"SAMARITAN" : Una Película que Sorprende con Armas Nobles

Por Leonardo L. Tavani

Calificación: Muy Buena ★★★★

    Hay, por una vez, una buena noticia. Samaritan, el nuevo filme protagonizado por Sylvester Stallone, es muy pero muy digno. Quiero decir, en el panorama deplorable que exhibe el cine hecho en EE UU —el resto de países de habla inglesa no presenta tal decadencia en sus cinematografías— esta es una película que hace las cosas bien y se aplica en contar una buena historia y ambientarla con eficiencia. No es poco. Ahora, y como verán, siempre hay un pelo ensuciando al huevo: Samaritan podría, sin dudas, haber resultado todavía mejor si no estuviera imbuida de un clima de época, de un subtexto, que la atraviesa de cabo a rabo. Y ese subtexto, ese metamensaje, es el que provoca el hecho de contar con cerca de 25 años consecutivos de películas de superhéroes. Es demasiado. Y ya lo dije aquí mismo en varios otros artículos, este subgénero no es ni llega a ser (ni siquiera por aproximación…) el western contemporáneo. Eso lo dijo James Mangold, director de Logan (2017), en ocasión de su estreno. Estaba bien, era una manera de reivindicar el género al que se veía obligado a desembarcar debido a la escasez de oportunidades en Hollywood. Pero no es ni era cierto. El western implicaba una imago mundi con reglas amplias en la que convivían múltiples géneros, en muchas ocasiones más de uno por película. Thriller, drama, política, racismo, todo puede y podía suceder en su universo. El cine superheroico es y está limitadísimo, y para colmo no logra evitar clichés que lo asfixian cada vez más, tales como las historias de orígenes, una más calcada y aburrida que la otra.        
    Pues bien, de entrada esto último resulta uno de los más celebrados aciertos de Samaritan. La peli no es una historia de orígenes, sino de “finales”. En Granite City, décadas atrás, nacieron gemelos con habilidades extraordinarias, casi invulnerables, y por motivos que no revelaremos, en su adultez cada uno de ellos tomará caminos opuestos, enfrentándose finalmente hasta la muerte. Ahora, en medio de una urbe podrida hasta los huesos y carente de esperanza, un chico de 13 años que está con un pie en la marginalidad y el otro a mitad de camino de ella, se topa con un vecino hosco y gris que resulta podría ser Samaritan redivivo. El pibe está obsesionado con su ídolo (al que nunca vio en acción) y este descubrimiento lo pondrá tanto a él como al personaje de Stallone en la mira de un villano de temer, uno que odia todo lo que representa Samaritan y que admira la figura de Némesis precisamente por encarnar algo así como la venganza y vindicación de los desclasados y olvidados del sistema. Tanto que pretende “resucitarlo” en sí mismo para traer el caos y la destrucción a la ciudad. A priori, el único defecto importante de la cinta consiste en una secuencia, afortunadamente breve, en que prácticamente se clona uno o dos de los discursos demagógicos con que Baine excitaba a las masas de Gotham en The Dark Knight Rises, la última cinta de la trilogía de Christopher Nolan dedicada a Batman. Tanto la gestualidad, la máscara utilizada y parte del texto parecen demasiado similares a la peli citada, y suenan más a impostura que a algo natural en la trama. Está claro, empero, que Samaritan no elude referencias, citas ni “homenajes”, pero este segmento no termina de encajar del todo debido a que suena extemporáneo y poco integrado al todo.
    En cuanto al resto, Samaritan es una muy buena película que evita dibujar personajes arquetípicos o de una sola pieza, a tal punto que su villano —no exento de una crueldad extrema, por cierto— se permite algunos gestos de humanidad e incluso de empatía, y tiene muy sólidos motivos para haber tomado el camino de vida que encaró. Su diálogo con Sam (Javon Walton, el pibe narco de Euphoria) es un segmento muy logrado que explica con solidez el motivo que lleva a muchos hijos de la marginalidad y la pobreza a desviar su camino (mucho mejor que aquella secuencia citada más arriba), y a cómo influyen equívocamente ciertas figuras relevantes en la psique social. El filme permite estas lecturas pero jamás cae en subrayados biempensantes ni en las típicas simplificaciones ideológicas de la cultura propia de Palermo Trotsky. O sea, no disculpa la maldad ni la subordina a una supuesta explotación “capitalista”. Un mérito no menor. Ahora bien, todo esto se enriquece con una decisión acertadísima del guión, que por primera vez no se siente forzada ni orientada al golpe de efecto vacío de sustancia. El problema, e imagino que lo experimentaron todos los críticos hasta aquí, consiste en que no se puede ni debe sugerir siquiera de qué se trata, pero alcanzará con decir que dicho giro brinda una mejor comprensión del personaje central y lo aleja de toda explicación maniquea de su conducta. Pensado en retrospectiva, me pregunto cómo no lo vi venir, pero no puedo negar que eso es también mérito de un director sólido que ha hecho un trabajo muy respetuoso y artesanal con un material que por su propia naturaleza está siempre caminando por la cornisa. Pero tampoco deseo que ustedes piensen que la peli es una obra maestra, ni mucho menos; veinte años atrás hubiera sido una más del montón, ciertamente competente, pero no más que otras del pelotón “medio pelo”. Hoy día, cuando Hollywood está ACABADO (créanme, sostengo firmemente que esto no tiene retorno; o las corporaciones empresariales se desprenden de todos los Estudios y Televisoras, dejándolas libradas a sus propias fuerzas —lo que no va a pasar, y por lo demás las haría quebrar a toda/os—, o el arte cinematográfico en EE UU será una cosa del pasado), una cinta como esta es por lo menos un soplo o una brizna de aire fresco. Es una pena que se haya pensado para la plataforma de Amazon Prime Video, puesto que hubiera lucido muchísimo mejor en pantalla grande, pero así y todo conserva una potencia narrativa admirable.         
    Los puntos débiles del filme, que los tiene pero se disimulan muy bien, pasan por un cierto apresuramiento en la exposición dramática (es una cinta corta con la que se tiene la impresión de que una mayor exploración de ciertos temas la hubiera enriquecido), la secuencia a lo “Bane” que ya cité antes, y un pulido poco esmerado en algunos efectos visuales, más que nada en los planos del rostro rejuvenecido de Stallone en algunos flashbacks; pero no es nada que lastime al producto ni le quite mérito. Se entiende que el presupuesto del film no es el mismo que el de una producción para cines, y nadie esperaba que por esas pocas tomas se tomasen el trabajo monumental visto en El Irlandés, de Scorsese. Pero sus puntos fuertes, por otra parte, pasan por los aspectos más importantes de toda producción que se precie: su  acertada dirección, a cargo del australiano Julius Avery (Operación Overlord, 2018), que acierta al poner el foco en los aspectos correctos de la trama y en la deriva de sus personajes; sus dignos protagonistas, liderados por un avejentado Sylvester Stallone que sin embargo se muestra más que nunca como un animal cinematográfico nato, dominando cada una de las secuencias en las que brilla y otorgándole un realismo inusitado a un personaje que sería peligrosamente “border” en otras manos, y a quien acompañan con total corrección un muy buen Pilou Asbaek (componiendo a un villano tridimensional y atractivo), y por supuesto el ya citado Javon Walton, correctísimo como el adolescente Sam. En definitiva, una película original para un subgénero que parece no tener nada más que ofrecer, y una realización sólida y a la antigua, old fashioned, que le sienta de maravillas y le permite construir un mundo propio de absoluto “realismo”, palabra que no me atrevería a utilizar para otra cinta que no fuera esta. Lo dicho; tengo una buena noticia. No es que haya cambiado el mundo, pero ha mejorado lo preexistente. ¿Alguien me negará que no es poco? 


 

           

 

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