“ANT-MAN and THE WASP”: Diversión Asegurada para Espectadores Exigentes


Por Leonardo Tavani
Calificación: Muy Buena ★★★★

Ant-Man And The Wasp (ídem). EE UU, 2018.
Dirección: Peyton Reed – Música: Christophe Beck – Elenco: Paul Rudd, Michel Douglas, Evangeline Lilly, Walton Goggins, Laurence Fishburne. – Marvel Studios/Buena Vista Distributors.-

Ya resulta un lugar común afirmar que el cine de “superhéroes” se ha transformado en el western del siglo XXI. En un artículo del pasado año habíamos citado esta frase de James Mangold, director de la amarga y desencantada Logan (2017), verdadera gema del género. Si bien advertíamos entonces que se estaba llegando a un punto de saturación peligroso, dado que el cine basado en cómics no posee la amplitud temática que el western sí ostenta, la realidad se encargó de sepultar parcialmente nuestras profecías. Y decimos “parcialmente” porque en efecto se produjo tal encerrona creativa, perfectamente visible a través de los guiones de gran parte de los filmes de este subgénero en los últimos 3 años; con notorias excepciones, eso sí. Pero, por otra parte, ocurre que sus recaudaciones de taquilla son cada vez más altas (incluso las de un filme como Black Panther, cuyo personaje central resulta menos popular que otros de la misma factoría), cuestión que también tiene sus excepciones, especialmente en el “teamD.C. Comics. Pero claro, como lo explicamos en la introducción de nuestra reciente crítica a Venom, somos de esos nostálgicos setentosos/ochentosos que vemos casi todo exponente de este género por puro despecho hacia nuestra infancia, cuando este cine casi casi no existía. Y por eso mismo fuimos a por Ant-Man and The Wasp, quizás movidos por el recuerdo de un muy buen antecedente como lo fue su predecesora; pero está claro —y no caben dudas de ello— que de ningún modo esperábamos encontrarnos con un filme todavía más divertido, más sólido argumentalmente, y con más aciertos que el original, elementos todos que lo elevan por sobre su marca de origen. Echémosle un vistazo.


            Ese perdedor tan querible que es Scott (Paul Rudd) está a sólo 3 días de finalizar su prisión domiciliaria de 2 años, ha recobrado el lazo con su hija —que lo adora y quiere seguir viéndolo como Ant-Man— y espera ponerse a trabajar en la empresita de seguridad que sus zopencos amigos han montado. Pero todo se complicará cuando nuestro muchacho perciba lo que cree ser un sueño (de hecho, un enlace cuántico) y luego se comunique con Hank y su hija, quienes ahora son prófugos del FBI. Y es que Hank, luego de los eventos finales del filme anterior, se ha puesto a trabajar en una manera de recuperar a su esposa del reino cuántico, y el “mensaje” que Scott recibe resulta la confirmación de que Janet vive y es posible traerla de regreso. A partir de allí, cuando Hope intente comprar en el mercado negro un dispositivo indispensable para poner a funcionar el túnel cuántico que construye con su padre, las cosas se irán al cuerno. O mejor dicho, al paraíso de la diversión, porque la montaña rusa en que se convierte el filme desde ese punto resulta una fiesta para el espectador, pero ¡cuidado!, que de ningún modo nos referimos a simple pirotecnia narrativa o a una rutinaria galería de efectos visuales. Porque El Hombre Hormiga y La Avispa hace gala de un inteligentísimo sentido de la diversión unido a un fascinante amor por la aventura y lo maravilloso, y todo ello —claro está— de la mano de una narración bien al estilo siglo XXI pero que no reniega jamás del más trillado de los clasicismos. Peyton Reed, que ya había mostrado su amor por la comedia de los ‘60s en la magnífica Down With Love (Abajo el Amor, 2003), muestra una vez más su oficio y olfato en esto de apelar a fórmulas de éxito y no le suelta jamás la mano a sus personajes, a los que acompaña con astucia a lo largo de esta genial aventura.

            El primer gran acierto del filme consiste en la perfecta construcción del trío central de personajes. Scott es un antihéroe de manual, un perdedor tan patético como adorable, y eso mismo lo potencia a la hora de calzarse el traje de Ant-Man. Ni más inteligente que el promedio, pero (¡atención!), tampoco más tonto que nadie, el papá de Cassie se las ingenia siempre para ayudar a los que quiere (¿hace falta decir que está muerto por Hope?) y remediar —de algún modo— las burradas que se manda. Al inicio del filme Hank y Hope están ‘realmente’ cabreados con él, ya que al robar el traje y partir hacia Alemania para ayudar al Capitán América en su “guerra civil” los convirtió a ellos en prófugos buscados; pero la sincera candidez de Scott y su inquebrantable fe en las personas lo irán indultando ante sus ojos. En cuanto a padre e hija, ahora reconciliados y colaborando estrechamente, dichas criaturas no podrían estar en mejores manos que las de Michael Douglas, quien compone a un Hank Pym de antología —cada vez más sabio como actor, imprimiéndole a su personaje una humanidad insospechada y un particular humor, típico de quien está de vuelta de todo— y en las de Evangeline Lilly (Gigantes de Acero; El Hobbit II y III), absolutamente perfecta a la hora de aunar el perfil altamente pagado de sí mismo del personaje con una dimensión afectiva que aflora en los momentos adecuados y en las dosis perfectas. Ambos caracteres, humanos, contradictorios y elusivos a veces, se combinan a la perfección con el de Hank, que en la piel de Paul Rudd ha resultado todo un descubrimiento. Simplón pero jamás idiota, buenazo pero también perfectamente capaz de violar la ley si le conviene, su caracterización resulta perfecta, llena de matices y con una admirable tridimensionalidad. El trío se advierte real, parecen personas de carne y hueso, y ello es siempre un triunfo en un género como este, que se basa en la más absoluta fantasía y en la ciencia ficción.

            La segunda gran virtud de esta superproducción radica, insistimos, en su afiatado y sólido guión, que en esta ocasión no subestima al espectador y a la vez lo vuelve cómplice de las andanzas de sus protagonistas. Toda la trama, a pesar de la velocidad de su exposición, se basa en una idea seminal, la responsabilidad por nuestros actos y la necesidad de afrontar las consecuencias que ellos han causado. Cada personaje tiene esta espada de Damocles sobre sí, desde Hank, quien con su inocultable narcisismo de juventud hirió a más de un colega y hasta es posible que haya alentado ciertas traiciones —y por ello mismo resulta parcialmente culpable de “engendrar” a la villana del filme—, pasando luego por Scott, que sabe muy bien que su falta de criterio y cierta incapacidad para pensar mejor sus acciones antes de emprenderlas lo han puesto contra las cuerdas de la vida, y llegando por último a Hope Van Dyne, quien tiene que desandar el camino para librarse de la coraza de rencor y negación con que se protegió de lo que creyó fue el abandono de su padre hacia su madre. Pero claro que esta cinta no es un drama lacrimógeno, ¡qué va!, y todo esto está hábilmente camuflado en los intersticios de un argumento sorprendentemente sólido, y el espectador más atento (y menos dependiente del pochoclo) sabrá decodificarlo en momentos clave de la trama, tales como cierto amargo diálogo entre el científico rival de Hank, el Dr. Foster (correctísimamente interpretado por Laurence Fishburne), y ‘Fantasma’, una joven víctima de antiguos experimentos que le han deparado sólo dolor físico y emocional. Aunque él entiende su obsesión por hallar una cura a su condición —y aun cuando el rencor por Hank todavía campea en su espíritu— se opondrá valientemente a todo cruce de límites éticos inaceptables; o en otros como el delicioso contrapunto entre Scott y su hijita Cassie en el ático, cuando esta (a pesar de sus pocos años) le sepa señalar sus grandes defectos, pero asegurándole su amor y dando a entender que comprende cabalmente que es una buena persona, una que a la larga sabe estar bastante por encima de sus errores.

            En cuanto al humor en esta película, hay que decir que esta vez se ajusta como un guante al espíritu de la trama y al desarrollo de la misma. Nunca se excede, no se convierte en un recurso trillado ni se echa mano de él como remate de manual. A diferencia de casos como la abominable Thor Ragnarok (2018), cuya única virtud consistió en la balsámica aparición de Cate Blanchett, aquí el humor resulta una conclusión lógica al desarrollo de los acontecimientos y a la manera de encarar las contrariedades de cada personaje. O sea, es orgánico y subsidiario de la trama, nunca molesta y permite al espectador disfrutar de todo sin obligarlo a sentir sobre sus hombros el peso del universo, un notorio ‘defectillo’ de algunos de los otros productos de la factoría Marvel, los que —aunque contengan ‘chistes’ a granel— se toman demasiado en serio a sí mismos. En Ant-Man & The Wasp nunca ocurre eso, y ciertamente que sería difícil que ocurra, ya que —en definitiva— ¿cómo cuernos habría de reaccionar un ex convicto con menos seso que Homero Simpson a la hora de pretender dirigir una agencia de seguridad, o por caso, al tener todita para él una caja con autos miniaturizados listos para usar? Luis, precisamente (maravillosamente jugado por Luis Guzmán), reacciona a los contratiempos como mejor puede y sabe, y sus metidas de pata (como las de sus otros ‘socios’, tan descerebrados como él) resultan creíbles y siempre probables. Que no es poco mérito, insistimos. Y a ellos se une esta vez Walton Goggins, el villano de Tomb Raider 2018, quien vuelve a calzarse el traje de ‘malo’, sólo que ahora lo hace con espíritu de sana desmitificación y altas dosis de auto parodia. Junto a su grupito de “especialistas”, uno de ellos obsesionado con que no llamen “suero de la verdad” a lo que —de hecho— lo es, resultan el contrapunto perfecto para el Team de Luis y Scott, verdadera “Armada Brancaleone” con buenas intenciones pero escasa preparación.

            En cuanto a los rubros técnicos, repetiremos lo que apuntamos en nuestra reciente crítica a Venom: ya no es necesario hablar de ellos o elogiarlos siquiera; la tecnología digital con que se ruedan estos filmes asegura un nivel de eficiencia y resultados que emparejan a toda la línea de productos. Distinto es el caso (por ejemplo) de Blade Runner 2049 (2017), en la que el (¡por fin!) ganador del Óscar Roger Deakins utilizaba técnicas y filtros realmente increíbles para obtener efectos estéticos y artísticos profundos y significantes. En productos como el que nos ocupa, o como el citado primero, dichas pretensiones carecen de sentido y por ello mismo hemos renunciado a dedicarles espacio. Pero lo que sí tiene sentido es volver a elogiar al director de esta excelente aventura, Peyton Reed, quien juega sus cartas con astucia y fino olfato logrando recrear el espíritu de viejos y queridos filmes de género, pero dotando a Ant-Man and The Wasp de, por sobre todo, una dimensión humana que se sobrepone a todo el CGI, la tecnología y los ejecutivos de cuenta de Hollywood. Darle una oportunidad será tiempo bien invertido: las descargas suplementarias de adrenalina que su visionado les depare nos darán la razón. Buenas noches.-
             

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