enorme virtud de no bajar línea jamás, de no juzgar a sus personajes ni proponernos soluciones maniqueas; por el contrario, la cinta no ahorra dureza a la hora de presentar determinadas acciones de sus protagonistas, pero de ningún modo los amonesta ni nos induce a tomar partido por unos y otros. Es un filme concebido para asomarnos a una grieta, la del alma y el corazón de una mujer que pide a gritos ayuda pero no sabe como recibirla, una joven con una psique dividida y en guerra consigo misma.
            Estamos siendo deliberadamente parcos a la hora de establecer los sucesos que hacen avanzar la historia, porque esta es sabiamente minimalista y dosifica quirúrgicamente los datos que el espectador debe recibir, de modo que podamos acceder al interior de Laura capa por capa, paso a paso y sin caer en una burda confusión acerca de sus demonios personales. Bastará con adelantar que la muchacha aprovechará la tensión existente entre la madre de Eva y su hija para envolver a la niña en su propia y neurótica telaraña, una red enfermiza de medias verdades con las que Laura se auto convence de estar obrando bien, imposibilitada de ver la realidad con claridad y de aceptar los propios fracasos. Parece increíble, pero el espectador no rechaza a priori la actitud de Laura, sino que se deja conducir por la historia para ver en qué desemboca esta sucesión equívoca de abominaciones morales, todas ellas disfrazadas de carencias emocionales y fracasos filiales. Los directores, insistimos en ello, hacen gala de una sobriedad fascinante a la hora de presentarnos este descenso a los infiernos de la alienación de una mujer sin norte, cuyo devenir cotidiano se parece a una espiral descendente en la que resulta imposible aferrarse a algo sólido. Laura lo intenta, pero sus propios demonios se lo impiden. Ella es manipuladora, inestable, agresiva y violenta, casi depravada en sus pulsiones más íntimas, pero a la vez vulnerable, insatisfecha consigo misma y con el mundo, incapacitada para amar sin esperar algo a cambio, lo que precisamente precipita la posible decisión del final, ese que de tan abierto y sugerente clava en el espectador un aguijón de angustia inextirpable. Por si no hemos sido claros, hay en Allure una situación concreta de paidofilia lésbica —tema inusual en el cine— pero que la cinta presenta con una sobriedad y buen gusto admirables, sin caer jamás en excesos ni golpes bajos.
No se nos permite saber si Laura ha experimentado antes estos deseos, nada hay en la trama que nos lo indique, pero lo cierto es que apenas conoce a Eva —cuando la escucha tocar tan trémula su piano— ella sentirá una atracción indisimulable por la adolescente, quien se encuentra para colmo en un momento vulnerable de su vida. El guión es brillante en cuanto a la concisión que presenta a la hora de ilustrar la relación de Eva y su madre: cuando acaba de finalizar un concierto que la cuasi niña ha ejecutado con evidente nerviosismo, la pequeña apenas atina a musitar “...la gente aplaudió...”, a lo que su madre —fría como el hielo— acota secamente, “ambas sabemos que has tocado mejor”. Lo que de esas filosas palabras se desprende, más una tensa relación con la nueva pareja de su mamá, contribuirá a que la angustiada mujercita acabe en la enfermiza red de Laura, quien cree amar genuinamente a la niña, quien piensa sinceramente en su bienestar, pero se revela como absolutamente incapaz de entender la absurda atrocidad de sus pretensiones. Casi como un negativo perverso de la historia de Lolita, la polémica novela de Nabokov que Stanley Kubrick llevaría a la pantalla en 1962, aquí la manipuladora y neurótica pasivo-agresiva es la adulta, quien se ve cada vez más sumida en la frustrante pasión que siente por la jovencita, mientras que esta última se halla atrapada en una asfixiante pesadilla de la que no sabe ni puede salir, ya que se siente culpable de las contradicciones emocionales que supuestamente le causa a su “benefactora”; en verdad, una víctima de una manipuladora de manual. Laura acorrala a Eva con su esquizofrenia, abusa de su inexperiencia y candidez y en verdad la violenta sexualmente, aunque no llegue a tener sexo explícito con la adolescente.
            Este sólido filme, perfecto en su factura y brillante en su exposición dramática, cuenta con un activo que no puede pagarse con dinero, y es la perfecta actuación de Evan Rachel Wood (Que la Cosa Funcione; La Necesaria Muerte de Charlie Countryman; Westworld temporadas I y II; En el Bosque), una actriz superlativa que asume aquí un riesgo casi inabordable, el de encarnar a un personaje patéticamente aborrecible, autodestructivo y negador, al que sin embargo dota de humanidad, fina vulnerabilidad y angustia sin límites. Entre ella y los directores logran la proeza de involucrarnos afectivamente  en el devenir de esta mujer rota por dentro y quebrada por fuera. Su compromiso actoral resulta determinante a la hora de imprimir sentido y sensibilidad a este relato, y se halla perfectamente homologado en la intuitiva entrega de la jovencita Julia Sarah Stone, verdadero hallazgo que está a la altura de las circunstancias, brindando una Eva absolutamente frágil y necesitada de contención, una adolescente con cero autoestima —merced a una madre sobre exigente y más volcada a sus propios intereses— que se deja atrapar en una ponzoña de neurosis y mentiras. No conocemos nada acerca del rodaje y preproducción de este filme (cosa común a toda la cinematografía canadiense, casi ausente de nuestras pantallas en los últimos diez años), sin embargo podemos especular sin temor a equivocarnos que la elección de esta jovencísima actriz se debió, en gran parte, a su menudo aspecto físico, el que la hace aparecer incluso más aniñada que otras adolescentes de su edad.
En una de las secuencias en que Laura intenta abordarla sexualmente, abrazándose fuertemente a ella —pecho con pecho—, las costillas visibles en su cuerpito aun no desarrollado incrementan exponencialmente la absurda violencia que corona el enfermizo deseo de la adulta. Stone brinda una performance admirable que la coloca a un mismo nivel que la Wood, lo que es decir mucho. La angustia interior que esta jovencita transmite, así como el creciente desasosiego que su personaje experimenta ante la inocultable locura de su ¿amiga?, permiten vislumbrar a una actriz de finos y múltiples recursos, dueña de una carrera sin techo. Denis O’Hare, por su parte, entrega a un padre dividido por la culpa y acosado por la incapacidad de afrontar sus consecuencias. Actor que se desenvuelve tanto en Hollywood como en su propio país, tiene aquí una difícil misión, porque debe escapar a la simple macchietta —al subrayado— así como dotar de sincera credibilidad a su catarsis previa al final, un (in)esperado pedido de perdón que acaso sirva para que Laura abra —por fin— los ojos a su propia miseria. El canadiense brinda una actuación milimétrica, sin caer en ampulosidades e imprimiéndole veracidad y honestidad a ese hombre que desearía haber sido más fuerte cuando la hora así lo requería.
            El filme contiene apuntes singularmente perfectos y una virtuosa capacidad de generar empatía en el espectador, incluso ante aquello que se pueda deplorar en lo moral; porque ocurre que esta película —ya lo apuntamos— escapa a los facilismos y evita los sermones edificantes. Sus criaturas hacen lo que pueden con sus vidas, aceptan sus pulsiones como mejor saben o apenas como se lo permiten las circunstancias, intentan amar pero descubren amargamente que no hay un manual de instrucciones para ello, del mismo modo que no lo hay para el perdón ni para la auto aceptación. Los hermanos Sanchez optan siempre por el camino más difícil (que a la larga es el más “realista”), y su conclusión —que en parte queda en manos del espectador— resulta cualquier cosa menos facilista o “feliz”, ya que (para su protagonista) tal vez sea demasiado tarde para cambios: apenas para verse claramente a sí misma y nada más. Lo que acaso no sea poco, ¡que va!, pero para alguien con los fracasos a cuestas de Laura, probablemente no alcance para un final más esperanzador.
            Allure, en definitiva, es uno de los más gratos descubrimientos de los últimos años, un filme poderosamente sugerente y atrapante, que sirve como espejo y reflejo de conductas, pero que —y por sobre todo— se construye como una obra cinematográfica mayor, cine con todas las letras, capaz de aunar estética y retórica en una feliz hermandad que incluye al espectador como una pieza más que importante de su engranaje creativo. No debería sorprender a nadie que esta fascinante cinta provenga del Canadá angloparlante, ya que como lo apuntamos en nuestros artículos acerca de los premios Oscar 2018 y sobre Casablanca y el cine (Oscars 2018/Casablanca), es Hollywood y su industria económicamente enloquecida la que ha entrado en fatal decadencia, y no el resto de las cinematografías (especialmente las de lengua inglesa, como la australiana, la británica y la que nos ocupa), las que —sin embargo— se ven limitadas en su distribución mundial, otrora floreciente, siendo abducidas por un virtual monopolio que las desplaza estratégicamente en aras de potenciar sus exclusivos productos. Cuando decíamos que La Forma del Agua (Guillermo del Toro) es una buena película, pero de ningún modo una ganadora legítima de la presea a Mejor Filme, estábamos apuntando a lo que Allure nos viene a confirmar. Ambas cintas tienen copyright de 2017 y están habladas en inglés, únicos requisitos que la Academia exige para que compitan en idénticas condiciones. Pero sencillamente jamás lo hicieron, porque Allure ni siquiera estuvo en la mira de los miopes miembros de dicha organización. De haberlo hecho, la cinta que estamos criticando debería haber pulverizado las aspiraciones de la simpática alegoría anti-Trump del fantasioso Del Toro. Y como en Argentina, además, se han reducido hasta casi desaparecer los circuitos de cine arte o independiente, el estreno de filmes no hollywoodenses se torna cada vez menos posible; tanto que ya casi no se cumple con el viejo rito de distribuir en el país  los cinco filmes nominados en la categoría “Mejor Filme en lengua no inglesa” de cada entrega, cosa que hasta hace algunos años era de rigor. Así entonces, todos los que deseen reencontrar ese cine que nos mueve y conmueve, acudan a la web y dispónganse a descargar Allure. Será tiempo bien empleado.-
           
           

1 comentario:

  1. "Allure" es sin duda una película en la que las dos actrices, se destacan por igual. Tal vez no le agrade a todos, pero a mi me encantó. Por fin algo diferente y sin tanto relleno.
    Comentario aparte existe la teoría de que Eva, es lo que le pasó a laura de niña. Asta que logró a escapar

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