DISNEY, LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN Y LA TRAMPA DEL PROGRESISMO INTOLERANTE

 

Por Leonardo L. Tavani

           


Disney ha cancelado de sus plataformas de streaming una larga lista de películas animadas clásicas, todas ellas —al parecer— culpables de haber “formateado” la mente de millones de niños (nota: ¡!, ¡niños!... Ni “niños y niñas” ni la aberración abominable de “niñes”. Cuando la oración se refiere a un colectivo en general, y no a un grupo etario o poblacional o genérico en particular, nuestro bello idioma castellano transforma la letra “o” en neutra, exactamente como ocurre con el artículo neutro “lo”. O sea, cuando decimos “todos los niños” eso incluye —obviamente— a las niñas, y de ningún modo es una rémora machista, ni patriarcal, ¡ni un carajo! ¡Es buen uso del idioma, que siempre es INCLUSIVO, porque nos incluye, nos cobija, y nos permite comunicarnos a TODOS! ¿Nos entendemos…?), para lograr así que estos se convirtieran de adultos en machistas, xenófobos, racistas, sexistas, carnívoros, destructores del medio ambiente y, cómo no, anti kirchneristas rabiosos, puesto que el viejo Walt ya se maliciaba décadas antes de morir que en la Argentina surgiría algún día la ideología que estaría a la vanguardia de todo lo bueno y noble de la humanidad, ¡qué joder! Entre estas perversas muestras de penetración ideológica y adoctrinamiento subconsciente cinematográfico, se hallan Dumbo (1941), Peter Pan (1953), Los Aristo Gatos (The Aristocats, 1970), La Dama y el Vagabundo (The Lady and the Tramp, 1955) y The Jungle Book (1967). Por cierto, ya ningún niño podrá verlas en dichas plataformas: han sido borradas, canceladas, eliminadas… ¡SECUESTRADAS! Si… ¿o acaso la señora que tantos veneran no dijo alguna vez que un simple acuerdo comercial contractual era, en realidad, SECUESTRAR los goles “como nos secuestraron a nosotros en los ‘70s”? (sic) ¿¡What the Fuck!?

            Veamos pues. Alguien acusa a Kevin Spacey de acoso sexual (supuestamente ocurrido años atrás) y el actor es definitivamente cancelado, borrado casi de la vida misma. No importa que aun no exista una prueba definitiva ni que jamás se haya puesto en su contra una demanda en los tribunales americanos (todas las denuncias han sido en los medios y en las redes sociales), Spacey es un monstruo y no merece siquiera trabajar para ganarse el sustento. Aquí no nos incumbe en absoluto que sea culpable o no, es más, lo más probable es que lo sea; lo escalofriante de la situación radica en el hecho de que un ser humano haya sido vilipendiado mundialmente y se le haya impedido ganarse la vida de cualquier forma posible sin un fallo judicial que avale los dichos de los acusadores. Usted, Juan Pérez, o usted, Juana Pérez, bien pueden dejar de ver todas las películas del actor (y por supuesto la serie House of Cards, de la que fue expulsado sin miramientos) si es que se hallan indignados o molestos con el intérprete, porque ese es vuestro sagrado derecho (y el del autor de este libelo, claro está), pero absolutamente nadie tiene el derecho a cancelar de la historia a otro ser humano; nadie puede arrogarse la autoridad suficiente para eliminar películas o sencillamente prohibirlas porque en ella actúa alguien que supuestamente tuvo una conducta inmoral. Además, tal ímpetu cancelatorio no puede menos que engendrar arbitrariedades indisimulables, y si no, mediten por un segundo y decidan si no es cuando menos peculiar que la trilogía de La Pistola Desnuda (The Naked Gun) se halle libremente disponible en cualquier plataforma y sea insistentemente emitida por cuantos canales de cable y aire existen en el mundo, siendo que uno de sus protagonistas, O. J. Simpson, asesinó a su esposa Nicole Brown y al amigo de esta, Ronald Goldman, el 12 de junio de 1994. Y eso, luego de años de sucesivas denuncias en su contra por violencia doméstica y de género. ¿El machista y doble homicida Simpson sería más tolerable que Spacey?

  


El anterior fue apenas un ejemplo para motivar la discusión de ideas, pero ni de cerca es el eje de esta discusión. Toda obra de arte “narrativa” (literaria, teatral, cinematográfica, etc.) está firmemente arraigada a su época y es una hija de su tiempo. Lo mismo pasa con los seres humanos que actúan en ellas. Hace poco más de un año, mientras veía un documental sobre la vida de Marcello Mastroianni por la señal Encuentro, este crítico observó azorado como el canal sobreimprimía una leyenda en pantalla que advertía sobre ciertas opiniones supuestamente machistas y misóginas del actor. La ira de este escriba fue tal que no pudo concentrarse más y tuvo que abandonar por completo su visionado. El inmortal intérprete italiano nació el 28 de septiembre de 1924 en Fontana Liri, Lacio. Insistimos: ¡1924! Y por supuesto, su padre era un italiano ultra conservador y católico, su madre una mujer devota y enteramente abocada al hogar y a la crianza de sus hijos, y todo el entorno cultural en el que creció consagraba una forma de vida patriarcal y tradicionalista, en la que el varón gozaba de derechos inalienables y —siempre y cuando proveyera eficazmente a su familia y no los desprotegiera— tenía “permitido” ciertos deslices como cosa connatural a su condición masculina. ¿Qué diantres pensaban los “progres” de pacotilla del canal Encuentro (parásitos del estado nacional, por cierto) acerca de las ideas y las prácticas de Mastroianni en su vida privada? ¿Qué habría sido un hippie ateo, marxista y adicto al amor libre…? ¿En serio…? ¿Y acaso importa si mantuvo a su esposa a su lado durante toda la vida mientras tenía aventuras y amoríos con medio mundo…? Él creía en eso, había mamado esa cultura desde la cuna. La esposa era sagrada, y el vínculo con ella estaba bendecido por la Iglesia Católica. Había ciertas cosas que “una madre no hace”: la mayoría de varones italianos católicos de aquella generación sostenían relaciones extramatrimoniales (o pagaban a prostitutas) por la sencilla razón de que consideraban una aberración profana que sus santas esposas y madres les practicara aquellas cosas que —aun gustándoles— su cultura les había inculcado que eran “impuras”. Una frase típica de los italianos de entonces, e incluso de los hijos de los inmigrantes de dicho origen, era “¡CON ESA BOCA BESA A MIS HIJOS!”, exclamada siempre con tono de indignación y refiriéndose a la posibilidad de tomarse ciertas licencias eróticas con sus respectivas esposas. ¿El fallecido Mastroianni tiene que pedir perdón desde ultratumba por haber sido un simple y cabal italiano de su tiempo? ¿Tenemos que dejar de ver sus magníficas películas porque tal vez era un poquitín machista? ¿Acaso eso le importa a alguien…? ¿La Dolce Vita va a ser menos genial porque su protagonista tuvo algunas aventuras extra matrimoniales 60 años atrás?

            La cuestión, la verdadera cuestión, que subyace en el gran drama de nuestra cultura de la cancelación, consiste en el trágico ascenso de una renovada estructura de pensamiento y reeducación fascista. El fascismo, disfrazado hábilmente de progresismo biempensante y de izquierda benevolente, se ha adueñado de la voluntad, la consciencia y (lo que es peor) de las herramientas y métodos de educación socio cultural de toda la sociedad occidental. No se puede pensar por sí mismo, no se puede expresar una sencilla opinión, no se puede disentir en absolutamente ningún tema que lo amerite. Esto último es delito, y uno que se castiga de las peores formas. Desde la cancelación de amistades, relaciones laborales o académicas y lazos familiares —porque el progresista fascistoide “cancela” irremisiblemente a todo aquel que ose cuestionar su sistema de valores y creencias—, hasta la persecución laboral, política y estatal. Todo vale para erradicar de la vida pública o privada al terrorista disidente, ese disolvente antisocial que pone en peligro la inmodificable y férrea estructura piramidal en que se ha convertido la cultura política, educativa, artística y hasta emocional de una parte enorme de la sociedad. Claro está, eso sí, que toda la praxis vigilante de esta nueva policía del pensamiento y la opinión se ejercita desde la más cómoda y sibarita de las posiciones. Este articulista, por caso, disiente hasta el tuétano con todo lo que representó y aun representa la figura de Ernesto Guevara De La Serna Lynch (alias “Che”), mistificado héroe de la izquierda paleozoica vernácula, pero sí que puede respetar (si no admirar) su valentía a la hora de tomar las riendas de su destino. Creía firmemente en la violencia y la muerte como métodos para “cambiar el mundo”, o por lo menos para cambiarlo hacia la visión que él tenía de lo que debería ser dicho mundo, pero al menos no se quedó cómodamente instalado en los privilegios de su condición (ni siquiera puso a su severo asma como excusa) y se lanzó decididamente, fusil en mano, hacia el corazón de la historia. Nuestros actuales revolucionarios de instagram no renuncian ni a las confortables comodidades del hogar paterno, ni a las imperialistas calorías de un insidioso BigMac, como tampoco a la ociosa asistencia de todo un arsenal tecnológico y comunicacional cuyo costo total por persona bien podría paliar el hambre en Biafra por seis meses consecutivos. Padre cultural de estos odiadores de café, cuyas diatribas a la pujante clase media argentina están en la base de las “ideas” del cristinismo camporista, Arturo Jauretche acuñó una frase, empero, que aunque envenenada en su origen bien que se puede aplicar a estos vigilantes políticos sobrealimentados: “Animémonos… ¡y vayan!”. Por su parte, la confusión ontológica que anida en la sique de muchos de ellos los lleva a incurrir en flagrantes contradicciones que no pueden menos que causar asombro. El mejor intencionado de entre esta tribu puede hacerse cruces con la aberrante realidad de que se altere el final de la bellísima ópera Tosca, de Puccini, así como también rasgarse las vestiduras al enterarse de que se han reescrito —en clave “inclusiva”, si es que tal concepto significa algo— El Principito (de Saint-Exupéry) y el Martín Fierro (de José Hernández), pero sorprendentemente se indigna hasta el infarto de miocardio con las declaraciones de la ministra de educación porteña, cuyo único pecado consistió en transmitir con exactitud los resultados de un estudio de campo encargado por el gobierno nacional a dos consultoras de enorme prestigio. Como no les gusta la radiografía social que revelan los guarismos de ambos informes, porque ellos hablan a gritos del pésimo resultado de las políticas educativas y sindicales llevadas adelante por un mismo sector político a lo largo de casi treinta años, entonces pretenden culpar al mensajero con el mismo argumento con el que se “cancela” a medio mundo hoy día, el de la discriminación y la supuesta adscripción a la “derecha”, ese “cuco” al que todos mentan pero al que nadie le vio la cara alguna vez. Y, cómo no, de inmediato vuelan por las redes los insultos a la funcionaria, los videos de Micky Vainilla (el personaje de Capusotto que pretende criticar la supuesta intolerancia de la clase media y media alta vernácula, discurso que el cómico y su guionista esgrimen desde su marfilada torre de superioridad moral) y las memes más infectadas de odio y racismo que puedan llegar a existir.


            Shakespeare y su Mercader de Venecia (c.1596), la película Lo Que El Viento Se Llevó (1939, Victor Fleming), y ahora el grupo de filmes animados de Disney que motivaron este artículo, son apenas una millonésima parte del acervo cultural de la humanidad que no puede ni debe reescribirse, censurarse ni estigmatizarse. Sin dudas que algunas de estas obras podrían contener algún sesgo racista o sexista, porque fueron concebidas por seres humanos que vivieron, se formaron y trabajaron dentro de un sistema de creencias que incluían dichos factores como parte inseparable de las mismas. Pero mucho más importante que esto, es el hecho de que todas ellas deben estar siempre abiertas y disponibles para la mayor cantidad de personas posibles, porque estas obras nos HABLAN, NOS INTERPELAN, NOS ENSEÑAN SOBRE CÓMO PENSÁBAMOS EN EL PASADO Y EN CÓMO VEÍAMOS LA RELIDAD EN ESE ENTONCES, NOS SIRVEN DE ESPEJO DEFORMANTE FRENTE A NUESTROS DEFECTOS MÁS GRAVES (Y TAMBIÉN SOBRE NUESTRAS LUCES… ), pero por sobre todo NOS FORMAN Y NOS TRANSFORMAN EN MEJORES SERES HUMANOS, en MEJORES PERSONAS… , porque todas ellas, por muy contaminadas de incorrección política que estén, SON PARTE INDISOLUBLE DE NUESTRA HERENCIA COMO ESPECIE. SON NUESTRO ACERVO CULTURAL. BUENO, MALO O MEDIOCRE…, PERO NUESTRO. Nunca, absolutamente jamás, se debe censurar o eliminar una obra de arte o del pensamiento en nombre de ninguna causa o ideología. Por mucho asco que nos cause el simple nombre de Adolf Hitler, Mi Lucha (Mein Kampf, 1925) debe seguir siendo impreso y debe seguir juntando polvo en las bateas de cualquier librería, porque el verdadero peligro no está en el contenido de sus páginas, sino en cierta incapacidad del occidente republicano por inculcarle y demostrarle a sus hijos los indudables beneficios de una sociedad abierta, de la libertad de elección y de la genuina solidaridad entre pares. Si nuestras sociedades “fabrican” demasiadas personas alegremente dispuestas a caer en brazos de autoritarios, líderes religiosos integristas y fanáticos, populistas y demagogos, pues entonces de nada valdrá prohibir películas y obras teatrales, ni mucho menos reescribir historias o alterarles los géneros y artículos: será que el huevo de la serpiente anida y empolla entre nosotros, al abrigo de nuestra sociedad pluralista. De todos modos, será un riesgo que este autor prefiere correr a sabiendas, antes que correrse un ápice de la defensa más acérrima de la libertad de expresión y opinión. Esa que nos quieren arrebatar los que se creen dueños de la verdad, la moral y la ética. O más bien, los temerosos.


            Porque toda censura, todo autoritarismo, toda vigilancia ideológica, parten de una misma y atávica experiencia: el miedo. El temor, el miedo a la libertad y sus consecuencias, conducen inexorablemente a una sociedad corporativista, integrista y fuertemente estratificada. Una sociedad en la que el mérito y el esfuerzo personal son vilipendiados, precisamente porque en ella estos de nada valen. Solo importan la sumisión, la cultura del rebaño y la mecanicista repetición de hábitos y consumos adocenados y uniformes. Este mundo sin rebeldía se acerca a nosotros a prisa y sin pausa. Acecha en las redes sociales, en las organizaciones políticas arraigadas en categorías de pensamiento antediluvianas, y en la anomia de aquellos cuya piel se ha vuelto demasiado dura —a causa de tantos golpes y quemaduras— como para advertir a tiempo que la puñalada se esconde detrás del hábito del progresismo y las “buenas intenciones”. Seremos nosotros, siempre y en cada ocasión, quienes decidamos qué diantres queremos ver, qué obra habremos de leer y qué ideas deseemos abrazar. Nadie nos quitará ese derecho, ni Disney ni los profetas de la cultura de la cancelación. De nosotros depende.-


  

   

 

           

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

“LA BESTIA ESTELAR”: Doctor Who celebra su 60 aniversario recuperando toda la magia Perdida

Por Leonardo L. Tavani Calificación: Muy Buena ★★★★ El sábado último regresó la mítica serie Doctor Who . Lo hizo con el primero de lo...