Historias en Serie: Las Series Que Hicieron Historia / 3ra
Entrega
HOY: Brigada-A
Por Leonardo L. Tavani
Un coronel de
inteligencia superior, apodado “Aníbal” tanto en honor al célebre caudillo
cartaginés como debido a su enorme capacidad para la estrategia; un piloto
experto en misiones suicidas que presenta personalidades múltiples; un teniente
narcisista, seductor y todo un profesional de la estafa; y por último un
sargento fortachón, malhumorado y rebelde, apodado “B.A.” (“bad attitude”/ mala actitud en inglés), cuyas habilidades mecánicas y su capacidad
para construir una grúa con un triciclo viejo disculpan su patológico terror a
volar… pues bien, ¿este “grupejo” no les suena de algún lado? Seguro que sí,
pero si acaso durante los últimos 38 años algunos de ustedes no estaban en la
superficie de este planeta, los invitamos a conocer el fascinante mundo del
comando clandestino más divertido, temerario e inolvidable del mundo. Para los
que tienen la edad del autor será —en cambio— un bienvenido viaje a la
nostalgia. Pasen y vean, entonces, esta es la historia de Brigada-A.
The
A-Team (en Argentina Brigada-A, en México Los
Magníficos) nació durante la primavera boreal de 1982, cuando Stephen
J.Cannell estaba buscando una nueva idea que presentarle a los ejecutivos de
NBC, empresa con la que tenía un acuerdo previo de distribución. Acababa de
producir un show junto a Frank Lupo (The Greatest American Hero) que no
tuvo mayor suceso y era de pura evasión. Sin embargo, Cannell llevaba años
rumiando la idea de mostrar el lado más oscuro en las vidas de los ex
combatientes de Vietnam, casi a modo del film Regreso sin Gloria (Coming Home, 1978; Hal Ashby. Cinta que le valió el premio Oscar a sus dos
protagonistas, Jane Fonda y Jon Voight), película que lo había impresionado
profundamente. Su primera opción, por lo tanto, fue la de encarar un tratamiento
dramático, ya que la ola conservadora que condujo al despacho oval a Ronald
Reagan en enero de 1981 había disparado una muy poco seria revisión de la
acción militar norteamericana en Vietnam, tratando de aplacar así el escándalo
público suscitado por las filtraciones de material clasificado de Defensa que
publicó el Washington Post a mediados de los ‘70s —las que revelaron que tanto
la Casa Blanca como el Pentágono sabían perfectamente que el continuo envío de
tropas americanas era por completo ineficaz y que sus estrategias bélicas resultaban
estériles, pero aun así mantuvieron el conflicto activo por razones políticas—
y forzando de algún modo a la opinión pública para que aceptara como necesarias
las entonces nuevas medidas ultra militaristas y de fuerte cuño anticomunistas
del ex actor devenido político. Cannell era un liberal convencido y repudiaba
tanto la injerencia americana en el sudeste asiático como sus políticas de
confrontación con el bloque soviético, así que su intención había sido desde el
vamos desarrollar un show dramático que mostrase las heridas psicológicas que
causa la guerra y las contradicciones internas tanto del poder político como de
la cúpula militar. First Blood (Rambo;
1982) acababa de estrenarse y había creado una polémica muy acalorada, ya que
las originales intenciones de sus productores habían consistido en ensalzar a
los veteranos de Vietnam y “denunciar” cómo la sociedad liberal les habría dado
supuestamente la espalda, aunque —involuntariamente— sucedió todo lo contrario,
quizás en parte por la torpe necesidad de modificar el final (manteniendo a
John Rambo con vida, al revés de la novela: ver nuestra crítica del filme en
este blog) y también porque la falta de sutileza de Stallone como coguionista (quien
redactó la versión definitiva del script, alterando y/o eliminando numerosas
páginas de Sackheim y Kozoll) acabó por solidificar la idea de que el ex
comando era, en cambio, una víctima de las autoridades políticas, militares y
policiales. De hecho, al expandir la violencia y agresividad del personaje del
comisario para así justificar la parte central del relato (la cacería y
persecución del fugitivo) se acabó por consolidar, repetimos, la idea de que el
“fascismo” estaba del lado de las autoridades y no de la parte de la sociedad
que promovía la paz y el antibelicismo. Cannell quería ir por este camino y
concibió para ello un tratamiento sumamente atractivo.
¿Cuál era entonces
la premisa primigenia del show? Pues la siguiente: un comando de elite
(denominado ‘Alpha
Team, de ahí la “A” del título definitivo), que obedecía órdenes directas de un
coronel adscripto a contrainteligencia militar, Samuel Morrison, recibe la
misión de atrapar a unos peligrosos espías del vietcong escondidos en un
pueblito cercano a Hánoi, quienes llevan consigo los planos de la próxima
contraofensiva enemiga. Las cosas se complicarán y la obstinada protección que
los aldeanos les brindarán a estos agentes desencadenará una indeseada aunque inevitable
masacre. Mientras este drama se desencadena, el cuartel general de dicho oficial
superior del Equipo-A será bombardeado y este morirá sin poder validar ante las
autoridades militares sus órdenes (que se habían emitido bajo absoluto secreto
y en condiciones de urgencia), convirtiendo así al pelotón en culpable de
crímenes de guerra. Ya en EE UU y sin poder demostrar su inocencia, el comando
acabará escapando de prisión (en Fort Bragg) y pasará a la clandestinidad operando desde
entonces como soldados de fortuna, aunque aceptando únicamente misiones cuyas
finalidades sean tanto ética como moralmente aceptables, quizás como una forma
de “expiar” los pecados que se vieron forzados a cometer. Todos ellos quedarían
sicológicamente marcados, lo que se evidenciaría en detalles para nada menores:
Smith cubriría siempre sus manos con guantes de cuero como forma de ocultar la
sangre de un niño vietnamita que no puede quitarse; Murdock perdería la razón
adoptando personalidades múltiples y rechazando así la suya propia; B.A. Baracus
se cargaría el cuello y las muñecas con toda clase de pesadas cadenas, rosarios
y crucifijos; y por último Peck, quien había recibido la orden de seducir a una
aldeana para descubrir en qué lugar se ocultaba a los espías (lo que acabó
causando su muerte), ocultará su dolor transformándose en un donjuán compulsivo
incapaz de comprometerse afectivamente con nadie. En cuanto al Coronel Decker,
quien sería el eterno perseguidor de los fugitivos, se trataría de un militar
ultra conservador, nacionalista acérrimo y xenófobo, cuyos méritos como
antagonista de los héroes estaría dado en el hecho de que en realidad sabría la
verdad acerca de su inocencia, pero lo callaría por odio hacia Smith, cuya
ética personal vería como “debilidad” y “conducta antinorteamericana”. Cuando
la serie vio finalmente la luz, y quizás en parte como una manera de no
espantar a la NBC, los productores optaron por cambiar a este personaje,
rebautizándolo como coronel Derreck Lynch (William Lucking), un oficial de la
Policía Militar un tanto torpe al que Smith deja siempre en ridículo. Su
partida de la serie permitirá que en las temporadas 2a y 3ra el muy buen actor
Lance LeGault se ponga en la piel del Coronel Roderick Decker, personaje que
entonces se corporizará, por fin, de una manera muy diferente: más capaz y
serio que su antecesor, cabeza dura y obstinado, pero aun así totalmente
incapaz de echarle el guante a nuestros héroes. Pero volviendo a lo anterior,
como pudimos ver, las cosas hubieran sido muy diferentes si este proyecto hubiera
visto la luz tal y cual se lo concibió, sin embargo los tiempos políticos
estaban cambiando y el atentado a Reagan de marzo del ’81 no hizo otra cosa que
endurecer las posiciones de una gran parte de la opinión pública, lo que motivó
a la NBC a vetar inmediatamente el proyecto: una crítica a la intervención
americana en Vietnam y a toda su política respecto del bloque comunista estaba
por completo fuera de discusión. Sin embargo, y en parte debido a cierta crisis
creativa padecida por la tevé norteamericana más o menos entre 1977 y 1981
—causada tanto por el agotamiento creativo como por la cancelación de gran
parte de los shows que hicieron furor en los ‘70s— la cadena opta por no
desechar del todo la idea y le propone a Cannell reformularla desde otra óptica.
El célebre productor, guionista y “showrunner” no estaba
del todo convencido y tampoco quería compartir su idea, pero su todavía socio (la
serie que coproducían estaba aun al aire) le propone encarar el proyecto
juntos. Frank Lupo —más pragmático y acostumbrado a desarrollar productos con
mucho menos presupuesto y en condiciones harto dificultosas— entendió de inmediato
lo que necesitaba su colega y supo ver el enorme potencial del proyecto,
dándole en gran parte la forma que todos conocemos, de ahí que ambos fueran acreditados
como los creadores de la serie en su formato definitivo. También sería
responsable de una idea genial, que “Aníbal” trabajase como extra en películas
de horror clase “B”, enfundado siempre en ridículos trajes de goma que simulaban
ser abominables monstruos de pacotilla. En 1992, al cumplirse una década del
inicio del show, Lupo brindó un reportaje en el que rememoró divertidas
anécdotas acerca del proceso de creación de la serie. Entre otras, indicó cómo
convenció a su socio de mantener los signos de penitencia de cada personaje,
aunque sin explicarlos ni darles un contexto: “Creía que el público advertiría
de inmediato esos detalles y se preguntaría a qué diablos obedecían; y al no
obtener respuesta se convertirían en unos elemento surrealistas que quedarían
asociados a cada personaje. Stephen no estaba del todo convencido pero me dejó
hacer. A las pocas semanas de la salida al aire del show nos llovieron cartas
de fans que nos bombardeaban con preguntas acerca de por qué demonios Hannibal
usaba guantes todo el tiempo y demás cosas por el estilo. Ahí supe que habíamos
dado en el clavo”. A él se debe, igualmente, la inclusión de un
personaje femenino, Amy Allen (Melinda Culea), periodista que se encuentra tras
la pista de los fugitivos y que acabará, al cabo de conocerlos, por convertirse
en su aliada. Así entonces, la nueva mitología de la Brigada-A se establecía
definitivamente y echaba a rodar. Y pueden creerlo, haría historia.
Entre otras cosas, el nuevo perfil del proyecto echaría
por tierra con el concepto del supuesto crimen del comando, que ya no podía
resultar ni tan dramático ni tan terrible como el pergeñado originalmente por
Cannell. En un principio se optó por mantenerlo en secreto, como un elemento
más de misterio acerca de la brigada, y así lo sería durante sus primeras
cuatro temporadas, pero dicho enigma acabaría por develarse en el inicio de la quinta
y última, cuando se incorporó al reparto Robert Vaughn como Hunt Stockwell, un
general retirado devenido en miembro de la CIA. Atrapados en el episodio final
de la cuarta temporada y a la espera de su nuevo juicio, se descubrirá finalmente
que su antiguo comandante en jefe les había encomendado el robo del tesoro del
banco de Hánoi, en el que se hallaría (además del dinero del régimen) un cofre
blindado con documentos ultra secretos del Vietcong. Pero la operación,
ordenada a las apuradas debido a datos de inteligencia de última hora, jamás
podría ser confirmada por su mandante, quien moriría en un bombardeo a su cuartel.
La Brigada-A será acusada, entonces, de utilización de equipamiento y vehículos
militares para fines privados y de robo a gran escala. Años después de escapar
de la prisión militar, los ex comandos se instalarán clandestinamente en Los
Ángeles, California, desde donde operarán como soldados de fortuna. Pero nos
hemos adelantado a la historia, ya que por el momento nos hallamos en la
crucial etapa de preproducción del envío: retornemos a ella, pues. El primer
desafío que enfrentó la serie, por lo tanto, consistió en poder delinear
personajes muy atractivos que pudieran conectar con la teleaudiencia de
inmediato. Para ello se requería de actores con un perfil muy específico,
fueran estos famosos o poco conocidos —eso no importaba— pero quienes contaran
con un cierto carisma y una clara capacidad de traspasar la pantalla. George
Peppard fue siempre la primera opción para el rol del Coronel John “Hannibal”
Smith, pero los productores tenían serias dudas acerca de si aceptaría el
desafío: por entonces, los actores de cine y teatro como él —Peppard pertenecía
a la prestigiosa segunda generación del Actor’s Studio de Lee y Susan
Strassberg— no solían trabajar en televisión a menos que se tratase de exclusivos
roles como invitados especiales; si lo hacían de manera regular, significaba
que sus carreras habían comenzado a menguar. Peppard conservaba todavía su
prestigio gracias a que había sabido vender su figura a los medios, pero lo
cierto es que su carrera venía a los “banquinazos”, sobre todo por haber aceptado
numerosos proyectos de dudosa calidad que no aportaron nada a su status de
actor serio. Un lustro antes había protagonizado una serie en el entonces
novedoso formato de telefilmes (más propio de la tevé inglesa), algo que no
hubiera hecho de hallarse en una situación óptima frente a la industria. En
ella encarnaba al detective privado Banacek, un neoyorquino de origen polaco
basado en una serie de novelas bastante populares por entonces. Fueron un total
de tres envíos rodados en 35 mm para así distribuirse en cines luego de sus
respectivos estrenos en tevé.
El cast de la 5a y última temporada |
Tanto Dwight Schultz como Mr. T obtuvieron sus
respectivos papeles luego de una larga serie de castings, ya que no había
acuerdo entre los productores acerca de los actores adecuados para dichos roles.
El primero venía de rodar un thriller mediocre (The Fan, 1981; Edward
Bianchi), y al momento de encarar Brigada-A se hallaba apenas
finalizando su participación en Alone in the Dark (1982, Jack
Sholder), una espantosa cinta de horror que no debería figurar en el currículum
de nadie. Quizás en parte por su desaliento ante la dudosa calidad de los
trabajos que conseguía, o acaso por la larga serie de audiciones que enfrentó
para esta serie, lo cierto es que el intérprete se presentó a su último casting
con bastante mal humor y seguro de ser rechazado, por lo que intentó burlarse
de los asistentes enfundando su mano derecha con una media a la que usó a modo
de títere. De pronto e inopinadamente, Schultz comenzó a dialogar
disparatadamente con su improvisado “muñeco” arrancando carcajadas de todos los
presentes. Cuando Lupo vio el tape de la audición llamó a gritos a su colega
para que también lo hiciera: conclusión, unas horas después el personaje del Capitán “lobo
aullador” Murdock ya tenía actor que lo interprete. Es más, en varios episodios
de la serie Schultz utilizó volvió a recurrir —a pedido de Lupo— a la vieja y
querida media, con la que interactuaba como si de otro miembro del equipo se
tratara, y todo para desesperación de Mario, que quería arrancársela con brazo
incluido. En cuanto a Mr. T (hasta entonces fisicoculturista
y doble de riesgo), acababa de interpretar al violento Clubber Lang en Rocky
III (1982, Sylvester Stallone), en la que lucía como todo un gigante, pero
los productores se sorprendieron por su baja estatura una vez lo conocieron en
persona; sin embargo, cuando descubrieron que en realidad se trataba de un tipo
sumamente amable y de buenos modales que sabía muy bien como asustar con su
mirada “de malo”, entendieron de
inmediato que la búsqueda estaba concluida.
Marla Hesley como Tawnia |
Ya con el reparto definido y los
contratos firmados, la productora emprendió entonces el rodaje del episodio
piloto, el que no estuvo exento de problemas, tanto por razones logísticas
(todas las secuencias en el ficticio pueblo de San Río Blanco se rodaron en el
sur de México, precisamente cuando se desataba una huelga del sindicato de
técnicos cinematográficos aztecas), como por ciertas desavenencias entre los
intérpretes. Desde el vamos, la proverbial hosquedad de Peppard se hizo patente
con casi todo los miembros del elenco. A Melinda Culea la recibió de manera
poco afectuosa: “Querida, no es nada personal, pero los muchachos y yo creemos que no
tienes nada que hacer aquí… esta es una serie acerca de machos y tu personaje
no vale tu salario”. Así lo rememoraba con angustia la propia actriz en
un reportaje a Variety de 1989. Más de un año después, cuando su personaje
desaparece casi a la mitad de la segunda temporada, es suplantada por la
también inexperta Marla Heasley (quien pasó a interpretar a la periodista
Tawnia Baker), siendo “saludada” por el actor con casi las mismas palabras: “Muchachita,
quiero ser claro desde el principio, los chicos y yo no te queremos aquí. No
sabemos qué diablos están pensando los productores, pero esta es una serie de
tipos duros y tú no tienes lugar en ella”. Los hijos de Peppard, quien
murió el 8 de mayo de 1994 a causa de un cáncer de pulmón, negaron siempre
estas versiones y aseguraron que se debían a la envidia y los celos
profesionales. Si las consignamos aquí, no es porque podamos fundarlas al
ciento por ciento, sino porque al cabo de los años tanto Schultz como Mr. T rompieron
parcialmente con sus silencios y reconocieron que sus respectivas relaciones
con el fallecido astro no habían sido del todo buenas. Parece ser, incluso, que
durante la tercera temporada Peppard le habría propinado tal puñetazo al
fortachón como para partirle un diente. Al parecer, y esto tal vez se confirme
por el hecho de que sólo Benedict sigue recordándolo con afecto, Peppard
únicamente se llevaba bien con el intérprete de “Face”, con quien había
establecido una cierta complicidad tanto dentro como fuera del set. Ahora bien,
y esto es lo que realmente importa, ¿algo de ello, sea verdadero o falso,
influyó de algún modo en el producto final? Obviamente no: la química entre
todos los actores traspasa la pantalla de un modo inefable. Si un chico de 15
años que no tiene ni idea de que esta serie existió siquiera es obligado a ver
un solo episodio de la misma, indudablemente se sorprenderá de lo bien que se
ensambla el equipo y lo sorprendentemente realista que luce su funcionamiento.
Esta es la verdad, el resto importa muy poco. ¿O acaso alguien puede negar que
la magnífica sonrisa de Peppard se iluminaba todavía más cuando exclamaba “¡gozo
cuando un plan se concreta!”?
Una vez que The A-Team debutó formalmente y se
afianzó ante la teleaudiencia, quedó bien en claro cuál era la estructura de su
narrativa. Ante todo, se trató de un western urbano en el que un grupo de
“outlaws” de buen corazón se ganaba la vida ayudando a quienes la justicia
había abandonado. Por eso mismo sus mejores episodios son aquellos en que un
colectivo determinado (un grupo de aterrorizados vecinos y comerciantes de
Brooklyn; los ancianos propietarios de un edificio codiciado por un
inescrupuloso desarrollador inmobiliario; los habitantes de un pueblito acosado
por una feroz banda de motoqueros… y un largo etcétera) busca auxilio en la
Brigada-A, que sería la única —gracias a operar por fuera del sistema— que
puede sacarlo/s del atolladero en que se encuentra/n. Cuando el grupo tenía que
operar en algún sitio del medio oeste norteamericano, como en el citado
episodio de los motoqueros infernales, esta cualidad de western se hacía harto
evidente. Los tres policías militares que lideraron su persecución a lo largo
de la serie (Lynch, Decker y Fullbright, respectivamente), representaban cabalmente
a los viejos sheriffs y marshalls del salvaje oeste que atravesaban praderas y
montañas para lograr atrapar a sus fugitivos. Por otra parte, resulta
fascinante la inteligente estructura de cada envío, la que presentaba
inteligentes detalles que funcionaban a modo de signos de reconocimiento que
los espectadores adoraban: los intrincados (y obligados) métodos clandestinos
para contactar al equipo, que invariablemente terminaban con Aníbal revelándose
por debajo de algún maquillaje y prostética sorprendentes; los cada vez más
sofisticados (y deliciosamente absurdos) métodos para engañar y dormir a
“Mario” Baracus cada vez que había que tomar un avión; las eternas peleas entre
este y Murdock, quien adoraba volverlo loco con sus manías y obsesiones; los
sofisticados coches, las infartantes damiselas y el costosísimo vestuario que
solían adornar cada aparición de “Faz”… y un largo, larguísimo etcétera. En
cada episodio se contaban explosiones a granel, reparto de puñetazos al por
mayor, tantos disparos como para agujerear toda la Gran Muralla china… pero la
mayor seña de identidad del envío era que, a pesar de todo ello, nadie moría
jamás.
Dirk Benedict como "Face" |
Los Magníficos golpeaban hasta machucar, asustaban hasta donde era
posible, estafaban en grande, pero jamás, absolutamente nunca mataban a nadie.
Mario (su nombre según el doblaje mexicano, el que a la larga acabó por
imponerse), por ejemplo, parecía un ogro capaz de arrancarle la cabeza a toda
la mafia rusa a la vez, pero los guiones se las ingeniaban para demostrar que
en su interior ocultaba a un osito de peluche: si un niño se hallaba en
problemas él lo tomaba personalmente bajo su protección y obligaba a todo el
grupo a aceptar el caso en cuestión, aunque no sacaran un solo dólar de ello; y
en un capítulo de la cuarta temporada, cuando se ven en la necesidad de ayudar
a la madre del sargento (a la que quieren echar con malas artes de su
departamento), queda más patente que nunca que la Sra. Baracus lo tenía bien
cortito y podía reprenderlo como a un niño sin dificultad alguna. Pues bien,
las dos primeras temporadas de la serie son realmente excelentes, en la tercera
ya existen algunos episodios (varios, por cierto) un tanto repetitivos, pero será
en la cuarta donde se adviertan los más alarmantes signos de agotamiento. La
caída en la originalidad de sus guiones se hizo evidente sobre todo porque la
NBC se negó a aumentar su aporte monetario (entre 1985 y ’86 hubo un pequeño
pico inflacionario que afectó a las producciones que, como esta, no se rodaban
en Canadá, práctica que todavía no se masificaba) y los productores no pudieron
contratar escritores más cotizados ni aumentar el número de asistentes de
producción, debido (sobre todo) a que su contrato con la cadena estipulaba un
porcentaje relativamente bajo de ingresos por publicidad (los que a su vez
quedaban disminuidos por el efecto inflacionario), y además porque dicha
televisora alegaba que el nivel de audiencia estaba disminuyendo, ignorando así
la única práctica posible (y conocida) para salvar un show: inyectarle más
dinero, no moverlo de su día y horario y mejorar sus guiones. No es que no la
conocieran, ciertamente, pero no sería la única vez que un producto que a la
larga se transformaría en parte de la cultura pop internacional sería
boicoteado por la NBC. Star Trek, The Man From U.N.C.L.E, Wonder
Woman y una larga lista de series hoy día míticas, se unirían a The
A-Team en esto de ser socavadas por la propia cadena emisora, la que
acababa por “asustarse” de tenerlas en su grilla al cabo de un par de temporadas,
procediendo sistemáticamente de igual forma en cada caso: moverlas a un día y
horario menos favorable, disminuir subrepticiamente su aportación económica
aunque sin resignar ni un céntimo de su parte en la torta publicitaria y forzar
a los respectivos creadores y productores ejecutivos a introducir cambios
abruptos y poco estudiados. Si bien Brigada-A logró llegar a las 5
temporadas (¡¡¡qué más hubiera querido Star Trek, por caso!!!), lo hizo con
un total de 98 episodios (nunca tuvo un número constante de capítulos por año),
a diferencia de los 120 o 130 que hubiera completado en condiciones normales.
Las tensiones constantes entre productores y la cadena, en definitiva,
condujeron a que la propia supervivencia de la serie se volviera algo así como
una victoria pírrica.
Los
niveles de audiencia de la cuarta temporada habían disminuido entre un 19% y un
22% (según las mediciones de sus últimos tres meses de emisión), y aunque eran
unos porcentajes relativamente poco alarmantes para la época, bastaron para que
NBC reclamara poco menos que un golpe de estado en la productora. Su quinto y
último año comenzaría entonces con un giro cuasi copernicano que no acabaría
por satisfacer a nadie. Atrapada la brigada en el episodio final del año
anterior y a la espera de su juicio militar —golpe de efecto impuesto por la
cadena— el nuevo ciclo debutó con tres incorporaciones (el ya mencionado Robert
Vaughn como Stockwell, Eddie Velez como Frankie Santana —experto en electrónica
a las órdenes de Stockwell— y Jack Ging como el Gral. “Bull” Fullbright, su
nuevo perseguidor, personaje caricaturesco que no conformó a los fans. Tuvo,
sin embargo, una poética redención en un episodio en que debió recurrir a sus
perseguidos para que lo ayuden a rescatar a una hija secreta que tuvo en
Vietnam, capítulo que lo mostró más humano y realista. La quinta temporada fue
la más corta en cuanto a número de emisiones (13 en total, mientras que la
primera contó con 14) y por cierto que
acabó por conducir a la cancelación de la serie, sin embargo, vista en
retrospectiva y con la sabiduría que brinda el paso de los años, se descubre
que en realidad, salvando una o dos “pifiadas”,
resulta muy digna, tiene una alta calidad y su nivel general se halla muy por
encima del de la mediocre cuarta temporada, pero los fans la rechazaron sobre
todo por el Frankie de Eddie Velez y al cariz hierático del personaje de
Stockwell, el que muy pocas veces lograba conectar con la audiencia. Una pena,
porque Vaughn era un actor competente que sabía muy bien como establecer
complicidad con el público, pero sus líneas estaban escritas de modo que
siempre lucía como antagonista de Smith y los suyos. De todos modos, y aunque
hoy podamos elogiar con más entusiasmo dicha temporada, resulta estrictamente
cierto que las presiones de la cadena condujeron a dar por tierra con la
premisa misma de la serie: el Grupo A ya no era buscado por la Ley, sino que
pasaba a trabajar casi “oficialmente” para el gobierno, y gran parte del humor
que la hacía única se había dejado de lado con el fin de otorgarle un tono más
dramático y “realista”.
Como sea, repetimos, durante la emisión de esta
temporada los ratings disminuyeron de manera sensible y los ingresos por
publicidad se redujeron hasta un 25 %, lo que decretó la definitiva cancelación
del show. Pero Cannell peleó duro para reflotarla, a pesar de que su sociedad
con Lupo acababa de terminar, dado que este se había marchado para desarrollar
la serie Hunter (El Cazador),
policial urbano protagonizado por el personaje del título. La ABC estuvo muy
interesada en reflotar el proyecto y casi lo logra, pero NBC se negó de plano a
vender su parte de los derechos y Cannell se quedó con las manos vacías. Lo
cierto es que la emisora ya había negociado un jugoso contrato con una por entonces
nueva empresa de distribución (que lo hacía sobre todo para el sistema de la
sindicación), la cual recién se introducía en el negocio pero pagaba más a
causa de un detalle nada baladí: pertenecía al mismo grupo empresario que una
importante firma de televisión por cable. Con ese contrato, entonces, NBC se
aseguraba muchos más ingresos por la difusión de The A-Team tanto en la
red de emisoras de la sindicación como en los diversos canales del sistema de
“cable” en cuestión. Dicho en otras palabras, para la cadena la serie valía
mucho más “muerta” que “viva”. Como muchos lo habrán sospechado ya, tanto en la
sindicación como en ciertos canales por suscripción la serie se transformó de
inmediato en un éxito arrollador, obteniendo niveles de audiencia que llegaron
a triplicar los que tuvo mientras era emitida en “prime time” por NBC, la que
en definitiva era una televisora de alcance nacional. Desde entonces, la fama
de The
A-Team no ha parado de crecer.
La serie contó con muchísimas figuras invitadas que la
engalanaron. Este crítico tiene como su absoluto favorito el episodio en que
participaron dos grandes estrellas del soul y el rithm & blues, el enorme
Isaac Hayes (recordado, sobre todo, por el tema de Shaft —1971, Gordon Parks
Sr.— por el que ganó un Óscar) y el histriónico Rick James, quien en dicho
episodio cantó su mega hit “Super Freak Part I”. Más adelante,
aunque lamentablemente le tocara en suerte un guión endeble, tendría su momento
nada menos que Boy George, por entonces líder y vocalista de la maravillosa
banda británica Culture Club. Por un error de su representante, George quedaba
varado en el desierto de Arizona y se veía obligado a actuar en bares donde
jamás se había escuchado otra cosa que música country, ¡y muchísimo menos se
había visto a un cantante “montado” como una drag queen! Así que los muchachos
no solo lo rescataban, sino que acababan a trompada limpia para protegerlo de
las bataholas vividas en cada antro en que actuaba. Involuntario homenaje a la genial
secuencia en el bar campirano de The Blues Brothers (1980, John
Landis), su mediocre guión no logra opacar, sin embargo, el encanto que se
oculta tras la premisa ni —por supuesto— la genial calidad de las canciones que
canta el astro inglés, desde Miss Me Blind a la mítica Karma
Chameleon. En cuanto a la música del show, ya que estamos en ello, esta
corrió por cuenta del tándem Mike Post y Pete Carpenter, quienes —ya sea juntos
o en solitario— compusieron una gran parte de los temas para series de toda aquella
inolvidable década. En nuestro país el show fue estrenado por Canal 9
‘Libertad’ en abril de 1984, a semanas de la restitución que el gobierno de
Raúl Alfonsín hiciera al empresario Alejandro Romay de su antiguo canal,
expropiado —como todos los otros— por el último gobierno de Juan Perón. El
suceso fue tan grande que a los pocos meses Romay trajo al país al mismísimo Mr.
T, quien —sin saber una palabra de español— acabó enfrentando al humorista
Mario Sapag en su propio programa. Sapag, totalmente maquillado como el actor,
apelaba a las típicas “argentinadas” (de las que Tinnelli hizo gala durante
décadas), consistentes en burlarse miserablemente de una persona por no hablar
nuestra lengua.
De esa emisión quedaría acuñada la expresión “poquititu”, que era lo único que el sufrido invitado pudo balbucear cada vez que se le preguntaba si hablaba algo de castellano. En fin, anécdotas criollas que no desmerecen en absoluto el impacto cultural que la serie tuvo en nuestro país y el mundo. Veníamos de casi ocho años de un gobierno militar genocida y de una guerra absurda y cruenta, y aunque la euforia de la democracia recién recuperada estaba aun en efervescencia y todo lo que oliera a militarismo era visto como un producto de belcebú, a nadie se le ocurrió pensar que Brigada-A se trataba de un comando clandestino armado: solo nuestra amada revista Hum® publicó un artículo criticándola con dicho argumento, pero a la quincena siguiente le llovieron cartas de lectores oponiéndose a tan lineal lectura del fenómeno televisivo. La maravillosa revista creada por Aquiles Fábregat y Andrés Cascioli, y dirigida por este último, había sido uno de los pocos focos culturales de resistencia a la dictadura, por lo que se tomaba muy en serio cosas como estas. Pero, la verdad, no era para tanto, o por lo menos no se trataba de nada por el estilo en esa ocasión; el tiempo demostró que The A-Team no era otra cosa (ni pretendía serlo…) que un hermoso divertimento para toda la familia, en el que unos modernos “sheriffs” injustamente perseguidos intentaban, a pesar de todo, imponer justicia y ayudar a los que nadie ve ni escucha jamás. ¿Quién dijo que es poco?.-
De esa emisión quedaría acuñada la expresión “poquititu”, que era lo único que el sufrido invitado pudo balbucear cada vez que se le preguntaba si hablaba algo de castellano. En fin, anécdotas criollas que no desmerecen en absoluto el impacto cultural que la serie tuvo en nuestro país y el mundo. Veníamos de casi ocho años de un gobierno militar genocida y de una guerra absurda y cruenta, y aunque la euforia de la democracia recién recuperada estaba aun en efervescencia y todo lo que oliera a militarismo era visto como un producto de belcebú, a nadie se le ocurrió pensar que Brigada-A se trataba de un comando clandestino armado: solo nuestra amada revista Hum® publicó un artículo criticándola con dicho argumento, pero a la quincena siguiente le llovieron cartas de lectores oponiéndose a tan lineal lectura del fenómeno televisivo. La maravillosa revista creada por Aquiles Fábregat y Andrés Cascioli, y dirigida por este último, había sido uno de los pocos focos culturales de resistencia a la dictadura, por lo que se tomaba muy en serio cosas como estas. Pero, la verdad, no era para tanto, o por lo menos no se trataba de nada por el estilo en esa ocasión; el tiempo demostró que The A-Team no era otra cosa (ni pretendía serlo…) que un hermoso divertimento para toda la familia, en el que unos modernos “sheriffs” injustamente perseguidos intentaban, a pesar de todo, imponer justicia y ayudar a los que nadie ve ni escucha jamás. ¿Quién dijo que es poco?.-
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