FLEMING: el Creador de 007 en una Fantasiosa Trama de
Traición y Espionaje
por Leonardo Tavani
Calificación: Buena ★★★
Fleming: el Hombre que
Sería Bond (Fleming,
the Man Would be Bond)
Inglaterra, 2014. Producción de BBC Four,
Ecosse Films y Sky Atlantic
Miniserie de 4 episodios de 43 minutos de
duración.
Dirección:
Mat Whitecross – Creada por: John Brownlow – Escrita
por: John Brownlow y Don Macpherson - Elenco:
Dominic Cooper, Lara Pulver, Anna Chancellor, Samuel West, Lesley Manville,Rupert Evans, Camilla Rutherford, Dean Lennox Kelly, Annabelle Wallis, Pip Torrens.-
Nunca se sabrá si fue una movida de prensa de la editorial, una
sugerencia de algún asesor o una respuesta genuinamente sentida, pero ocurrió
que en el único reportaje que el presidente Kennedy le concedió a la revista
Playboy aseguró que su libro favorito era “Desde Rusia con Amor” (From Russia with Love), aclarando además
que “siempre tenía una novela de Ian
Fleming en su mesita de luz”. Kennedy fue asesinado el 22 de noviembre de
1963 en Dallas, cuando el filme homónimo —el segundo de la inoxidable saga del
agente 007— apenas llevaba poco más de un mes en cartelera. Es poco probable
que el malogrado presidente haya podido llegar a verla, pero su magnicidio (al
menos hasta después de calmarse el maremoto político) resucitó tanto esa como
otras declaraciones suyas consideradas de interés. Es un ejemplo perfecto de la
repercusión que las novelas de Ian Fleming llegaron a tener hasta poco antes
del lanzamiento de Dr. No (1962, Terence Young), la primera aventura
cinematográfica de James Bond, el espía al Servicio Secreto de Su Majestad. A
partir de 1953, con la edición de Casino Royale —iniciadora de la
serie— Fleming alcanzaría prontamente un inusitado status de autor de culto,
condición de la que el propio novelista recelaría, plenamente conciente de sus
limitaciones literarias. Su vida, durante mucho tiempo opacada por la figura de
su hermano Peter, fue objeto de un par de adaptaciones para la pantalla chica,
pero la que ahora nos ocupa trae todo el brillo y la sofisticación de las
mejores producciones de la BBC, esa increíble factoría de talento cuyos fondos
estatales demuestran cabalmente que otra tevé pública es perfectamente
posible. Veamos qué tan buena resultó Fleming: el Hombre que Sería Bond.
Ian Fleming en 1960 |
Primero, un poco de
historia. Ian Fleming nació en Londres en 1908 en el seno de una familia
acaudalada y aristocrática. De hecho, su madre —Evelyn— era una St. Croix,
apellido directamente ligado al antiguo Ducado de Aquitania. Ian estudió en
Eaton y Sandhurst, pero prefirió siempre una vida más bohemia, quizás por
sentirse a la sombra de su hermano mayor Peter, aventurero y viajero inglés de
la vieja escuela, cuando ambos términos tenían aún un significado vívidamente
victoriano y decimonónico. Se dedicó mayoritariamente al periodismo, llegando a
ser corresponsal en Moscú de la agencia Reuter entre los años 1929 y 1933.
Antes se había establecido alternativamente en Múnich y Ginebra, ciudades en
las que estudió alemán y francés —idiomas que dominó perfectamente— una
herramienta imprescindible para su tarea como corresponsal extranjero. Los años
previos al estallido de la 2ª Guerra Mundial lo encuentran de vuelta en
Londres, desempeñándose como agente y corredor de bolsa, actividad que
emprendió con inocultable desdén. Poco antes del avance de las tropas nazis
sobre París, Fleming ingresa a la Oficina de Inteligencia Naval, concretamente
en la entonces recientemente creada M.I.6
(Military
Intelligence branch 6). Dicho departamento jamás perteneció a la marina
Real, sino al Ministerio de Defensa, pero en tiempos de guerra estaba sometido
al mando naval. Fleming fue incorporado con el rango honorífico de Comandante y
estuvo asignado a la sección de criptografía, hasta que resulta nombrado asesor
personal del jefe de inteligencia naval, almirante John Godfrey. Finalizado el
conflicto Fleming retorna al periodismo y en poco tiempo llega a ser Redactor
Jefe del área de Política Internacional del prestigioso The Sunday Times. Perderá
su status de playboy y soltero
empedernido cuando finalmente se case con Ann O’Neill en 1952. En Jamaica,
durante su luna de miel, Ian Fleming escribirá casi de un tirón Casino
Royale, primera novela del ciclo Bond. El resto es historia.
“Fleming”
tenía todo a su favor; un período histórico tremendamente trágico pero a la vez
apasionante, una serie de locaciones fascinantes (Londres, Lisboa, Jamaica,
etc.), personajes históricos con suficiente pimienta como para atraer al más
despistado y —para colmo— los entretelones del nacimiento del personaje de
ficción más trascendente del siglo XX, James Bond, agente 007 al Servicio
Secreto de Su Majestad. Fleming, insistimos, tenía todo eso;
eso y la buena factura de la BBC, imbatible en esto de crear miniseries con un
atractivo artístico y estético insuperables. Pues bien, algo de magia está
presente, un cierto glamour envuelve el producto, las actuaciones son buenas,
pero... Pero Ian Fleming, el hombre, no está allí. No es problema de Dominic
Cooper, un gran actor que viene mostrando una solvencia admirable (Abraham
Lincoln, Cazador de Vampiros; 2012/ Captain America, the First
Avenger; 2011), sino de un guión esquemático y poco imaginativo, que
opta por presentar a un Fleming de fantasía que se pretende empardar con su
criatura de ficción. Curioso, pero en el breve prólogo en Jamaica —durante la
citada luna de miel— su reciente esposa (quien acaba de leer el manuscrito de Casino
Royale), le reprocha con bastante sarcasmo que el personaje resulta
ciertamente él mismo, pero siendo y haciendo todo lo que no pudo en la vida
real. Sin embargo, los creadores del envío —John Brownlow y Don MacPherson— han
hecho caso omiso de sus propias palabras y arman una lujosa fantasía que no
acierta nunca a definir su estilo ni el género al que pretende pertenecer.
Drama, docu-drama, biopic, historia de espionaje, cine bélico, todo se mezcla
sin demasiada coherencia en esta melànge
ciertamente divertida —los cuatro episodios se ven de un tirón y resultan
sumamente entretenidos— pero tan vacía como el cráneo de Marley.
Fleming
es una miniserie que centra su relato en un período muy preciso de la vida del
creador de James Bond (de 1939 a 1945), los meses previos a su ingreso al
ministerio de guerra, su carrera dentro del departamento de Inteligencia y la
tortuosa relación que mantuvo con Ann O’Neill, casada y a la vez amante de
Esmond Rothermere, el por entonces director del influyente The Daily Mail. Antes que
nada hay que apuntar que todo el envío parece concebido casi con exclusividad
para los fans Bond, lo que a priori no tendría nada de malo, pero limita bastante
los objetivos de la miniserie. La mismísima primera imagen, una toma submarina
en las costas de Jamaica, prácticamente clona el encuentro subacuatico entre
Bond y Dominó en Thunderball (1965, Terence Young), y segundos después —ya en la
finca— Ann provoca a Ian con idénticos gestos, ropa, peinado y parlamentos que
Fiona Volpe (Luciana Paluzzi) utilizaba con 007 en dicha película. Es más, Ann dirá
más tarde que el personaje de Bond no le gusta porque es un “sadistic
brute” (sic), exactas
palabras que Fiona le espeta irónicamente a Bond/Connery luego de una aguerrida
sesión de sexo. Perlitas como estas se hallan diseminadas a lo largo de los 4
episodios, destinadas a excitar la imaginación de los amantes de la filmografía
de 007, pero que no se ajustan para nada con el perfil del auténtico Fleming y
a la vez dejan afuera a los no adictos a la saga. Aquí el problema se halla en
la pretensión que abre todos y cada uno de los capítulos: una leyenda que reza
“todo
lo que escribo tiene una referencia en la realidad”, adjudicada —claro
está— al propio autor. No nos consta la autenticidad de la frase, pero su sola
existencia echa por tierra —o cuando menos contradice— la posibilidad de fantasear
con el personaje histórico, la que también hubiera sido una línea válida de
trabajo. Fleming, entonces, resulta un híbrido que no acaba de cuajar
del todo. Algo así como un mix de “realidad
expandida” con “ficción plausible”.
El producto está
claramente desbalanceado; no profundiza demasiado bien el perfil sentimental
del futuro escritor (se indica a cada rato que no puede comprometerse
afectivamente, pero ello no se ilustra correctamente con acciones), la relación
con Muriel (Annabelle Wallis) resulta meramente decorativa y apenas si servirá de excusa
para una breve chispa de emoción que Fleming/Cooper mostrará a su debido
tiempo; las idas y vueltas con Ann (una excelente Lara Pulver, Irene Adler en la serie Sherlock
de BBC) también están magnificadas a fin de brindar una sustancia dramática que
acaba asimilando la serie con un culebrón mexicano. Insistimos, no queda claro
a que clase de espectador apunta el producto, porque o bien se ofrece a los
fans acérrimos —quienes conocen la vida de Fleming con obsesivo detalle— o
acaso se dirige a un público más general, poco conocedor de la biografía del
novelista. Para los primeros la miniserie abunda en situaciones fantasiosas que
jamás ocurrieron, e incluso evita detalles de la vida real que debieron estar
presentes, los que no describiremos para evitar spoilear el argumento. Para los segundos, los no adictos, la trama
también reserva suficientes motivos de escepticismo, porque alcanza con estar
apenas enterado de la seria condición coronaria del autor (que padecía desde
apenas pasada la veintena) para dudar de ciertas cosas que ocurren en pantalla.
Incluso, aunque esto pueda parecer subjetivo, hasta sus numerosas fotos y
filmaciones evidencian un temperamento flemático, lánguido y circunspecto.
Nuevamente lo advertimos, el trabajo de Dominic Cooper es muy bueno y nada
tiene que ver con la dirección ni la orientación que adquiere su rol en la
trama.
Sin develar nada
inapropiado, podemos —sin embargo— apuntar un par de detalles. Por ejemplo, los
eventos del inicio del episodio 2 no
ocurrieron en Lisboa, sino en Estoril, la bella ciudad balnearia portuguesa. Y
tampoco sucedieron como se ve en pantalla. Ian y Ann se conocieron mucho más
tarde, cuando ella ya estaba casada con Esmond, poco después de concluida la
guerra, y aunque es cierto que hubo infidelidad a espuertas, todo el culebrón “que sí/que no”, “pegáme que me gusta”, “que te quiero pero vos no te dejás amar”
es pura ficción. No carente de interés para el espectador, porque está bien
resuelto e interpretado con oficio por parte de los actores, pero resulta algo ciertamente alejado de los
hechos. En cuanto al rol de Fleming como asesor de Inteligencia, la miniserie
se aboca a la pura fantasía. En primer lugar, el propio autor jamás reveló nada
sobre su desempeño en dicho organismo. Tampoco hubiera podido, ya que por
entonces estaba en plena vigencia la Ley de Secretos Militares; y por si esto
no fuera suficiente argumento, alcanzará
con recordar la ya apuntada condición cardiovascular del protagonista.
Su rol militar fue puramente de forma, a igual que su grado de Comandante;
Fleming no era un agente de campo, no contaba con entrenamiento para ello ni
podría haber encarado acción directa alguna, no sin sufrir un infarto ipso-facto. En cuanto al grupo comando
encubierto que crea e intenta dirigir, tampoco contamos con noticias ciertas
acerca de su existencia real, pero aun si los hechos fueran verídicos resulta
poco menos que improbable que el mismo Fleming los entrenara, habida cuenta de
su inexperiencia en dicha área. En definitiva, insistimos en que estas
divergencias no representan un obstáculo para el disfrute de la trama, pero
dificultan severamente el tomarla en serio, dado que —como ya observamos— la
miniserie se presenta como un biopic
puro y duro. Si en cambio se hubiera tomado la opción menos transitada,
fantasear abiertamente con el personaje —como hacía el filme Kafka
(1991) de Steven Soderbergh, genialmente interpretado por Jeremy Irons en la
piel del infausto escritor— el producto hubiera adquirido un vuelo y una solvencia
dramática mucho más importante.
The
Secret Life of Ian Fleming (1990, Ferdinand Fairfax) fue un telefilme
británico producido para el cable, retitulado como “Symaker” para su estreno
en cines fuera de Inglaterra. En nuestro país pasó sin pena ni gloria por los cines
porteños, pero tuvo algo más de suerte con su edición en VHS, bastante requerido por entonces. Protagonizada por el hijo
menor de Sean Connery, Jason, y junto a una muy joven Kristin Scott-Thomas, el
producto también fantaseaba bastante con la vida del autor, previamente a la
creación de 007 y la subsiguiente llegada del reconocimiento mundial. Mezclando
con bastante mayor fortuna ficción con realidad, aquella película —mucho menos
ambiciosa en su concepción— resultaba a la postre más efectiva, fundamentalmente
porque no se tomaba tan en serio a sí misma ni pretendía decir toda la verdad
acerca de su personaje central. De todos modos, Fleming: el Hombre que sería Bond
brinda una narración muy ágil, personajes atractivos (mención especial para
Anna Chancellor, quien interpreta a la Segunda Oficial Monday, asistente del
Almirante Godfrey. La química que establece con Cooper es excelente, y hasta el
más despistado puede advertir que resultará el molde para que Fleming moldee al
personaje de Miss Monneypenny, la
secretaria de “M” eternamente enamorada del espía), una recreación de época
sumamente lograda y una precisa dosis de glamour y sofisticación, siempre necesaria para ilustrar el universo del
creador del más snob de los agentes
secretos. No reinventa al hombre, no incrementa su leyenda, deja algunas dudas;
pero —por muchas objeciones que le hagamos— Fleming consigue algo que siempre
es bienvenido: permite pasar 172 minutos de muy buen entretenimiento. No es
poco; tampoco tanto, pero no se pierde nada con brindarle una tarde. Estará
bien empleada.-
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