MULTI-CRÍTICAS II: 5 Series para Pasar un Febrero a Puro Streaming


Por Leonardo L. Tavani
         Debido a la excelente acogida de nuestro anterior artículo “Multiseries”, volvemos al ruedo con idéntico formato para repasar una tanda de producciones que acabamos de ver y bien merecen un comentario. Para proseguir, entonces, con un febrero a puro Netflix. Pasen y vean.



       Comenzamos por la “joya de la corona”, la espléndida y aterradora The Alienist (2018) (Excelente ★★★★★), producción de TNT y Paramount Televisión basada en la novela de Caleb Carr, quien también es productor y creativo consultor. Veamos. Una ciudad que está a punto de entrar en el siglo XX pero que a la vez está inundada de pus y pestilencia. La perversión más abyecta disimulada por el poder económico. Un cuerpo de policía tan corrupto y venal como criminal es su capitán, un irlandés sin más méritos que la simple prepotencia de su uniforme. Un asesino en serie que elige niños y pre adolescentes que se prostituyen travistiéndose como niñas, a los que masacra con un método y una crueldad jamás vistos. Los inmigrantes pobres, entre quienes se cuentan las víctimas, abandonados de toda justicia o protección. Un Comisionado honesto, futuro presidente de la Nación, que lucha contra un sistema tan perverso como hipócrita. Y sobre todo ello, la mirada fría, científica y ambiciosa de un ‘alienista’ radical en sus métodos y febrilmente empecinado en validar su disciplina, cueste lo que cueste y se pierda lo que se pierda. Estamos en la joven Nueva York de 1896, una ciudad llena de contradicciones que está, repetimos, a punto de entrar en el siglo XX; y ello significa convertirse, prontamente, en la urbe que liderará económicamente al mundo occidental. No pasará inadvertido que eso mismo le advierta a nuestro protagonista, el Dr. Kreizler, el mismísimo J.P. Morgan, creador del imperio financiero que todavía hoy perdura y lleva su nombre. Interpretado con enorme solvencia por el veteranísimo Michael Ironside (Scanners; 1981, David Cronenberg/ Total Recall; 1990, Paul Verhoeven), Morgan le advierte sutilmente al ‘alienista’ (tal como se denominaba a los psiquiatras a finales del siglo XIX) que su investigación puede interferir con el despegue definitivo de la ciudad, ya que el culpable de una serie de horrendos crímenes bien podría ser el hijo único de una familia miembro de los “400”, la élite de 400 familias ricas que de hecho gobiernan la ciudad. Este momento, que llega muy avanzada la trama, enmarca perfectamente la maraña de intereses que —al modo de un sistema circulatorio virtual— recorren el interior del ‘cuerpo’ de la ciudad.

 El Alienista nos presenta a un grupo de personajes fascinantes y harto complejos, metidos en un miasma de corrupción y decadencia moral que no puede conducir a nada bueno. Aquí nadie resulta unidimensional o libre de contradicciones, más bien al contrario, todos ellos están casi tan enfermos como el psicópata al que pretenden atrapar, aunque más no sea por una cuestión de grado. A Kreizler —auténtico ‘tour-de-force’ de Daniel Brül, quien le aporta infinitos y retorcidos matices a su criatura— se le suman el atormentado John Moore (Luke Evans, en su mejor performance hasta el momento), diletante de clase alta que ahoga sus demonios en prostitutas y alcohol, y la tan compleja como inasible Sarah Howard (una Dakota Fanning en estado de gracia: cada mirada, cada pequeño gesto suyo abren una abanico infinito de lecturas), una mujer en busca de afianzarse en un mundo salvajemente masculino, la primera de su género en trabajar para el departamento de Policía de la ciudad y a las órdenes de un Theodore Roosevelt que —todavía a años luz de sus triunfos como presidente del país— debe luchar contra subordinados que prefieren la mano corrupta y permisiva de sus anteriores jefes. De clima opresivo y asfixiante, dueña de una galería de personajes hipnóticos y fascinantes, descarnada y a la vez despiadada en su crudeza visual y formal (hay sucesos en esta serie, existen secuencias enteras, que mueven instintivamente al horror más profundo), The Alienist balancea de modo maestro intriga, desarrollo de personalidades, drama personal vs drama social, denuncia política y psicoanálisis como ninguna otra ficción lo ha hecho antes. Sus vueltas de tuerca, jamás arbitrarias y siempre orgánicas y funcionales a la historia, conmueven al espectador tanto como lo movilizan. Aquí todo es posible, en especial las catástrofes tanto personales como grupales más cruentas e inimaginables. Y aún así, no existe ni un solo segundo de metraje que contenga el menor abuso de buena fe hacia el espectador, ni mucho menos exceso de efectismo alguno. The Alienist, incluso en su demencial universo, es aterradora y espeluznantemente “realista”, tanto como para hacernos abominar de nuestra condición ‘humana’. Resulta imposible hablar de ella sin delatar algo de su trama, y ello es precisamente lo que evitamos hacer, por lo que bastará con nuestros más encendidos elogios: estamos ante una obra maestra, superior; una historia en diez partes que nos interpela hasta el tuétano. No la dejen pasar por nada en este mundo. Sabrán agradecérnoslo. (TNT y plataformas alternativas)

            Ahora nos ocuparemos de otro descubrimiento que le debemos agradecer a nuestro gran AMIGO M. Damián G., eterno buscador de lo improbable, quien nos hizo posar la mirada en la intensa The Frankenstein Chronicles (2015-’16) (Muy Buena ★★★★), producción independiente británica de apenas dos temporadas de 6 episodios cada una. Aclararemos que tan sólo pudimos ver la primera de ellas, pero eso nos bastará y sobrará para juzgarla como es debido.  Pues bien, estamos en la Londres de 1729 (o más bien en los márgenes más sórdidos de ella), una crucial etapa histórica en la que los estertores de un mundo pre científico e inundado de religión y superchería se confunden con los albores de la naciente era de la razón y la ciencia. El Sr. Marlott, agente de Policía del Támesis, halla en sus sucias ribera un improbable cadáver compuesto por siete trozos de diferentes cuerpos de niños, unidos entre de sí por cruentas costuras y dotado aun de algunos impulsos eléctricos. El Ministro del Interior, un noble más preocupado por salvar sus apariencias e intereses de clase que por la justicia misma, le encomendará la misión de desentrañar la verdad detrás del aterrador hallazgo. El funcionario está más que interesado en que la Cámara de los Lores apruebe una nueva Ley, el Acta de Cirugía (o algo así), la que pondría freno al abominable tráfico de cadáveres para estudio. Pero Marlott —quien está encarnado con la ya habitual maestría de Sean Bean (Stormy Monday/ Goldeneye/The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring)— se verá rápidamente inmerso en una espiral descendente de horrores y pestilencia, la que apenas si disimulará la verdadera causa de la serie de crímenes y degradación a la que se asiste: la locura y demencial megalomanía de ciertos nobles, quienes aun siguen obsesionados por el universo de posibilidades que les abrió una obra de ficción, la novela “Frankenstein, o el Moderno Prometeo”, de Mary Godwin Wollstonecraft Shelley. Misticismo y Lógica, locura y delirio, crueldad y misantropía, todo ello se mezclará salvajemente en esta endiablada trama, la que se abrirá a viejos pactos rotos ahora redivivos, intentos de jugar a ser dios más algunos visionarios profetas del fuego. La mismísima Mary Shelley, ya viuda del poeta —quien asiste en sus últimas horas al controvertido William Blake— tendrá un rol vital en la historia, y uno que se develará de manera aterradora.

Pesimista, oscura, escéptica, The Frankenstein Chronicles no elude ninguno de los terrores más íntimos que los humanos experimentamos, y muchos de ellos se hacen carne —literalmente— en el propio Marlott: tiene sífilis y no puede acercarse a alguien que le importa (gran papel de Vanessa Kirby, la casquivana hermana de Isabel II en The Crown), la muerte de su esposa e hijita todavía lo torturan, el horror al que asiste durante su investigación lo inunda con desasosiego, y —por último— las personas en que confiaba lo traicionan de la manera más espeluznante. Nadie se libera de las garras del infortunio en esta espléndida miniserie, dado que en ella el futuro se construye con los ladrillos de sus propias vidas, con sus anónimas ordalías; mientras que los laureles por los próximos logros sociales tendrán por destino coronar las sienes de los más privilegiados y respetables. Siempre lo mismo; siempre las mismas víctimas; y la “ficción” dentro de esta ‘ficción’ se yergue como un oscuro tótem que llama a imitar a Prometeo: robar el fuego de los dioses para apropiarse del don de la Vida. Ahora, el final de la primera temporada es sencillamente acojonante, e invita a seguir el camino sin dilaciones ni excusas. Tampoco la dejen pasar. Experiencias así, tan sólo ocurren de vez en cuando. (Netflix)

            En tercer lugar analizaremos Van Helsing (2016-’18), inteligente producción canadiense para el canal SyFy (Muy Buena ★★★★). Echémosle un vistazo. Una mujer muerta que sin embargo vive, quien lleva en un pseudo coma más de tres años. Un apocalipsis vampírico. Una sociedad destruida y el reino de los no muertos abarcándolo todo. Una hija perdida. Un Marine aislado que sigue órdenes más por lealtad que por una hipotética cadena de mando que ya no existe. Y por sobre todo ello una narración tan oscura como pesadillezca, una mirada tan pesimista como amarga acerca de nosotros mismos; un drama de proporciones épicas disimulado en las populares formas de la ciencia ficción y el terror. La acción se desarrolla inicialmente en Seattle, año 2016. Un enorme volcán, perteneciente a la cordillera de las Cascadas (al este de la ciudad) ha entrado en erupción. Su tamaño y la fuerza del fenómeno escupen a la atmósfera millones de toneladas de humo y cenizas tóxicas. El cielo, en gran parte del país, se torna oscuro y no deja pasar el sol, tal y como debe haber sucedido en tiempos de la extinción de los dinosaurios. Pero los habitantes de la ciudad no estaban solos; entre ellos reptaban algunos vampiros, alimentándose en la oscuridad y ocultándose entre la ciega multitud de esa gran urbe. Y la oscuridad repentina resultó un milagro para aquellos y una maldición para los humanos. Uno de ellos, tan sólo uno, comenzó a morder gargantas en plena calle, como quitándose de encima los siglos de temor y ocultamiento, y la “infección” vampírica comenzó a propagarse como reguero de pólvora. En horas apenas, en unos pocos días a lo más, los no muertos habían tomado el control de casi toda la nación. Este es, sucintamente explicado, el trasfondo de partida para la historia de marras; pero ocurre que en primer plano se halla una misteriosa mujer, “la Bella Durmiente” (como la llama su guardián), quien porta un secreto que ella misma ignora y que bien puede acabar con este Armagedón rojo sangre. Ella, una huérfana, cree llamarse Vanessa Seward, pero pronto descubrirá que en realidad es Vanessa van Helsing, descendiente directa del célebre cazador de vampiros. Nada más podemos decir sin develar aquello que los potenciales espectadores deben descubrir por sí mismos, pero deben creernos cuando les decimos que este producto —que comienza saludablemente de menor a mayor hasta alcanzar cotas sorprendentes— es una cosa por completo diferente al cómic y la fallida película homónima de Stephen Sommers. Porque Van Helsing, la serie, se basa en una serie de libros de cómics de origen canadiense, cuyo título es “Helsing” a secas, y nada tienen que ver con el producto norteamericano. 

Y lo cierto es, que entre una cierta carencia de presupuesto (que se disimula muy bien y mueve a utilizar más eficientemente sus recursos), un minimalismo muy concreto en cuanto al modo de exponer la trama y una absoluta falta de prejuicios a la hora de graficar la violencia y el sadismo, Van Helsing acaba por hallar y expandir sus fortalezas en esos lugares y en ciertos aspectos que los productos yanquis suelen dejar de lado. Descarnada, violenta (sangrienta y sanguinaria a la vez), cruda como pocas, la serie opone los conceptos de lealtad vs egoísmo, auto sacrificio vs auto preservación a toda costa, solidaridad vs miedo a la libertad, esclavitud vs libertad vigilada. Para aquellos que en las redes la han confundido con una suerte de hermanita menor (y con vampiros) de The Walking Dead, les respondemos que primero hay que saber de qué se habla: y en cuanto a su ethos, este envío difiere radicalmente de aquella serie ahora en decadencia argumental, mientras que su pathos apenas si presenta algunos puntos de contacto con ella. Aquí se trata de un producto de ciencia ficción pura y dura (ya verán por qué) más un agregado metafísico (el de los no-muertos) que redondea la idea fuerza de esta historia, que la semilla de nuestra destrucción ha estado presente — y latente— desde el origen mismo de los tiempos, casi como una espada de Damocles que por fin dejamos caer sobre nuestras cabezas. Con gran inteligencia y un profundo dramatismo, las tragedias personales de cada personaje se entretejen con el drama vampírico, gran metáfora de nuestra sed infinita de poder y dominación. Aquí todos, en efecto, desean dominar algo: la química y el ADN los unos—para lograr una quimera de eternidad—, el mundo y a la humanidad los otros —para reinar sobre ellos y saciarse en un revanchismo de especie—, y a los propios demonios interiores los terceros —para así justificar la sangrienta y mortal cruzada que han emprendido, la que ha despertado oscuridades de temer—. Los 39 episodios emitidos hasta ahora (la serie volverá en el segundo semestre de este año) se han permitido lujitos tales como la asociación pictórica de un cierto personaje con el cuadro “El Grito”, de Edward Munch; ciertas reflexiones filosóficas perfectamente integradas al desarrollo del relato; la asimilación de la violencia y la crueldad con una cierta ‘ratio’ propia de nuestra especie; y, por último, un detallado estudio acerca de las opciones que tomamos como individuos, y si estas obedecen realmente a un altruismo positivo o a un salvaje individualismo. Una cuestión de espacio y la obvia necesidad de no revelar hechos fundamentales de su trama, nos obligan a una necesaria ambigüedad a la hora de detallar los logros de esta serie, a la que accedimos apenas como un divertimento con heroína sexy y peligrosa, para finalmente encontrarnos con un producto dignísimo, sorprendente y genuinamente escalofriante. Déjense sorprender por Van Helsing, y verán que no saldrán defraudados. (Netflix; SyFy Channel)
   
            Ahora cambiaremos de tono y le daremos un vistazo a una serie animada muy divertida e inteligente, la sorprendente Carmen SanDiego (2019) (Muy Buena ★★★★), producción de y para Netflix estrenada en enero pasado. Otro descubrimiento que le debemos a nuestro queridísimo amigo D., Carmen SanDiego cuenta la historia de una joven y muy sexy ladrona internacional, imposible de atrapar y verdadera maestra en su arte, la que sin embargo esconde más de un secreto. Pensado, al menos a priori, como un manual de geografía para chicos, el envío permite su disfrute y visionado por parte de los adultos —cuando menos por los amantes de la aventura y el espionaje— a la vez que contiene momentos de excelente humor y no poca imaginación. Carmen, quien de hecho es una huérfana hallada abandonada en Argentina (sí, la heroína es bien ‘argenta’), fue criada en la isla de V.I.L.E., una enigmática organización que aparentemente selecciona niños para entrenarlos y lanzarlos al mundo como ladrones internacionales. Pero la niña sin nombre (ya verán como adopta el que da título a la serie) descubrirá que V.I.L.E. es en realidad una pantalla para una maléfica institución que en realidad desea “crear” ultra villanos. La futura Carmen escapa de la isla, y mientras es asediada y perseguida por sus esbirros, se dedica con ahínco a desbaratar todos sus planes y recuperar todos los bienes robados por sus agentes.

 A la chica de pasado enigmático la persiguen no sólo sus ex ‘protectores’, sino un chapucero agente de Interpol, un francés torpe y narcisista que es un clon animado del inmortal inspector Clouseau, y otra secreta organización que tardará en hacer su aparición pero dejará huellas varias. Muy, pero muy entretenida, dueña de un humor sorpresivamente adulto, con argumentos sólidos y bien narrados, y no pocas vueltas de tuerca (más homenajes cinéfilos varios), Carmen SanDiego apela a un espíritu lúdico y a una narración ágil y desenfadada, la que desde el mismísimo episodio piloto nos hace soñar con una posible versión ‘live-action’. Desde sus floridos personajes, con villanos y oponentes sencillamente perfectos (una japonesita feroz, por caso, es un clon animado de la violenta guardaespaldas de O Ren-Ishii en Kill Bill Vol. I), sus escenarios internacionales que logran traspasar la condición de “animados” para parecer “reales”, hasta los divertidos aliados de Carmen (un par de ellos, dignos del Pierre Nodoyuna de “Los Autos Locos”), Carmen Sandiego le pone un poco de pimienta ‘suave’ a tanta masacre y tanto sadismo cruel. Y a los mayorcitos nos deja jugar con un “chiche” para niños sin sentirnos culpables de puerilidad. Nueve episodios de 22 minutos que bien valen una tardecita de ocio. Se van a divertir. (Netflix)

            Y para finalizar, otra perlita británica. Nos referimos a The Hour (Excelente ★★★★★), una perfecta producción de BBC Two y BBC América que se emitió ayer nomás, entre 2011 y 2012, y que nos ha permitido echar una mirada al peliagudo mundo del periodismo televisivo inglés de finales de los años ‘50s, todo ello imbricado en una trama de espionaje, corrupción y xenofobia. The Hour es una creación de Abi Morgan, también autora de gran parte de los episodios, y consta de dos temporadas de apenas seis envíos cada una. Pero como lo bueno, si breve, resulta dos veces bueno, habrá que agradecer esta estructura de relojería que no aburre jamás y deja con ganas de más. Resumamos la trama, pues. The Hour resulta en una sutil e inteligente indagación acerca del mundo oculto, del universo secreto que latía debajo de la superficie de la sociedad británica de finales de la década citada. Estamos a punto de asistir a los eventos que condujeron al General Nasser a tomar el canal de Suez, un tema que adquirió relevantes matices en la igualmente magnífica The Crown, y ese momento histórico de profunda desorientación política en Downing Street resulta diseccionado por medio de los avatares detrás de la creación y producción de un nuevo noticiario, el ‘The Hour’ del título. Son las primeras épocas de la tevé inglesa, retrasada en su desarrollo por la crisis económica posterior a la guerra, y en los primitivos estudios de la BBC vemos debatirse a Bel (Romola Garai, sencillamente brillante en su performance) para ganarse su lugar como una de las escasas mujeres productoras de la compañía. Su ambigua relación con Freddie (Ben Wishaw, igualmente perfecto), el cerebro detrás del noticiario, y la aparición de quien será el conductor del envío, Héctor (Dominic West), acabarán por conformar un triángulo de sentimientos encontrados, infidelidades, luchas de poder y envidias varias.

 Pero en segundo plano hará aparición una conspiración de espionaje que poco a poco se tornará en una verdadera encrucijada de peligro. Casi sin advertirlo, Freddie se inmiscuirá en el supuesto suicidio (en verdad un homicidio) de una vieja amiga, hecho que resultará ser la llave para abrir una puerta que conducirá a la traición, una oscura organización secreta y la infiltración de los servicios de Inteligencia. La dinámica interna en los primitivos estudios televisivos de la BBC, las relaciones entre los personajes y la sutil gradación del suspenso, resultan sencillamente perfectos y logran presentar una narración en varios frentes, la que jamás disipa el interés ni resulta banal. Y si el trío central de intérpretes resulta perfecto, ni hablar de los papeles secundarios, que tienen en Anna Chancellor (la coproductora) y Oona Chaplin (la sufrida esposa del infiel Héctor) a dos de sus mejores exponentes. Chancellor, de hecho, tendrá en la segunda temporada una contraparte perfecta, el escocés Peter Capaldi (In The Loop, 2009/ Doctor Who), el nuevo jefe, poseedor de una vieja historia en común con ella de conclusiones trágicas. Capaldi compondrá a un personaje artificialmente contenido, metódico, amante del orden, quien cada vez que se pone nervioso comienza a revelar su T.O.C., el ordenamiento compulsivo de los elementos de su escritorio. Su rol será una lección de actuación, apenas una muestra más de una galería de intérpretes de lujo, que en dicha segunda entrega tendrán, precisamente, mayores posibilidades de lucimiento, dado que la nueva trama (que incluye el chantaje y la explotación en un club nocturno al que asiste la crema de la sociedad londinense) se tornará ahora más intimista y con más posibilidades de desarrollo de caracteres. Lamentablemente, la serie no tuvo en BBC I los niveles de audiencia esperados (y la crítica, injusta, le cayó fuerte), por lo que fue cancelada al cabo de este segundo envío. Si bien en BBC América la cosa resultó al revés (su rating fue muy alto y los críticos yanquis la elogiaron), eso no alcanzó para que se le renovara el contrato. Así entonces, dueña de un look perfecto, con unas tramas sutiles y atrapantes, portadora de actuaciones descomunales, y sencillamente perfecta como radiografía de una época y su sociedad, The Hour bien vale la pena y el pequeño esfuerzo de su rescate. Nadie saldrá defraudado. ¡A pasar febrero!
              



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