“Sirenas”: Cuando las Hadas Seducen a Eros



por Leonardo Tavani

Calificación: Excelente. (★★★★★)

Sirens (Sirenas). Australia/Gran Bretaña, 1994. 94 min.
Dirección y Guión: John Duigan. Fotografía: Geoff Burton. Edición: Humphrey Dixon.
Música: Rachel Portman. Elenco: Hugh Grant, Sam Neill, Tara Fitzgerald, Elle MacPherson, Portia de Rossi, Pamela Rabe y Mark Gerber.-

Estrenada en Argentina el jueves 2 de Marzo de 1995.-




            ¿Cómo puede caber tanta magia en apenas 94 minutos? ¿Cómo se hace para entregar tal intensidad sensorial, tanta apabullante belleza? ¿Cómo se alcanza a hablar de tantos tópicos profundos diciendo tan poco y sugiriendo tanto? ¿Cómo puede uno enamorarse así, tan perdidamente, de un filme esplendorosamente pícaro como éste? Se puede, pueden creerlo. Se puede, porque en ciertas ocasiones, cuando los astros y las hadas del arte así lo quieren, todo confluye providencialmente para crear una obra mayor; una capaz de movilizar el deseo, la imaginación y la pasión. Acompáñennos a recuperar el amor incondicional por el cine, por ese cine que transforma y moviliza, ese cine que nos provoca y nos hace cosquillas en el deseo. Esta vez resultará muy fácil, porque Sirenas une en místico matrimonio a Eros y Afrodita, y los resultados no pueden menos que encender hasta las piedras. Pasen y gocen, todo está permitido.

Casablanca: Un Film para la Eternidad



por Leonardo Tavani
Introducción Necesaria
     
  
Todo comenzó con los hermanos Lumière, allá en la Francia de la Belle Époque, cuando París se enorgullecía no solo del arte y las letras sino de las luces de la ciencia y la razón, cuando la Exposición Mundial de 1889 presentaba la monumental torre que aún hoy simboliza la potencia emprendedora del ingobernable espíritu humano. Y durante un tiempo fuimos felices, gozosos de asistir a una sala colmada de personas  ávidas de emociones, deseosas de verse reflejadas en la pantalla, dispuestas a soñar con esas fantasmagorías arropadas en claroscuros. Por un módico precio, por apenas unas monedas, se podía escalar el Kilimanjaro hasta hundirse en sus nieves eternas, remontar el Ganges para llegar hasta el Punjab, sentir que besábamos a Maureen O’Hara y que sus  labios nos envolvían en la oscuridad. No cabe duda, éramos felices. 

Myron Selznick: Fuego y Pasión, Negocio y Revancha

por Leonardo Tavani


            Hollywood esconde historias increíbles, vidas truncadas, golpes de suerte y toda una serie de anécdotas tan sorprendentes que dejarían sin argumentos a los antiguos griots, esos narradores profesionales que hechizaban a sus oyentes en los oscuros zocos marroquíes. Tan solo hay que saber buscar; buscar y desenterrar. Porque muchas de esas historias están casi a la vista, aplastadas bajo pocos centímetros de mentiras, porque han sido disimuladas por un batallón de escribas a sueldo, mercenarios de la palabra que apenas por una promesa —la de una exclusiva con la estrella de turno— o un pueril soborno, ejecutaban el trabajo sucio de sus mandantes.
            La que sigue, quizás más corta que otras ya narradas, es una de aquellas. 
            El 5 de octubre de 1898 nació en Pittsburgh, Pennsylvania, Myron Selznick. Había llegado al mundo con una misión, secundar a su padre en el recientemente descubierto negocio cinematográfico, pero la quiebra de éste y el escarnio que sufrió por parte de los principales magnates de la industria, lo transformaron en una fuerza vengadora de magnitud inimaginable. Una fuerza que lo impulsó durante toda su corta vida, pero que a la vez lo consumió por dentro y por fuera. Cuando murió, con apenas 45 años, quedaban apenas despojos del hombre que había sido, el verdadero creador del oficio de representante de actores, el que redefiniría el término agente

Oscar 2018: La Forma de la Decadencia


por Leonardo Tavani

  Ya se sabe, cada año se agitan las mismas ansiedades, las mismas apuestas, idénticos favoritismos, repetidos olvidos o maliciosas omisiones. Antes, mucho antes, la ceremonia de entrega de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas —ampuloso título para lo que no es otra cosa que una entidad proteccionista— representaba no ya el glamour ni el oropel del show-bussines, sino la más maravillosa forma de celebrar el amor por el cine. Como un chico que se desayuna con que los reyes magos son los padres, apenas creciditos intuíamos que detrás de cada premio había un sólido interés corporativo, algún pase de facturas o meros caprichos de gente que se siente poderosa. Pero la veíamos igual, la disfrutábamos con ganas, nos enojábamos cuando perdía nuestra favorita o, ya de madrugada, gritábamos el premio mayor con más fuerza que un gol de Palermo. Siempre supimos que se trataba de un premio doméstico, que apenas si le daba cinco lugarcitos a otras cinematografías, pero su universalidad estaba dada no ya en la agresiva difusión mundial de sus películas, sino en el imaginario socio cultural del mismísimo corazón de Occidente. Este redactor no se cansa de repetirlo: Casablanca (tomada como ejemplo y paradigma, se entiende) moviliza lo mejor de nosotros, nos habla al oído y en nuestro idioma, despierta emociones que creíamos marchitas. Es universal. Pinta tu aldea y pintarás el mundo. Sabias palabras. 

La Pasión según Rita Hayworth

 por Leonardo Tavani
  Lo tuvo todo. Fama, hombres, dinero, admiración mundial. Fue musa y amante, heroína y ángel caído. Se construyó a sí misma, se perfeccionó, supo esperar y luego aprovechar su momento. Fue adorada por los hombres y envidiada por las mujeres, tuvo el mundo en un puño pero acabó tristemente enferma y casi olvidada. Desde su niñez, cuando se esforzaba al máximo para complacer a su padre, el bailarín Eduardo Cansino —exigente y despótico—, no hizo otra cosa que buscar hombres que llenaran los zapatos de esa figura esquiva y poco afectuosa, que pudieran brindarle seguridad y una genuina sensación de cariño. Alguna vez, cuando se le preguntó por su agitada vida sentimental, respondió con sincera amargura: “casi siempre es lo mismo. Se acuestan con Gilda, pero amanecen conmigo[1]. Se refería al personaje que la había convertido en un mito viviente, el del film homónimo de 1946, que acabaría volviéndose parcialmente en su contra. Los hombres la verían casi siempre a través de ese prisma de sensualidad y erotismo, desencantándose invariablemente con la mujer real, y la industria de Hollywood la encasillaría hasta el punto de no saber qué hacer con su madurez posterior ni con su enorme talento. Porque lo tenía; lo había trabajado y desarrollado hasta convertirse en una muy competente actriz capaz de asumir desafíos superiores. Pero tuvo muy pocas oportunidades de demostrarlo en plenitud. De todos modos, la parábola de su vida y su fulgurante carrera bien valen este recuerdo. Acompáñennos en este viaje.

Anita Loos: La Mujer que Guionó su Vida

por Leonardo Tavani

Imaginen la vida en 1913. La cultura, la tecnología, los prejuicios. Imaginen un mundo que todavía está despellejándose al siglo XIX, con algunos significativos avances pero aún con demasiados corsés, y no solo ciñendo los talles femeninos, sino ajustando las cabezas de la sociedad toda. Ahora imaginen ser una chica de apenas 20 años anclada en ese año preciso y a punto de partir de un pueblito perdido en California. No darían ni un dólar por ella, ¿verdad?; ni tan siquiera cien de nuestros devaluados pesos... A lo sumo un esposo decente que no le pegue y a parir hijos y fregar platos. Si ella hubiera nacido en Nueva York, bueno, tal vez sería otra la historia; pero allí, quién sabe... Pero claro, hasta en el desierto florece una flor, y de vez en cuando alguien rompe con todo lo establecido, se carga todos los prejuicios y avanza más lejos que nadie en su generación. Generalmente se piensa en un hombre, pero demasiadas veces es una valiente mujer la que se libera de todas las ataduras y echa a volar su talento, originalidad y libertad interior. Y así hace historia. Bien, pueden creerlo, ella lo hizo. Historia, digo, y todavía más. Tal vez su nombre no les suene, quizás estemos demasiado al sur para tenerla presente, —tal vez una guionista concite menos interés que una rutilante estrella— pero si el cine de Hollywood puede todavía presumir de su fértil pasado se debe en gran parte a ella, a una mujer diminuta, flaquísima, algo pálida y con frecuencia ojerosa, pero vitalmente fresca, creativa y femenina, con toda la precisa pero amplia carga que ese término implica. Jamás se autoproclamó feminista, pero lo fue a su pesar, ya que vivió con libertad, autodeterminación y verdadera pasión por la vida. Dejó una marca, abrió una huella y se bebió la vida. La chica de 20 años en ese encorsetado año de 1913 se llamaba Anita Loos. Sus 87 años sobre este planeta fueron como un huracán. Bien valen un artículo, aunque lo escriba un dinosaurio como este autor.         

 

Coco: El Amor trasciende la Vida



por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★

Coco (ídem) EE UU, 2017.
Dirección: Lee Unkrich y Adrian Molina– Producida por John Lasseter para
 Pixar Animation Studios y Disney Pictures. 143 min.-

          
  Coco es un film conmovedor y emocionante, cuyo eje central consiste en las atávicas influencias familiares, esos tentáculos invisibles que desde el pasado moldean y condicionan nuestras vidas presentes, cadenas más fuertes que el acero y que en muchas ocasiones nos llevan a dibujar el mapa de nuestra propia vida de acuerdo a lo que creemos que ellos esperaban de nosotros. O a lo que nos contaron.
            Coco bucea en los complejos lazos familiares, en la lealtad a la que obligan, a las frustraciones que pueden provocar. La familia es un ancla que casi siempre brinda un lugar de pertenencia, en donde se supone seremos siempre aceptados y comprendidos; pero también puede volverse un enorme grillete de hierro, aferrado a nuestros tobillos para no dejarnos volar, para confirmar las neurosis que las amarguras de la vida causaron en nuestros padres o ancestros, los mismos que forjaron esas místicas cadenas que solo se pueden quebrar con el perdón y la aceptación. 
   

     Coco es también —y por sobre todo— una poderosísima y movilizante historia étnica y cultural, que en estos amargos tiempos de Trump y Putin le devuelve el esplendor y la magia a la brillante riqueza folclórica de una sociedad actualmente despreciada: la mexicana. Sus tradiciones, casi tan antiguas como las creencias celtas del norte de Europa, que también celebraban una vez al año el vínculo místico entre el mundo de los muertos y el de los vivos, ilustran aquí el amoroso cuidado de toda una sociedad para con sus ancestros, la creencia (acertadísima) de que olvidarlos es hacerlos desaparecer definitivamente, matarlos dos veces. Pero Coco advierte con firmeza: tampoco podemos vivir aferrados a caducos mandatos del  pasado, que tal vez se originaron en una herida tan humana como pueril. Y nos alerta que traspasar el umbral de la vida sin abrazar el perdón incondicional resulta aun peor que vivir amargado.       

El Cine Épico Italiano: de la Historia al Péplum


por Leonardo Tavani
Los Pioneros del período Mudo
       
  Cuando el cinematógrafo estaba todavía en pañales, allá por 1914 —el mismo año del estallido de la Gran Guerra— la maravillosa Italia, que en ese momento se colocaba a la vanguardia de la producción comercial, presentaba un filme verdaderamente monumental, considerado hoy tanto fundacional como seminal para su género: Cabiria. Escrita y dirigida por Giovanni Pastrone, que de hecho utilizaba el pseudónimo Piero Fosco, la gigantesca épica se estrenó en Turín el 18 de abril de 1914. Duraba la friolera de 247 minutos (sí, como lo leen; 4 horas y siete minutos), tanto que los yanquis la importaron en versión reducida de 148 minutos. En cuanto a su guión, siempre se lo adjudicó a Gabriele D’Annunzio, el poeta, novelista y dramaturgo italiano (Pescara, 1863-Lago de Garda, 1938), pero no es así. D’Annunzio aceptó únicamente redactar los textos de los rótulos. El script  era efectivamente de Pastrone y estaba basado en una novela de Emilio Salgari. Ocurre que el director (que no figuró en absoluto en los créditos del filme sino hasta su reestreno de 1931, cuando además se le incorporó banda sonora) estaba mucho más interesado en legitimar su filme, y para eso llegó a un acuerdo con el poeta que explicaremos más adelante, cuando hablemos del personaje de Maciste y su importancia. Por otra parte, la película resultó una obra fuera de escala, de dimensiones faraónicas, que coronó brillantemente todo el período previo e inauguró un género de alcance mundial.
         
   Poco antes, en 1910, el mismo Pastrone había dirigido La Caída de Troya, mientras que en 1913 Mario Caserini presentaba Los Últimos Días de Pompeya, pero ambas (a igual que todas las que se enumerarán a continuación) son consideradas solo el prólogo para el nuevo género, que oficialmente se acepta como inaugurado con Cabiria. La proeza técnica llevada a cabo para rodarla resultó antológica. Los monumentales decorados, los centenares de extras, los kilómetros de película rodados, todo la convierte en un mito: de hecho, el pionero español Segundo de Chomón (director, cameraman, animador y decorador de set nacido en Teruel el 18 de octubre de 1871) creó y empleó en este filme un novedoso tipo de movimiento de cámara que todavía hoy se usa y que conocemos sencillamente como Travelling.
biografía de De Chomón
El ibérico también fue responsable de parte de los decorados y la iluminación, y en este último apartado impuso junto a Pastrone (que estaba entusiasmadísimo con la novedad) el uso de enormes pantallas reflectantes para incrementar la intensidad y gama cromático/tonal tanto de la luz natural como de la artificial, otro método entonces novedoso que el filme legó a la posteridad del séptimo arte. El director se impuso contar varias historias paralelas, además de la de su protagonista Cabiria (Lidia Quaranta)[1], para lo que rodó un total aproximado de 11 horas de película. Eso le permitió extraer lo mejor y editarla en los definitivos 247 minutos originales. Incluso se adelantó a su época, cuando ni se soñaba con un cine sonoro, al colaborar con el compositor y conductor de orquesta Ildebrando Pizzetti, quien compuso una poderosa y extensa partitura para el film en la que destaca su vibrante “Sinfonía del Fuego”, la que acompañaba la escalofriante secuencia del sacrificio a Moloch. Las copias se distribuían con un disco de pasta y una ficha con rigurosas instrucciones, para que los operadores pudieran echar a funcionar el gramófono en el momento exacto y en la pista indicada.
          
  Este hito histórico marcó el comienzo del período de esplendor del cine italiano, que hasta entonces era un pálido remedo del francés, a tal punto que muchos actores y técnicos provenían del país galo[2]. El género épico o Péplum (bautizado así por los críticos e historiadores franceses recién en la década de 1960) representó una verdadera revolución en su época, tanto que el pionero norteamericano David Lewelyn Wark Griffith (El Nacimiento de una Nación, 1915; True Heart Susie, 1919, quien prácticamente definió el montaje como forma objetivo/subjetiva de narración (lo que también condujo a establecer el plano como unidad mínima de la narración), se vio tan influenciado por este cine —y especialmente por Cabiria— que sencillamente clonó dicho estilo y diseño visual para su filme Intolerance (Intolerancia, 1916), específicamente para el segmento Babilonia[3].

“LA BESTIA ESTELAR”: Doctor Who celebra su 60 aniversario recuperando toda la magia Perdida

Por Leonardo L. Tavani Calificación: Muy Buena ★★★★ El sábado último regresó la mítica serie Doctor Who . Lo hizo con el primero de lo...