MALIGNO (MALIGNANT, 2021), de James Wan / Un Filme Bifronte y a la Deriva

         

 Calificación: Regular (★★)

    Existen dos formas de aproximarse a Maligno. Una de ellas consiste en partir desde el amor por el giallo italiano de los ‘60s y ‘70s (Lucio Fulci, Mario Bava y Darío Argento fueron sus mejores exponentes), cosechando además las mieles del horror trash de los ‘80s (Reanimator; The Evil Dead; Hellraiser; Brain Dead; Castle Freak, etc.); la otra resulta menos lineal y obvia, y se trata de entender al filme desde el gótico moderno y el cruce de géneros. Ambas son válidas, aunque la primera —que a priori sería la correcta— no reúna todas las condiciones suficientes para explicar la cinta; pero el problema que se nos presenta entonces es que Malignant no acaba de encajar completamente en ninguna de esas categorías ni logra triunfar por completo allí donde se lo propone.
    El primer y más grande pecado de Maligno consiste en desperdiciar olímpicamente sus primeros 51 minutos de metraje. Demasiado para lo que se espera de James Wan. Apenas si el prólogo (o teaser) logra causar una cierta sorpresa —eso sí, está muy bien ambientado en un hospital cuyo edificio parece escapado de una pesadilla alucinada de Dalí— pero de inmediato el relato se torna rutinario, falto de nervio y demasiado familiar. Tenemos aquí que lidiar con las expectativas que, lo repito, se generan casi automáticamente cuando Wan se sienta en la silla del director. Te guste o no (que me perdonen sus fans, pero Insidious y su secuela fueron dos gansadas; solo El Conjuro 1 y 2 son obritas maestras del género), Wan ha construido una carrera al estilo —digamos— de un Hitchcock o un De Palma, o sea, posicionando su propia figura por encima de su carrera artística (para decirlo muy burdamente, se entiende). Incluso en los filmes menos logrados de ambos cineastas (Topaz para el inglés, Femme Fatale o Mission: Impossible para el segundo) se rescatan, sin embargo, esos momentos indiscutiblemente personales de cada uno de ellos, en los que siempre logran insuflarles su proverbial pericia a la hora de volverlos potables. Con Maligno, cuando menos en su primera hora, pasa todo lo contrario. Wan despierta expectativas que no logra, no sabe o no quiere satisfacer, y cada secuencia parece despachada de apuro y sin paciencia para trabajarlas desde el suspenso y la sutileza. Pero claro, lo que uno no sabía hasta entonces era que al director malayo esta vez la sutileza le importaba un pimiento, y eso va a quedar bien en claro a poco de andar la segunda hora de metraje.
    Si hasta entonces uno no sabía muy bien qué diantres estaba pasando ni el por qué Wan dejaba de lado su proverbial talento a la hora de construir atmósferas opresivas y aterradoras, el segundo acto del filme arranca tipo “quinta a fondo” y todas las caretas se caen de improviso. A Jaimito Wan todo le importa un pepino y se lanza de bruces a un festival trash que, ahora sí, termina por explicar la génesis de la película y su extraño pathos. Es, ni más ni menos, que un desaforado homenaje al cine que el director veía de pibe (o sea, el cine de Stuart Gordon, Frank Henenlotter, Al Adamson, Herschell Gordon Lewis, etc.), ese que no le temía al ridículo ni se preocupaba por el buen gusto o la coherencia narrativa. La cuestión aquí, o más bien el problema, es que más allá de un par de secuencias logradas (y otras que dan vergüenza ajena, como el abuso de CGI berreta en la pelea en el precinto de policía), la lógica demencial pero “consistente” de aquellos horribles y a la vez “deliciosos” filmes está totalmente ausente en Maligno. Este filme es un canto al desbalance, la desmesura porque sí, la contradicción como ejercicio estilístico y el absurdo como norte creativo. Tampoco ayudan, reconozcámoslo, las atroces actuaciones de su elenco “medio pelo” (cuya única figurita conocida es la protagonista, Annabelle Wallis, quien nunca será confundida con Meryl Streep o Judy Dench, digamos…), ni la insoportable y estridente música del cachivachero Joseph Bishara (habitual colaborador del director). Entonces, y para concluir, pongamos en claro el motivo por el cual Maligno es un bofe intragable: no por el cine que pretende homenajear, no por su desfachatez a la hora de desarrollar su demencial argumento, y decididamente no por el desquiciado cruce de géneros y estilos con que empacha al espectador. Malignant es un plomazo fallido sencillamente porque no establece jamás una línea estilística, narrativa ni coherente con su propio ethos. O dicho de otro modo, cuando uno se sentaba a ver Reanimator (1985, Stuart Gordon) podía pasar cualquier cosa, excepto sentirse decepcionado. Desde el prólogo hasta el final, su trama no hacía otra cosa que incrementar exponencialmente sus dosis de mal gusto, sadismo y “bizarrismo trash” sin traicionarse en el proceso ni ceder a la tentación de una narración más “tradicional”. Maligno, en cambio, es una peli bifronte (o incluso esquizofrénica) que no termina de decidir hacia dónde quiere apuntar los cañones. Y cuando lo hace —porque lo hace, créanme— descoloca radicalmente al sufrido espectador, en gran parte porque al ser demasiado autoconsciente se pierde en su propio laberinto. Que Warner Media y su subsidiaria, New Line Cinema, hayan producido y distribuido este despropósito sin ruborizarse en lo más mínimo, no solo habla del prestigio que hasta hoy había conseguido su director, sino más que nada del estado patéticamente servil en que se halla la otrora Meca del Cine: como Wan y sus socios le viene reportando pingües ganancias al estudio con todo su “conjuringverso” entonces les dan vía libre para este monumental desatino. A nadie más le hubieran habilitado tales despropósitos. Allá ellos.-  

 

 

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