Cobra Kai 3ra Temporada – Crónica de un desastre anunciado.

Por Leonardo Tavani

Calificación: Regular ★★

           


Nos habíamos impuesto no volver sobre sucesivas temporadas de series que ya habíamos criticado, cosa que hicimos solo excepcionalmente y debido a las cualidades del producto en cuestión (caso de la segunda temporada de Westworld, cuya profundidad ameritaba el esfuerzo), pero en esta ocasión —y debido más que nada al peculiar derrotero de su narrativa— haremos una debida excepción. Se sabe, Cobra Kai nació como una apelación nostálgica al pasado reciente, a esos increíbles años ‘80s en los que todo era posible y hasta se nos permitía el lujo de la esperanza. También como una intrigante mirada a la vida de un perdedor. Pero lo interesante de la serie consistía en el concepto mismo de “perdedor”, ya que no se refería a alguien que hubiera abandonado sus estudios y saltara eternamente de empleos mediocres a otros peores (y que por supuesto no supiera siquiera comprometerse afectivamente con nadie). Está claro que Johnny Lawrence es todo eso y más, pero su condición de perdedor está definida realmente por su notoria incapacidad para elaborar la frustración. No vamos a ponernos sicoanalíticos, pero el concepto de “frustración” es definitorio y determinante para una vida humana saludable, ya que aquellos que no aprenden desde niños a lidiar con ella y superarla no logran convertirse jamás en individuos productivos, libres y autoconscientes. El niño es atávicamente egoísta dado que su condición biológica de dependencia exige de él echar mano de cuanto recurso le procure satisfacer sus deseos y necesidades, pero como es precisamente un “niño” —o sea, un ser cuyo cerebro está todavía en vías de desarrollo y maduración— es incapaz de distinguir ambos factores. O sea, para él lo que desea es igual a lo que necesita.

La "NUEVA" Agente 007 Será Mujer y Negra: La "INCLUSIÓN" gana, pero Ian Fleming pierde

 

Por Leonardo Tavani

        Imaginen a Robin Hood mujer y negra. Antes que nada, ¿habría algún problema en ello? A priori no, cuando menos en lo que atañe a ideas racistas o sexistas. Las personas mínimamente cultas y con apenas un ápice de decencia no ceden a tamañas ignominias. Sería incluso divertido de ver (o leer). Pero sí que hay un problema, y este no tiene nada que ver con prejuicios de raza o género. Se trata del origen mismo del personaje: si bien este surgió de una tradición oral remotamente inspirada en un bandido supuestamente real, la literatura y la poesía lo corporizaron por medio de la pluma de William Langland y Thomas Mallory entre otros. Supuestamente nacido a finales del siglo XIII, Robin jamás hubiera podido ser una mujer debido a que estas estaban por entonces férreamente controladas y encorsetadas por un sistema que no les brindaba ni libertad de elección, ni de pensamiento ni mucho menos educación. Y ni hablemos de permitirles la más mínima instrucción en el manejo de las armas. Tampoco hubiera podido ser negro o negra, dado que pasarían siglos enteros hasta que un ser vivo con dicho color de piel posara un pie en cualquier sitio de las islas británicas. Solo una adaptación de historieta puede permitirse esos anacronismos, ya que tanto la literatura como el cine (y las series de calidad) no pueden (o por lo menos no deberían) habilitarse tales licencias, al menos si no se trata de exponentes de la comedia del absurdo. Hay que respetar ciertas convenciones para que el espectador/lector suspenda su sentido de la incredulidad y se preste al juego de la ficción. Ahora utilicemos un ejemplo más sólido en términos autorales, el personaje de Sherlock Holmes. Creado por el médico, historiador y ensayista Sir Arthur Conan Doyle  durante el último tercio del siglo XIX, el gran detective analítico no podría jamás haber sido una mujer ni mucho menos negra. Ya había negros en Inglaterra en este período, ciertamente, pero estos no podían permitirse ni el lujo de la educación ni los beneficios de la aristocracia, mientras que las mujeres —principales víctimas de la regresiva cultura social impulsada por la reina Victoria— ni por asomo hubieran contado con la más mínima chance de llevar algo remotamente parecido a la azarosa vida del inquilino del 221 B de Baker Street.

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