La Muerte de James Bond: “Sin Tiempo Para Morir” o ‘Réquiem Para Los Nacidos en el Siglo XX’

Por Leonardo L. Tavani

    Les planteo lo siguiente: piensen en una longeva saga cinematográfica, muy lucrativa, que siempre ha despertado pasiones y cuyos filmes son estrenados alrededor del mundo con una regularidad que ya es legendaria. Ahora, y esto es importantísimo, recuerden que la saga de la que hablamos NO PERTENECE ni a la ciencia ficción, ni al género fantástico, ni al terror, ni mucho menos a los cuentos de hadas. O sea que en ella, si algún personaje muere —y mucho más su protagonista— NO VUELVE A LA VIDA EN ABSOLUTO. Los muertos, como en la realidad, muertos están. Entonces, resulta que ustedes van al cine a ver el último estreno de esta saga y llegados al final de la misma ocurre que el protagonista perece. Y no solo muere, sino que vuela en millones de pedacitos, ya que una ráfaga de misiles con “bombas racimo” le cae directamente encima. Es más, en un plano decisivo la cámara se coloca a menos de 35 grados del perfil de este hombre, tomándolo de cuerpo entero, de modo que podamos verlo en plenitud y asistamos a su ordalía. Y allí mismo, al tiempo que el tipo esboza una sonrisa de satisfacción por haber salvado a su mujer e hija, la onda de choque de las bombas arrasa con él en primerísimo plano. O sea, no hay dudas; no hay trampas tampoco. El tipo murió. Tanto, que ni cadáver ha quedado. Se vaporizó. Pues bien, el tipejo en cuestión era James Bond, agente 007 al servicio secreto de Su Majestad. O mejor dicho, era el impostor que había usurpado su nombre y número desde 2006. Y ojo, que nadie se llame a engaño: el hombre que lo interpretó hasta aquí, un tal Daniel Craig, es un actorazo; ni más ni menos. Él no tiene la culpa del atroz mamarracho que le hicieron protagonizar: le dijeron que ahora el espía era un sujeto torturado, autodestructivo y con tendencias suicidas, incapaz de permitirse vivir (cuestionándose todo el tiempo su calidad de asesino al servicio del Estado), y siempre dispuesto a sacrificar todas las cosas por las que vale la puta pena permanecer en esta roca que gira en el espacio. Y lo hizo maravillosamente bien, por cierto. Pero no me quiero ir de tema. Dije que el tipo murió, y punto. Sin embargo, los productores nos avisaron, como siempre, que “James Bond volverá”. No 007, que podría ser cualquiera (la propia Lashana Lynch, de hecho, que aquí interpreta a la nueva 007), sino el mismísimo James Bond. Y así es. Hace rato que están las negociaciones en marcha para elegir al nuevo actor que lo interpretará: Barbara Broccoli declaró hace meses que desea que Cary Fukunaga (director y coautor de este último latrocinio) vuelva a ponerse tras las cámaras del próximo film, y otras cosas por el estilo. Tampoco estará de más que les indique que Felix Leiter, agente de la CIA y posiblemente el único amigo genuino de Bond, también estiró la pata en No Time To Die. Sí señores. Muertito y enterrado. Bahhh, lo de enterrado es un decir, ya que su cadáver se fue hundiendo hasta el fondo del casco de un buque a punto de naufragar, y apenas unos minutos después, cuando el impostor Bond logra escapar y se monta a un improbable bote inflable (igualito al que usaba Bond, el verdadero, en el final de Operación Trueno / Thunderball, en 1965; otro de los ciento y pico de detallitos para fans que la cinta echa por ahí como migajas), dicho buque explota en mil pedazos, vaya uno a saber por qué. Así que tampoco quedan dudas con Leiter: si resucita es pura ficción. Como su amigo 007, que solo lo sobrevivirá media película más, no queda ni cadáver para clonar.
La verdad, en estos últimos meses me he divertido como loco con videítos varios en youtube, donde una sarta de chichipíos de primera línea ensayaron teorías disparatadas y parlotearon como si supieran de lo que están hablando. Sé que sueno pedante, pero hay cada caso que te pone los nervios de punta. ¿Quieren un ejemplo? Fácil: millares de informes dan cuenta de un tema que parece preocuparles muchísimo, el de la cronología de los filmes Bond. Pues no hay ningún tema allí, ni cuestión, ni problemática alguna: Saltzman y Broccoli, cuando aun mantenían su sociedad, decidieron —sin mucho análisis ni problema— CONTINUAR PRODUCIENDO LAS PELÍCULAS (hasta dónde los acompañara el éxito, se entiende; ni ellos esperaban que la saga estuviera vigente en 2021/22) SIN REALIZAR NINGÚN AJUSTE DE TEMPORALIDAD O COSA PARECIDA. CADA FILME ESTARÍA AMBIENTADO EN SU RESPECTIVO “PRESENTE”, Y A PARTIR DEL FUGAZ PASO DE GEORGE LANZEBY POR LA FRANQUICIA, QUEDÓ CLARO QUE CADA NUEVO ACTOR INTERPRETARÍA NI MÁS NI MENOS QUE AL MISMO PERSONAJE. EL PASO DEL TIEMPO SERÍA, TAN SOLO, UN DETALLE PURAMENTE ACCIDENTAL, TOTALMENTE SUBSIDIARIO DE LA FICCIÓN. O SEA, JAMES BOND ES TERNAMENTE EL MISMO, CON SU MISMA HISTORIA Y CON SUS MISMAS MAÑAS. Lógico, cada actor le ha aportado su impronta y su estilo, y está claro que cada guionista ha trabajado sus guiones teniendo muy en cuenta el perfil de cada intérprete (cosas que se escribían para Moore no encajaban con Dalton, por ejemplo; y así con todo el resto), pero a todos los efectos es el mismo individuo. Puede sumar aliados o amigos, como Jack Wade (Joe Don Baker), Bill Tanner (Michael Kitchen durante la era Brosnan; Rory Kinnear en la era Craig) o Valentin Zukovsky (Robbie Coltrane), pero siempre es el mismo espía. Es más, la cuestión básica en esta decisión tuvo que ver directamente con una razón económica y otra argumental: la económica, porque si todos los filmes se ambientaban en la primera mitad de la década de los ‘60s eso costaría MUY CARO. Vestuario, automóviles y todo lo que se les ocurra tiene que salir de los talleres de utilería o comprarse en el mercado de usados vintage (en EE UU e Inglaterra, por caso, ciertas automotrices tienen una línea de producción cuasi artesanal exclusiva para la industria audiovisual con matrices de modelos antiguos; pero sus productos son costosos), y eso por no hablar de las tomas en exteriores, que cuando se ambienta una peli en el pasado son una pesadilla: miren, si no, el retraso que eso creó en las nuevas temporadas de series como The Marvelous Mrs. Maisel o Peaky Blinders.  Ahora, y por ejemplo, ¿pueden creer que dos youtubers de larga prosapia en la red se preguntan horrorizados quién carajos es Teresa Bond, el nombre que aparece en la lápida sobre la tumba que visita Moore al inicio de For Your Eyes Only (1981)? ¿Y quién cuernos va a ser…? ¡Es Tracy Draco, su esposa asesinada dos horas después de casarse a manos de Blofeld y frau Blunt! Tracy es el apelativo en inglés de Teresa, y de hecho, Marc Ange Draco —su padre— la llama así en varios pasajes del filme (y también Bond, claro); y por si eso no les alcanza, su título nobiliario era Teresa, Condeza de Vicenzo, por haber estado casada con el Conde de Vicenzo, de quien perdió el bebé por cuya depresión estaba a punto de suicidarse al principio tanto del filme como de la novela; además, la tumba muestra como año de fallecimiento 1969, que es precisamente el del estreno de Al Servicio Secreto de Su Majestad, filme donde todo esto ocurre (y algo más que ilustra el tema de la continuidad del personaje: en su fugaz regreso, Connery arranca Los Diamantes Son Eternos buscando a Blofeld para vengarse por el asesinato de Tracy). ¿En serio pretenden difundir contenido en redes, sacando chapa y pecho, y no saben algo tan simple? Pues bien, en otro video uno de estos salamines se pregunta si el Bond de Tomothy Dalton estuvo casado o no… ¡Y claro que sí, muchachín! ¡Si es el mismo Bond! ¡Y además, en Licence to Kill (1989), en la secuencia en que Della (Priscilla Barnes) le arroja su liga (lo que se supone implica matrimonio próximo), Bond/Dalton se entristece y se la devuelve, a lo que Felix Leiter (David Hedison) le explica (en tono triste) que “estuvo casado hace mucho tiempo…”? ¿Lo entendieron, o les hago un dibujito?

Pues bien, todo esto, mis amigos, ha cambiado drásticamente con la era Craig porque, por vez primera, se ha tratado de un reboot. Por eso el personaje está apenas remotamente basado en el de las novelas de Fleming y aun más remotamente inspirado en el de las películas anteriores, y toda su biografía es pura invención y no se ajusta en nada a la historia canónica del personaje. Por ejemplo, toda la perorata de Vesper Lynd en el tren a Montenegro en Casino Royale (2006) es por completo errónea. Esto ya lo expliqué en mi serie de tres artículos del anteaño pasado, en la que desarrollé exhaustivamente la historia tanto literaria como cinematográfica de nuestro héroe, así que no volveré sobre el tema. Baste recordar que Bond no fue a la universidad que menciona Vesper, sino a la de Génova primero y a Cambridge después, aunque no concluyó sus estudios. No era pobre, sino todo lo contrario: era heredero de una baronía en las Highlands escocesas y poseedor de un fideicomiso envidiable, y mucho menos era hijo único, ya que tenía un hermano mayor, Henry, junto a quien fue enviado a vivir a casa de su tía Charmain Bond inmediatamente después de la muerte de sus padres, etc., etc. Y otra cuestión que desvela a youtubers como si del sentido de la vida se tratara, es la de cuál fue el mejor Bond en el cine: otra estupidez fútil de toda futilidad, ya que no hay discusión alguna: Sean Connery fue el mejor, y no por ser el primero, sino porque construyó al personaje con una argamasa única y perfecta. Su Bond está lleno de matices (algo que los ignorantes en red parecen no saber entender en absoluto), es narcisista, mujeriego y hedonista, irreverente, indisciplinado y socarrón; y aun así sabe disimular todos esos defectos con una pátina de virilidad y encanto que cautiva a sus interlocutores. Hasta M, siempre paternalmente disgustado con el ocio sibarita de su agente, deja vislumbrar en ocasiones la secreta admiración que siente por Bond. Además, y más allá de los aciertos en los guiones de aquellas primeras películas, nadie más (y quiero decir NADIE; ni siquiera Craig) ha sabido jugar actoralmente con tanta perfección y sofisticación la relación entre el espía y Moneypenny. Única mujer a la que realmente respeta (y a la que no ve como simple objeto), sus eternos coqueteos eran una fiesta para el espectador y resultaban sorprendentemente “modernos”. En Thunderball (1965), por ejemplo, Bond está hablando con ella por teléfono desde la clínica Schrublands, informando acerca del extraño cadáver que el conde Lippe ocultó la noche anterior, pero Moneypenny no le hace caso y lo bombardea con chistes de doble sentido, a lo que 007 le responde que se deje de molestar y le preste atención, “¡o iré hasta allá y te daré de nalgadas!”. “¿Ah sí…? ¡Me muero de ganas… no veo la hora!”, responde ella mordisqueando un lápiz y poniendo cara de chica traviesa. Esa, y otras tantas secuencias, son impagables. Y sólo Connery sabía establecer el tono exacto para que Lois Maxwell se luciera y a la vez estuviera “empoderada”. Y uso este término que detesto, mitad neologismo mitad adjetivo, porque la Moneypenny que actuaba junto al Bond de Connery jamás pareció una muñeca inflable desprovista de independencia o simplemente dejada al arbitrio del machismo al uso, sino todo lo contrario. Junto al actor escocés ella aparecía como dueña de su propia sexualidad, se ponía en un pie de igualdad con el “macho alfa” que representaba el espía y le disputaba su propio terreno. Ya con Moore, incluso en las tres primeras del actor (cuando aun lucía relativamente joven), el clima entre ellos se vuelve radicalmente diferente: las chanzas y jueguitos son inocentes, carentes de sexualidad implícita, y la actitud de Moore/Bond hacia ella —ayudada por el hecho de que Maxwell comenzaba a envejecer— convierte a sus encuentros en un mero galanteo entre viejos amigos que comparten una mesa en algún salón de té frecuentado por la nobleza. Pero claro, entender cómo funciona esta dinámica implica comprender cuando menos un poco acerca del arte de la actuación; haber leído, siquiera, a Stanislavsky o a Harold Pinter… pero no, en youtube y demás redes se vuelven “famosos” y virales muchos que no saben realmente de lo que están hablando. A eso me refería antes. Repito, pareceré pedante, pero me pasé la vida leyendo y aprendiendo acerca de esto que amo (aunque no me ha reportado un centavo, les seré franco), y me indigna la liviandad y superficialidad con que las transformaciones tecnológicas les han dado “voz y voto” a los que solo venden humo (aunque bien “empaquetado”, cómo no). Y algo más todavía acerca de esto: las redes han generado un problema supremo que muy, pero muy pocos, parecen advertir con claridad. Y es que en el reino de internet NO EXISTEN LOS EDITORES. Me explico: un diario, una revista, tienen un director y un editor responsable. El primero dirige al equipo, reparte tareas y encarga artículos, y además decide el perfil y contenidos de cada edición; pero el segundo es incluso más importante, porque representa un timón más férreo y sólido. Supervisa desde las cosas que pueden generar controversia hasta las que pueden poner en riesgo a la empresa, decide el rumbo estético y ético del medio, e impide que se cometan errores tales como publicar una denuncia sin el chequeo de al menos tres fuentes y cosas por el estilo. Desde la era de las redes, los youtubers, instagramers y demás entusiastas del onanismo virtual se lanzan al ruedo sin filtro y sin producción alguna, sin un editor que les diga “¡pará! ¡te estás equivocando aquí! ¡repensá tal cosa!”. O al revés, que les señale una dirección totalmente diferente y les abra otros horizontes temáticos y de público. Así surgen desde comediantes que suben videítos en los que no hacen reír a nadie, a estrellas de la cocina que serían expulsadas de MasterChef el primer día de concurso. Los tan criticados medios tradicionales (audiovisuales o gráficos) garantizan, cuando menos, una política de producción y edición de contenidos que obedece a reglas precisas y profesionales. Incluso en los medios K, que son una mera usina de propaganda nazi fascista al servicio de esa facción, hay una política de producción precisa y elaborada. Para el mal, y en contra de todas las reglas del periodismo, pero reglas al fin. Los “pibes de las redes” son, en cambio, un ejército irregular de bienintencionados sin control de “calidad”. En fin, así estamos.

Pero volvamos a Bond. Entonces, como dije mucho más arriba, si esto es un reboot, ¿por qué no intentar un cambio tan drástico y que transforme la esencia misma del personaje? Pues, para volver a una terminología que usé profusamente en los primeros años de este blog, tratándose de un héroe cuya fuente es la literatura, diré que vos podés —como mucho— cambiarle el pathos, pero nunca el ethos. El mejor ejemplo práctico que puedo brindar es Sherlock, la serie de BBC que lanzó a la fama a Benedict Cumberbatch, en la que además del cambio temporal (está ambientada en el presente, pero esto es casi irrelevante), se nos presenta a un Holmes mucho más diferente que el literario, con problemas psiquiátricos además de emocionales, más misógino, más adicto a las drogas, más peligroso incluso… (si hasta una hermana sicótica le aparece, lo que hubiera causado el suicidio de Conan Doyle de estar vivo), ¡pero a pesar de todo ello sigue siendo Holmes! Porque sus creadores y showrunners alteraron parte de su personalidad, potenciando defectos y demás cosillas, pero dejaron intactas sus verdaderas señas de identidad. O sea, este Sherlock siglo XXI dialoga con su “progenitor” de finales del XIX e inicios del XX, y así se complementan, se vuelven más atractivos ambos, por paradójico que parezca. Pues bien, nada de esto sucede con el Bond 2006 de Craig. Por mucho que encandile a críticos y espectadores, aunque estos cinco filmes hayan recaudado carretillas de dinero, y aunque se disfrace de “cine con prestigio” a este intento por dramatizar al personaje, nada de esto evita que bajo la superficie se trate de otro tipo, otro hombre, otra historia, otras circunstancias. ¿Y qué problema hay con ello, me dirán ustedes…? Sencillo (y esta es la clave de bóveda de todo este artículo): la actual metamorfosis conceptual del personaje se llevó a cabo SIN ALTERAR NI CAMBIAR EN ABSOLUTO LA “IMAGO MUNDI” EN QUE JAMES BOND VIVE Y ACTÚA. “Imago mundi” es una expresión latina que quiere decir “imagen o representación del mundo”, y se utiliza cuando se desea referenciar a las profundas razones ideológicas, materiales, políticas y sociológicas que dan forma a la sociedad en general y, sobre todo, a una en particular (como la sociedad árabe, o la occidental, por ejemplo). En términos literarios y audiovisuales esto refiere al particular universo contextual en que viven, se desarrollan y crecen los distintos personajes de la ficción; y por extensión, se aplica también a los otros personajes secundarios de una trama y a sus respectivas circunstancias. James Bond, entonces, “vive” y actúa dentro de una imago mundi que —absurdamente— ha sido dejada intacta, mientras que su habitante central se traviste en alguien completamente diferente que jamás reaccionaría con estas personas ni haría lo que hace al modo del “viejo Bond”. Pero lo obligan a ello, y esto se traduce en una tensión de la lógica narrativa que dinamita la cuerda de la verosimilitud y dificulta la empatía. Para disimularlo, y por lo visto con éxito, se ha echado mano al recurso de la “reinvención”, la supuesta “necesidad” de “evolución” del personaje, la sobrecarga de intensidad dramática sobre los hombros de Daniel Craig (la que este actor logra soportar porque es muy bueno como tal, pero a costa de que ello se vuelva en contra del personaje, dañando su relación empática con cierta parte de la platea, repito), y la inclusión de personajes que jamás se relacionarían con 007 de la manera que lo hacen en esta etapa. Pero todo ello, empero, sucede y transcurre dentro del “viejo mundo”, bajo las mismas y gastadas reglas, y forzando al espectador a aceptar las mismas conclusiones cuando antes le han pedido que se atenga a nuevas premisas. El último filme, por caso, pretende que nos traguemos a este James Bond retirado, depresivo y alejado del mundo, totalmente dispuesto a aceptar en un santiamén que una amante a la que no ve hace 5 años le aparezca con una hijita de 4… ¡pero a la vez nos refriega en la cara hasta el Aston Martin V8 Vantage que usó Timothy Dalton en The Living Daylights! ¿En qué quedamos entonces? ¿Es el mismo o es otro tipo? ¿Alguien me presta un GPS?

Antes que nada, pues,  diré que este Bond realista (palabreja peligrosa de usar refiriéndose a 007) hace cualquier cosa excepto combatir las auténticas amenazas que enfrentan las naciones del primer mundo. Un poco mejor disfrazado en Casino Royale (y algo menos en Quantum of Solace), el agente sigue detrás de megalómanos y locos que quieren dominar el mundo, y por supuesto persiguiendo a delirantes organizaciones del mal que ya no causan miedo a nadie. Quantum, Spectre, son todos gastados recursos propios de la época de la guerra fría, cuando la forma de evadir la obvia rivalidad este/oeste consistía en inventarse estos estrafalarios sindicatos criminales que le ponían pimienta al juego del gato y el ratón entre las grandes potencias. La mejor forma de comprender esto es recurrir a la nostalgia televisiva y echarle una mirada a Kaos, la organización maligna que le hacía la vida imposible a Maxwell Smart en la maravillosa comedia Get Smart (El Superagente 86), creada por Mel Brooks y Buck Henry. Lo cierto es que Kaos no era una “joda” a Spectre, sino a Trush, el sindicato criminal que era combatido por UNCLE (CIPOL) en The Man from UNCLE (El Agente de CIPOL), otra serie mítica. De hecho, CONTROL (la agencia de Max y la 99) era una parodia de la CIPOL de la serie protagonizada por Robert Vaughn y David McCallum. Esas agencias del mal, siempre adscriptas al lado soviético, eran —empero— una forma de hacer más vendible sus respectivas series y bajaban la tensión cultural entre las potencias rivales. Aunque se les censuraron muchos episodios y también se alteraron los textos en cada respectivo doblaje, estos productos se vendieron en muchos países de detrás de la cortina de hierro (sobre todo hacia finales de la década de los ‘60s), algo que hubiera sido imposible si los enemigos jurados en sus tramas hubieran sido siempre los soviéticos. Por eso, ver a este Bond “deconstruido” combatir los mismos enemigos que 60 años atrás causa bastante decepción; así como asistir al patético espectáculo de villanos egocéntricos y narcisistas tan absurdos como el Silva de Skyfall, el paupérrimo Blofeld de Spectre, o el fallido y esperpéntico Safin de No Time to Die, pésimamente interpretado por Rami Malek. Y ni hablemos de las tramas de estas cintas, a cual más delirante. En esta última, que marcó el certificado de defunción tanto del personaje como de la saga misma, solo faltaron la reina Borg y Siete-de-Nueve, porque este virus absurdo no es otra cosa que un burdo “afano” de la idea de las Nanosondas Borg de Star Trek: The Next Generation y Star Trek: Voyager. Ya en Casino Royale, a pesar de los elogios de la crítica internacional, se hacía notar el hecho de lo descolgado que lucía el mini desfibrilador en el Aston Martin del espía para una peli “tan con los pies en la tierra”. De allí en más, esta suerte de híbrido descarado —con un pie en cada mundo y facturando de ambos— se hizo cada vez más patente en cada película (en Spectre causó vergüenza ajena, la verdad), a la vez que se incrementaron los alocados agregados “parentales” de Bond. Desde un impensable “hermanastro” que no es tal (porque para serlo deberían compartir lazo genético con al menos uno de sus padres) y que lo odia por razones hilarantes, hasta este romance de pacotilla con Madeleine Swann y la súbita aparición de una hija. En fin. Patético. Todas las señas de identidad que moldean al personaje se arrojaron por la borda, y sin embargo le hacen hacer cosas que se dan de patadas con tanto realismo. La secuencia inicial de Spectre, por caso, es una barbaridad a todo trapo: 007 está de licencia, no tiene órdenes superiores ni misión asignada, pero eso no evita que esté en un país extranjero muñido de armas sofisticadísimas y que luego pueda escapar del mismo sin que nadie lo detenga. Nadie viaja armado (solo una valija diplomática podría introducir armamento en otro país, pero post Torres Gemelas es obligatorio que una cancillería avise a otra que habrá material de ese tipo en un envío), y mucho menos podría ser asistido por la célula del MI-6 en dicho país si no hay órdenes previas de Londres… ¡¡¿¿y cómo diantres cruzó la frontera por aire, luego de volar todo un edificio, sin que la fuerza aérea mexicana lo derribe de un misilazo…??!! A eso súmenle que todo lo que vino después en dicho filme fue una atrocidad argumental, con un Blofeld de cartón pintado horrorosamente interpretado por Christoph Waltz, quien echa mano de todo su repertorio de sobreactuaciones, guiños y desmesuras sin sentido, bien al estilo de su atroz participación en ese bodrio que fue The Green Hornet. En una de las críticas del filme alguien se preguntaba cómo era posible que con un solo disparo de una pistola vuele por los aires toda una instalación gigantesca y en gran parte subterránea, como sucede allí, y uno no puede evitar sentirse interpelado por tal enigma. Recuerdo bien que a pesar de todo eso, al salir del cine, sentí que me había entretenido mucho más que con las anteriores, y eso era porque Spectre echaba mano de múltiples elementos de la tradición 007 (el poderoso sicario del villano, persecuciones “cool” y sofisticadas, locaciones mejor aprovechadas, una buena utilización del personaje de Q), lo que paradojalmente era también su mayor debilidad, convirtiéndola en un híbrido imposible de tragar (y ni hablemos de algunos diálogos que parecieron escritos por Capusotto). El síndrome “somos el futuro pero no soltamos el pasado” está presente en toda la etapa Craig, incluso en la cinta inicial. Y eso no ayuda en absoluto. Alguna vez escribí aquí que Discovery y Picard, esas dos inmundicias apestosas que usurpan y enlodan la franquicia Star Trek, no están realmente dirigidas a nosotros —los mayorcitos de 50, o simplemente quienes hayan disfrutado de las series anteriores— sino a los consumidores centennials que no tienen ni idea del pasado y que no logran mantener la atención en una pantalla por más de 35 segundos sin arrojarse como posesos sobre sus otras pantallas, las de los smartphones y tablets. Alguien objetará que en Picard aparecen actores y personajes del pasado, pero eso tampoco está realmente destinado a nosotros: los pibes ven a uno de ellos y, de inmediato, corren a wikipedia para averiguar quién corno es. Y listo. El pasado y el presente resumidos en un click. Por eso Guinan o Siete-de-Nueve pueden ser presentadas como radicalmente diferentes a lo que eran, porque a los “bepis” no les importa, ni se tomarán el trabajo de comprobarlo. Ver un episodio de Voyager sería, para ellos, una tortura intolerable. Pero en el caso de la saga 007 ha operado en gran parte la magia de la gran pantalla, más que nada gracias a que Cubby Broccoli se negó siempre a que el personaje pasara a la pantalla chica  o que siquiera hubiera en ella algún spin off del mismo. La espera de cierta cantidad de años entre filmes, el glamour y encanto con que se los arropa y la imposibilidad de obtener más dosis de Bond por otras vías, han logrado que incluso los fanáticos del pasado “compren” esta versión de 007; no quizás con fervor ni enjundia, pero sí con no poca resignación. Pero más allá de mi personal opinión, que cualquiera de mis lectores puede refutar a su gusto, la suprema desviación de todas las  premisas primarias del personaje que se ha encarado en No Time To Die ha sido demasiado. A pasado casi un año desde su demorado estreno en cines y no ha cesado la polémica causada por las arriesgadas e infortunadas decisiones tomadas en su trama. Este viernes, sin ir más lejos, durante un momento de distensión en su programa radial, Baby Etchecopar hace una broma en la que menciona a Bond (es un fan declarado de la saga), a lo que Guadalupe Vázquez contesta con una larga diatriba en contra de la muerte del personaje. Toda la mesa (Benedetti, Gasulla y la locutora) se unió a sus críticas y se acabó debatiendo el tema por casi 15 minutos. Esto no pasó a la semana del estreno de la película, sino ayer, viernes 13 de mayo de 2022. Y protagonizaron dicho momento radial periodistas políticos, no de espectáculos o chimentos. Es algo que quedó en el aire y está allí, en la cultura popular. La buena actuación de Daniel Craig, e indudablemente la astuta lavada de cara a la serie en general, contribuyeron a que tanto las jóvenes generaciones como un vasto público de variada condición socio cultural se acercara a la saga, y muchos de ellos se han visto defraudados por esta inopinada conclusión. Como lo he dicho en otros artículos, una cosa es que mates a un personaje de historieta (un superhéroe como Iron Man, por caso), ya que el propio ethos de dicho género permite con libertad abusar de las reinvenciones, resurrecciones, reboots, líneas temporales alternas o universos paralelos; y otra muy distinta es manipular insensatamente a un personaje supuestamente “realista”, que no se asienta ni en la sci-fi ni en la fantasía. Los excesos infantiles en la saga durante la era Moore no obedecieron a otra cosa que no fuera buscar el alto impacto en la platea concitando a la vez el mayor número de espectadores. Y eran consistentes con el perfil que el actor le brindó al personaje. Él mismo se sintió incómodo cuando leyó la parte del guión de For Your Eyes Only (1981) en la que tenía que matar a Locque empujando su automóvil hacia el precipicio. Lo discutió con los productores y a la larga cedió, más que nada porque le hicieron entender que la cinta que estaban rodando se había concebido en un tono más serio y realista para acallar así las críticas por las altas dosis de disparate en Moonraker (1979). Entonces, ¿cómo se vuelve de algo como lo sucedido? ¿Cómo diantres espera Barbara Broccoli que nos dispongamos mansamente a ir al cine dentro de un par de años, para ver las aventuras de un tipo que hemos visto morir impiadosamente en la cinta anterior? ¿Cómo cuernos se vuelve de una secuencia supuestamente dramática y cargada de dolor, como esa en la que M brinda a la memoria del fallecido Bond en las mismísimas oficinas del MI-6? ¿Cómo carámbanos nos “fumamos” todo esto cuando no se trata de un producto de Marvel Cómics ni de DC Cómics, sino de uno supuestamente convencional? Me tendrán que hacer un dibujito, porque no tengo idea.

En cuanto al filme mismo, y esto para ir terminando, debo decir que absolutamente todo el mundo ha estado equivocado. Por supuesto, una vez más me expongo a sonar pedante, pero créanme que no se trata de mí ni de nadie más; las razones por las que gran parte de la crítica (atención, no toda) le fue arrastradamente aduladora hay que buscarla en otro lado: hace más de dos décadas que el negocio cambió, y eso implica una relación muy pero muy directa entre críticos y productores (y distribuidora, en el resto del mundo). Los primeros actúan como los influencers de las redes sociales, y así como estos reciben productos gratis de las marcas que promocionan (además de las últimas novedades y lanzamientos de dichas empresas), los críticos resultan invitados vip a eventos exclusivísimos, se les garantizan entrevistas igualmente exclusivas a productores, actores y directores, se les obsequia merchandising premiun y ediciones en blu-ray antes de su lanzamiento comercial, más un larguísimo etcétera. Todo esto influye decisivamente en la opinión que luego aparece publicada, a no dudarlo; pero por otro lado tenemos a otro tipo de comentaristas, los bienintencionados, quienes han creado sitios web exclusivos y dedicados a esta u otras sagas, los que si bien operan dentro de una razonable buena fe, no dejan de ser aficionados (con años de trabajo en la web, sin embargo) cuya mirada resulta carente de un elemento decisivo: el estudio, la formación y la lectura constante. Alguien que, por muy honesto y ducho que sea, no haya leído jamás un libro sobre teoría cinematográfica o acerca del arte cinematográfico, no está genuinamente cualificado para el desafío. Que no se me malentienda, sin embargo, ya que no les niego derecho a ejercer el oficio; lo hacen, y bienvenidos sean. Pero ser un cinéfilo o un “serie adicto” no garantiza que se tenga la mirada entrenada en las complejas sutilezas del arte audiovisual; hay que aunar millares de horas de visionado con millares de horas de lectura de calidad para comenzar a educar dicha mirada. Hecha esta salvedad, que en parte explica que tantos hayan caído arrobados por esta película espantosa y desarticulada, solo cabe apuntar lo absurdo de su trama, la absoluta falta de química entre Craig y Lèa Seydoux, el paupérrimo villano Safin (morosamente interpretado por Remi Malek en plan “páguenme y me voy a casa a tomar Nesquick”), el completo desbalance entre las dos mitades del filme y el notable cambio de tono en su segunda parte, los mil y un gadgets y/o guiños a la historia de la saga (que distraen del supuesto tono dramático del filme), los infumables esbirros del villano (una galería de salames picado grueso liderados por un idiota con un ojo de juguete), los vergonzosos giros del guión (que incluyen increíbles cambios de actitud de sus personajes, como ese subrepticio e infantil pedido de la nueva 007, que quiere devolverle el “cargo” a Bond en un súbito brote de generosidad), la disparatada aparición de una hija de Bond y la manera en que este la acepta (totalmente alejada del personaje que fue ¡¡hasta 10 minutos de metraje antes!!), la mamarrachesca muerte del igualmente payasesco Blofeld, y así podríamos seguir hasta el infinito. A favor, apenas si se salvan la escena de apertura en Italia (aunque el ataque al Aston Martin, convertido en un queso gruyere de hojalata, resulta tan absurdo como propio de otra película) y el escape de la fiesta en Cuba, con una maravillosa Ana de Armas que mereció más tiempo en pantalla…¡¡¡porque sencillamente fue lo mejor de la película!!! Su novata agente Paloma se devoró la peli en cuatro minutos, estableció con Craig una fenomenal química que ya hubiera querido lograr la glacial Seydoux, y mostró una sensualidad y un dominio de la escena dignos de una cinta de la era dorada de Tarantino. Demasiado poco para como para llenar los huecos de una producción vergonzosa y vergonzante, una que pretendió despedir a su protagonista (algo inédito hasta aquí, y que bien hubieran merecido Connery y Brosnan, los respectivos rey y virrey de la saga), y para hacerlo se embarcó en un despropósito mayúsculo que ha conspirado contra la propia base de sustentación de la serie.

 En lo personal, siempre creeré que la visión que aportó Sam Mendes era incorrecta, pomposa y negativa; pero aun así puedo afirmar que sus dos películas fueron, como mínimo, parcialmente          disfrutables. Y es que Mendes es un artista con mayúsculas, quizás inadecuado para este tipo de filmes, pero al fin se trata de un cineasta de cabo a rabo, mientras que Fukunaga se revela en esta ocasión como apenas un artesano mediocre y carente de vuelo artístico, o siquiera de una sabia visión de conjunto. Sin Tiempo Para Morir ha firmado, pues, el certificado de defunción del personaje y la saga, aunque la verdadera tragedia consistirá en que dentro de poco, cuando llegue el próximo filme con su nuevo protagonista, las salas de cine se colmarán de personas ávidas de pasar un rato de pura evasión, lo que no tiene nada de malo —por supuesto—, solo que estarán allí porque no se habrán hecho ninguna de estas preguntas previas y solo se habrán enfocado en los chismes de las redes sociales. Temo que para aquella parte de la platea que renunció por completo al drama, las buenas comedias o incluso al thriller serio, y que vive apegada a las novedades y lo efímero, la próxima peli Bond será apenas una excusa más para comer pochoclo, chatear en la penumbra de la sala o pasar siquiera un buen momento. Quienes sean un poco, siquiera un pelín más exigentes, no estarán allí. Ellos, entre quienes me hallo, sabrán entonces (como ya lo sabemos ahora) que algo se habrá perdido para siempre. En un mundo tan cambiante e inestable, en el que quedan tan pocas certezas, la certeza de que cada dos o cuatro años teníamos una cita de honor con alguien que conocíamos de memoria y de quien sabíamos exactamente qué esperar, era algo reconfortante que nos mantenía ese alguito de ilusión tan necesaria para nuestras vidas. Nos quitaron esto; primero metamorfoseando horrendamente a este personaje tan querido, y luego sencillamente matándolo. Ahora, mañana en realidad, lo traerán mágicamente de vuelta. Pero no será el mismo. No puede serlo. Nosotros tampoco. La inocencia se pierde una vez.-   

 

 

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