Cuatro Series al Precio de Una: ‘MultiCriticas’ para pasar un Enero a puro Netflix.


por Leonardo L. Tavani
Como estamos viviendo un enero caluroso y extra lluvioso, que no da para artículos sesudos ni complejos, optaremos por un camino que no habíamos transitado todavía: el del multicomentario. Y como las vacaciones resultan perfectas para ver series, nos ocuparemos de varias a la vez por el precio de una. Allá vamos.
Comenzamos por The Kominski Method (Excelente ★★★★★), absoluta genialidad pergeñada por el talentoso Chuck Lorre, la que nos presenta a Sandy Kominski (Michael Douglas), actor otrora muy famoso que se ha convertido en un maestro de actuación sobresaliente, quien ha patentado el método que lleva su nombre y que —claro está— resulta una obvia referencia al “Método Strassberg”. Esta comedia dramática de apenas 8 episodios de 22 minutos cada uno, bucea con sarcasmo (pero también con mucho cariño y piedad) en las vidas de este actor sin empleo, su cascarrabias agente a punto de enviudar, y todos los seres que los rodean. La vejez y cómo llegamos a ella, cuan sólidos han sido los lazos que tejimos hasta el momento y la frágil ecuación acerca del narcisismo versus generosidad filial, todos estos temas –más otros muchos brillantemente tratados aquí— revolotean por The Kominski Method con admirable equilibrio, un humor ácidamente realista y una sorprendente capacidad de empatizar con el espectador. Michael Douglas compone a un Sandy profundamente humano (sin exagerar podríamos decir que este es su mejor papel hasta la fecha), dueño de múltiples dudas acerca de su carrera, su vida hasta el presente y su paternidad, pero también un poquitín ególatra (¿qué actor no lo es?) y bastante egoísta. Hay una sola cosa que sabe hacer bien, y esa es enseñar actuación. Su contraparte es nuestro amado y venerado Alan Arkin, actorazo por dónde se lo mire (conviene verlo en dos magníficos roles contemporáneos, los de Pequeña Miss Sunshine, 2009, y Stand up Guys/3 Tipos Duros, 2012), quien brinda 8 lecciones de actuación como Norman, su agente y amigo, un hombre que pierde a su esposa y con ella a su norte, su guía y su razón de existir. Los vaivenes entre ambos veteranos y la manera en que van sorteando los golpes de la vida, a la vez que redefinen los roles a que su añeja amistad los enfrenta ahora, resultan una delicia para el espectador. Habrá que agradecer, además, el rescate de intérpretes que estaban virtualmente desaparecidos, caso Nancy Travis (Casada con la Mafia, 1988/ Fluke, 1995) o la balsámica aparición de ese mito viviente que es Ann-Margret (Conocimiento Carnal, 1971/ Tommy, 1975/ The Cincinnati Kid, 1965). Imposible dejarla pasar. Recomendada para todo ser que todavía respire. (Netflix).

En segundo lugar comentaremos The Good Place (Muy Buena ★★★★) serie creada por Michael Schur, la que nos ha causado una gratísima impresión. Protagonizada por la excelente comediante Kristen Bell y secundada por ese monstruo de Ted Danson (Body Heat, 1981/ Tres Hombres y un Biberón, 1987/ Cousins, 1989), esta serie de tres temporadas nos narra las desventuras de una mujer que acaba de abrir los ojos en el más allá, concretamente en el “Buen Lugar”, un sitio a donde van a parar los humanos que han hecho los suficientes puntos (traducción de sus buenas obras y buena fe) como para merecer el solaz eterno. Pero ocurre que nuestra protagonista es perfectamente consciente de ser una mala persona, o cuando menos de no haber tratado jamás de mejorar. Así entonces, ¿Qué hace allí? ¿Cómo es posible que ‘el más allá’ se equivoque? ¿Está dónde cree estar? Todas estas preguntas irán obteniendo respuesta a medida que el espectador se sumerja en este mundo surrealista y maravillosamente hipnótico, un imaginario (e imaginativo) vistazo al improbable después de la vida, un lugar que servirá para que cuatro personas tan diferentes entre sí como sea posible serlo, descubran que siempre es posible dar vuelta la página y comenzar a cambiar, a interesarse por los demás y a darle una chance al amor. Absolutamente creativa y siempre sorprendente, The Good Place juega astutamente con nuestros temores y ansiedades acerca de la muerte para proponernos una fantasía identificadora que hace diana en el lugar preciso. Que es nuestro corazón, por supuesto, y también nuestra razón. Con un humor descarnado, zumbón (y no pocas veces agresivo), el producto nos enfrenta sin complejos a nuestras miserias más íntimas, y a través de ellas —magnificándolas y poniéndolas en primer plano— nos obliga a reflexionar acerca de sus obsoletas y estúpidas permanencias en nuestra conducta. Pero por supuesto, siempre con mucho humor y por medio de un espíritu lúdico y juguetón, que incluso en ocasiones se permite darle espacio a la emoción y la lágrima. Especialmente cuando nuestra anti heroína vaya descubriendo aquellas cosas que la movieron a ocuparse egoístamente de sí misma, ignorando a los demás. Su proceso de transformación, que Kristen Bell ilustra como nadie, conmueve y golpea en los sentimientos del espectador. Por otro lado, el Michael de Ted Danson resulta un festín para los sentidos. Melifluo y condescendiente al principio, pícaramente maligno poco después, firmemente convencido del valor de la humanidad al final, su espléndido personaje (develarlo sería un spoiler) transita por una delicada cornisa que el actor sortea con un oficio y un talento únicos. Ser inmortal con más de una contradicción, su criatura lo hará todo —y lo entregará todo— por el bien de 4 almas que han llegado a importarle por una sencilla razón: cada una de ellas reconoció, a su turno, su otredad. Pero si algo tiene para destacar esta sorprendente comedia fantástica, es su camaleónica capacidad para reinventarse en cada temporada: cuando parece que el cuento no da ya para más, cuando corre el riesgo de repetirse y acabar en más de lo mismo, es entonces cuando la serie pega un volantazo y sorprende con nuevas vueltas de tuerca que enriquecen el cuento y le permiten expandir su tesis, que la tiene, no vayan a dudarlo. Como siempre pasa con la comedia, ese arte tan precioso como preciso, es en su seno que se acaba por descubrir más acerca de nosotros mismos que con el drama puro y duro. En definitiva, sorprendente e intrigante, picante y dulce a la vez, sugestiva y conmovedora, The Good Place merece más que una chance; merece arrojarse a sus brazos sin más. Nadie saldrá defraudado. (Netflix).

Ahora llega el turno de un extraño producto estrenado en la parte final del año anterior, la ambigua American Gods (Mala ★), serie basada en la novela homónima de Neil Gainman y recreada para tevé por el propio autor y Bryan Fuller. Por supuesto que los fans y demás admiradores intentarán masacrarnos por la calificación que le estamos brindando, pero téngannos un poco de paciencia y atiendan a nuestras meditadas razones. Las extenuantes 8 horas que componen su primer envío resultan un agobiante y claustrofóbico ejercicio pseudo metafísico que ostenta un único objetivo, ensalzar las virtudes de la fe religiosa y motivar a los espectadores a regresar a sus fuentes espirituales, sean estas cuales sean. Atrevido y osado, el panfleto teológico que representa esta producción abruma hasta la náusea, brindando imágenes perturbadoras acerca de la muerte y el más allá, motivándonos a sentir un sacro pavor que nos devuelva al camino de la superstición. Esta verdadera basura ideológica, pastiche intragable sin lógica ni hilo conductor alguno (aunque pretenda tenerlo), se esfuerza en advertir acerca de los espeluznantes peligros de entregarnos a los brazos adoratrices del universo informático-tecnológico, en detrimento del “sano temor de dios” y la muy ilógica esclavitud religioso-institucional. Muertos que no mueren, vivos que no viven, dioses que se lanzan a la carretera, pascuas que esconden otros fines, Anubis que colectan almas, en fin, todo es posible en la desbocada imaginación del autor, la que sin embargo esconde el más absoluto vacío intelectual que este crítico haya advertido jamás. Porque este, y ahora sí que nos acusarán de elitistas, es un producto pensado y dirigido para personas poco instruidas, o mejor dicho, para quienes sólo leen libros de su propia secta, religión, ideología, partido o lo que sea, y desprecian o ignoran todo el vasto universo de pensamiento que hay más allá de sus estrechas miras. Sí, esto hay que decirlo aunque nos acusen a nosotros de snobs o soberbios, porque American Gods le dora la píldora a los que leen, por caso, “Nietzche Para Tontos” (en nuestro país dicha colección se titula diferente, ignorando el ‘dummies’ del original inglés; no vaya a ser cosa que el lector patrio se enoje porque lo llaman ‘tonto’), para convencerlo luego de la suprema calidad intelectual del producto que nos está imponiendo. Y parece que en parte lo han logrado, ya que los espectadores de este engendro teocrático se comportan como una secta de alucinados, convencidos hasta la extenuación de que han visto no una serie mediocre, sino el Nirvana de la suprema virtud. Este producto es un claro travesti ideológico, que dispara críticas aparentemente serias hacia ciertas paradojas culturales americanas (como en el insidioso episodio acerca del pueblo de los amantes de las armas), para en verdad advertirnos que esas aberraciones han sido posibles por “nuestra” desviación y abandono del “camino del Señor”; y ‘atenti’, que tampoco se trata de cualquier dios, ni mucho menos. Disfrazándolo con su apelación a los dioses del paganismo, esta abominable serie pretende instruirnos acerca de la necesidad de retornar a la ‘adoración’ del ser supremo a que originalmente se encomendó América, el del cristianismo protestante, obviamente. Claro que sus dos primeros episodios resultan narrativamente brillantes (¡vaya paradoja!), claro que tiene momentos incluso conmovedores, claro que algunas actuaciones lucen perfectas (Peter Stormare murió apenas concluida su acojonante actuación en los episodios 3 y 4, dejando una lección actoral para la posteridad), pero lo cierto es que este pastiche no es otra cosa que una muestra de infiltración ideológica ultra conservadora en otro gobierno norteamericano ídem. Durante la administración Bush Jr. apareció Lost, una mierda destinada a convencernos de que dios y el purgatorio existen y de que es mejor andar con pie de plomo en este mundo para no caer en sus ponzoñosas garras, y ahora, con otro fanático en el Salón Oval, Gainman nos trae su alocada y MANIQUEA imaginería para advertirnos cuan malo es darle la espalda a dios y pretender vivir según nuestra voluntad y libre albedrío. ¿A quién se le ocurre vivir sin las inmundas muletas de la religión? ¿Republicanismo, libertad de elección y libertad de conciencias? ¡Por favor! ¡A otro perro con esos huesos! ¡Que las religiones, las sectas y las ideologías os mantengan bien ataditos, calladitos y sumisos, Hermanos!!! ¡Amén! ¡Y a su nombre!.... Bien, no se me ocurre otra respuesta que esta: ¡¡¡Puaj!!!. Serie a evitar por el bien de todos.

Para concluir con un tono más alto, nada mejor que dar un breve repaso a la 11va temporada (de la segunda época iniciada en 2005, se entiende) de nuestra amada Dr. Who, la inmortal creación de Sidney Newman para la BBC, que ya se acerca a los increíbles 60 años de existencia y permanencia en el aire (Muy Buena ★★★★). Esta vez la cosa pintaba peliaguda, ya que después de más de una década en el cargo abandonaba el puesto de showrunner y guionista Steven Moffat (Sherlock), quien dejó su impronta grabada a fuego en la serie, y en segundo lugar ocurriría el evento que jamás nadie habría de imaginar, que el Doc se transmutara en mujer. En casi seis décadas de aventuras, el fugitivo en su T.A.R.D.I.S. siempre tuvo rostro masculino, y representaba más que un reto aguardar tanto la respuesta del público como la performance de la actriz que cargara con tal reto. La elegida, Jodie Whitaker, merece todos los aplausos posibles. No solo salió airosa del desafío, sino que evitó que el impresionante peso de la historia la abrumara y lastrara su interpretación. Lo cierto es que nuestro venerado TimeLord está allí, en ella, y es perfectamente reconocible. Mira al mundo (y al universo) con ojos renovados —es cierto— ya que como lo dice en uno de los primeros episodios hace “demasiado” tiempo que no se encarnaba en una mujer, pero a la vez resulta perfectamente reconocible. La cuestión es que los primeros episodios carecen del punch y la excelencia a que Moffat nos tenía acostumbrados, sin embargo la cosa remonta y el capítulo 7 (‘WitchFinders’) representa el despegue definitivo de la temporada, con un saludable regreso a los estándares usuales. El problema, sin embargo, consiste en la cantidad de compañeros para el Doctor (¿cómo decirlo en castellano?), ya que en tren de ser sinceros, dos personajes sobran, mientras que el Graham de Tosin Cole resulta el escolta perfecto, ya que es un ser tridimensional, querible y actuado como los dioses, cosa que no puede sorprender tratándose de actores británicos. No develaremos nada más acerca de ninguna trama, pero alcanzará con decir que el reto y el desafío han sido superados, y que si bien no llega a la perfección de otros envíos previos, mantiene una sobria relación entre calidad, impacto y sorpresa. Y por supuesto, el Especial de Navidad, que esta vez lo fue de ‘Año Nuevo’ (rompiendo otra añeja tradición), resultó una joyita que compensa con creces cualquier pequeña laguna de la temporada. Después de todo, no hay Doctor si no hay Daleks   ¡¡¡Exterminateeee!!! (BBC América).-

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