Lost in Space: El Regreso de la Mejor Ciencia Ficción Espacial

Por Leonardo Tavani
Calificación: Muy Buena (★★★★)
Perdidos en el Espacio. EE UU, 2018.
Producción de Legendary Television / Synthesis Entertainment / Applebox Pictures. Distribuida por Netflix. Escrita y producida por Matt Sazama y Burk Sharpless. Dirección: Tim Southam, Deborah Chow, Alice Troughton, Neil Marshall. Elenco: Mina Sundwall, Max Jenkins, Molly Parker, Parker Posey, Taylor Russell, Ignacio Serricchio, Toby Stephens, Amelia Burstyn, Raza Jaffrey, Adam Greydon Reid, Ajay Friese, Kiki Sukezane, Iain Belcher, Yukari Komatsu, Sibongile Mlambo

                        Toda remake presenta un riesgo ineludible, inherente a su misma condición, y a la vez cuenta con una ventaja relativa que le sirve de colchón ante ciertas caídas. El riesgo es el de la inexorable comparación, esa mala costumbre que nadie puede evitar. En el caso de una serie, que se ha afianzado con el tiempo y con cada emisión semanal, que nos ha vuelto tan familiares y queribles a sus protagonistas, la futura nueva versión se arriesga a perder por goleada ante el ineludible reflejo en el espejo. Así ocurrió con El Zorro (1957-1959), la inolvidable serie producida por Walt Disney Television, la que con sus apenas dos temporadas pulverizó toda pretensión de sucesión histórica. Hubo intentos en los ‘80s, una breve serie a fines de los ‘90s, versiones para la tevé europea, pero
nada ni nadie pudo contra Guy Williams y su inoxidable sonrisa. Canal 13 de Buenos Aires prosigue emitiéndola por la mañana, antes del Noticiero 13, repitiendo hasta el hartazgo cada episodio, a los que exprime cual naranja en manos de un náufrago abandonado en un islote vacío. El resultado es invariable: El Zorro aniquila cualquier competencia que le pongan delante; es el único segmento horario en que Telefé no puede quebrar el reinado del canal de Constitución, por mucho que “Morfi” lo intente. Claro, se trata de una serie absolutamente perfecta, sin fisuras, cuya factura ya parece un secreto perdido en el arcano limbo del talento extraviado. En cuanto a la ventaja que hemos señalado, se trata sencillamente del paso del tiempo y el surgimiento natural de nuevas generaciones de espectadores. Si el producto clonado resulta odiado por los adultos mayores que otrora gozaron del original, bien es posible que los más jóvenes se enganchen masivamente con la remake tornándola tan exitosa como rentable, incluso si presenta algunos agujeros de producción.

            Ahora bien, en el caso de una serie televisiva renovada confluyen casi siempre ambas tendencias a la vez, tanto para lo negativo como para lo positivo. Puede que sea muy buena y atrapante, pero aun así se vea incapacitada de atraer a los viejos fans; y sin embargo, es más que posible que la juventud se sienta inmediatamente atraída por ella. En el caso de Star Trek: Discovery (2017, CBS on demand y Netflix) —que no es de ningún modo una remake, sino un spin-off— se dio una situación análoga pero con notables diferencias: el envío resultó un fiasco, la destrucción más perfecta y deliberada de la magnífica creación de Gene Roddenberry, pero de todos modos batió récords de abonos en línea y visionados en red. Los viejos Trekkers, en todo caso, la vimos para convencernos de cuan mala podía llegar a ser —o cuando menos para darle la chance de mejorar— pero sus espectadores naturales fueron los jóvenes y adolescentes. El estilo video clipero y la pseudo oscuridad de cartón pintado de su trama resultaron maná en el desierto para los pibes de ahora, perpetuamente bombardeados por productos que no se caracterizan precisamente por su adscripción al budismo zen. Pero consumen, ¡y vaya si lo hacen! Ahora bien, no hemos hecho mención alguna a las muchas versiones cinematográficas de series porque eso es otra cosa: la verdad es que ninguna saga televisiva debería ser transpuesta a la gran pantalla —por mucho que la amemos o la extrañemos— ya que la esencia de ambos medios es radicalmente diferente. Una serie se afianza con el paso del tiempo y las emisiones, nos familiariza con sus protagonistas hasta convertirlos en parte de nuestra ‘familia’, su estructura narrativa es siempre parecida y obedece a ciertos patrones repetitivos —los que si se violan repercuten negativamente en la audiencia y en el propio andamiaje del producto— y por último (pero no menos importante), los actores se convierten en “el personaje”: la identificación entre intérprete y criatura se torna tan simbiótica que nos resulta imposible (o casi) imaginar a alguien más en dicho rol. Ni hace falta que lo apuntemos, por mucho que el genuinamente talentoso Chris Pine se esfuerce, el Capitán James T. Kirk será siempre —for ever and ever— William Shatner. Shatner y Kirk son una misma cosa, cualquier otro en sus zapatos será siempre un impostor, por muy competentemente que lo encarne.

            Hecha esta introducción, probablemente fútil, vayamos al punto. Perdidos en el Espacio ha vuelto. Si era necesario o no, es harina de otro costal; ha regresado y es un hecho. Lo que verdaderamente importa es cómo y para qué ha vuelto, y eso es lo que trataremos de desentrañar.
           
póster de la serie clásica
Primero, un poco de historia: Irwin Allen (1916-1991) fue un prolífico creador, guionista, productor y director de cine y tevé, cuyos mayores éxitos se hallan a inicios de los ‘60s[1]. Se lo conoce como el ‘padre’ del “cine catástrofe”, ya que fue su gran impulsor. The Poseidon Adventure (1972, Ronald Neame) y The Towering Inferno/Infierno en la Torre (1974, John Guillermin) fueron pioneras de este subgénero, pero Allen era además un amante de la ciencia ficción y la aventura, por lo que también produjo y dirigió otros filmes de ambas vertientes, tales como Cinco semanas en Globo/ Five Weeks in a Balloon (1962, Irwin Allen)(basada en la novela homónima de Jules Verne), The Lost World (1960, Irwin Allen)(sobre la novela de Sir Arthur Conan Doyle), City Beneath the Sea (1970, Irwin Allen - de la que luego desarrolló una breve serie) y —claro está— la mítica Voyage to the Bottom of the Sea /Viaje al Fondo del Mar (1961, Irwin Allen), protagonizada por Walter Pidgeon, Joan Fontaine y Peter Lorre, la que posteriormente sería convertida por Allen en otra de sus más queridas y exitosas series (1964-’67).  Exclusivamente para la tevé desarrolló, entre otras, la inolvidable Time Tunnel/El Túnel del Tiempo, Tierra de Gigantes/Lands of the Giants (1968-’69), The Swiss Family Robinson (1975) y —por supuesto— la serie que nos ocupa, la que a pesar de su corta vida en la ABC (tres temporadas con un total de 83 episodios), se convirtió en un clásico de culto: Lost in Space/ Perdidos en el espacio (1965-’68). Si bien no le alcanzó para emular a Star Trek (NBC, 1966-1969) en cuanto a fenómeno cultural de masas, Lost in Space es aun hoy objeto de ese tipo de admiración y reverencia que ostentan series tan disímiles como The Fugitive (ITC y ABC 1967), Batman (ABC 1966-1969) o El Avispón Verde (The Green Hornet, ABC, 1967-‘68). Entre el 15 de septiembre de 1965 y el 6 de marzo de 1968 se emitieron la totalidad de sus episodios, rodados en blanco y negro para la primera temporada y en color para las dos restantes. El tono del show fue siempre auto paródico, destinado por sobre todo a niños y adolescentes. Tal fue el impacto en este segmento etario que a la ABC le llovían toneladas de cartas destinadas a los jóvenes actores que interpretaban a los niños Robinson. A inicios de los ‘80s, durante un homenaje televisivo, la actriz Marta Kristen (‘Penny’ en la ficción) rememoró cómo llegó a sentirse ante las requisitorias epistolares de sus fans, adolescentes incapaces de distinguir ficción de realidad que la acosaban con sus problemas personales. Quien menos resultó favorecido por esta ‘lostmanía’ fue —paradójicamente— Guy Williams (John Robinson). Casi de inmediato perdió protagonismo ante Jonathan Harris, quien interpretaba a un insidioso, taimado y adorable Dr. Zachary Smith, el villano fijo de la serie. Él, Bill Mumy (Will) y el robot —‘afanosamente’ inspirado en ‘Robby’, el maravilloso autómata del film Planeta Prohibido (Forbidden Planet, 1956; Fred McCleod Wilcox) — establecieron una química tan sólida que opacó a gran parte del elenco, con especial desmedro para el otrora ‘Diego de la Vega’. Pero abandonemos el pasado y pasemos a la nueva producción que nos ocupa.
La tripulación original
            El primer logro —y no uno menor— de Lost in Space 2018 consiste en su astuto y bien planificado crescendo narrativo. La serie comienza de menor a mayor y acaba la temporada de manera superlativa. Algunos críticos han indicado que el despegue se da en el episodio 6 (Noel Murray en “Rolling Stone” USA, por caso) —lo que a nuestro criterio es erróneo— mientras que Kristen Baldwin (Entertainment Weekly) apuntó: "Su ritmo es una paradoja muy interesante... ¿soy yo, o no sucede nada incluso cuando los Robinson casi mueren cuatro veces por capítulo?" Tampoco compartimos esta observación. Ahora bien, lo cierto es que la temporada comienza con un estilo seco y directo, que rehuye deliberadamente el sensacionalismo y el impacto grandilocuente. Se busca conseguir la adhesión empática hacia los personajes de manera más lenta y gradual, de modo que los conozcamos lo suficiente antes de apreciarlos. Esto es muy importante porque nos enfrentamos a criaturas que ya existieron antes en el universo de la ficción, pero que ahora tendrán personalidades, características y motivaciones radicalmente diferentes a las de sus modelos originales. Incluso en quienes no vieron la serie clásica se da cierta contaminación vía Wikipedia, IMDB y tantos otros sitios web que brindan información, fotos y videos a raudales; y cualquiera accede a ellos desde un simple teléfono móvil. El primero de los cronistas citados parece haber advertido a medias algo que sí resulta evidente para el crítico atento: no es que la serie despegue en el episodio 6 —insistimos—, sino que sus 10 envíos totales están divididos en tres segmentos específicos, 3 + 3 + 4. Los tres primeros episodios establecen la premisa básica sin expandir la historia. Tenemos a una familia recién estrellada en un planeta inhóspito; su nave está atrapada en el hielo; algunos miembros están o bien en peligro mortal o bien heridos de gravedad. No se nos muestra la dinámica familiar todavía. Luego descubrimos que hay una nave similar en otra zona planetaria; entre sus sobrevivientes se halla la gran villana de esta historia, la falsa Dra. Smith, quien da las primeras pruebas de su accionar. El mundo en que se encuentran brinda algunos avisos de la hostilidad que puede albergar para con los humanos. Los primeros flashbacks dan cuenta del motivo que originó la necesidad de explorar otros mundos. A su vez, con la aparición del robot, asistimos a un primer atisbo de lo que ocurrió en la nave madre, la Resolut, inmediatamente antes del escape de emergencia y la posterior colisión.  
  
            El segundo grupo de tres capítulos (del #4 al #6) enfrenta a los personajes entre sí, revela sus inseguridades pero también sus fortalezas, de modo que comenzamos a conocerlos en verdad y a interesarnos por su suerte. Calculadamente se nos muestra a Maureen como algo arrogante y demasiado exigente, casi como si su gran inteligencia se interpusiera entre ella y sus seres queridos. Esa apreciación cambiará radicalmente en el bloque siguiente, pero mientras tanto, aquí asistiremos al meollo de su ambigua relación con John, de quien está virtualmente separada. Crece el vértice Dra. Smith, Will y el Robot. Aparecen más sobrevivientes con sus respectivas naves Júpiter. Los hermanos intensifican la relación que los une, a la vez que se vuelven más autónomos y afirman sus personalidades. El planeta comienza a revelarle a Maureen sus secretos. Finalmente, en el último tercio compuesto por los 4 envíos restantes (#7 al #10), aparecen los conflictos con los otros sobrevivientes —en especial con el líder expedicionario, tan autoritario como miope ante ciertas necesidades colectivas— de modo que el espectador torna inmediatamente sus simpatías hacia los Robinson, quienes junto al anciano biólogo oriental son los únicos sensatos y dispuestos a arriesgar lo que haga falta para escapar del planeta. Ahora sí, la dinámica de estos 4 capítulos nos conduce claramente a simpatizar con estos personajes. Un ejemplo claro es el de John (el padre), quien a partir de la odisea con su ex a bordo del explorador y del momento a solas con su hijo menor —cuando erigen un memorial para las víctimas caídas— adquiere status de persona y se torna importante para nosotros. Antes era necesario que lo viéramos con los mismos ojos escépticos de Maureen, para que así se nos revele poco a poco quien es él en realidad; hacerlo de otro modo hubiera redundado en el idéntico resultado que experimentó Guy Williams allá en los ‘60s: personaje subsumido por los más carismáticos, que solo serviría para el despliegue de fuerza física o la resolución de problemas menores. Por ello mismo el guión se encarga de ubicar toda la aventura final (las trampas de June Harris/Dra. Smith, el ‘cambio’ del robot, la pérdida del combustible recolectado, etc.) después que Maureen y John se han reconciliado y comprendido (no es spoiler, ya que además de ser algo obvio no afecta en absoluto a los hechos por venir). Es también en este segmento que se descubre un hecho importantísimo respecto del robot, su proveniencia, y un secreto relacionado que implica al mismísimo corazón de la misión de la Resolute.

            Y bien, pidiendo disculpas por la desprolijidad (tanto gramatical como narrativa) del resumen anterior —inevitable por razones de extensión y para evitar spoilers peligrosos— confiamos sin embargo haber clarificado la dinámica estructural del relato y el bien calculado modo en que se nos presentan los personajes. En cuanto a la trama, esta se diferencia notablemente de su fuente original. Estamos en el año 2046 y la Tierra está sumida en una nube semi-tóxica desde que un supuesto meteorito cayó en el sur de Canadá. La astronave Resolute —fruto de un proyecto gubernamental destinado a la colonización estelar— se topa con un desgarro espacio-tiempo que la aleja millares de años luz de su destino final, uno de los planetas habitables del sistema de Alpha Centauri[2]. En paralelo se produce un ataque alienígena a la nave, dañándola seriamente y obligando a muchos colonos a escapar en sus respectivas cápsulas Júpiter. Los sobrevivientes, entre ellos la familia Robinson, se encuentran ahora en un planeta desconocido del que parece casi imposible escapar.

            Los Robinson, en efecto, son la familia eje del relato; lo que a ellos les pase y el cómo les suceda influirá decisivamente en los otros sobrevivientes. A medida que se incorporen al relato otros personajes también se irán afianzando los lazos entre los miembros de la familia e irán cobrando sentido los sucesivos flashbacks, que no son otra cosa que fichas de un puzzle que nos permitirá descubrir —poco a poco— el por qué están allí, para qué y de qué manera llegaron. A diferencia de la decepcionante Lost (un taimado contrabando de ideas místico-religiosas), aquí los recursos al pasado reciente resultan breves, necesarios e ilustrativos. No lo explican todo, sino que sugieren mucho más de lo que revelan. Los hechos avanzan en espiral, nunca linealmente; o sea que si aparece un problema, este se resuelve al límite de lo posible, pero una vez solucionado queda un desafío peor a resultas, el cual será remontado por los personajes de idéntica forma. Cada vez que les sucede esto (retroceder dos pasos para luego avanzar cuatro), los protagonistas muestran diferentes aspectos de su personalidad, una característica que les da espesura dramática y sustento narrativo. Lo bueno de esta metodología es que los personajes no parlotean acerca de sí mismos, sino que se revelan por medio de la propia acción; no dicen ser, sino que obran de acuerdo a como son. Es un detalle refrescante, digno de imitación. Y el mejor ejemplo de esto es el de la falsa Dra. Smith, en realidad June Harris, una mujer profundamente herida —quien de hecho se desprecia a sí misma— que ha aprendido el dudoso arte de la auto preservación a toda costa, incluso si ello implica el crimen. Desde su primera aparición se establece el cariz de su personalidad con la gestualidad, el lenguaje corporal y la enorme intensidad que la talentosa Parker Posey le imprime a su criatura. Su personaje establecerá una cierta conexión con Will, aunque no dudará en traicionarlo si ello le reporta un beneficio. Además, su “maldad” no es estereotipada sino que obedece a su pasado, a sus frustraciones, a su incapacidad para adaptarse a lo que se considera “normal”. Su personalidad ambigua fluye a través de sus actos y sus reacciones, nunca porque simplemente así está escrito en el guión. Repetimos, este es uno de los puntos fuertes de esta muy sólida mini serie.

                                    Lost in Space se anima a incorporar elementos que en los años ‘60s hubieran resultado demasiado urticantes. La actual Maureen tiene una hija negra de su primer matrimonio —la favorita de John— quien a pesar de no ser su padre biológico no solo la ama profundamente, sino que reconoce (con orgullo) lo mucho que se le parece. A su vez, y como ya se ha dicho, la serie arranca con los padres divorciados (aunque de hecho), mutuamente enojados y con un reproche siempre a flor de labios. Y ya que la mencionamos, Judy (Taylor Russell) no es una jovencita pasiva como lo era su homóloga del pasado, sino una estudiante avanzada de medicina —es, de hecho, la médica a cargo— tanto como una valiente persona, capaz de reponerse de una experiencia escalofriante cercana a la muerte. Penny (Mina Sundwall), por su parte, es otra adolescente inteligente, una hábil joven entrenada en ingeniería que además está bien conectada con sus sentimientos; es la más visceral del grupo y la única que se atreve a ir por el chico que le gusta. Y por supuesto está Will Robinson (Maxwell Jenkins), quien es parte de la misión porque su madre sobornó para que lo acepten, dado que había fallado los test de admisión.
Este Will es mucho menos ingenuo que su antecesor, y aunque haya pifiado dichos exámenes pronto se demostrará que no carece de astucia ni recursos. Tiene 11 años, y el guión acierta en no ponerlo por encima de sus posibilidades. Por fuera de la familia se destaca el actual Don West (Ignacio Serricchio), que si antes era un militar y piloto de la Júpiter 5, ahora es un mecánico espacial con un “trabajito” oculto, el contrabando de whisky y otras yerbas. En cuanto al robot es necesario mantener cierta reserva; nada tiene que ver con el de la versión clásica, pero tiene una vital relevancia de cara a lo que sucederá en el impactante segmento final de la serie, por no decir en la futura segunda temporada, que ya esperamos con ansia. Claro que ya hemos mencionado a Parker Posey y su endiablada June Harris, una mujer capaz de todo por transformarse en otra persona, por obtener una segunda oportunidad. Pero tanto el guión como la mirada de la talentosísima actriz se las ingenian para sugerir con claridad que en el fondo —y quizás no tan en el fondo— ella se percata de la improbabilidad de ese anhelo, lo que a la postre la torna más peligrosa. Para finalizar este segmento, cabe destacar el rol de Toby Stephens en la piel de John Robinson, un comando militar de elite que más de una vez privilegió su profesión por sobre su familia. El actor, otrora miembro estable de la Royal Shakespeare Company (Twelfth Night, 1996; Trevor Nunn/ Otro Día para Morir, 2002; Lee Tamahori), lidia con el rol más peliagudo, el único que puede convertirse en una macchieta (recuerden que ya explicamos lo que le pasó a Guy Williams entonces) y servir apenas para aportar fuerza física o darle un feedback al personaje de Maureen. Stephens sale airoso del reto, ayudado por un guión que sabiamente dosifica la apertura de su personalidad de cara al espectador.


            La serie ha sido recreada, escrita y producida por Matt Sazama y Burk Sharpless, para Legendary Television, Synthesis Entertainment y Applebox, teniendo a Zack Estrin como showrunner, estrenándose en streaming vía Netflix —para todo el mundo— el 13 de abril de 2018 con muy buenos resultados. Más adulta, más intensa, con elementos genuinamente subsidiarios de la sci-fi y además con personajes que resultan atractivos para distintas franjas etarias, Perdidos en el Espacio resulta una remake a la que vale la pena acercarse. Posee personalidad propia y su final de temporada abre el abanico a una infinita gama de posibilidades. A disfrutarla.
 

           




[1] Que no debe confundirse con su colega Irving Allen (1905-1987), productor (y director) nacido en Polonia, responsable de la saga “Matt Helm”, con Dean Martin.-
[2] Alpha Centauri, también llamada Rigil Kentaurus, es un sistema de tres estrellas en la constelación de Centauro. A simple vista, Alpha Centauri aparece como una única estrella con una magnitud aparente de -0,3, que la convierte en la tercera estrella más brillante del cielo. Cuando se observa a través de un telescopio se advierte que las dos estrellas más brillantes, Alpha Centauri A y B, tienen magnitudes aparentes de -0,01 y 1,33 y giran una alrededor de la otra en un periodo de 80 años. La estrella más débil, Alpha Centauri C, tiene una magnitud aparente de 11,05 y gira alrededor de sus compañeras durante un período aproximado de un millón de años. Alpha Centauri C también recibe el nombre de Proxima Centauri, ya que es la estrella más cercana al Sistema Solar, a una distancia de 4,3 años luz. (fuente: Enciclopedia Encarta. Microsoft, 2007).-

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