“BRIGADA-A” (“The A-Team”): UNA SERIE INOLVIDABLE


Historias en Serie: Las Series Que Hicieron Historia / 3ra Entrega
HOY: Brigada-A
 Emitida por NBC desde el 23 de enero de 1983
al 8 de marzo de 1987. 98 episodios de 45 min. aprox.

Por Leonardo L. Tavani
Un coronel de inteligencia superior, apodado “Aníbal” tanto en honor al célebre caudillo cartaginés como debido a su enorme capacidad para la estrategia; un piloto experto en misiones suicidas que presenta personalidades múltiples; un teniente narcisista, seductor y todo un profesional de la estafa; y por último un sargento fortachón, malhumorado y rebelde, apodado “B.A.” (“bad attitude”/ mala actitud en inglés), cuyas habilidades mecánicas y su capacidad para construir una grúa con un triciclo viejo disculpan su patológico terror a volar… pues bien, ¿este “grupejo” no les suena de algún lado? Seguro que sí, pero si acaso durante los últimos 38 años algunos de ustedes no estaban en la superficie de este planeta, los invitamos a conocer el fascinante mundo del comando clandestino más divertido, temerario e inolvidable del mundo. Para los que tienen la edad del autor será —en cambio— un bienvenido viaje a la nostalgia. Pasen y vean, entonces, esta es la historia de Brigada-A.
The A-Team (en Argentina Brigada-A, en México Los Magníficos) nació durante la primavera boreal de 1982, cuando Stephen J.Cannell estaba buscando una nueva idea que presentarle a los ejecutivos de NBC, empresa con la que tenía un acuerdo previo de distribución. Acababa de producir un show junto a Frank Lupo (The Greatest American Hero) que no tuvo mayor suceso y era de pura evasión. Sin embargo, Cannell llevaba años rumiando la idea de mostrar el lado más oscuro en las vidas de los ex combatientes de Vietnam, casi a modo del film Regreso sin Gloria (Coming Home, 1978; Hal Ashby. Cinta que le valió el premio Oscar a sus dos protagonistas, Jane Fonda y Jon Voight), película que lo había impresionado profundamente. Su primera opción, por lo tanto, fue la de encarar un tratamiento dramático, ya que la ola conservadora que condujo al despacho oval a Ronald Reagan en enero de 1981 había disparado una muy poco seria revisión de la acción militar norteamericana en Vietnam, tratando de aplacar así el escándalo público suscitado por las filtraciones de material clasificado de Defensa que publicó el Washington Post a mediados de los ‘70s —las que revelaron que tanto la Casa Blanca como el Pentágono sabían perfectamente que el continuo envío de tropas americanas era por completo ineficaz y que sus estrategias bélicas resultaban estériles, pero aun así mantuvieron el conflicto activo por razones políticas— y forzando de algún modo a la opinión pública para que aceptara como necesarias las entonces nuevas medidas ultra militaristas y de fuerte cuño anticomunistas del ex actor devenido político. Cannell era un liberal convencido y repudiaba tanto la injerencia americana en el sudeste asiático como sus políticas de confrontación con el bloque soviético, así que su intención había sido desde el vamos desarrollar un show dramático que mostrase las heridas psicológicas que causa la guerra y las contradicciones internas tanto del poder político como de la cúpula militar. First Blood (Rambo; 1982) acababa de estrenarse y había creado una polémica muy acalorada, ya que las originales intenciones de sus productores habían consistido en ensalzar a los veteranos de Vietnam y “denunciar” cómo la sociedad liberal les habría dado supuestamente la espalda, aunque —involuntariamente— sucedió todo lo contrario, quizás en parte por la torpe necesidad de modificar el final (manteniendo a John Rambo con vida, al revés de la novela: ver nuestra crítica del filme en este blog) y también porque la falta de sutileza de Stallone como coguionista (quien redactó la versión definitiva del script, alterando y/o eliminando numerosas páginas de Sackheim y Kozoll) acabó por solidificar la idea de que el ex comando era, en cambio, una víctima de las autoridades políticas, militares y policiales. De hecho, al expandir la violencia y agresividad del personaje del comisario para así justificar la parte central del relato (la cacería y persecución del fugitivo) se acabó por consolidar, repetimos, la idea de que el “fascismo” estaba del lado de las autoridades y no de la parte de la sociedad que promovía la paz y el antibelicismo. Cannell quería ir por este camino y concibió para ello un tratamiento sumamente atractivo.
  ¿Cuál era entonces la premisa primigenia del show? Pues la siguiente: un comando de elite (denominado ‘Alpha Team, de ahí la “A” del título definitivo), que obedecía órdenes directas de un coronel adscripto a contrainteligencia militar, Samuel Morrison, recibe la misión de atrapar a unos peligrosos espías del vietcong escondidos en un pueblito cercano a Hánoi, quienes llevan consigo los planos de la próxima contraofensiva enemiga. Las cosas se complicarán y la obstinada protección que los aldeanos les brindarán a estos agentes desencadenará una indeseada aunque inevitable masacre. Mientras este drama se desencadena, el cuartel general de dicho oficial superior del Equipo-A será bombardeado y este morirá sin poder validar ante las autoridades militares sus órdenes (que se habían emitido bajo absoluto secreto y en condiciones de urgencia), convirtiendo así al pelotón en culpable de crímenes de guerra. Ya en EE UU y sin poder demostrar su inocencia, el comando acabará escapando de prisión (en Fort Bragg)  y pasará a la clandestinidad operando desde entonces como soldados de fortuna, aunque aceptando únicamente misiones cuyas finalidades sean tanto ética como moralmente aceptables, quizás como una forma de “expiar” los pecados que se vieron forzados a cometer. Todos ellos quedarían sicológicamente marcados, lo que se evidenciaría en detalles para nada menores: Smith cubriría siempre sus manos con guantes de cuero como forma de ocultar la sangre de un niño vietnamita que no puede quitarse; Murdock perdería la razón adoptando personalidades múltiples y rechazando así la suya propia; B.A. Baracus se cargaría el cuello y las muñecas con toda clase de pesadas cadenas, rosarios y crucifijos; y por último Peck, quien había recibido la orden de seducir a una aldeana para descubrir en qué lugar se ocultaba a los espías (lo que acabó causando su muerte), ocultará su dolor transformándose en un donjuán compulsivo incapaz de comprometerse afectivamente con nadie. En cuanto al Coronel Decker, quien sería el eterno perseguidor de los fugitivos, se trataría de un militar ultra conservador, nacionalista acérrimo y xenófobo, cuyos méritos como antagonista de los héroes estaría dado en el hecho de que en realidad sabría la verdad acerca de su inocencia, pero lo callaría por odio hacia Smith, cuya ética personal vería como “debilidad” y “conducta antinorteamericana”. Cuando la serie vio finalmente la luz, y quizás en parte como una manera de no espantar a la NBC, los productores optaron por cambiar a este personaje, rebautizándolo como coronel Derreck Lynch (William Lucking), un oficial de la Policía Militar un tanto torpe al que Smith deja siempre en ridículo. Su partida de la serie permitirá que en las temporadas 2a y 3ra el muy buen actor Lance LeGault se ponga en la piel del Coronel Roderick Decker, personaje que entonces se corporizará, por fin, de una manera muy diferente: más capaz y serio que su antecesor, cabeza dura y obstinado, pero aun así totalmente incapaz de echarle el guante a nuestros héroes. Pero volviendo a lo anterior, como pudimos ver, las cosas hubieran sido muy diferentes si este proyecto hubiera visto la luz tal y cual se lo concibió, sin embargo los tiempos políticos estaban cambiando y el atentado a Reagan de marzo del ’81 no hizo otra cosa que endurecer las posiciones de una gran parte de la opinión pública, lo que motivó a la NBC a vetar inmediatamente el proyecto: una crítica a la intervención americana en Vietnam y a toda su política respecto del bloque comunista estaba por completo fuera de discusión. Sin embargo, y en parte debido a cierta crisis creativa padecida por la tevé norteamericana más o menos entre 1977 y 1981 —causada tanto por el agotamiento creativo como por la cancelación de gran parte de los shows que hicieron furor en los ‘70s— la cadena opta por no desechar del todo la idea y le propone a Cannell reformularla desde otra óptica.

El célebre productor, guionista y “showrunner” no estaba del todo convencido y tampoco quería compartir su idea, pero su todavía socio (la serie que coproducían estaba aun al aire) le propone encarar el proyecto juntos. Frank Lupo —más pragmático y acostumbrado a desarrollar productos con mucho menos presupuesto y en condiciones harto dificultosas— entendió de inmediato lo que necesitaba su colega y supo ver el enorme potencial del proyecto, dándole en gran parte la forma que todos conocemos, de ahí que ambos fueran acreditados como los creadores de la serie en su formato definitivo. También sería responsable de una idea genial, que “Aníbal” trabajase como extra en películas de horror clase “B”, enfundado siempre en ridículos trajes de goma que simulaban ser abominables monstruos de pacotilla. En 1992, al cumplirse una década del inicio del show, Lupo brindó un reportaje en el que rememoró divertidas anécdotas acerca del proceso de creación de la serie. Entre otras, indicó cómo convenció a su socio de mantener los signos de penitencia de cada personaje, aunque sin explicarlos ni darles un contexto: “Creía que el público advertiría de inmediato esos detalles y se preguntaría a qué diablos obedecían; y al no obtener respuesta se convertirían en unos elemento surrealistas que quedarían asociados a cada personaje. Stephen no estaba del todo convencido pero me dejó hacer. A las pocas semanas de la salida al aire del show nos llovieron cartas de fans que nos bombardeaban con preguntas acerca de por qué demonios Hannibal usaba guantes todo el tiempo y demás cosas por el estilo. Ahí supe que habíamos dado en el clavo”. A él se debe, igualmente, la inclusión de un personaje femenino, Amy Allen (Melinda Culea), periodista que se encuentra tras la pista de los fugitivos y que acabará, al cabo de conocerlos, por convertirse en su aliada. Así entonces, la nueva mitología de la Brigada-A se establecía definitivamente y echaba a rodar. Y pueden creerlo, haría historia.


Entre otras cosas, el nuevo perfil del proyecto echaría por tierra con el concepto del supuesto crimen del comando, que ya no podía resultar ni tan dramático ni tan terrible como el pergeñado originalmente por Cannell. En un principio se optó por mantenerlo en secreto, como un elemento más de misterio acerca de la brigada, y así lo sería durante sus primeras cuatro temporadas, pero dicho enigma acabaría por develarse en el inicio de la quinta y última, cuando se incorporó al reparto Robert Vaughn como Hunt Stockwell, un general retirado devenido en miembro de la CIA. Atrapados en el episodio final de la cuarta temporada y a la espera de su nuevo juicio, se descubrirá finalmente que su antiguo comandante en jefe les había encomendado el robo del tesoro del banco de Hánoi, en el que se hallaría (además del dinero del régimen) un cofre blindado con documentos ultra secretos del Vietcong. Pero la operación, ordenada a las apuradas debido a datos de inteligencia de última hora, jamás podría ser confirmada por su mandante, quien moriría en un bombardeo a su cuartel. La Brigada-A será acusada, entonces, de utilización de equipamiento y vehículos militares para fines privados y de robo a gran escala. Años después de escapar de la prisión militar, los ex comandos se instalarán clandestinamente en Los Ángeles, California, desde donde operarán como soldados de fortuna. Pero nos hemos adelantado a la historia, ya que por el momento nos hallamos en la crucial etapa de preproducción del envío: retornemos a ella, pues. El primer desafío que enfrentó la serie, por lo tanto, consistió en poder delinear personajes muy atractivos que pudieran conectar con la teleaudiencia de inmediato. Para ello se requería de actores con un perfil muy específico, fueran estos famosos o poco conocidos —eso no importaba— pero quienes contaran con un cierto carisma y una clara capacidad de traspasar la pantalla. George Peppard fue siempre la primera opción para el rol del Coronel John “Hannibal” Smith, pero los productores tenían serias dudas acerca de si aceptaría el desafío: por entonces, los actores de cine y teatro como él —Peppard pertenecía a la prestigiosa segunda generación del Actor’s Studio de Lee y Susan Strassberg— no solían trabajar en televisión a menos que se tratase de exclusivos roles como invitados especiales; si lo hacían de manera regular, significaba que sus carreras habían comenzado a menguar. Peppard conservaba todavía su prestigio gracias a que había sabido vender su figura a los medios, pero lo cierto es que su carrera venía a los “banquinazos”, sobre todo por haber aceptado numerosos proyectos de dudosa calidad que no aportaron nada a su status de actor serio. Un lustro antes había protagonizado una serie en el entonces novedoso formato de telefilmes (más propio de la tevé inglesa), algo que no hubiera hecho de hallarse en una situación óptima frente a la industria. En ella encarnaba al detective privado Banacek, un neoyorquino de origen polaco basado en una serie de novelas bastante populares por entonces. Fueron un total de tres envíos rodados en 35 mm para así distribuirse en cines luego de sus respectivos estrenos en tevé.
 La saga no llegó a revitalizar la carrera del mítico galán de Audrey Hepburn en la igualmente mítica Desayuno en Tiffany’s (Breakfast at Tiffany’s; 1961, Blake Edwars. Basada en la novela de Truman Capote), así que el huraño protagonista sorprendió a propios y extraños al aceptar casi de inmediato la propuesta de Cannell. Circula ampliamente en la web la falsa información acerca de que la primera opción para este rol habría sido James Coburn, el inolvidable Derek Flint de Our Man Flint (1966) e In Like Flint (1967); dueños de perfiles por completo antagónicos, probablemente ello se debiera al hecho de que ambos actores habían nacido en 1928 (¡o vaya a saber uno por qué otra razón!), pero lo cierto es que para ese entonces Coburn ya tenía una artritis deformante en sus manos que resultaba inocultable. Si bien tuvo la buena fortuna (y la mejor disposición de los productores) de mantenerse activo hasta su muerte, el actor ya no podía interpretar un rol donde fuera tan importante manipular armas, ponerse y quitarse guantes todo el tiempo y —detalle fundamental— encender enormes cigarros. El segundo en los planes de los productores era Dirk Benedict, quien parecía haber nacido para interpretar al seductor Teniente Templeton “Face” Peck, pero su contrato para la que resultó ser la última temporada de la serie Battlestar Galactica había pasado a estar en poder de la cadena emisora y no de sus productores (quienes lo cedieron —entre otras negociaciones— debido a la baja en los ratings del penúltimo año del envío), y la televisora no acordó a término las condiciones para rescindirlo, por lo que el episodio piloto acabó rodándose con otro actor, Tim Dunigan, quien encarnaría a un endeble “Face” en “Infierno en San Río Blanco”; pero apenas se vieron las primeras pruebas de pantalla todos se dieron cuenta de que el muchacho —aunque competente— no daba la talla ni por edad (resultaba demasiado joven para ser creíble como un veterano Teniente del Ejército) ni por su escaso despliegue de carisma. El fracaso de dicho episodio doble, que se emitió a modo de telefilme un fin de semana y sin la publicidad necesaria, sirvió para que la NBC disputara feroz y directamente con su competidora los términos del acuerdo con Benedict, logrando contar con él para el nuevo episodio #1 de la primera temporada, el que entonces sí, ya en su día y horario definitivos, obtuvo la repercusión que todos esperaban.
El cast de la 5a y última temporada

Tanto Dwight Schultz como Mr. T obtuvieron sus respectivos papeles luego de una larga serie de castings, ya que no había acuerdo entre los productores acerca de los actores adecuados para dichos roles. El primero venía de rodar un thriller mediocre (The Fan, 1981; Edward Bianchi), y al momento de encarar Brigada-A se hallaba apenas finalizando su participación en Alone in the Dark (1982, Jack Sholder), una espantosa cinta de horror que no debería figurar en el currículum de nadie. Quizás en parte por su desaliento ante la dudosa calidad de los trabajos que conseguía, o acaso por la larga serie de audiciones que enfrentó para esta serie, lo cierto es que el intérprete se presentó a su último casting con bastante mal humor y seguro de ser rechazado, por lo que intentó burlarse de los asistentes enfundando su mano derecha con una media a la que usó a modo de títere. De pronto e inopinadamente, Schultz comenzó a dialogar disparatadamente con su improvisado “muñeco” arrancando carcajadas de todos los presentes. Cuando Lupo vio el tape de la audición llamó a gritos a su colega para que también lo hiciera: conclusión,  unas horas después el personaje del Capitán “lobo aullador” Murdock ya tenía actor que lo interprete. Es más, en varios episodios de la serie Schultz utilizó volvió a recurrir —a pedido de Lupo— a la vieja y querida media, con la que interactuaba como si de otro miembro del equipo se tratara, y todo para desesperación de Mario, que quería arrancársela con brazo incluido.   En cuanto a Mr. T (hasta entonces fisicoculturista y doble de riesgo), acababa de interpretar al violento Clubber Lang en Rocky III (1982, Sylvester Stallone), en la que lucía como todo un gigante, pero los productores se sorprendieron por su baja estatura una vez lo conocieron en persona; sin embargo, cuando descubrieron que en realidad se trataba de un tipo sumamente amable y de buenos modales que sabía muy bien como asustar con su mirada “de malo”, entendieron de inmediato que la búsqueda estaba concluida.
Marla Hesley como Tawnia

 Ya con el reparto definido y los contratos firmados, la productora emprendió entonces el rodaje del episodio piloto, el que no estuvo exento de problemas, tanto por razones logísticas (todas las secuencias en el ficticio pueblo de San Río Blanco se rodaron en el sur de México, precisamente cuando se desataba una huelga del sindicato de técnicos cinematográficos aztecas), como por ciertas desavenencias entre los intérpretes. Desde el vamos, la proverbial hosquedad de Peppard se hizo patente con casi todo los miembros del elenco. A Melinda Culea la recibió de manera poco afectuosa: “Querida, no es nada personal, pero los muchachos y yo creemos que no tienes nada que hacer aquí… esta es una serie acerca de machos y tu personaje no vale tu salario”. Así lo rememoraba con angustia la propia actriz en un reportaje a Variety de 1989. Más de un año después, cuando su personaje desaparece casi a la mitad de la segunda temporada, es suplantada por la también inexperta Marla Heasley (quien pasó a interpretar a la periodista Tawnia Baker), siendo “saludada” por el actor con casi las mismas palabras: “Muchachita, quiero ser claro desde el principio, los chicos y yo no te queremos aquí. No sabemos qué diablos están pensando los productores, pero esta es una serie de tipos duros y tú no tienes lugar en ella”. Los hijos de Peppard, quien murió el 8 de mayo de 1994 a causa de un cáncer de pulmón, negaron siempre estas versiones y aseguraron que se debían a la envidia y los celos profesionales. Si las consignamos aquí, no es porque podamos fundarlas al ciento por ciento, sino porque al cabo de los años tanto Schultz como Mr. T rompieron parcialmente con sus silencios y reconocieron que sus respectivas relaciones con el fallecido astro no habían sido del todo buenas. Parece ser, incluso, que durante la tercera temporada Peppard le habría propinado tal puñetazo al fortachón como para partirle un diente. Al parecer, y esto tal vez se confirme por el hecho de que sólo Benedict sigue recordándolo con afecto, Peppard únicamente se llevaba bien con el intérprete de “Face”, con quien había establecido una cierta complicidad tanto dentro como fuera del set. Ahora bien, y esto es lo que realmente importa, ¿algo de ello, sea verdadero o falso, influyó de algún modo en el producto final? Obviamente no: la química entre todos los actores traspasa la pantalla de un modo inefable. Si un chico de 15 años que no tiene ni idea de que esta serie existió siquiera es obligado a ver un solo episodio de la misma, indudablemente se sorprenderá de lo bien que se ensambla el equipo y lo sorprendentemente realista que luce su funcionamiento. Esta es la verdad, el resto importa muy poco. ¿O acaso alguien puede negar que la magnífica sonrisa de Peppard se iluminaba todavía más cuando exclamaba “¡gozo cuando un plan se concreta!”?
Una vez que The A-Team debutó formalmente y se afianzó ante la teleaudiencia, quedó bien en claro cuál era la estructura de su narrativa. Ante todo, se trató de un western urbano en el que un grupo de “outlaws” de buen corazón se ganaba la vida ayudando a quienes la justicia había abandonado. Por eso mismo sus mejores episodios son aquellos en que un colectivo determinado (un grupo de aterrorizados vecinos y comerciantes de Brooklyn; los ancianos propietarios de un edificio codiciado por un inescrupuloso desarrollador inmobiliario; los habitantes de un pueblito acosado por una feroz banda de motoqueros… y un largo etcétera) busca auxilio en la Brigada-A, que sería la única —gracias a operar por fuera del sistema— que puede sacarlo/s del atolladero en que se encuentra/n. Cuando el grupo tenía que operar en algún sitio del medio oeste norteamericano, como en el citado episodio de los motoqueros infernales, esta cualidad de western se hacía harto evidente. Los tres policías militares que lideraron su persecución a lo largo de la serie (Lynch, Decker y Fullbright, respectivamente), representaban cabalmente a los viejos sheriffs y marshalls del salvaje oeste que atravesaban praderas y montañas para lograr atrapar a sus fugitivos. Por otra parte, resulta fascinante la inteligente estructura de cada envío, la que presentaba inteligentes detalles que funcionaban a modo de signos de reconocimiento que los espectadores adoraban: los intrincados (y obligados) métodos clandestinos para contactar al equipo, que invariablemente terminaban con Aníbal revelándose por debajo de algún maquillaje y prostética sorprendentes; los cada vez más sofisticados (y deliciosamente absurdos) métodos para engañar y dormir a “Mario” Baracus cada vez que había que tomar un avión; las eternas peleas entre este y Murdock, quien adoraba volverlo loco con sus manías y obsesiones; los sofisticados coches, las infartantes damiselas y el costosísimo vestuario que solían adornar cada aparición de “Faz”… y un largo, larguísimo etcétera. En cada episodio se contaban explosiones a granel, reparto de puñetazos al por mayor, tantos disparos como para agujerear toda la Gran Muralla china… pero la mayor seña de identidad del envío era que, a pesar de todo ello, nadie moría jamás.
Dirk Benedict como "Face"
 Los Magníficos golpeaban hasta machucar, asustaban hasta donde era posible, estafaban en grande, pero jamás, absolutamente nunca mataban a nadie. Mario (su nombre según el doblaje mexicano, el que a la larga acabó por imponerse), por ejemplo, parecía un ogro capaz de arrancarle la cabeza a toda la mafia rusa a la vez, pero los guiones se las ingeniaban para demostrar que en su interior ocultaba a un osito de peluche: si un niño se hallaba en problemas él lo tomaba personalmente bajo su protección y obligaba a todo el grupo a aceptar el caso en cuestión, aunque no sacaran un solo dólar de ello; y en un capítulo de la cuarta temporada, cuando se ven en la necesidad de ayudar a la madre del sargento (a la que quieren echar con malas artes de su departamento), queda más patente que nunca que la Sra. Baracus lo tenía bien cortito y podía reprenderlo como a un niño sin dificultad alguna. Pues bien, las dos primeras temporadas de la serie son realmente excelentes, en la tercera ya existen algunos episodios (varios, por cierto) un tanto repetitivos, pero será en la cuarta donde se adviertan los más alarmantes signos de agotamiento. La caída en la originalidad de sus guiones se hizo evidente sobre todo porque la NBC se negó a aumentar su aporte monetario (entre 1985 y ’86 hubo un pequeño pico inflacionario que afectó a las producciones que, como esta, no se rodaban en Canadá, práctica que todavía no se masificaba) y los productores no pudieron contratar escritores más cotizados ni aumentar el número de asistentes de producción, debido (sobre todo) a que su contrato con la cadena estipulaba un porcentaje relativamente bajo de ingresos por publicidad (los que a su vez quedaban disminuidos por el efecto inflacionario), y además porque dicha televisora alegaba que el nivel de audiencia estaba disminuyendo, ignorando así la única práctica posible (y conocida) para salvar un show: inyectarle más dinero, no moverlo de su día y horario y mejorar sus guiones. No es que no la conocieran, ciertamente, pero no sería la única vez que un producto que a la larga se transformaría en parte de la cultura pop internacional sería boicoteado por la NBC. Star Trek, The Man From U.N.C.L.E, Wonder Woman y una larga lista de series hoy día míticas, se unirían a The A-Team en esto de ser socavadas por la propia cadena emisora, la que acababa por “asustarse” de tenerlas en su grilla al cabo de un par de temporadas, procediendo sistemáticamente de igual forma en cada caso: moverlas a un día y horario menos favorable, disminuir subrepticiamente su aportación económica aunque sin resignar ni un céntimo de su parte en la torta publicitaria y forzar a los respectivos creadores y productores ejecutivos a introducir cambios abruptos y poco estudiados. Si bien Brigada-A logró llegar a las 5 temporadas (¡¡¡qué más hubiera querido Star Trek, por caso!!!), lo hizo con un total de 98 episodios (nunca tuvo un número constante de capítulos por año), a diferencia de los 120 o 130 que hubiera completado en condiciones normales. Las tensiones constantes entre productores y la cadena, en definitiva, condujeron a que la propia supervivencia de la serie se volviera algo así como una victoria pírrica.


            Los niveles de audiencia de la cuarta temporada habían disminuido entre un 19% y un 22% (según las mediciones de sus últimos tres meses de emisión), y aunque eran unos porcentajes relativamente poco alarmantes para la época, bastaron para que NBC reclamara poco menos que un golpe de estado en la productora. Su quinto y último año comenzaría entonces con un giro cuasi copernicano que no acabaría por satisfacer a nadie. Atrapada la brigada en el episodio final del año anterior y a la espera de su juicio militar —golpe de efecto impuesto por la cadena— el nuevo ciclo debutó con tres incorporaciones (el ya mencionado Robert Vaughn como Stockwell, Eddie Velez como Frankie Santana —experto en electrónica a las órdenes de Stockwell— y Jack Ging como el Gral. “Bull” Fullbright, su nuevo perseguidor, personaje caricaturesco que no conformó a los fans. Tuvo, sin embargo, una poética redención en un episodio en que debió recurrir a sus perseguidos para que lo ayuden a rescatar a una hija secreta que tuvo en Vietnam, capítulo que lo mostró más humano y realista. La quinta temporada fue la más corta en cuanto a número de emisiones (13 en total, mientras que la primera contó con 14)  y por cierto que acabó por conducir a la cancelación de la serie, sin embargo, vista en retrospectiva y con la sabiduría que brinda el paso de los años, se descubre que en realidad, salvando una o dos “pifiadas”, resulta muy digna, tiene una alta calidad y su nivel general se halla muy por encima del de la mediocre cuarta temporada, pero los fans la rechazaron sobre todo por el Frankie de Eddie Velez y al cariz hierático del personaje de Stockwell, el que muy pocas veces lograba conectar con la audiencia. Una pena, porque Vaughn era un actor competente que sabía muy bien como establecer complicidad con el público, pero sus líneas estaban escritas de modo que siempre lucía como antagonista de Smith y los suyos. De todos modos, y aunque hoy podamos elogiar con más entusiasmo dicha temporada, resulta estrictamente cierto que las presiones de la cadena condujeron a dar por tierra con la premisa misma de la serie: el Grupo A ya no era buscado por la Ley, sino que pasaba a trabajar casi “oficialmente” para el gobierno, y gran parte del humor que la hacía única se había dejado de lado con el fin de otorgarle un tono más dramático y “realista”.
 Como sea, repetimos, durante la emisión de esta temporada los ratings disminuyeron de manera sensible y los ingresos por publicidad se redujeron hasta un 25 %, lo que decretó la definitiva cancelación del show. Pero Cannell peleó duro para reflotarla, a pesar de que su sociedad con Lupo acababa de terminar, dado que este se había marchado para desarrollar la serie Hunter (El Cazador), policial urbano protagonizado por el personaje del título. La ABC estuvo muy interesada en reflotar el proyecto y casi lo logra, pero NBC se negó de plano a vender su parte de los derechos y Cannell se quedó con las manos vacías. Lo cierto es que la emisora ya había negociado un jugoso contrato con una por entonces nueva empresa de distribución (que lo hacía sobre todo para el sistema de la sindicación), la cual recién se introducía en el negocio pero pagaba más a causa de un detalle nada baladí: pertenecía al mismo grupo empresario que una importante firma de televisión por cable. Con ese contrato, entonces, NBC se aseguraba muchos más ingresos por la difusión de The A-Team tanto en la red de emisoras de la sindicación como en los diversos canales del sistema de “cable” en cuestión. Dicho en otras palabras, para la cadena la serie valía mucho más “muerta” que “viva”. Como muchos lo habrán sospechado ya, tanto en la sindicación como en ciertos canales por suscripción la serie se transformó de inmediato en un éxito arrollador, obteniendo niveles de audiencia que llegaron a triplicar los que tuvo mientras era emitida en “prime time” por NBC, la que en definitiva era una televisora de alcance nacional. Desde entonces, la fama de The A-Team no ha parado de crecer.
La serie contó con muchísimas figuras invitadas que la engalanaron. Este crítico tiene como su absoluto favorito el episodio en que participaron dos grandes estrellas del soul y el rithm & blues, el enorme Isaac Hayes (recordado, sobre todo, por el tema de Shaft —1971, Gordon Parks Sr.— por el que ganó un Óscar) y el histriónico Rick James, quien en dicho episodio cantó su mega hit “Super Freak Part I”. Más adelante, aunque lamentablemente le tocara en suerte un guión endeble, tendría su momento nada menos que Boy George, por entonces líder y vocalista de la maravillosa banda británica Culture Club. Por un error de su representante, George quedaba varado en el desierto de Arizona y se veía obligado a actuar en bares donde jamás se había escuchado otra cosa que música country, ¡y muchísimo menos se había visto a un cantante “montado” como una drag queen! Así que los muchachos no solo lo rescataban, sino que acababan a trompada limpia para protegerlo de las bataholas vividas en cada antro en que actuaba. Involuntario homenaje a la genial secuencia en el bar campirano de The Blues Brothers (1980, John Landis), su mediocre guión no logra opacar, sin embargo, el encanto que se oculta tras la premisa ni —por supuesto— la genial calidad de las canciones que canta el astro inglés, desde Miss Me Blind a la mítica Karma Chameleon. En cuanto a la música del show, ya que estamos en ello, esta corrió por cuenta del tándem Mike Post y Pete Carpenter, quienes —ya sea juntos o en solitario— compusieron una gran parte de los temas para series de toda aquella inolvidable década. En nuestro país el show fue estrenado por Canal 9 ‘Libertad’ en abril de 1984, a semanas de la restitución que el gobierno de Raúl Alfonsín hiciera al empresario Alejandro Romay de su antiguo canal, expropiado —como todos los otros— por el último gobierno de Juan Perón. El suceso fue tan grande que a los pocos meses Romay trajo al país al mismísimo Mr. T, quien —sin saber una palabra de español— acabó enfrentando al humorista Mario Sapag en su propio programa. Sapag, totalmente maquillado como el actor, apelaba a las típicas “argentinadas” (de las que Tinnelli hizo gala durante décadas), consistentes en burlarse miserablemente de una persona por no hablar nuestra lengua.

 De esa emisión quedaría acuñada la expresión “poquititu”, que era lo único que el sufrido invitado pudo balbucear cada vez que se le preguntaba si hablaba algo de castellano. En fin, anécdotas criollas que no desmerecen en absoluto el impacto cultural que la serie tuvo en nuestro país y el mundo. Veníamos de casi ocho años de un gobierno militar genocida y de una guerra absurda y cruenta, y aunque la euforia de la democracia recién recuperada estaba aun en efervescencia y todo lo que oliera a militarismo era visto como un producto de belcebú, a nadie se le ocurrió pensar que Brigada-A se trataba de un comando clandestino armado: solo nuestra amada revista Hum® publicó un artículo criticándola con dicho argumento, pero a la quincena siguiente le llovieron cartas de lectores oponiéndose a tan lineal lectura del fenómeno televisivo. La maravillosa revista creada por Aquiles Fábregat y Andrés Cascioli, y dirigida por este último, había sido uno de los pocos focos culturales de resistencia a la dictadura, por lo que se tomaba muy en serio cosas como estas. Pero, la verdad, no era para tanto, o por lo menos no se trataba de nada por el estilo en esa ocasión; el tiempo demostró que The A-Team no era otra cosa (ni pretendía serlo…) que un hermoso divertimento para toda la familia, en el que unos modernos “sheriffs” injustamente perseguidos intentaban, a pesar de todo, imponer justicia y ayudar a los que nadie ve ni escucha jamás. ¿Quién dijo que es poco?.- 

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