por Leonardo Tavani
Los Pioneros del período Mudo
biografía de De Chomón |
Esta influencia se extendió a muchos otros directores y numerosas geografías. Mientras tanto, Pastrone y su admirado colega Enrico Guazzoni se mantendrían un largo tiempo como los pioneros y casi únicos exponentes del género. Claro que rápidamente llegarían sus sucesores. En cuanto refiere al contenido de estas películas, desde tan temprana etapa se impondría una figura icónica que alcanzaría su cénit recién a inicios de los ‘60s con Steve Reeves: nos referimos al héroe musculoso e ímprobo, que siempre acudía al rescate de la heroína y lograba poner las cosas en su lugar. Ocurre que Pastrone tomaría la sabia decisión de incluir un personaje en Cabiria que no figuraba en la novelita de Salgari ni en el primer borrador del guión, y este sería bautizado como Maciste, el hercúleo héroe que rescata a Cabiria a último minuto, justo cuando estaba a punto de ser entregada a las llamas en honor de Moloch. Interpretado por el ignoto Bartolomeo Pagano (un estibador analfabeto) se volvería inmensamente popular y admirado, tan reclamado que incluso conseguiría película propia, Maciste (1915, Pastrone). Su figura, convertida en habitual dentro del género, calaría profundo en la imaginería popular y reclamaría su justo lugar en la gran pantalla. Se trataría, además, de un tipo de héroe parecido pero a la vez diferente del modelo alemán, bastante posterior por cierto, encarnado en el Sigfrido del díptico Los Nibelungos (1924, Die Nibelungen: Kriemhild’s Revenge/Siegfried; Fritz Lang)[4].
Maciste en una secuencia de Cabiria |
Madurez Narrativa e Innovaciones Técnicas
Que fuera Italia la
que impusiera este género no podía sorprender a nadie. En cierto modo era una
cultura que vivía parte en ese pasado mítico y parte en el presente. La
historia respiraba en la nuca de cada italiano. Disponían de escenarios
naturales perfectos para estas producciones, magníficas ruinas históricas todavía
en pie, un clima ideal para largos rodajes sin que la lluvia molestase
demasiado; y por sobre todo, un cierto fatalismo cultural que los conducía
inexorablemente hacia el pasado mítico, como si al revisitarlo pudieran
corregirse los errores del presente. Quizás sea por ello que ya en 1905 rodaron
La
Presa di Roma (no acreditada formalmente pero adjudicada a Alberini &
Santoni, propietarios del estudio homónimo), y de ahí en adelante ya no se
detendrían ante nada. Sistemáticamente asolaron y destruyeron en pantalla cada
ciudad del glorioso pasado, desde Cartago, Troya o Pompeya, hasta la antigua
Roma, Babilonia y Creta. Los espectadores extranjeros quedaron fascinados con
el género, el que nadie más podía producir con tamaña espectacularidad y
semejantes recursos.
Estos filmes se exportaron a casi todo el mundo, y aunque
en ocasiones se acortaba su duración o se podaban escenas sexualmente
explícitas, resultaron las delicias de
millones de personas ávidas de aventuras y maravillas. Giusseppe di Liguoro fue
también otro director importantísimo para la industria naciente y un eminente
exponente del género. No cabe duda que Liguoro, Pastrone y Guazzoni coparon el
mercado durante la primera parte del período silente con sus magníficas películas. Ya en 1912 este
último presentaba su Quo Vadis?, además de La
Gerusalemme Liberata e Il Sacco di Roma. Pastrone entregaba
La
Caduta di Troia (1910), Liguoro estrenaba L’Inferno (1909), Re
Lear (1910) y L’Odissea (1911). Pero Luiggi Maggi
se les adelantaría con Los Últimos días de Pompeya,
producción que mostraba una sorprendente erupción del Vesubio ya en 1908.
Todos estos filmes
innovaron técnicamente tan rápido y evolucionaron de un modo tan sólidamente
industrial, que dejaron sin aliento y con la boca abierta a todos los
historiadores del séptimo arte. En la citada L’Odissea, por ejemplo,
se utilizaron maquetas avanzadísimas para la época, efectos ópticos al estilo
de George Meliès, muñecos articulados combinados con primeros planos para representar
monstruos y otros muchos trucos por el estilo, incluyendo maquillaje y apliques
faciales nunca intentados hasta entonces. En La Caída de Troya Pastrone
empleó la friolera de 800 extras y un caballo de madera de casi 12 metros de
altura, entre otras novedades. Para Cabiria todo sería aún mayor y
grandioso, aunque también es cierto que el director aprendería rápidamente a
optimizar recursos, experiencia que aplicó sabiamente durante este rodaje.
Ahora bien, si el año del comienzo de la 1ª guerra mundial marca la inauguración formal del género (que recordemos ya existía desde 1905), también será dicha contienda la que impondrá un triste freno al péplum. Y no solo a éste, sino a toda la industria italiana, ya que a partir de 1916 (e incluso desde finales del año anterior) los costes de producción, las pérdidas humanas y materiales y el clima general en Europa impidieron la prosecución de este sistema de producción. Todo el cine italiano sufrió, sin distinción de géneros, viéndose acosado por una multiplicación exponencial de importaciones de otras cinematografías, en especial la norteamericana. Un artículo aparecido en Dirigido a finales de los ‘80s afirma: “La 1a Guerra Mundial supuso el repentino final de este breve periodo de gloria. En 1919 un torrente de importaciones de Estados Unidos llevó a la industria italiana al borde de la bancarrota. La producción fue menguando a lo largo de la década de 1920 y al final de ésta sólo se hacía un puñado de películas cada año”.
Antes de pasar a lo que sigue cabe
hacer otra parada en los primeros años del siglo XX para recalcar un hecho poco
conocido, como es el de los enormes avances tecnológicos italianos, motivados
todos por este maravilloso subgénero épico. Nombramos más arriba y casi al
pasar a Filoteo Alberini (1865-1937), quien fundó la empresa productora Alberini & Santoni junto a su socio Giusseppe.
Decíamos entonces que a ellos se les atribuía la posible dirección de La Presa
di Roma, que se había rodado apenas un año después de fundarse la
compañía, en 1904.
Mucho después, en 1914 y casi al mismo tiempo que Cabiria,
Il
Sacco di Roma sería filmada para su Estudio con el novedoso sistema wide-screen
(o sea panorámico) creado por el propio Alberini años antes, adelantándose por
completo a los norteamericanos[5].
El empresario inventó en 1911 el Autostereoscopio, dispositivo que
procesaba películas estereoscópicas de 70 mm con un aspect-ratio original de 2.52:1, que luego se llevó a 2.55:1. La cámara
para rodar con dicha película también había sido patentada por Alberini y sería bautizada “Panoramica”.
Posteriormente, ya en 1928, colaboraría con el ingeniero británico Roy Hill
para ensayar un sistema wide-screen compuesto por doble cuadros de 35 mm que
corrían horizontalmente a través de la cámara y el proyector.
El período Americano
Museo de Cera, primer filme en 3-D |
The Robe/El Manto Sagrado (1953, Henry Koster) fue la primera cinta de la
historia rodada en CinemaScope. Las
demás mayors no se quedaron atrás y una por una fueron patentando y
presentando sus propios formatos panorámicos. WarnerScope, VistaVision,
TechniScope,
PanaScope,
MetroVision
y el versátil SuperScope precedieron la llegada de Panavisión, el formato y
marca definitivos, que hasta hoy disfrutamos en un aspect-ratio estandarizado de 2.35:1. Y esto no fue todo; el
formato 3-D (ya testeado y desarrollado
en el período mudo) se adueñó por entonces de los cines para atraer a los
jóvenes espectadores. House of Wax/El Museo de Cera (1953, André De Toth) con Vincent Price, inauguró el largo reinado de la Tercera Dimensión, que acabó por
languidecer a causa de los malos guiones que tenían dichos filmes.
Hitchcock rueda en 3-D |
fotograma panorámico de El Manto Sagrado (The Robe) |
El Renacer en Italia
Ha pasado ya la 2ª Guerra; el
Neorrealismo le ha devuelto la autoestima y la calidad a una cinematografía herida
por la injerencia mussoliniana en su industria, de modo que la península
comienza a recuperar mercados a la vez que despierta el interés de nuevas
generaciones de espectadores. Y de pronto irrumpe Fabiola (1949, Alessandro
Blasetti). Impresionante, espectacular, cruda, esta fábula acerca de la
persecución romana a los cristianos durante el siglo IV romperá todos los
moldes y recuperará la pasión por el género. Presentada con la friolera de 250
minutos, los americanos la importaron recién en 1951 acortándola en 96 minutos,
con un espantoso doblaje en inglés escrito por dos guionistas que en realidad
crearon una versión propia[6].
Mas allá de sus indudables méritos la cinta sirvió para relanzar el género Péplum, que como vimos antes suele
identificarse con este preciso período, pero al que los historiadores del cine
—sobre todo la escuela francesa— rastrean desde Cabiria (1914).
La Regina de Saba (1952, Pietro
Francisci), Spartaco (1953, Ricardo Freda), Ulisse/Ulysses (1954,
Mario Camerini) (con Kirk Douglas), Atila, flagello di Dio (1955,
Francisci) (con Anthony Quinn como Atila) y La Schiave di Cartagine
(1957, Guido Brignone), son apenas algunas de las mejores estrenadas en este
período. Todas presentaban guiones que contaban con una coincidencia notable:
la introducción de conceptos como la idea de libertad e igualdad (expresados en
términos populares, entendibles para cualquier espectador), ciertos
estereotipos sexuales y algunos dilemas morales astutamente camuflados en la
pátina del pasado heroico. Estas películas tenían menos espectacularidad (en
cuanto a producción, se entiende) que sus hermanas americanas, pero en cambio
presentaban acción a raudales y una desfachatez narrativa admirable.
Compensaban cualquier carencia con una
vitalidad única, una frescura que aún se mantiene y una maravillosa capacidad
inventiva, que en ocasiones podían llevarlas al borde del ridículo, al que está
claro que jamás le temieron. Así entonces, el renacido género se consolidó nuevamente
y comenzó a expandirse con rapidez. La atención internacional volvió a causa de
La
Fatiche de Ercole/Hércules
(1958, Pietro Francisci), que contaba con la nueva estrella Steve Reeves, un
fisicoculturista nacido en Montana que había sido Mr. América, Mr. Mundo y Mr.
Universo. En Ercole e la Regina di Lidia (1959, Francisci), por ejemplo, impresiona el maravilloso diseño y el aspecto
visual del reino de la soberana Omphale (una bella y semi desnuda Sylvia
López), mérito de un joven Mario Bava (mucho antes de debutar como director en
el género giallo, en el que este crítico
lo cree superior a Darío Argento), quien participó como cameraman y director de
fotografía en gran parte de estas producciones. Como advierten los expertos, Bava
fotografiaba reforzando los tonos rojos y los púrpuras, creando atmósferas
intensas y vívidas. Pero no estaba solo. Una legión de decoradores, diseñadores
de vestuario, estilistas e iluminadores le dieron una sólida estética y una
reconocible factura a este género único, que aunque para ese momento comenzaba
a decaer en cuanto a calidad actoral y firmeza de sus guiones, aun así pudo
internacionalizarse y rivalizar con Hollywood, que luego del estrepitoso
fracaso de Cleopatra (mencionada más arriba) le dijo adiós a estas
superproducciones.[7]
Tan importante
resultó esta oleada creativa que hubo incluso producciones americanas rodadas
en Italia, con personal técnico de la península, tales como Helen
of Troy (1955), dirigida por Robert Wise (La Novicia Rebelde; Star
Trek, The Motion Picture) o Sign of the Pagan 1954, nada menos
que de Douglas Sirk, el de Escrito en el
Viento), protagonizada por un actor de carácter como Jeff Chandler. En
cuanto a los actores en general, cabe destacar la enorme química erótica
generada entre Steve Reeves y Sylva Koscina (regular actriz pero verdaderamente
bella), lo que originó una catarata de filmes con ambos como estelares.
Athena
(1954), La Battaglia di Maratona (1960), Goliath and the Barbarians
(1960), Romolo e Remo (1961), Morgan il Pirata (1961), Il
Ladro di Bagdad (1961), Son of Spartacus (1962), The
Trojan Horse (1962), resultan apenas un exponente más del género, en
este caso con Steve Reeves en todas ellas, cuya presencia es indicativa de una
indisimulable decadencia. Cierta calidad superior retornaría con Maciste
alla Corte del Gran Kan (1962, Riccardo Freda), pero si resulta
importante para este artículo es por la frase final del héroe Maciste, cuyo
parlamento resume a la perfección el credo del Péplum: “Aunque no soy chino,
combatiré siempre la injusticia. Mi tarea ha terminado. El destino me trajo
aquí, y ahora debo dirigirme allí dónde se esté librando una batalla entre el
bien y el mal”.
Insistimos, siempre que estuviera en
manos de sus más astutos artesanos, el género se permitía alegorías políticas o
sociales nada ocultas, sino perfectamente legibles en sus tramas. Un ejemplo
claro fue Ercole alla Conquista di Atlantide/ Hercules and the Captive Women (1961, Vittorio Cottafavi)
(presentada en EE UU en 1963), en la que una perversa Reina (Fay Spain)
amenazaba con una poderosísima arma que resultaba una perfecta metáfora de la
bomba atómica y del equilibrio de poder entre ambos lados de la cortina de
hierro. Como dato curioso, ésta fue la única película italiana épica rodada en
SuperTechnirama 70, o sea con película de 70 mm[8].
Pero decíamos antes que el espectador promedio de los ‘50s podía perfectamente
identificarse con estos héroes y sus dilemas, ya que siempre había un elemento
profundamente humanista y social en estas películas.
En la citada Hércules y la Reina de Lidia, por
ejemplo, el protagonista se lamentaba por su suerte, resentido por tener que
posponer su realización personal ente el mandato de los dioses: “Estoy cansado de tener que cumplir las
órdenes divinas”, dice, y más adelante afirmará querer perder su
inmortalidad para establecerse y formar una familia. El péplum solía reflejar también la peculiar visión y concepto que los
antiguos tenían de sus dioses —demasiado humanizados— y es por eso que en estos
filmes se los suele mostrar teniendo sexo a espuertas, tanto como se los
presenta excesivamente codiciosos y sometidos a peores pasiones que los
mortales. No deja de haber una cierta burla en ello, como es seguro que la hay
hacia la cultura judeocristiana, toda vez que se presenta cada historia y cada
conducta astutamente rodeada de una luminosa aura de ética pagana. Estos
precisos elementos —paradojalmente venidos de la supuestamente católica Italia—
alejaban al Péplum del puritano
ascetismo y la alta moral cristiana que se desprendía de las producciones
históricas hollywoodenses.Y de este modo no hace otra cosa que ensalzar las creencias e ideales de la antigüedad precristiana, los altos ideales del pasado celta. Es por este tipo de cosas, por elementos de tamaña simplicidad pero enorme profundidad, que el Péplum italiano de los ´50s y ‘60s merece atesorarse y ocupar un lugar destacado en la historia del cine. Es verdad que tal vez nos enojaban algunas malas actuaciones, la absoluta vacuidad del forzudo Reeves (incapaz de mover un músculo de su cara, ¡que ironía!), los patéticos doblajes al italiano de los actores angloparlantes (que en ocasiones desmerecían sus performances), —y cosa no menos importante— el hecho de que casi siempre veíamos copias llegadas de EE UU, que estaban sistemáticamente censuradas y reeditadas. Pero si todo lo apuntado es estrictamente cierto, también lo es que el cine épico italiano nos ha brindado numerosas horas de diversión y fantasía, magia e ilusión, deseo y voluptuosidad. Así que no deberíamos ser tan duros con nuestros recuerdos ni con aquellas deliciosas películas: volvámonos niños otra vez, alcemos esa espada de madera con la que pretendíamos ser el Zorro, y corramos a abrazar por fin al humanista y genuinamente liberal espíritu del Péplum. Y con dicha espada en alto, gritemos sin temor:¡¡¡larga vida a la Roma de madera balsa y papel maché!!!.-
[1] Cabiria significa “nacida del fuego” en dialecto siciliano.-
[2] Incluso el cómico italiano del momento, Crettinetti, era en verdad
francés y se llamaba André Deed, conocido en su tierra como Boireau.-
[3] Lamentablemente Intolerancia fue un fracaso de público. Resultó una
apuesta demasiado arriesgada: una cinta episódica, sin un hilo conductor, que
pretendía ilustrar en cada segmento histórico el odio racial, ideológico y
religioso. Resultó tan cara que de todas formas no habría recuperado la
inversión.-
[4] De hecho, Sigfrido se rodó y estrenó un año
después que La venganza de Krimilda, aunque temáticamente debería ir
primero, pero por expreso pedido de Lang se le adjudica desde entonces la misma
fecha de realización, 1924, ya que era su deseo que se proyectasen siempre
juntas, en un mismo programa. En su momento no pudo rodarlas a la vez por el
enorme coste que representaba para el Estudio, la mítica UFA.-
[5] Los americanos reclaman la preeminencia en este campo, pero nunca
se han aportado pruebas concluyentes. Sin duda existieron ensayos o
experimentos casi contemporáneos, pero el de Alberini es claramente el primero
registrado.-
[6] Marc Connelly y Fred Pressbburger, quienes de hecho diseñaron un plot
diferente al original gracias a sus textos y los precisos cortes que se le
hicieron, los que en realidad conforman una masacre al filme italiano.-
[7] Hacia finales de los ‘50s se producía tanto y con tal rapidez, que
se abandonó la costumbre de realizar pruebas o entrenar actores, de modo que
aparecieron muchos malos intérpretes que dieron una mala imagen al péplum. Para
colmo, los malos doblajes al inglés empeoraban la cosa.-
[8] Sistema costoso, se utilizaba para filmes de gran espectáculo y de
requerido preciosismo visual, como lo fue “La Hija de Ryan” (1970, David Lean),
rodada en escenarios naturales irlandeses, y en especial la isla de Man.-
Cuántos recuerdos de mi infancia y adolescencia me trajo este artículo. "Quo Vadis" (un clásico de Semana Santa), "Hércules" (tengo marcada a fuego en mi menoria una escena de Steve Reeves empujando una enorme roca de tergopol), Los 300 espartanos (en España la llamaron "El león de Esparta", puajjjj) y tantas otras películas, con la clásica Ben Hur a la cabeza. Sin dudas, uno de mis géneros favoritos.
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