Calificación: Regular (★★)
Existen dos formas de aproximarse
a Maligno.
Una de ellas consiste en partir desde el amor por el giallo italiano de los
‘60s y ‘70s (Lucio Fulci, Mario Bava y Darío Argento fueron sus mejores
exponentes), cosechando además las mieles del horror trash de los ‘80s (Reanimator;
The
Evil Dead; Hellraiser; Brain Dead; Castle Freak, etc.); la
otra resulta menos lineal y obvia, y se trata de entender al filme desde el
gótico moderno y el cruce de géneros. Ambas son válidas, aunque la primera —que
a priori sería la correcta— no reúna todas las condiciones suficientes para
explicar la cinta; pero el problema que se nos presenta entonces es que Malignant
no acaba de encajar completamente en ninguna de esas categorías ni logra
triunfar por completo allí donde se lo propone.
El
primer y más grande pecado de Maligno consiste en desperdiciar
olímpicamente sus primeros 51 minutos de metraje. Demasiado para lo que se
espera de James Wan. Apenas si el prólogo (o teaser) logra causar una cierta sorpresa
—eso sí, está muy bien ambientado en un hospital cuyo edificio parece escapado
de una pesadilla alucinada de Dalí— pero de inmediato el relato se torna
rutinario, falto de nervio y demasiado familiar. Tenemos aquí que lidiar con
las expectativas que, lo repito, se generan casi automáticamente cuando Wan se
sienta en la silla del director. Te guste o no (que me perdonen sus fans, pero Insidious
y su secuela fueron dos gansadas; solo El Conjuro 1 y 2 son obritas
maestras del género), Wan ha construido una carrera al estilo —digamos— de un
Hitchcock o un De Palma, o sea, posicionando su propia figura por encima de su
carrera artística (para decirlo muy burdamente, se entiende). Incluso en los
filmes menos logrados de ambos cineastas (Topaz para el inglés, Femme
Fatale o Mission: Impossible para el segundo) se rescatan, sin embargo,
esos momentos indiscutiblemente personales de cada uno de ellos, en los que
siempre logran insuflarles su proverbial pericia a la hora de volverlos
potables. Con Maligno, cuando menos en su primera hora, pasa todo lo
contrario. Wan despierta expectativas que no logra, no sabe o no quiere
satisfacer, y cada secuencia parece despachada de apuro y sin paciencia para
trabajarlas desde el suspenso y la sutileza. Pero claro, lo que uno no sabía
hasta entonces era que al director malayo esta vez la sutileza le importaba un
pimiento, y eso va a quedar bien en claro a poco de andar la segunda hora de
metraje.
Si
hasta entonces uno no sabía muy bien qué diantres estaba pasando ni el por qué
Wan dejaba de lado su proverbial talento a la hora de construir atmósferas opresivas
y aterradoras, el segundo acto del filme arranca tipo “quinta a fondo” y todas
las caretas se caen de improviso. A Jaimito Wan todo le importa un pepino y se
lanza de bruces a un festival trash
que, ahora sí, termina por explicar la génesis de la película y su extraño
pathos. Es, ni más ni menos, que un desaforado homenaje al cine que el director
veía de pibe (o sea, el cine de Stuart Gordon, Frank Henenlotter, Al Adamson,
Herschell Gordon Lewis, etc.), ese que no le temía al ridículo ni se preocupaba
por el buen gusto o la coherencia narrativa. La cuestión aquí, o más bien el
problema, es que más allá de un par de secuencias logradas (y otras que dan
vergüenza ajena, como el abuso de CGI berreta en la pelea en el precinto de
policía), la lógica demencial pero “consistente” de aquellos horribles y a la
vez “deliciosos” filmes está totalmente ausente en Maligno. Este filme es un
canto al desbalance, la desmesura porque sí, la contradicción como ejercicio
estilístico y el absurdo como norte creativo. Tampoco ayudan, reconozcámoslo,
las atroces actuaciones de su elenco “medio pelo” (cuya única figurita conocida
es la protagonista, Annabelle Wallis, quien nunca será confundida con Meryl
Streep o Judy Dench, digamos…), ni la insoportable y estridente música del
cachivachero Joseph Bishara (habitual colaborador del director). Entonces, y
para concluir, pongamos en claro el motivo por el cual Maligno es un bofe
intragable: no por el cine que pretende homenajear, no por su desfachatez a la
hora de desarrollar su demencial argumento, y decididamente no por el
desquiciado cruce de géneros y estilos con que empacha al espectador. Malignant
es un plomazo fallido sencillamente porque no establece jamás una línea
estilística, narrativa ni coherente con su propio ethos. O dicho de otro modo,
cuando uno se sentaba a ver Reanimator (1985, Stuart Gordon)
podía pasar cualquier cosa, excepto sentirse decepcionado. Desde el prólogo
hasta el final, su trama no hacía otra cosa que incrementar exponencialmente
sus dosis de mal gusto, sadismo y “bizarrismo trash” sin traicionarse en el
proceso ni ceder a la tentación de una narración más “tradicional”. Maligno,
en cambio, es una peli bifronte (o incluso esquizofrénica) que no termina de
decidir hacia dónde quiere apuntar los cañones. Y cuando lo hace —porque lo
hace, créanme— descoloca radicalmente al sufrido espectador, en gran parte
porque al ser demasiado autoconsciente se pierde en su propio laberinto. Que
Warner Media y su subsidiaria, New Line Cinema, hayan producido y distribuido
este despropósito sin ruborizarse en lo más mínimo, no solo habla del prestigio
que hasta hoy había conseguido su director, sino más que nada del estado
patéticamente servil en que se halla la otrora Meca del Cine: como Wan y sus
socios le viene reportando pingües ganancias al estudio con todo su “conjuringverso”
entonces les dan vía libre para este monumental desatino. A nadie más le
hubieran habilitado tales despropósitos. Allá ellos.-
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