Por Leonardo L. Tavani
Pero volvamos a Bond. Entonces, como dije mucho más arriba, si esto es un reboot, ¿por qué no intentar un cambio tan drástico y que transforme la esencia misma del personaje? Pues, para volver a una terminología que usé profusamente en los primeros años de este blog, tratándose de un héroe cuya fuente es la literatura, diré que vos podés —como mucho— cambiarle el pathos, pero nunca el ethos. El mejor ejemplo práctico que puedo brindar es Sherlock, la serie de BBC que lanzó a la fama a Benedict Cumberbatch, en la que además del cambio temporal (está ambientada en el presente, pero esto es casi irrelevante), se nos presenta a un Holmes mucho más diferente que el literario, con problemas psiquiátricos además de emocionales, más misógino, más adicto a las drogas, más peligroso incluso… (si hasta una hermana sicótica le aparece, lo que hubiera causado el suicidio de Conan Doyle de estar vivo), ¡pero a pesar de todo ello sigue siendo Holmes! Porque sus creadores y showrunners alteraron parte de su personalidad, potenciando defectos y demás cosillas, pero dejaron intactas sus verdaderas señas de identidad. O sea, este Sherlock siglo XXI dialoga con su “progenitor” de finales del XIX e inicios del XX, y así se complementan, se vuelven más atractivos ambos, por paradójico que parezca. Pues bien, nada de esto sucede con el Bond 2006 de Craig. Por mucho que encandile a críticos y espectadores, aunque estos cinco filmes hayan recaudado carretillas de dinero, y aunque se disfrace de “cine con prestigio” a este intento por dramatizar al personaje, nada de esto evita que bajo la superficie se trate de otro tipo, otro hombre, otra historia, otras circunstancias. ¿Y qué problema hay con ello, me dirán ustedes…? Sencillo (y esta es la clave de bóveda de todo este artículo): la actual metamorfosis conceptual del personaje se llevó a cabo SIN ALTERAR NI CAMBIAR EN ABSOLUTO LA “IMAGO MUNDI” EN QUE JAMES BOND VIVE Y ACTÚA. “Imago mundi” es una expresión latina que quiere decir “imagen o representación del mundo”, y se utiliza cuando se desea referenciar a las profundas razones ideológicas, materiales, políticas y sociológicas que dan forma a la sociedad en general y, sobre todo, a una en particular (como la sociedad árabe, o la occidental, por ejemplo). En términos literarios y audiovisuales esto refiere al particular universo contextual en que viven, se desarrollan y crecen los distintos personajes de la ficción; y por extensión, se aplica también a los otros personajes secundarios de una trama y a sus respectivas circunstancias. James Bond, entonces, “vive” y actúa dentro de una imago mundi que —absurdamente— ha sido dejada intacta, mientras que su habitante central se traviste en alguien completamente diferente que jamás reaccionaría con estas personas ni haría lo que hace al modo del “viejo Bond”. Pero lo obligan a ello, y esto se traduce en una tensión de la lógica narrativa que dinamita la cuerda de la verosimilitud y dificulta la empatía. Para disimularlo, y por lo visto con éxito, se ha echado mano al recurso de la “reinvención”, la supuesta “necesidad” de “evolución” del personaje, la sobrecarga de intensidad dramática sobre los hombros de Daniel Craig (la que este actor logra soportar porque es muy bueno como tal, pero a costa de que ello se vuelva en contra del personaje, dañando su relación empática con cierta parte de la platea, repito), y la inclusión de personajes que jamás se relacionarían con 007 de la manera que lo hacen en esta etapa. Pero todo ello, empero, sucede y transcurre dentro del “viejo mundo”, bajo las mismas y gastadas reglas, y forzando al espectador a aceptar las mismas conclusiones cuando antes le han pedido que se atenga a nuevas premisas. El último filme, por caso, pretende que nos traguemos a este James Bond retirado, depresivo y alejado del mundo, totalmente dispuesto a aceptar en un santiamén que una amante a la que no ve hace 5 años le aparezca con una hijita de 4… ¡pero a la vez nos refriega en la cara hasta el Aston Martin V8 Vantage que usó Timothy Dalton en The Living Daylights! ¿En qué quedamos entonces? ¿Es el mismo o es otro tipo? ¿Alguien me presta un GPS?
Antes que nada, pues, diré que este Bond realista (palabreja peligrosa de usar refiriéndose a 007) hace cualquier cosa excepto combatir las auténticas amenazas que enfrentan las naciones del primer mundo. Un poco mejor disfrazado en Casino Royale (y algo menos en Quantum of Solace), el agente sigue detrás de megalómanos y locos que quieren dominar el mundo, y por supuesto persiguiendo a delirantes organizaciones del mal que ya no causan miedo a nadie. Quantum, Spectre, son todos gastados recursos propios de la época de la guerra fría, cuando la forma de evadir la obvia rivalidad este/oeste consistía en inventarse estos estrafalarios sindicatos criminales que le ponían pimienta al juego del gato y el ratón entre las grandes potencias. La mejor forma de comprender esto es recurrir a la nostalgia televisiva y echarle una mirada a Kaos, la organización maligna que le hacía la vida imposible a Maxwell Smart en la maravillosa comedia Get Smart (El Superagente 86), creada por Mel Brooks y Buck Henry. Lo cierto es que Kaos no era una “joda” a Spectre, sino a Trush, el sindicato criminal que era combatido por UNCLE (CIPOL) en The Man from UNCLE (El Agente de CIPOL), otra serie mítica. De hecho, CONTROL (la agencia de Max y la 99) era una parodia de la CIPOL de la serie protagonizada por Robert Vaughn y David McCallum. Esas agencias del mal, siempre adscriptas al lado soviético, eran —empero— una forma de hacer más vendible sus respectivas series y bajaban la tensión cultural entre las potencias rivales. Aunque se les censuraron muchos episodios y también se alteraron los textos en cada respectivo doblaje, estos productos se vendieron en muchos países de detrás de la cortina de hierro (sobre todo hacia finales de la década de los ‘60s), algo que hubiera sido imposible si los enemigos jurados en sus tramas hubieran sido siempre los soviéticos. Por eso, ver a este Bond “deconstruido” combatir los mismos enemigos que 60 años atrás causa bastante decepción; así como asistir al patético espectáculo de villanos egocéntricos y narcisistas tan absurdos como el Silva de Skyfall, el paupérrimo Blofeld de Spectre, o el fallido y esperpéntico Safin de No Time to Die, pésimamente interpretado por Rami Malek. Y ni hablemos de las tramas de estas cintas, a cual más delirante. En esta última, que marcó el certificado de defunción tanto del personaje como de la saga misma, solo faltaron la reina Borg y Siete-de-Nueve, porque este virus absurdo no es otra cosa que un burdo “afano” de la idea de las Nanosondas Borg de Star Trek: The Next Generation y Star Trek: Voyager. Ya en Casino Royale, a pesar de los elogios de la crítica internacional, se hacía notar el hecho de lo descolgado que lucía el mini desfibrilador en el Aston Martin del espía para una peli “tan con los pies en la tierra”. De allí en más, esta suerte de híbrido descarado —con un pie en cada mundo y facturando de ambos— se hizo cada vez más patente en cada película (en Spectre causó vergüenza ajena, la verdad), a la vez que se incrementaron los alocados agregados “parentales” de Bond. Desde un impensable “hermanastro” que no es tal (porque para serlo deberían compartir lazo genético con al menos uno de sus padres) y que lo odia por razones hilarantes, hasta este romance de pacotilla con Madeleine Swann y la súbita aparición de una hija. En fin. Patético. Todas las señas de identidad que moldean al personaje se arrojaron por la borda, y sin embargo le hacen hacer cosas que se dan de patadas con tanto realismo. La secuencia inicial de Spectre, por caso, es una barbaridad a todo trapo: 007 está de licencia, no tiene órdenes superiores ni misión asignada, pero eso no evita que esté en un país extranjero muñido de armas sofisticadísimas y que luego pueda escapar del mismo sin que nadie lo detenga. Nadie viaja armado (solo una valija diplomática podría introducir armamento en otro país, pero post Torres Gemelas es obligatorio que una cancillería avise a otra que habrá material de ese tipo en un envío), y mucho menos podría ser asistido por la célula del MI-6 en dicho país si no hay órdenes previas de Londres… ¡¡¿¿y cómo diantres cruzó la frontera por aire, luego de volar todo un edificio, sin que la fuerza aérea mexicana lo derribe de un misilazo…??!! A eso súmenle que todo lo que vino después en dicho filme fue una atrocidad argumental, con un Blofeld de cartón pintado horrorosamente interpretado por Christoph Waltz, quien echa mano de todo su repertorio de sobreactuaciones, guiños y desmesuras sin sentido, bien al estilo de su atroz participación en ese bodrio que fue The Green Hornet. En una de las críticas del filme alguien se preguntaba cómo era posible que con un solo disparo de una pistola vuele por los aires toda una instalación gigantesca y en gran parte subterránea, como sucede allí, y uno no puede evitar sentirse interpelado por tal enigma. Recuerdo bien que a pesar de todo eso, al salir del cine, sentí que me había entretenido mucho más que con las anteriores, y eso era porque Spectre echaba mano de múltiples elementos de la tradición 007 (el poderoso sicario del villano, persecuciones “cool” y sofisticadas, locaciones mejor aprovechadas, una buena utilización del personaje de Q), lo que paradojalmente era también su mayor debilidad, convirtiéndola en un híbrido imposible de tragar (y ni hablemos de algunos diálogos que parecieron escritos por Capusotto). El síndrome “somos el futuro pero no soltamos el pasado” está presente en toda la etapa Craig, incluso en la cinta inicial. Y eso no ayuda en absoluto. Alguna vez escribí aquí que Discovery y Picard, esas dos inmundicias apestosas que usurpan y enlodan la franquicia Star Trek, no están realmente dirigidas a nosotros —los mayorcitos de 50, o simplemente quienes hayan disfrutado de las series anteriores— sino a los consumidores centennials que no tienen ni idea del pasado y que no logran mantener la atención en una pantalla por más de 35 segundos sin arrojarse como posesos sobre sus otras pantallas, las de los smartphones y tablets. Alguien objetará que en Picard aparecen actores y personajes del pasado, pero eso tampoco está realmente destinado a nosotros: los pibes ven a uno de ellos y, de inmediato, corren a wikipedia para averiguar quién corno es. Y listo. El pasado y el presente resumidos en un click. Por eso Guinan o Siete-de-Nueve pueden ser presentadas como radicalmente diferentes a lo que eran, porque a los “bepis” no les importa, ni se tomarán el trabajo de comprobarlo. Ver un episodio de Voyager sería, para ellos, una tortura intolerable. Pero en el caso de la saga 007 ha operado en gran parte la magia de la gran pantalla, más que nada gracias a que Cubby Broccoli se negó siempre a que el personaje pasara a la pantalla chica o que siquiera hubiera en ella algún spin off del mismo. La espera de cierta cantidad de años entre filmes, el glamour y encanto con que se los arropa y la imposibilidad de obtener más dosis de Bond por otras vías, han logrado que incluso los fanáticos del pasado “compren” esta versión de 007; no quizás con fervor ni enjundia, pero sí con no poca resignación. Pero más allá de mi personal opinión, que cualquiera de mis lectores puede refutar a su gusto, la suprema desviación de todas las premisas primarias del personaje que se ha encarado en No Time To Die ha sido demasiado. A pasado casi un año desde su demorado estreno en cines y no ha cesado la polémica causada por las arriesgadas e infortunadas decisiones tomadas en su trama. Este viernes, sin ir más lejos, durante un momento de distensión en su programa radial, Baby Etchecopar hace una broma en la que menciona a Bond (es un fan declarado de la saga), a lo que Guadalupe Vázquez contesta con una larga diatriba en contra de la muerte del personaje. Toda la mesa (Benedetti, Gasulla y la locutora) se unió a sus críticas y se acabó debatiendo el tema por casi 15 minutos. Esto no pasó a la semana del estreno de la película, sino ayer, viernes 13 de mayo de 2022. Y protagonizaron dicho momento radial periodistas políticos, no de espectáculos o chimentos. Es algo que quedó en el aire y está allí, en la cultura popular. La buena actuación de Daniel Craig, e indudablemente la astuta lavada de cara a la serie en general, contribuyeron a que tanto las jóvenes generaciones como un vasto público de variada condición socio cultural se acercara a la saga, y muchos de ellos se han visto defraudados por esta inopinada conclusión. Como lo he dicho en otros artículos, una cosa es que mates a un personaje de historieta (un superhéroe como Iron Man, por caso), ya que el propio ethos de dicho género permite con libertad abusar de las reinvenciones, resurrecciones, reboots, líneas temporales alternas o universos paralelos; y otra muy distinta es manipular insensatamente a un personaje supuestamente “realista”, que no se asienta ni en la sci-fi ni en la fantasía. Los excesos infantiles en la saga durante la era Moore no obedecieron a otra cosa que no fuera buscar el alto impacto en la platea concitando a la vez el mayor número de espectadores. Y eran consistentes con el perfil que el actor le brindó al personaje. Él mismo se sintió incómodo cuando leyó la parte del guión de For Your Eyes Only (1981) en la que tenía que matar a Locque empujando su automóvil hacia el precipicio. Lo discutió con los productores y a la larga cedió, más que nada porque le hicieron entender que la cinta que estaban rodando se había concebido en un tono más serio y realista para acallar así las críticas por las altas dosis de disparate en Moonraker (1979). Entonces, ¿cómo se vuelve de algo como lo sucedido? ¿Cómo diantres espera Barbara Broccoli que nos dispongamos mansamente a ir al cine dentro de un par de años, para ver las aventuras de un tipo que hemos visto morir impiadosamente en la cinta anterior? ¿Cómo cuernos se vuelve de una secuencia supuestamente dramática y cargada de dolor, como esa en la que M brinda a la memoria del fallecido Bond en las mismísimas oficinas del MI-6? ¿Cómo carámbanos nos “fumamos” todo esto cuando no se trata de un producto de Marvel Cómics ni de DC Cómics, sino de uno supuestamente convencional? Me tendrán que hacer un dibujito, porque no tengo idea.
En cuanto al filme mismo, y esto para ir terminando, debo decir que absolutamente todo el mundo ha estado equivocado. Por supuesto, una vez más me expongo a sonar pedante, pero créanme que no se trata de mí ni de nadie más; las razones por las que gran parte de la crítica (atención, no toda) le fue arrastradamente aduladora hay que buscarla en otro lado: hace más de dos décadas que el negocio cambió, y eso implica una relación muy pero muy directa entre críticos y productores (y distribuidora, en el resto del mundo). Los primeros actúan como los influencers de las redes sociales, y así como estos reciben productos gratis de las marcas que promocionan (además de las últimas novedades y lanzamientos de dichas empresas), los críticos resultan invitados vip a eventos exclusivísimos, se les garantizan entrevistas igualmente exclusivas a productores, actores y directores, se les obsequia merchandising premiun y ediciones en blu-ray antes de su lanzamiento comercial, más un larguísimo etcétera. Todo esto influye decisivamente en la opinión que luego aparece publicada, a no dudarlo; pero por otro lado tenemos a otro tipo de comentaristas, los bienintencionados, quienes han creado sitios web exclusivos y dedicados a esta u otras sagas, los que si bien operan dentro de una razonable buena fe, no dejan de ser aficionados (con años de trabajo en la web, sin embargo) cuya mirada resulta carente de un elemento decisivo: el estudio, la formación y la lectura constante. Alguien que, por muy honesto y ducho que sea, no haya leído jamás un libro sobre teoría cinematográfica o acerca del arte cinematográfico, no está genuinamente cualificado para el desafío. Que no se me malentienda, sin embargo, ya que no les niego derecho a ejercer el oficio; lo hacen, y bienvenidos sean. Pero ser un cinéfilo o un “serie adicto” no garantiza que se tenga la mirada entrenada en las complejas sutilezas del arte audiovisual; hay que aunar millares de horas de visionado con millares de horas de lectura de calidad para comenzar a educar dicha mirada. Hecha esta salvedad, que en parte explica que tantos hayan caído arrobados por esta película espantosa y desarticulada, solo cabe apuntar lo absurdo de su trama, la absoluta falta de química entre Craig y Lèa Seydoux, el paupérrimo villano Safin (morosamente interpretado por Remi Malek en plan “páguenme y me voy a casa a tomar Nesquick”), el completo desbalance entre las dos mitades del filme y el notable cambio de tono en su segunda parte, los mil y un gadgets y/o guiños a la historia de la saga (que distraen del supuesto tono dramático del filme), los infumables esbirros del villano (una galería de salames picado grueso liderados por un idiota con un ojo de juguete), los vergonzosos giros del guión (que incluyen increíbles cambios de actitud de sus personajes, como ese subrepticio e infantil pedido de la nueva 007, que quiere devolverle el “cargo” a Bond en un súbito brote de generosidad), la disparatada aparición de una hija de Bond y la manera en que este la acepta (totalmente alejada del personaje que fue ¡¡hasta 10 minutos de metraje antes!!), la mamarrachesca muerte del igualmente payasesco Blofeld, y así podríamos seguir hasta el infinito. A favor, apenas si se salvan la escena de apertura en Italia (aunque el ataque al Aston Martin, convertido en un queso gruyere de hojalata, resulta tan absurdo como propio de otra película) y el escape de la fiesta en Cuba, con una maravillosa Ana de Armas que mereció más tiempo en pantalla…¡¡¡porque sencillamente fue lo mejor de la película!!! Su novata agente Paloma se devoró la peli en cuatro minutos, estableció con Craig una fenomenal química que ya hubiera querido lograr la glacial Seydoux, y mostró una sensualidad y un dominio de la escena dignos de una cinta de la era dorada de Tarantino. Demasiado poco para como para llenar los huecos de una producción vergonzosa y vergonzante, una que pretendió despedir a su protagonista (algo inédito hasta aquí, y que bien hubieran merecido Connery y Brosnan, los respectivos rey y virrey de la saga), y para hacerlo se embarcó en un despropósito mayúsculo que ha conspirado contra la propia base de sustentación de la serie.
En lo personal, siempre creeré que la visión que aportó Sam Mendes era incorrecta, pomposa y negativa; pero aun así puedo afirmar que sus dos películas fueron, como mínimo, parcialmente disfrutables. Y es que Mendes es un artista con mayúsculas, quizás inadecuado para este tipo de filmes, pero al fin se trata de un cineasta de cabo a rabo, mientras que Fukunaga se revela en esta ocasión como apenas un artesano mediocre y carente de vuelo artístico, o siquiera de una sabia visión de conjunto. Sin Tiempo Para Morir ha firmado, pues, el certificado de defunción del personaje y la saga, aunque la verdadera tragedia consistirá en que dentro de poco, cuando llegue el próximo filme con su nuevo protagonista, las salas de cine se colmarán de personas ávidas de pasar un rato de pura evasión, lo que no tiene nada de malo —por supuesto—, solo que estarán allí porque no se habrán hecho ninguna de estas preguntas previas y solo se habrán enfocado en los chismes de las redes sociales. Temo que para aquella parte de la platea que renunció por completo al drama, las buenas comedias o incluso al thriller serio, y que vive apegada a las novedades y lo efímero, la próxima peli Bond será apenas una excusa más para comer pochoclo, chatear en la penumbra de la sala o pasar siquiera un buen momento. Quienes sean un poco, siquiera un pelín más exigentes, no estarán allí. Ellos, entre quienes me hallo, sabrán entonces (como ya lo sabemos ahora) que algo se habrá perdido para siempre. En un mundo tan cambiante e inestable, en el que quedan tan pocas certezas, la certeza de que cada dos o cuatro años teníamos una cita de honor con alguien que conocíamos de memoria y de quien sabíamos exactamente qué esperar, era algo reconfortante que nos mantenía ese alguito de ilusión tan necesaria para nuestras vidas. Nos quitaron esto; primero metamorfoseando horrendamente a este personaje tan querido, y luego sencillamente matándolo. Ahora, mañana en realidad, lo traerán mágicamente de vuelta. Pero no será el mismo. No puede serlo. Nosotros tampoco. La inocencia se pierde una vez.-
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