“CRUELLA” – Duelo de Emma’s en una Cinta Que Da en la Diana
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Muy
Buena + (★★★★1/2)
Criticar
debidamente a Cruella es todo un desafío, no tanto por el filme en sí mismo,
sino más precisamente por todas las razones extra cinematográficas que empañan
su decurso. Quiero decir: Cruella arrastra desde el vamos toda
una galería de prejuicios —válidos algunos, no tanto otros— que obran a modo
del bosque que oculta al árbol. El primero de ellos, Disney. Sí, Disney. Se lee
y se escucha en todos lados que la compañía ‘nos tiene cansados con reversionar
sus filmes clásicos en “live action”’, ‘que ya agota su empeño por lavarle la
cara a sus villanas para hacerlas más políticamente correctas’, ‘que nos tiene
podridos con su falta de audacia y originalidad’…. ¡Y que patatín y que patatán!
Bueno “muchaches”, el que está
podrido soy yo, qué quieren que les diga… Disney empresa es —y nunca dejará de serlo— lo que todos
ya saben y conocen al dedillo, y si tanto ansían que cambie entonces ganen
dinero, viajen a EE UU, infíltrense en la industria de Hollywood y compren toneladas
de acciones de dicha empresa. Otra manera no se me ocurre. El cine yanqui es,
hoy día, esta bazofia que vemos en pantalla (con honrosas excepciones, se
entiende…), y Disney solo hace aquello que lleva inscrito a fuego en su ADN estructural
y nada ni nadie le impedirá hacerlo. Tomémoslo o dejémoslo. Muchos de entre los
que tanto se quejan son incapaces de dedicarle una horita a otras
cinematografías: afirman a gritos que el cine francés es aburrido, que el cine
italiano no existe, que el cine coreano no se entiende una mierda… ¡y más patatín y más patatán! O sea, viven a las puteadas, pero se estrena “Capitán América Parte 16” y corren a
verla antes de cepillarse los dientes. Entonces, ¿y si vamos despacito y por
partes, y le damos una chance a cada producto sin tanto prejuicio delirante?
Bueno,
a Cruella
la matan del vamos los muchos prejuicios que todos ponen en la balanza a la
hora de enfrentarse a ella. Miren, les confieso que a mis 52 años jamás vi La
Noche de las Narices Frías (título local de 101 Dalmatians, 1961), e
incluso agrego que durante toda mi infancia y adolescencia solo vi tres filmes
animados en total (Los Aristogatos, Robin Hood y La Bella Durmiente, y
esta última porque venía de yapa en un programa doble en mi viejo y añorado
Cine Victoria de Berisso, creo que en 1981). O sea que ni me importan un comino
Cruella de Ville, los putos dálmatas de mierda, o toda la historia del cine
animado. Disculpen el exabrupto. Así que cuando me senté a ver Cruella
hice lo que mejor me sale, disfrutar una peli —sin cargar con la herencia del
pasado ni con la crítica snob hacia los motivos “ultra comerciales” de la
empresa a la hora de rodarla (cosa que es cierta, no nos engañemos…) — aunque
sin olvidar mi espíritu crítico. Pero, repito, sin olvidar nunca que soy, antes
que todo, un espectador. ¿Y entonces? Pues que no les voy a mentir, Disney
también me tiene podrido, también logra que le huela las intenciones monetarias
desde kilómetros de distancia, también se las apaña para que se le vean los
hilos como a una mala marioneta… Pero hacen películas, y me guste o no, algunas
de ellas me dan ganas de verlas. Cruella era una de esas. Si no
quieren que vea algo en que esté Emma Stone tendrán que matarme. Así que la vi:
sin prejuicios, sin la carga del pasado (¡porque nunca vi la otra, les
repito!), sin hacerme el exquisito y sin fruncir el ceño como si estuviera todo
el tiempo oliendo mierda. A continuación, pues, Cruella tal como es… ¡y
no como todos querrían que hubiera sido!
Cruella
es un cuento de hadas macabro. “Macabro/a”
significa “persona o cosa que participa de la fealdad de la muerte y de la
repulsión que esta suele causar”, y el filme parte precisamente de una
obsesión producida por una muerte, la de la madre de la pequeña Stella (que una
década después se revelará como un crimen), y de la pulsión obsesiva de la
protagonista por vengar dicha muerte. Y todo ello en clave “Disney”,
lógicamente —que esta no es una peli del Tim Burton de finales de los ‘80s, que
va—, pero que no por eso deja de ser lo que realmente es. No hay aquí crímenes
repugnantes ni sangre chorreando por las paredes, pero su absoluta subversión
del viejo y querido género del “fairy
tale” la convierte con absoluta claridad en un cuento de hadas macabro. La
trama de base, a estas alturas, ya es de suyo conocida, así que ahórrenme
perder el tiempo explicándola. Ni falta que hace. Lo que interesa es cómo Cruella
devora las grandes modas, movimientos y tendencias del post “swingin’ London” de principios de los
‘70s y los regurgita transformados en otra cosa, un poderoso cóctel ultra pop
con el que su protagonista resignifica la historia. El punk, el hipismo, el
glam rock y la contracultura beatnik se devoran unas a otras para que Stella/Cruella
haga con ellas un manifiesto rebelde pero muy autoconsciente, nada
autodestructivo (como sí lo fueron algunos de dichos movimientos). El mejor
ejemplo de ello se traduce en un plano magnífico, el de la segunda aparición
pública de Cruella, cuando esta se baja de una impactante motocicleta y le
muestra a su némesis el rostro ultra maquillado en el que resalta una frase
escrita sobre su frente: “the future”. Por aquella misma época
una modelo que se haría célebre se atrevió a quebrar la estudiada asepsia de un
desfile de modas pintándose la leyenda “no future”. ¿Entienden? En ese entonces
el mundo parecía ir hacia una conflagración nuclear inexorable y los jóvenes
sentían que el universo adulto no les deparaba nada ni les dejaba un lugar
propio de crecimiento. Sus lecturas eran Kerouak, Bukowsky e incluso el
Salinger tardío. Cruella subvierte entonces dicha consigna y afirma que sí hay
futuro, pero que tienes que tomarlo por asalto y sin pedir permiso, mientras
que a la Baronesa le espeta en el rostro que ella es el futuro y la otra el
obsoleto pasado. Es, ciertamente, una lógica “pop” muy propia del posmodernismo
“progre”, que es tan consumista y esnob como antaño, pero a la que toma por el
cuello y le exprime el éxito a puro “likes”.
Quiero decir que esta Cruella está hecha a imagen y
semejanza de esta juventud que no espera ni necesita de nadie, que toma su puto
Smartphone, se graba improvisando una suerte de stand-up comedy y acaba transformada en celebridad e ‘influencer’ al instante. Así duran…, me
objetarán ustedes, pero es que eso también está contrabandeado en la cinta. Las
performáticas apariciones de Cruella son efímeras y buscan un impacto menos
duradero que explosivo.
Cruella
navega con éxito entre la “buddy movie” (la camaradería con su
“familia” de ladronzuelos) y la comedia negra satírica, permitiéndose algunas
pinceladas poco ortodoxas para la “Casa del Ratón”. Stella es primero una niña
inconformista, iconoclasta y muy rebelde —incluso bastante violenta—, y luego
una joven con un claro desorden de personalidad disociativa, que esconde su
alter ego maníaco bajo las sencillas apariencias que otorgan la tintura para el
cabello, unas gafas y una apariencia siempre camaleónica pero ante todo
impersonal. Cuando por fin se libere Cruella, suerte de mezcla lisérgica entre Siouxsie Sioux (la líder de Siouxsie
& The Banshees) y Vivianne Westwood (la gran diseñadora británica
que literalmente definió el look del punk y la New Wave), su furioso y
distintivo estilo será algo así como una declaración de principios y una
afirmación de identidad. Tanto que se pasará de rosca. Jasper (Joel Fry) será
el primero en deplorar la aparición de esta nueva personalidad que lo maltrata
y humilla, que habla diferente y parece creer que el mundo le debe algo. Pero…
¿no se parece esto a la actitud de muchos centennials?
La peli oculta con mucha pericia y no poca astucia muchas de estas apostillas
envenenadas, las que pasaron olímpicamente por alto para muchos detractores que
solo ven lo que quieren ver. Como dije al principio, es cierto que Cruella
es, quizás, innecesaria; que no hace falta “abuenar” a las villanas de las
cintas clásicas del Estudio; y bla… bla… bla… Pero también es cierto que si te
detenés a verla sin pensar en el pasado ni buscarle la quinta pata al
ornitorrinco, la película es no solo muy buena (además de entretenida y muy
pícara), sino fundamentalmente “inteligente”.
Sí, no se me desmayen. Tampoco pretendo afirmar que el concepto de
“inteligente” signifique hoy día lo mismo que, pongamos, en 1975, cuando Robert
Aldrich te rodaba una perlita como Hustle, la que actualmente no podría
ser ni emitida por una cadena de cuarta categoría debido a su violenta
incorrección política. No, me refiero a una “inteligente” manera de contrabandear
ideas bajo el puro escapismo y a su “inteligente” manera de apropiarse de todo,
masticarlo y escupirlo bajo un formato un tanto más novedoso. No es poco,
créanme. Tampoco es una cinta feminista a la fuerza, como muchas lo son
actualmente para ponerse a tono con el clima de época, sino que alcanza ciertas
reivindicaciones por medio de una progresión lógica de la trama. La Baronesa,
por caso, es cruel, despiadada y ego maníaca —es cierto—, pero si no lo fuera
la habrían barrido de la escena hace rato. Cuando Stella oye como aplasta a dos
empresarios competidores, a quienes hasta les descubre sus números de cuentas
secretas en Suiza, sonríe con inocultable admiración. Más adelante, la
empresaria le concederá que tiene talento, pero le preguntará si también “tiene
el instinto asesino”. Otra apostilla acerca de esto está presente en la
dualidad con que la Baronesa trata a su asistente personal John (el gran Mark
Strong), ya que queda claro que su condición masculina le vale el “indulto” de
su ama en un par de “traiciones” que, incluso siendo mucho menores, ella
castiga con máxima crueldad en otras mujeres. Hay más, pero sería ‘espoilear’
demasiado.
Pero vuelvo a lo que me parece más
destacado en la peli y que merece una mayor consideración, que es su idea
fuerza de que la locura y el desenfado son las únicas maneras de obtener la
atención del mundo. La Cruella del filme clásico era una ególatra narcisista y
despiadada, que en su afán por obtener un esplendoroso tapado confeccionado con
las pieles de 101 perros dálmatas fungía como crítica “in extremis” a la clase
alta y la aristocracia británicas (no olviden que la autora de la novela
original, la inglesa Dodie Smith, la escribió en los ‘50s y en plena posguerra,
cuando se cuestionaba severamente a una reducida parte de la elite nacional por
no haber estado a la altura del sacrificio hecho por la sociedad durante la
gran contienda), pero esta de ahora es muy distinta porque, además, su némesis
también lo es: ambas buscan el mismo lugar de poder que se les niega por su
condición de género. E insisto, esto no está metido con fórceps en la trama
(¡por fortuna!), pero se desprende naturalmente de cada paso dado por las
antagonistas. No será nada casual, pues, que el comienzo del ascenso para
Stella/Cruella provenga de su acto de vandalismo en una vidriera de las grandes
tiendas en las que trabaja como criada. Borracha y enojada con su supervisor,
su ira se convierte en “arte” y transforma la “realidad” (la vidriera simboliza
precisamente eso, el mundo tal como lo vemos y percibimos), estableciendo de
ese modo el cariz de la batalla futura, el del mundo de la moda y el glam, ya
que si hacen memoria recordarán que el movimiento punk surgió en esa década
desde las clases más bajas de la sociedad inglesa, para luego permear y
penetrar en todo el jet-set internacional. Un grafiti recurrente en la
escenografía del Show de Benny Hill rezaba “Coma
en Joe’s, ¡10.000 moscas no pueden equivocarse!”, y Cruella parece obrar en
base a tal lógica, lo que ella “consagre”
como moda
será consumido devotamente por sus adoradores. Interesante paralelismo con el
presente, ¿no…? Lo mismo pasa con la locura de Stella, que aquí no se pretende
magnificar al estilo de ese gran ejercicio de progresismo culposo que fue Joker
(2019), y no porque esta sea una “Disney Movie”, sino porque a Stella se le ha
prohibido siempre ser fiel a sí misma; se la ha reprimido hasta el cansancio (“No
seas Cruella, se Stella”, le dice con buenas intenciones su madre,
mientras que el director de su escuela ya no sabe como castigarla con más
severidad por solo intentar ser ella misma), y está claro que no ha podido “adaptarse”
sino obligándose a ser otra persona más ordinaria. Quizás por ello, las mejores
versiones de Stella que vemos antes de toparse con la Baronesa son los momentos
en que se “disfraza” de otra persona para estafar o hurtar junto a su “familia”
de outsiders, Jasper y Horatio. Otra pista de que por allí va la cosa la
hallamos en la inclusión del personaje de Artie (John McCrea), un joven gay y
crossdresser propietario de una tienda de modas vintage al que Cruella recluta
rápidamente. Artie (clarísimo homenaje a David Bowie) puede ser “el”, “ella” o
lo que desee al lado de nuestra “villana”, y por eso acepta de inmediato
sumarse a esta suerte de “Armada Brancaleone chic”.
Cruella es un filme fluido cuyo interés
jamás decae y en el que tanto la fotografía como el diseño de vestuario son un
lujo para la vista. Dialoga con El Diablo Viste a la Moda (su
guionista, Aline Brosh MacKenna, realizó el primer borrador de Cruella)
y con muchos otros íconos de la cultura pop y la música. La escena que ya les
cité, la del maquillaje que dice “the
future”, surge de los Sex Pistols (tarea para el hogar,
chicos: descubran cómo y por qué), y así podríamos citar casi una docena más.
La cultura del siglo XXI no es otra cosa que un refrito constante de todo el
siglo pasado, algo así como creerse un gigante por el simple hecho de pararse
sobre los hombros de uno auténtico, pero en definitiva eso es algo que debemos
aprender a aceptar; batallar en su contra en un caso perdido, y rechazar Cruella
por el simple hecho de citar a todo y a todos carece de sentido. Pero si algo
distingue a este filme es el magnífico trabajo de sus protagonistas. Paul
Walter Hauser (Horatio) y Joel Fry (Jasper) están a sus anchas en unos roles
hechos a medida; Mark Strong (Kingsman, el Servicio Secreto; Sherlock
Holmes) siempre brilla, aunque esta vez se eche un poco en falta su
poca presencia en pantalla, pero las grandes ganadoras de esta contienda son
las dos “Emmas”, Stone y Thompson. La espléndida protagonista de Poco
Ruido y Muchas Nueces o Sensatez y Sentimientos compone a
una Baronesa Von Hellman de antología, tan mala y tan ególatra que pone los
pelos de punta, pero a la que dota de un cierto y larvado desdén
autoconsciente, como si quisiera decirnos por lo bajo que tampoco ella se cree
demasiado lo que ocurre en pantalla, lo que paradojalmente dota a su criatura
de un verismo inversamente proporcional al delirio y el desmadre de sus actos.
Se nota como se divierte con su personaje y nos lo transmite con cada gesto
corporal. Pero la gran triunfadora de la película, la absoluta dueña del show,
es la E-N-O-R-M-E Emma Stone. Tanto como Stella (brilla, por ejemplo, cada vez
que le habla a su madre muerta en la fuente de Regent’s Park, lugar simbólico
para ambas), como en la piel de su alter ego Cruella, Emma convierte a su
humanidad en una fiesta. Hipnótica, de presencia animal, sus enormes ojos
verdes (solo Anya “me gustan las
empanadas” Taylor–Joy compite con ella en cuanto a tamaño ocular) dominan la
pantalla y cautivan al espectador. Su postura física, la manera en que domina
el bastón que adopta como la villana de la moda, sus sonrisas sarcásticas y sus
asombrosas transiciones la hacen ama y maestra absoluta del filme. Es cierto,
nada de esto sorprende en quien realizó actuaciones sobresalientes en dramas
raciales del calibre de The Help (2011), comedias
inteligentes como Easy “A” (2010) o la oscarizada La La Land (2016), pero
es que allí donde tantas actrices hubieran caído fácilmente en macchietas y
sobreactuación, Emma se contiene en los momentos justos, se envuelve en un aura
de desmitificación (patente en la genial secuencia del rescate en el camión de
basura), y desata toda su locura justo cuando es preciso hacerlo. Su carisma lo
envuelve todo y se apodera del relato con furia y poder. En suma, por mucho que
se la critique a causa de razones extra cinematográficas, Cruella es una gran
película que está a la altura de los últimos grandes filmes de Disney, Encantada
(Enchanted, 2007) y Oz el
Poderoso (Oz, the Great and
Powerful; 2013). Bien merece una chance.-
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