DETRÁS DE SUS OJOS (BEHIND HER EYES): O La Insoportable Levedad del Golpe de Efecto
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Mala (★)
Hará
poco más de un mes y medio, si es que el alzhéimer no nos pisa los talones, se
estrenó en plataformas (y por supuesto que está disponible en todos los sitios
de descarga) Rebecca (2020, Ben Wheatley), la nueva versión —o mejor dicho, la nueva adaptación
de la novela, que no una remake— de la novela homónima de Daphne Du Maurier,
cuestión que tanto su director como los productores se encargaron de resaltar.
Ahora bien, e independientemente de su calidad (vistosa, pero endeble…), tanto
esta versión (algo más fiel a la novela que la magistral de Hitchcock, dado que
no tuvo que soportar la censura de 1940) como la protagonizada por Joan
Fontaine y sir Laurence Olivier, se permiten jugar con el gótico victoriano
(mucho más la del Maestro, por supuesto) porque precisamente eso se halla en el
corazón de la novela. La ignota protagonista (en el libro, así como en sus dos
traslados al celuloide, jamás se la llama por su nombre propio) vive dos
realidades: la de Francia, asistiendo a su antipática empleadora —en donde
conoce a Max de Winter—, que es
totalmente mundana y luminosa, y la de Manderley —la tenebrosa mansión dominada
por el espíritu feroz de la difunta Rebecca— bajo cuyo embrujo Max se torna
hostil y frío, mientras que la tétrica señora Danvers, el ama de llaves que no
puede ni quiere ocultar su desdén por la intrusa que viene a suplantar a su
adorada ama, se transforma rápidamente en un ser ubicuo y despiadado, lista
para hacer trastabillar a cada ocasión a la nueva señora De Winter. Con mayor o
menor fortuna, ambas cintas son thrillers psicológicos unidos a un drama
romántico gótico, y como tales permiten a sus espectadores imbuirse en sus
climas opresivos sin que lo que ocurre se perciba como artificial o forzado.
Todo lo que ocurre es realista, pero está filtrado por los terrores íntimos y
las poderosas inseguridades de la joven Lady de Winter. Ningún espectador se
siente traicionado ni defraudado por lo que ve, sino más bien al contrario,
todos odiarían ambos filmes si estos lucieran como una trama policial a tono de
Agatha Christie. Estilo y narrativa van de la mano, y no se sueltan.
Ahora
bien, esta introducción nos resulta útil para indicar con mejor precisión cuál
es el gran (y garrafal…) error en que incurre Detrás de sus Ojos, que
consiste en la disparatada manera en que tuerce su propia narrativa y se
zambulle impúdicamente en los territorios del género fantástico. Para muchos se
trató de una resolución original y fresca, que renovaría de ese modo al
“desgastado” género del thriller sicológico y erótico. Pues bien, no es así en
modo alguno. Primero que nada, ningún género en absoluto está desgastado ni
agotado; si así fuera, no se volvería a escribir ni publicar ninguna novela más
ni se rodarían películas y series como se lo hace. Lo desgastado, lo agotado en
todo caso, son las fórmulas (sobre esto, ver nuestra reciente crítica al filme Freaky/Este Cuerpo está para Matar) y —sobre
todo— los estilos narrativos. Los japoneses impusieron en el pasado
(aproximadamente un poco antes de nuestra Edad media) los relatos Kabuki, que
también se representaban escénicamente, que eran un tipo de historias que
oficiaban a modo de plantilla perpetua en las que siempre sucedían las mismas
cosas, los mismos eventos, pero con diferentes personajes y ambientados en
variopintos escenarios. El placer consistía, precisamente, en conocer de antemano
la estructura íntima de cada trama y en poder adelantarse a ella. Algo así, si
se nos permite la extrema simplificación, pasa con los divertidos rituales de
la saga Bond (tirados a la basura en la era Craig…), tales como los eternos
coqueteos entre 007 y miss Moneypenny, los paternales retos de M a su hedonista
agente, o los sufridos intentos de Q por inculcarle un mínimo de respeto hacia
los costosos gadgets que le provee. Íbamos al cine precisamente para ver esos
encantadores momentos una vez más y para divertirnos con el modo en que los
habían presentado en cada ocasión. Así pues, nada de desgaste. “Agotamiento” es el nombre para “quichicientas”
películas de Freddy Krueger, cada una
más clonada que las otras, infinitas secuelas de Terminator (ídem), agotadoras continuaciones de Rápido y Furioso (más ídem), y así hasta
el infinito. Existen fórmulas bien concebidas, a modo de los cuentos Kabuki, y
existen sagas puramente comerciales, meros instrumentos para recaudar dinero
sin pudores de ningún tipo. Pero esto es solo una parte de la cuestión.
La
segunda, y la más importante, consiste en la enorme dificultad que conlleva
cruzar géneros eficazmente. A eso nos referíamos con nuestro ejemplo de Rebecca,
más allá de que en ese caso no hay un cruce de géneros propiamente dicho, sino
un entramado de estilos narrativos. A Tarantino le sale de taquito (aunque a
veces se enamore demasiado de su propio talento), pero a otros directores no
tanto. Y ni hablar de algunos guionistas. Para cruzar géneros con eficacia hay
que construir una trama lo suficientemente sólida —y a la vez flexible en su
estructura— como para resistir con holgura la contradicción inherente al
cruzamiento buscado. La recién citada Freaky es el mejor ejemplo de un exitosísimo
cruce de géneros, el de la comedia juvenil, la ciencia ficción y el subgénero
de asesinos seriales maniáticos. Todo resulta tan orgánico que acaba por
agradar a toda clase de espectadores, incluso los más escépticos. Pero Behind
Her Eyes no lo consigue. En absoluto. Y lo peor de este asunto es que
falla justamente cuando toda la trama ha sido planificada y ejecutada con una
precisión quirúrgica, en la que nada está librado al azar y en la cual, para
colmo de males, se advierten astutas señales que “avisan” acerca de Adele desde
el episodio #1, lo que mueve a preguntarnos, ¿cómo diantres se animaron a
tamaño desatino? Pues, quizás, por aquello que hemos intentado decir hasta
aquí, o sea por un erróneo concepto —o más bien un desacertado diagnóstico—
acerca del estado actual de los géneros audiovisuales. Y quizás por algo peor
todavía: un cierto esnobismo cultural. Ahora entonces, vayamos a la miniserie
propiamente dicha.
Detrás
de sus Ojos (Behind Her Eyes)
es una miniserie británica producida para Netflix basada en la novela homónima
de Sarah Pinborough editada en 2017. La autora cosechó un éxito inesperado a
partir de un hashtag en redes sociales viralizado por centenares de sus
primeros lectores, el que traducido decía algo así como “quémierdaconelfinaldeBHE”. La adaptación para streaming no le hace
ascos al asunto y clona el argumento hasta en el más mínimo detalle, pero si
por lo visto a muchos ingleses les resultó cuando menos incómoda la mezcla de
géneros en su argumento, imaginen ustedes lo que ocurre con su traslación
fílmica. Y lo peor de todo, realmente lo peor, es que la miniserie resulta a
priori muy buena. Incluso buenísima.
Con la sola excepción de Tom Bateman (a quien veremos dentro de poco en la
nueva versión de Muerte en el Nilo, dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh
y junto a Gal Gadot), al que habría que encerrar ocho años consecutivos en el
Actor’s Studio para ver si logra aprender a expresar cuando menos algo más de
dos gestos, el resto de la producción está actuada a las mil maravillas,
dirigida con nervio y buen gusto, fotografiada y editada con mano maestra, y por
cierto que consigue unos climas altamente logrados y satisfactorios. Pero aun
así todo se va al diablo. Irremisiblemente. Aquí, y a contrapelo de otros
críticos (sumados los inefables comentarios de usuarios en la web, quienes
deberían dedicarse a las cosas que sí saben), afirmamos que todo lo bueno que
la miniserie logra se derrumba catastróficamente a causa del inopinado y
abrupto giro en su argumento, el que a pesar de ser parte indisoluble de la
misma se percibe como un impiadoso gancho al hígado, tan innecesario como
inútil. La cosa es simple en apariencia: una madre divorciada, a quien su mejor
amiga deja plantada en un boliche, conoce accidentalmente a un tipo guapo con
quien pasa una noche estupenda. Solo se despiden con un beso, ya que ella es
cuidadosa a causa de su hijo de siete años y él parece excesivamente incómodo
cuando advierte cuan atraído se siente. Pero al día siguiente Louise descubre
que su apuesto desconocido será su nuevo jefe en los consultorios privados en
los que trabaja como secretaria. Es siquiatra y está casado, pero ella lo
resuelve bien y le asegura a David que no deberá preocuparse, ya que “aquí no ha pasado nada”. Sin embargo, en
cuestión de días la tensión sexual entre ambos estalla y consuman el romance.
Poco después Louise se topará accidentalmente
con Adele, la esposa de David, quien le insistirá en tomar un café juntas. De
allí en más, la culposa amante se hará amiga de la mujer aunque mantendrá en
secreto dicha amistad ante David. Sin embargo, todo se complicará
exponencialmente a partir de la inconfundible evidencia del aparentemente
sicopático control que el marido ejerce sobre Adele. Y Louise, a caballo entre
los sentimientos de solidaridad que experimenta por ella y la irrefrenable
pasión prohibida que vive con David, se involucrará en sus vidas de una manera
poco recomendable para quien desea una existencia longeva. El primer signo de
alarma aparece en el episodio tres, cuando el drama que involucra al trío
protagónico no logra cuajar del todo. Vistos de manera consecutiva, estos
capítulos muestran una organicidad muy alta en los dos primeros y un quiebre
muy notorio en el tercero. Pero será durante el transcurso del cuarto cuando la
sensatez estalle por el aire. Inopinadamente, sin aviso ni preparación, nos
lanzan a la cara la proyección astral (que no se menciona como tal sino hasta
el episodio siguiente), y “que te ‘garúe’ finito, hermano…”. O
sea, “si te gusta bien, y si no, jodéte”.
Por lo visto, tomando en cuenta tanto su éxito en la plataforma como los
comentarios en redes sociales, a gran parte del público —creemos que
fundamentalmente a los que consumen nachos y pochoclos como parte principal de
su salida al cine— la cosa les gustó y no les lloviznó casi nada… Está muy
bien, por cierto; tienen derecho y no somos ‘quienes’ para censurarlos por ello;
pero ocurre que nos duele ver como la industria actual (prácticamente desde
1998 o ’99 hasta el presente) ha infectado el buen gusto y los hábitos de
consumo de un espectro masivo de espectadores. Solo así se entiende que se
pueda aceptar como buena una miniserie de tal chapucería dramática e
inconsistencia argumental.
Detrás
de sus Ojos se consume de un tirón, reparte golpes bajos por doquier, y
además brinda giros inesperados a diestra y siniestra, pero al cabo de verla
deja una clara sensación de abuso de confianza. Steve Lightfoot,
creador y autor de los seis guiones, parece escudarse en cierta superioridad
moral que le otorgaría el hecho de arriesgarse a romper moldes, para así jugar
con nosotros a pura arrogancia: o nos gusta lo que nos propone, o los idiotas
estamos de este lado de la pantalla. Aquellos a quienes les gustó, son los
iluminados. La verdad, no nos gusta esa forma de tratarnos. Merecemos mayor
respeto.-
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