Por Leonardo L.Tavani
Calificación: Regular ★★
La ciencia ficción nació en la
literatura, ciertamente, pero ese gran invento de finales del siglo XIX que fue
el cinematógrafo la hizo suya casi de inmediato. Estaban destinados a
emparejarse desde antes incluso de sus respectivas existencias. La televisión,
igualmente, se apropiaría de la sci-fi quizás con mayor empeño: lo haría con
algo menos de presupuesto que su primo hermano y quizás con cierto
apresuramiento según los casos. Ahora bien, históricamente, la sci-fi —en su
vertiente futurista— ha sido predominantemente distópica. Siempre, y casi sin
excepciones, los autores (y guionistas, por cierto) han imaginado un futuro
negro y devastador, uno en el que todos los valores y todas las conquistas de
la sociedad se vuelven contra ella misma hasta destruirla. Más allá de la obvia
razón que dicta que este tipo de escenarios es harto propicio para contar
historias con gran profundidad y consistencia dramática, lo cierto es que esta
inevitable tendencia a imaginar un futuro negrísimo proviene, casi con seguridad,
del componente tanático de nuestra psiquis.