Myron Selznick: Fuego y Pasión, Negocio y Revancha

por Leonardo Tavani


            Hollywood esconde historias increíbles, vidas truncadas, golpes de suerte y toda una serie de anécdotas tan sorprendentes que dejarían sin argumentos a los antiguos griots, esos narradores profesionales que hechizaban a sus oyentes en los oscuros zocos marroquíes. Tan solo hay que saber buscar; buscar y desenterrar. Porque muchas de esas historias están casi a la vista, aplastadas bajo pocos centímetros de mentiras, porque han sido disimuladas por un batallón de escribas a sueldo, mercenarios de la palabra que apenas por una promesa —la de una exclusiva con la estrella de turno— o un pueril soborno, ejecutaban el trabajo sucio de sus mandantes.
            La que sigue, quizás más corta que otras ya narradas, es una de aquellas. 
            El 5 de octubre de 1898 nació en Pittsburgh, Pennsylvania, Myron Selznick. Había llegado al mundo con una misión, secundar a su padre en el recientemente descubierto negocio cinematográfico, pero la quiebra de éste y el escarnio que sufrió por parte de los principales magnates de la industria, lo transformaron en una fuerza vengadora de magnitud inimaginable. Una fuerza que lo impulsó durante toda su corta vida, pero que a la vez lo consumió por dentro y por fuera. Cuando murió, con apenas 45 años, quedaban apenas despojos del hombre que había sido, el verdadero creador del oficio de representante de actores, el que redefiniría el término agente

            Pero todo comenzó con un inmigrante ruso, Lewis Zeleznick, quien luego de abandonar a su familia, originaria de Kiev, desembarca en Inglaterra con apenas 12 años. Trabajó en una acería hasta juntar el dinero para mudarse a América. Su precoz ambición tendría éxito. Apenas llegado, y luego de cambiar su apellido, se abocó con furia a alcanzar el tan prometido “sueño americano”. Lo haría pronto, apenas con 24 años, cuando ya asentado en Pittsburgh funda un banco y tres joyerías de prestigio. Allí nacería Myron, y cuatro años después David Oscar, el futuro gran productor de filmes míticos como Lo que el Viento se Llevó (1939) o Rebecca (1940), este último incluyendo el suculento y exclusivo contrato con el que “mudó” a Hitchcock hacia EE UU. Lewis, dominado por una auténtica obsesión de progreso, consideró escasos los logros ya obtenidos y se mudó con toda su familia a Nueva York en 1910, abriendo allí una fastuosa joyería. Por entonces la mayoría de las compañías de cine estaban asentadas en la costa Este, con sede en la Gran Manzana. Faltaba poco para la masiva mudanza a California, pero el poderío empresarial todavía se hallaba en la gran urbe. El ruso decidió que eso de las películas sería un negocio muy lucrativo más a la corta que a la larga. Decide invertir, primero como primitivo distribuidor, luego como productor. Fue un momento clave en su vida y en la de su familia, ya que a causa de su irascible carácter se moldearían los destinos de todos ellos, con ecos que repercutirían incluso décadas después. Lewis acababa de quebrar con su joyería, y en contra de todas las opiniones insiste en invertir en la Universal Pictures. Para ser el hombre que fue, que huyó de su casa nada menos que a los 12 años y pasó por todo tipo de penurias hasta lograr el éxito, se necesitaba de un carácter y una voluntad extraordinarios. Pero en él se conjugaban con un mal genio ingobernable, lo que causó el choque inevitable con Carl Laemmle, fundador y propietario de la Universal. Rechazado, se une a la World Film Corporation, pero una vez más resultó incapaz de congeniar con sus socios o tan siquiera trabajar en equipo. Otra vez por su cuenta, funda una empresa propia, la Lewis J. Selznick Enterprises, robándole la mejor estrella a sus anteriores asociados, Clara Kimball Young. Los primeros tiempos resultaron fructíferos y la fortuna de Selznick creció exponencialmente: en apenas dos años la familia ya vivía en un piso de 14 habitaciones en Park Avenue.
          
sentado, lleva en el regazo a un productor de la compañía de su hermano
  Fiel a sus costumbres culturales, Lewis introduce a sus hijos en el negocio desde muy pequeños. Cada día, después de la escuela, los muchachos debían ir a la oficina de su padre para observar atentamente cómo atendía sus negocios. Myron tenía destinada la presidencia de la empresa desde su propia fundación: era el mayor,  y para un ruso eso significaba que la sucesión estaba escrita en piedra. David tenía asignado a futuro el rol de jefe de producción, además de una virtual vicepresidencia. Todo quedaba en la familia. Apenas Myron cumple 21 años su padre convoca una conferencia de prensa, lo presenta como el nuevo vicepresidente y también como jefe de producción, ya que deseaba que su primogénito se fogueara en todas las áreas vitales de la compañía antes de dividir las tareas entre los hermanos. El muchacho estaba tan feliz que ensayó unas palabras ante la prensa: “Formamos una familia unida y feliz, en la que no hay formalismos. Cualquiera puede verme aquí todos los días y en cualquier momento.”
            El príncipe jamás accedería al trono. El causante directo sería Adolph Zukor, el húngaro que por entonces dirigía con puño de hierro la Famous-Players-Lasky —que muy poco después pasaría a ser Paramount Pictures— quien luego de tener virulentos choques con Selznick padre juraría su destrucción. Precisamente cuando Myron estaba por asumir el control de la empresa, Zukor se encargó de sabotear la línea de crédito de su padre, que estaba realizando giros en descubierto, y forzó a que sus antiguos amigos y socios le dieran la espalda. El golpe resultó mortal. En febrero de 1923 Lewis J. Selznick se declaró en quiebra, su esposa debió vender todas las joyas, muebles y demás posesiones; perdieron su piso y las restantes pertenencias se subastaron. Claro está, los muchachos se quedaron en la calle antes de debutar.

            El golpe resultó especialmente duro para Myron. Está claro que había heredado mucho del genio rencoroso de su padre y gran parte de su fuego interior. Mientras que David no se daría por vencido, al punto que en poco tiempo más ya estaba contratado como asistente de producción en la flamante Paramount —la empresa del enemigo de su padre, que claramente no adjudicaba al muchacho los pecados del progenitor— Myron intentó conseguir empleo en Hollywood pero adoptando una actitud arrogante y agresiva. Todos lo rechazaron. El viejo enemigo de su padre, Carl Laemmle, le espetó: “Abandona el negocio del cine. No sabes nada de él. Nunca llegarás a nada aquí.” A cada rechazo Myron duplicaba su furia, de modo que casi por milagro consigue empleo con el productor independiente Joseph Schenk. No duró ni tres meses. El rumor sobre su mal genio y soberbia corrió como reguero de pólvora por todo Los Ángeles y Myron quedó definitivamente vetado por la industria.
            El mayor de los Selznick comprendió que lo suyo no era estar frente a los focos de exposición, al revés de su hermano, que adoraba ver su nombre en enormes letras de molde, de modo que tuvo una idea que a la postre se revelaría genial. Ocurre que el negocio de los representantes de artistas ya existía, es cierto, pero de modo bastante rudimentario, inorgánico y carente de toda regla clara. Los supuestos agentes eran tipos despreciables y despreciados, que en palabras de Samuel Goldwin eran “actores fracasados o semiestafadores que vestían ropas chillonas, fumaban puros apestosos y no merecían la menor confianza. Si los dejábamos entrar en nuestros Estudios, siempre era por la puerta de la lavandería”. Este era el nicho casi vacío que Myron se proponía llenar. Y lo hizo. En 1928 consigue el dinero justo para alquilar un sucucho miserable y fundar su propia agencia. Lewis Milestone, el gran director nacido en Ucrania, sería su primer cliente. El conductor de filmes como Sin Novedad en el Frente (1930) o Primera Plana (1931), estaba en pleno conflicto con Warner (Estudio que lo tenía contratado), ya que se le reclamaban 20.000 dólares de compensación por incumplimiento de contrato. Milestone se declaró en quiebra para no tener que pagar, pero si la empresa aceptaba esto se le volvería en contra a toda la industria, ya que cualquier director se negaría a rodar una cinta de la que no se sintiera satisfecho y luego utilizaría dicha artimaña para no abonar punitorios. La estratagema causó que ningún otro Estudio quisiera contratarlo. Myron Selznick estaba en deuda con Milestone, ya que éste lo acogió en su casa en el peor momento, y se abocó a su caso con esmero. Cuando el director estaba a punto de partir a Europa, su novel representante trabó contacto con un nuevo productor que se negaba a acatar el boicot de la industria. Se trataba nada menos que de Howard Hughes, el multimillonario industrial, aviador, aventurero, director, productor y demás etcéteras. Precisamente para su empresa dirigió Lewistone Primera Plana (The Front Page, 1931).
         
su hermano, Joan Fontaine, Hitckcock y Alma Reville en la ceremonia de los Oscar
   Ese primer triunfo marcó un ascenso imparable. Poseedor de ideas novedosas, y sumamente serio a la hora de administrar las carreras de sus clientes, su agencia experimentó un crecimiento exponencial. Le pedía a cada uno que le brindara detalles incluso triviales acerca de sus trabajos, y de esa información extraía datos que volvía en contra de los empleadores. Tal el caso del director William Wellman, (The Public Enemy, 1931/ A Star is Born, 1937), que llevaba tiempo rodando filmes para la Paramount por apenas 250 dólares a la semana. Los contratos tenían duración limitada, pero se renovaban automáticamente. Wellman notó que cuando filmó Alas (Wings, 1927) el suyo ya había expirado. Se lo contó a Myron, y el contraataque resultó feroz. Éste lo obligó a callar hasta mucho después del estreno del filme, que resultó un éxito y ganó varios premios Oscar. Recién entonces Wellman intimó al Estudio (de acuerdo a los consejos de Selznick) denunciando que llevaba más de medio año sin cobrar su sueldo y sin relación efectiva con la empresa. Paramount se vio forzada a resarcirlo y firmarle un nuevo contrato que lo colocaría entre los directores mejor pagos de la industria. Resultó la mejor publicidad para el agente. Pero para Selznick resultó mucho más que eso. Comenzaba su ascenso vengador. El placer por ganarle un pleito a Zukor, quien había arruinado a su padre, eclipsaba todo lo demás, tanto que declaró a un periódico: “¡Los arruinaré a todos! Mandaré a esos ladrones a la Beneficencia. Antes que acabe con ellos, los actores de esta ciudad cobrarán lo que merecen.”  
            En poco tiempo más cada artista que se preciaba de tal había firmado contrato con su agencia. Era evidente que nadie estaba mejor dispuesto a defenderlos que él. Incluso de su propio hermano. Si bien era el mayor accionista de dicha empresa, la Selznick Internacional Pictures, era capaz de atacarla con verdaderos misiles tierra-aire en pro de cualquiera de sus representados. Para entonces contaba en su nómina con estrellas de la talla de William Powell, Merle Oberon, Ida Lupino, Henry Fonda, Raymond Massey, Katharine Hepburn, Charles Laughton, Olivia de Havilland, Laurence Olivier, Fay Wray, Joan Fontaine, Fredric March, Gary Cooper, Boris Karloff, Myrna Loy, Carole Lombard, ZaSu Pitts, Fred Astaire, Ginger Rogers, Lupe Velez, Maureen O’Sullivan y Clive Brook. Lo más selecto de Hollywood reportaba en su agencia.
          
Myron sentado junto a actores de su agencia
  Si se necesita una justificación para el objeto de este artículo, esa debería ser la gigantesca transformación en la industria de Hollywood que Myron Selznick impulsó. Durante toda la década de 1920 y parte de la siguiente, la Meca del cine estuvo completamente controlada por apenas seis u ocho hombres. Eran los popes de las primeras mayors, y habían acumulado tanto poder que nadie podía disputarles una mísera concesión. Actores, directores y demás técnicos trabajaban bajo contratos que darían vergüenza ajena al mismísimo Ebenezer Scrooge[1]. Y si algún osado intérprete intentaba optar por nuevos rumbos, acababa o bien suspendido sin salario o bien incluido en la lista negra de toda la industria. De un plumazo, Selznick barrió con todo ello. Pero a no hacerse ilusiones, que no lo hacía por amor a sus representados, sino movido por el más feroz sentimiento de revancha. De hecho, es algo sabido y aceptado que detestaba a los actores y actrices, de los que decía cosas innombrables. Los creía venales, pedantes e ignorantes; cuando menos esos eran sus argumentos “publicables”. En cuanto a su hermano David, ya apuntamos que tampoco se salvaba de la ordalía si uno de sus defendidos chocaba intereses con él. Incluso podía ser más ambicioso y feroz para con su productora. Alguna vez declaró: “Cuando hablo con David lo veo como productor y no como hermano.”  A su vez, cuando el representante estaba en su verdadero apogeo, su hermano comentó al “Hollywood Reporter”: “Mi hermano es el único hombre en la historia que ha amasado una fortuna merced al espíritu de venganza.”
            Myron se reveló también como todo un sabueso a la hora de descubrir nuevos talentos, guiar las carreras de sus protegidos o incluso influir benignamente en sus vidas privadas, salvando a más de uno/a de peligrosas indiscreciones. En cuanto a lo primero, el mejor ejemplo lo brinda la titánica e interminable búsqueda nacional que se implementó para hallar a la Scarlett O’Hara ideal. El protagónico femenino para la adaptación al cine de la novela de Margaret Mitchell, Gone With the Wind  (1939, Victor Fleming), resultó agotadora y exhaustiva. Su hermano, productor de la cinta, estaba casi desahuciado cuando Myron dio con Vivien Leigh, la actriz británica que alcanzaría la gloria con este rol. Ya había hecho una prueba de cámaras y todos la desecharon, cuando el representante se empecinó en que era la persona correcta. La historia corroboraría este aserto.[2]
           
Ya avejentado, posa junto a William Powell (a la izquierda)
 Si Carole Lombard perdió el papel a favor de Leigh, eso no impidió que Selznick la compensara con un contrato para RKO, con la friolera de 150.000 dólares por película más un porcentaje de las ganancias. Y este punto marcaría un hito en el negocio del cine, porque ese contrato sería el primero en la historia que incluyera el porcentaje por recaudación y beneficios. No sería el único aspecto en que Myron fuera pionero. También ideó el concepto de “lote”, que consistía en negociar una historia original o adaptada más una obra teatral, a lo que le sumaba un guionista para trabajar dicha historia, un par de protagonistas para cada una (la obra y el filme), más un director de cine y un regisseur teatral. Todos ellos, claro está, eran sus clientes —a los que cobraba el riguroso 10%— pero a la vez se hacía de un porcentaje extra por venderle todo el lote al productor de turno, al que se le simplificaba enormemente el trabajo. También se involucraba en la vida de sus estrellas femeninas, a las que sugería cuando embarazarse y cuando no, de acuerdo a su mejor o peor fortuna en la industria. Se dice, aunque nunca se ha podido comprobar, que habría pagado muchos abortos para evitar ver arruinada la carrera de alguna de sus starlets. Con los hombres tendría idéntica ingerencia, llegando a pagar deudas de juego contraídas por sus representados menos cuidadosos con dudosos personajes.
estuche con su firma y dedicatoria a Vivien Leigh, su clienta.
            Unos años antes de triunfar en su negocio, Myron se casó con la actriz Marjorie Daw. La amaba profundamente, pero jamás le fue fiel. A partir del período de prosperidad, cuando todo parecía sonreírle, Selznick dio rienda suelta a los demonios interiores que siempre lo dominaron. El alcohol fue su mayor problema, al que se abocó con furia demencial. Podía beber cantidades extraordinarias de vodka, tequila y escocés, a los que sabía disimular con otros brebajes igualmente tóxicos. Sus peleas a puñetazos, sus gritos permanentes, los alborotos públicos, todo ello se haría tan habitual como legendario. Para la historia quedó una de sus riñas con John Barrymore, al que golpeó en plena cara y de tal modo que el actor tuvo que posponer un rodaje en curso. Luego del evento, cada vez que se encontraban se lanzaban el uno sobre el otro, sin que nadie pudiera impedir el revoleo de golpes. Es un hecho que jamás fue feliz, se hallaba poseído por una fuerza autodestructiva que boicoteaba cada cosa buena en su vida. Como su matrimonio, que se encargó de hundir a puras infidelidades, las que se incrementaban toda vez que Marjorie le perdonaba. Cuando al fin se cansó de todo pidió el divorcio, la custodia exclusiva de la hija en común, y una parte porcentual de la  fortuna de  su esposo, que por entonces se valuaba conservadoramente en unos 10.000.000 de dólares.
           
Facsímil de su obituario en el Hollywood Reporter
El hombre que vengó a su padre, el heredero sin corona, el paria que impuso un estilo de empresa, comenzó rápidamente a caer por un desfiladero interminable de degradación. Su próspero negocio se esfumó, perdiendo a cada uno de sus más célebres clientes a causa de la poca y mala atención que dedicaba a sus asuntos. Su estilo personalista resultó otra trampa envenenada, ya que no le permitió adaptarse para enfrentar la inevitable competencia que se le avecinaba. En EE UU nadie crea un negocio sin que otros lo sigan, y en pocos años prosperaron las agencias de proporciones corporativas gigantescas, como la MCA o la William Morris Co. Eran más eficientes, más diversificadas y más poderosas. Del otro lado, apenas quedaba un alcohólico irrecuperable. Su hermano, cada vez más próspero y famoso en todo el mundo, intentó ayudarle de mil maneras. Todo resultó en vano. El fuego interior que lo consumía —el mismo que heredó de su padre— acabó con su vida un 23 de marzo de 1944, cuando apenas contaba 45 años de edad. Una trombosis concluyó el trabajo que previas hemorragias internas habían iniciado. Pero dejó una marca indeleble en el propio negocio del cine, al que ayudó a modelar como pocos. Prefirió mantenerse al margen de los focos y la atención. No deseaba la exposición de su hermano, y es más que probable que le disgustase saberse evocado aquí. Pero su historia merecía contarse. Porque es una historia de fuego, gloria y autodestrucción. La historia de Myron Selznick, el hombre que ardió en la pira de la venganza.-



[1] Scrooge era el avaro y miserable protagonista de “Canción de Navidad” (A Christmas Carol), de Charles Dickens. Fue adaptada al cine en numerosísimas ocasiones, incluyendo versiones animadas.-
[2] Esto le atrajo las iras de Carole Lombard (clienta suya y ansiosa por ese papel),  que para colmo ya estaba en pareja con Clark Gable, el protagonista masculino, y por ello mismo ansiaba coestelarizar con él.-

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