"Quiero Bailar Con Alguien": Una mediocre y decepcionante aproximación a la vida de Whitney Houston
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: REGULAR★★
Parece
una ironía que este extenso período de casi cinco meses sin actividad en el
blog (debido a una crisis de salud de un ser querido, concluida de la peor
manera) se haya abierto con la crítica a una biopic, y que finalmente se cierre
con otra (más allá del formato que las separa, dado que una fue una miniserie y
la que nos ocupa una película en toda regla). Lo cierto es que Angelyne
resultó una grata sorpresa, una feliz vuelta de tuerca a un género gastado y
habitualmente complaciente, mientras que Quiero Bailar con Alguien (Whitney Houston: I Wanna Dance with Somebody,
2022) es una anodina y soporífera muestra de cómo instrumentalizar las
tragedias personales de los artistas para seguir vendiendo y explotando aquello
que bien hicieron en vida. Veamos.
El grave, gravísimo, error de esta
mediocre película consiste en su pretensión de ignorar los profundos demonios
interiores que azuzaban a Whitney y que la condujeron hasta el abismo final, en
pos de presentarnos una versión edulcorada y autocomplaciente en la que sus adicciones
habrían sido apenas fruto de la presión de la industria, sus miedos e
inseguridades, más alguna que otra desprolijidad de su marido, Bobby E. Brown.
No fue así en absoluto, y de hecho, si algo eché en falta en el filme fue
precisamente la ominosa anécdota que Brown contó tantas veces (incluso en los
tribunales, cuando su batalla legal por el divorcio estaba en su punto más
virulento, otra cosa que la cinta omite olímpicamente), aquella que relata el
premonitorio momento en que él se la topa inesperadamente en un baño, a minutos
de celebrarse la boda entre ambos, y la ve aspirando cocaína como posesa,
luchando con los tules y gasas del vestido de novia. Bobby cuenta que se acercóa la cantante y le dijo algo así como “creí
sinceramente que eras una mojigata, pero veo que me voy a divertir en grande en
este matrimonio”. Bobby Brown fue efectivamente una influencia
poderosamente negativa en la vida de Whitney, pero hoy sabemos fehaciente y
comprobadamente que de ningún modo fue el demonio que la indujo al pecado, sino
alguien que ella eligió precisamente para poder sentirse libre y soltar a sus
propios demonios. La Whitney real, la que siempre quiso librarse de las cadenas
de una madre tremendamente autoritaria, posesiva y fanáticamente cristiana,
halló en el deplorable Brown al cómplice perfecto para animarse a ser quien
realmente era. ¿Y quién era Whitney Houston? Pues nada menos que una niña
criada con mano de hierro por su madre, que la moldeó y construyó para ser la
perfecta mujercita buena, cristiana y sumisa, un modelo para armar del que la
cantante quiso desembarazarse a como dé lugar. No era un monstruo, no al menos
como Brown, un tipo verdaderamente deleznable, pero albergaba una rebeldía
larvada en su corazón, arraigada en lo más profundo de su psique, que terminó
de aflorar como un volcán cuando su fama llegó al punto más alto, justamente
porque esa fama descomunal estaba indisolublemente ligada a una astuta imagen
publicitaria que explotó en su beneficio dicha aura de chica buena y angelical,
el de la cantante célebre que en el fondo seguía cantándole a Jesús igual que
en sus domingos en el coro de la iglesia. Whitney no pudo con ello, y explotó
por el lado más fácil y recurrido.
El filme opta por pasteurizar su
tragedia (incluso se niega a mostrárnosla drogándose, y apenas si lo sugiere en
dos ocasiones), incurriendo en un pecado mortal para un producto como este, el
de ser apenas una sucesión fría y destemplada de viñetas que se desconectan del
todo y que incluso saltean etapas enteras que merecían mayor y detallada
atención. Ni su madre ni su ambicioso padre son retratados como realmente
fueron, aun cuando hay una crítica algo más virulenta hacia este último, y
Brown parece más un marido chabacano y mujeriego que el hombre violento,
desaprensivo, impiadoso y proveedor de drogas que realmente fue. Además de mal
padre, por cierto. No cabía esperar otra cosa de una cinta producida por su
cuñada y su antiguo productor musical (aquí interpretado por Stanley Tucci,
bastante desperdiciado), pero aun así merecía ser tratada con más enjundia cinematográfica
y algo más de sustancia dramática. Así como está, Quiero Bailar con Alguien
no es más que un vistoso medley con las mejores canciones de la estrella y una
sucesión de secuencias que recrean con pericia sus mejores actuaciones, pero
uno totalmente hueco y sin sustento humano genuino. Incluso la relación con su
única hija está aquí sublimada y pasada por alto, como si quisiera ocultarse
que la muchacha soportó como pudo las furias que envolvían las vidas de sus
padres y acabó con su vida de idéntica manera que su madre, ahogada en una
tina. No debe ser casual, pues, que el horrendo final de su madre también se
nos haya escatimado por completo. Es como si Disney se hubiera apropiado de la
biografía de la cantante.
La peli presenta una correcta
actuación de Naomi Ackie, una actriz británica que hace lo que le dejan con su
rol, y que uno adivina pudo haberse ensuciado más las manos si la directora y
su guionista hubieran optado por una aproximación comprometida y arriesgada, y
por cierto que se luce en sus secuencias de canto, en las que resulta imposible
aceptar que no es ella la que canta de tan bien que realiza la fonomímica. Pero
Kasi Lemmons brinda un trabajo tan pero tan mediocre como directora que cabe
preguntarse si no fue contratada simplemente por ser mujer, para cumplir apenas
con los nuevos mandamientos de la “perspectiva de género” y la cultura woke. No
estuvo a la altura del desafío y no logró hacerle honor a la memoria ni al
legado artístico de una mujer única e inigualable. Whitney Houston descansará
realmente en paz el día que alguien la pinte con todos sus matices y nos
muestre así todas sus facetas y nos revele todos sus tormentos. Insisto, tal
como quedó, Quiero Bailar con Alguien solo sirve como playlist de Youtube.
Una pena.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario