por Leonardo L. Tavani
Netflix no hace nada en pequeño, y
la misma semana en que estrena The Old Guard (ver nuestra crítica)
lanza también las series fantásticas Warrior Nun y Cursed. Si eso no es
saturar al espectador ignoramos por completo el significado de tal concepto.
Pero vayamos por la “monja guerrera” (EE UU, España,
Canadá, 2020) —Buena
+ (★★★1/2)— . Nos hallamos en una lóbrega sala
de algo parecido a un convento, en algún lugar de España. Un sacerdote anciano
pide los datos de defunción de una jovencita cuyo cadáver está allí mismo, tan
inerte como impotente ante los crudos insultos que le propina una monja que, a
todas luces, no la quería nada. La religiosa se niega de plano a brindar las
causas de la muerte y el sacerdote no parece encontrar las fuerzas para
obligarla. De pronto, una explosión vuela la entrada y desde el caos y la
confusión surgen unas mujeres ataviadas como ninjas que cargan a una de las
suyas gravemente herida.
Una mujer aparece con un extraño artefacto y se dispone
a extraer de la espalda de la mujer un todavía más extraño disco que emite una
luz sorprendente. Alguien o algo viene por el artefacto, que por lo que se
alcanza a escuchar utiliza como huésped a ciertas “elegidas”, pero como era de
esperarse, la siguiente portadora se quedará con las ganas y el dispositivo,
llamado “halo”, acabará en el cuerpo de la desconocida difunta. Segundos
después, y en medio de horribles convulsiones, la muchacha vuelve a la vida. Y
no solo eso, sino que ahora posee extraños poderes que enloquecerían a
cualquiera. Y aun más: ahora camina, cuando antes estaba cuadripléjica. Pues
bien, estos son los primeros minutos del episodio piloto, y hay que decir que
no están nada mal, pero vean, si nos tomamos el inusual trabajo de describir
toda esta secuencia es porque en ella se halla el germen de las muchas
contradicciones de esta producción. Se trata de una trama de género fantástico
puro y duro, aderezada con ciencia ficción y conspiraciones vaticanas, pero que
no encuentra el tono adecuado a la hora de marcar el primer gol del partido, el
de la suspensión de la incredulidad del espectador. Sin este elemento vital
(del que ya hemos hablado en anteriores artículos) un producto cualquiera, por
muy bien producido que esté, puede hacer agua rápidamente.
Aquí nos topamos con
una secta antiquísima de monjas guerreras, entrenadas como frías y despiadadas
asesinas, fundada por la mítica Areola, quien salvó su vida en tiempos de la primera
cruzada gracias a un ángel que “bajó” del cielo y la sanó con su propia
aureola, o sea el halo en cuestión. De algún modo (del que no podemos adelantar
nada porque se conecta con las revelaciones del episodio final de esta
temporada), el halo permaneció en este mundo pasando de una a otra monja
guerrera —las “elegidas”— y sirviendo como fuente de energía para detectar y
cazar demonios. La Iglesia, muy secretamente, conoce la orden y la protege,
pero dicha relación —a la vez— permitirá el establecimiento de la agenda personal
de cierto cardenal muy ambicioso. Pero ahora el halo ha pasado a una muchachita
huérfana que pasó casi toda su vida cuadripléjica en un orfanato —dónde era
perpetuamente acosada por una monja sociópata— quien ha recuperado el uso de todas sus
facultades y experimenta el tremendo shock de haber resucitado. ¿Casualidad o
causalidad? Pues bien, cuando la trama se centra en Ava, la protagonista, todo
se vuelve luz: la actriz Alba Baptista posee un carisma de esos que aparecen en
el mundo del show-business cada veinte años o incluso más, y sumado a él, un
torrente de talento natural. La jovencita compra con la mirada, nos cautiva con
sus medias sonrisas y logra ella solita meternos bajo su piel para que sintamos
el drama que está viviendo. Luego de que sobreviviera al accidente
automovilístico en que murió su madre, quedó totalmente incapacitada en aquel
orfanato maldito, a merced de una religiosa amargada y obsesiva. Y las causas
de su muerte, que se revelarán cerca de la mitad del envío, no están para nada
claras. Así que nos hallamos ante una mujer de 19 años que lo desconoce todo
del mundo real y que no se conoce en absoluto a sí misma, a menos que haya
creído las eternas descalificaciones de su feroz guardiana. Esta persona, pues,
es perfectamente consciente de haber sido milagrosamente arrancada de las
fauces de la muerte por una serie de circunstancias extraordinarias, pero no
sabe en absoluto qué hacer con esta realidad, o por lo menos, se siente
tironeada entre el deseo de vivir y ser libre y las aterradoras
responsabilidades que “literalmente” se le han metido en el cuerpo. Insistimos
con ello, semejante conflicto está maravillosamente expresado con cada gesto,
cada mirada y cada palabra de Baptista, tanto que cuesta creer que la actriz
sea tan joven. Pero el problema viene por otro lado. La secta de monjas
guerreras, la científica que intenta abrir un portal cuántico interdimensional
y el extraño metal llamado “divinium” (que la Iglesia acapara y oculta),
resultan abrumadoramente poco creíbles. Quizás, en parte, esto se deba a la
asombrosa velocidad con que se nos introduce a estas “realidades”, algo
paradojalmente inaceptable en una serie, formato que se supone “tiene todo el
tiempo del mundo” para contarnos el cuento. Pero claro, todo nuevo avance suele
tener, en el mundo de los negocios, su contracara negativa, y la consagración
de estos formatos chicos (series de
pocos episodios por año) a la larga pueden conspirar contra la credibilidad y
calidad de algunos productos, ya que para enganchar a los suscriptores con la
temporada siguiente hay que poner demasiada carne sobre el asador en escasos
capítulos. En el género policial (o en el dramático) esto puede funcionar muy
bien, pero con el fantástico la cosa se complica, porque en él la frontera
entre plausibilidad e incredulidad se vuelve peligrosamente difusa. Pero ocurre
con Monja
Guerrera que las cosas mejoran notablemente en el 5to capítulo, cuya
consistencia dramática es realmente muy sólida (y la fantástica se resuelve
mucho mejor que hasta entonces), presentando los 4 restantes una dinámica
altamente disfrutable y una sensación de credibilidad general mucho más
orgánica. El final, a toda orquesta, deja las cosas a punto de estallar y nos
obliga a esperar la segunda temporada, y la verdad es que, a pesar de las
muchas dudas que deja al principio, Warrior Nun acaba triunfando por sobre sus
propias debilidades. Curiosos y fanáticos del género, a prestarle atención!!!
Ahora, Cursed / Maldita (Netflix/ EE UU, Inglaterra; 2020) —Buena ★★★—
la serie fantástica creada y coproducida por Frank Miller y Tom Wheeler a
partir de su propia novela gráfica. El autor de la mítica Sin City, quien también
resucitó a Batman a finales de los ‘80s con su afamada Return of The Dark Knight,
regresa al universo histórico que tan bien transitó con 300 en esta revisión de
las leyendas artúricas en clave feminista y ecológica. Antes que nada, hay que
decir que la serie está producida como los dioses y presenta una factura visual
maravillosa, pero sus problemas empiezan no con el “cómo” contar, sino con el
“qué” contar. Ya lo dijimos antes, cuando reseñamos otros productos claramente
feministas (ver nuestro artículo acerca de la nueva Charlie’s Angels): no
tiene nada de malo producir series o películas bajo un determinado paraguas
ideológico, el problema aparece cuando la “idea” subsume —se apropia por
completo— tanto del pathos como del ethos del producto en cuestión.
Y
Cursed,
lamentablemente, hace precisamente eso. Resulta un vistoso y elegante panfleto,
adornado como los dioses, pero un panfleto al fin. Pero antes de seguir, un
poquitín de cultura: en el principio de esta trama tenemos la “Leyenda
del Rey Arturo”, “grupo de relatos en varias lenguas
que se desarrollan en la edad media y tratan sobre Arturo, rey semihistórico de
los britanos, y sus caballeros de la tabla redonda, llamados así porque se
reunían en torno a una mesa redonda ya que no había diferencia de rango entre
ellos, sólo el rey era primus inter
pares. La leyenda es un tejido complejo de la antigua mitología celta
con incorporaciones posteriores sobre un posible núcleo histórico. Las primeras
referencias a Arturo se encuentran en fuentes galesas como el poema Y Gododdin (c. 600), cuentos escritos en latín en los siglos IX
y X, y los relatos de la colección de cuentos galeses Mabinogion (c. 1100). En
uno de estos aparecen la esposa de Arturo, Ginebra, y sus guerreros Kay,
Bedivere y Gawain. La primera narración artúrica extensa procede de Historia Regum Britanniae (c. 1139),
del escritor inglés Godofredo de Monmouth, en la que se identifica a Arturo
como hijo del rey britano Uther Pendragon y aparece su consejero Merlín. La Historia menciona la isla de Avalón,
donde Arturo acude para recuperarse de las heridas tras su última batalla, y se
narra la infidelidad de Ginebra, así como la rebelión instigada por el sobrino
de Arturo, Mordred. El desarrollo posterior de la leyenda artúrica parte de la
obra de Godofredo de Monmouth, como la primera historia artúrica inglesa, el Roman de Brut (1205) del poeta
Layamon. Se describe a Arturo como un guerrero épico, y se narra por primera
vez la historia de su espada mágica, Excalibur, que sólo él pudo sacar de la
roca en la que estaba enclavada. También se desarrolló una tradición artúrica
en Europa, probablemente basada en narraciones transmitidas por los celtas, que
emigraron a Britania en los siglos V y VI. En el año 1100, los romances del rey
Arturo eran conocidos en países tan lejanos como Italia y España. Inspirados en
la caballería y en el amor cortés, se centran más en las hazañas de sus
caballeros que en las del propio Arturo. Los romances más antiguos artúricos
franceses son una serie de poemas del siglo XII de Chrétien de Troyes. En uno
de ellos se cuenta la historia de Lancelot du Lac, principal caballero de
Arturo y su rival por el amor de Ginebra. En otro trata de Parsifal (véase más
adelante) y por primera vez se habla de la búsqueda del Santo Grial, tema del
ciclo artúrico que se desarrolla, a partir de entonces, en el mundo cristiano,
como en las primeras versiones alemanas de Erec y Iwein,
del poeta Hartmann von Aue del siglo XII, y en el poema épico Parzifal (c. 1210), de Wolfram von
Eschenbach. A principios del siglo XIII se añadió a la leyenda artúrica la
historia de Tristán e Isolda (o Iseo), procedente de otra tradición celta. Los
romances artúricos ingleses de los siglos XIII y XIV se refieren a los
caballeros —Percival y Galahad, los caballeros del Grial, y sobre todo a
Gawain. La obra maestra culminante de todos ellos fue Sir Gawain y el caballero verde (c. 1370), de autor anónimo.
Varios de estos cuentos artúricos fueron reescritos en prosa inglesa por Thomas
Malory en su libro La muerte de Arturo
(1469-1470), en el que se basó el poeta Alfred Tennyson para escribir Idilios del rey (1859-1885), una
alegoría de la sociedad victoriana.” (Fuente: Enciclopedia
Encarta 2009)
Ahora bien, el personaje menos
explorado en estas leyendas era Nimue, la hechicera, quien en ocasiones
aparecía en soledad y en otras asociada a la poderosa Morgana. En Le
morte d’Arthur (La muerte de Arturo, 1469-1470), de Thomas
Malory, se narra que la maga Nimue sepultó a Merlín bajo una gran roca de donde
no podía salir en absoluto, pero fuera de esto, se dice muy poco más. Un
detalle que conviene aclarar aquí es que Nimue no tiene nada que ver con la “Dama del Lago”, quien según algunas
leyendas era una ondina (o sílfide), ser asociado a los elementales del agua,
cuya función argumental está relacionada al personaje de Lancelot du Lac, futuro
rival de Arturo en el amor por Ginebra. Incluso un artículo aparecido en el
diario El Día, de nuestra ciudad, comete el error de confundir ambos
personajes. Aclaramos, ciertamente, que si acaso la trama de la serie fuera por
ese lado (cosa que ustedes deberán descubrir por sí mismos, aunque podemos
adelantar que nada de ello sucede en esta temporada), no se trataría de otra
cosa que de una alteración (o reescritura) deliberada de los mitos artúricos,
propia de esta serie en particular, y los redactores de un periódico de alcance
nacional deberían informarse mejor acerca de mitología celta británica antes de
copiar fuentes de internet sin más. Pero bueno, basta de historia y tirones de
oreja a redactores ignorantillos, y pasemos a analizar el producto. Cursed
se halla un escaloncito más abajo que Warrior Nun (cuando podría haberla
superado con toda tranquilidad) porque se construye en base a una serie de
analogías con la realidad que diluyen la fuerza de su historia. Estas
analogías, ya lo adelantamos, se deben a un fuerte compromiso ideológico y de
género que contaminan una trama que daba para mucho más. Pero además de lo
dicho, hay en ella un deliberado “robo” que no logra disimularse tan bien como
debiera, y es el del concepto del “Anillo Único” de Sauron en El
Señor de los Anillos. Aquí se trata de “Excálibur”, la espada mágica,
que para colmo de males jamás es llamada así, sino como “la espada de Poder”, tal
como su análogo imaginado por Tolkien. Y no solo eso, sino que en esta historia
la espada hace exactamente lo mismo que el anillo único hacía en dicha monumental
novela: influir en la mente y el espíritu de su poseedor llevándolo hacia su
lado más oscuro. Este aspecto, por completo alejado de los mitos artúricos, no
hace otra cosa que quitarle originalidad y brillo al argumento. Pero aun así se
trata de una serie que va de menor a mayor, que logra imponerse —si el
espectador tiene la paciencia de seguirla— a fuerza de climas logrados y
algunos aciertos parciales.
Nimue es una jovencita segregada por su propio clan
(ya verán por qué) que ve todo su mundo derrumbado por la persecución religiosa
y étnica que llevan a cabo los crueles “paladines rojos”, el ejército privado
del fanático padre Carden, quienes asesinan tanto a los seres no humanos (los
Inefables) como a los ya escasos druidas celtas de Britannia. A punto de morir,
su madre le entrega la misteriosa espada y le encomienda llevársela a Merlín.
Pero Nimue no está muy segura de si se trata del misterioso y legendario mago,
aunque eso no la detendrá en su empeño. Pues bien, en esta suerte de “road movie”
del siglo VI que es Maldita, lo primero que llama la atención es la ucrónica
“modernidad” de su estilo. Los personajes hablan y se expresan como en el siglo
XXI y hasta se podría pensar que en ese universo la Edad Media nunca sucedió.
Sin embargo, rápidamente aparecen en escena las persecuciones religiosas, las
matanzas, las limpiezas étnicas, y por cierto que las diferencias de género,
con lo cual el espectador atento se queda un poco confundido. De hecho, aquí
los múltiples personajes femeninos son fuertes, decididos, profundamente éticos
—y cuando no lo son, caso de la madre de Uther Pendragon, se revelan como
verdaderas “Ladys MacBeth”— tanto que uno se pregunta si esa Inglaterra que
vemos no es una ginarquía en vez del reino masculino que se pretende (y que por
supuesto fue en la realidad). Son errores, por cierto, fruto de la inconmovible
corrección política que impulsa el producto, la misma que motiva a transformar
al joven Arturo en negro (mestizo, más bien) y a poblar la historia de
infinidad de personajes de piel morena, cuando es un hecho histórico que a
inicios del siglo VI nadie en Britania había visto a un negro ni por
casualidad, ya que —entre otras cosas— no existen registros fiables que
demuestren que los romanos hubieran llevado esclavos negros a las islas
británicas para sus obras de construcción. En fin… Pero bueno, más allá de
estas objeciones, la trama de Cursed acaba por despegar cerca del
5to episodio (son 10 en total) y presenta desde allí aspectos muy positivos,
pero nunca deja de evidenciar detalles que la laceran en su lógica interna,
entre ellos el personaje de Iris, la diminuta monja homicida cuya psicopatía
está pobremente ilustrada, cuando en verdad —debido a que sus acciones
resultarán importantísimas hacia el final— debió experimentar un desarrollo en
pantalla más sólido, y no apenas el de mero deus
ex machina al servicio lineal del argumento. O también el del temible
guerrero que llora, que si bien es un adversario formidable, está endeblemente
dibujado y experimenta luego un giro bastante poco creíble. En general, el
universo de personajes y situaciones de la serie ofrece demasiadas aristas e
infinidad de información que el espectador no puede procesar correctamente, del
mismo modo que otros merecían un diferente enfoque.
Merlín (Gustaf Skarsgrd),
por ejemplo, está tan desfigurado respecto de las fuentes del mito que no logra
empatizar con la audiencia ni cautivarla, aunque después de su encuentro con
Nimue (ya cerca del final) las cosas cambian radicalmente y el hechicero se
torna un personaje tardíamente interesante. Esta es solo una entre tantas
paradojas que presenta el producto, las que impiden ponerla en el sitial que le
estaba destinado. Aun así, insistimos, la serie acaba por enganchar a la
audiencia y termina por cautivar en gran medida, gracias —indudablemente— a la
muy correcta interpretación de Katherine Langford (13 Reasons Why), quien
compone a una Nimue de carne y hueso, valiente, noble, pero también
profundamente humana, llena de pequeñas contradicciones y miedos, a los que se
sobrepone con una fuerza interior poderosísima. Que la actriz australiana haya
sido elegida para el rol sin importar su físico (no es la típica flaca
escuálida, sino más bien contundente) es algo para celebrar, pero nuestra
sospecha es que se la contrató precisamente por ello, a causa de esta cruzada
pro corrección política del producto, lo que le resta fuerza al logro. Langford
es bellísima y le pone el cuerpo a su criatura con pasión y entrega, así que no
necesitaba ganarse el lugar (como pensamos) por lucir un talle XL. En
definitiva, producto excesivo y recargado al principio, algo desbalanceado en
su parte media, y muy logrado en la recta final, Maldita puede estar
cruzada por paradojas extra creativas, pero a pesar de todo logra atraer e
interesar con la potencia de una heroína compleja, humana y con la que es fácil
identificarse. Daba para más, pero con lo que hay alcanza (aunque no
sobre…).-
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