Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★
Para
empezar, quítense de la cabeza todo prejuicio o idea preconcebida acerca del
género fantástico en particular o el de superhéroes en particular. Esto es otra
cosa. Abreva un poco en todos ellos (hasta El Planeta de los Simios tiene un
clandestino homenaje encarnado en un personaje), bebe de múltiples fuentes y no
le teme en absoluto a las posibles acusaciones de “choreo encubierto”. Que si existieran, serían injustas. Como hemos
dicho ya hasta el cansancio, existen poco más de una docena de ideas fuerza, o
mejor dicho, de historias arquetípicas; y por los últimos 250 años no hemos
hecho otra cosa que darles ingeniosas vueltas de tuerca para vestirlas con
mejores —o peores— ropas. The Umbrella Academy,
afortunadamente, carece de prejuicios a la hora de apropiarse de todas las
mitologías heroicas de Occidente, y construye, desde dicha mixtura, la historia
más original, auténticamente delirante, deliciosamente perversa y atrevidamente
desprejuiciada que se haya visto en años. Bueno… ¡no nos faltaron adjetivos,
después de todo! Pero vamos, bromas aparte, debemos decir que esta novísima
producción pone de cabeza todas las convenciones del género y le brinda, no ya
una vuelta de tuerca, sino vuelta y media. ¿Pero de qué va la premisa de The
Umbrella Academy? Veamos. Un cierto día de 1989, año de la caída del
Muro de Berlín (detalle tal vez nada inocente), un número preciso de mujeres
—alrededor del mundo y a la misma hora— paren un hijo. Esto podría resultar
poco extraordinario, si no fuera porque ninguna de ellas estaba embarazada
siquiera un segundo antes del parto. Un excéntrico millonario inglés, Reginald
Hargreeves (Colm Feore) recorre el mundo buscándolos y tratando de adoptarlos,
incluso si debe pagar por ellos. Se hará apenas con siete de ellos, a los que
educará férreamente, entrenará con crudeza y convertirá en los seis superhéroes
de “La Academia”. ¿Pero acaso no son
siete? Bueno, es que una de ellas, Vanya (Ellen Page) parece carecer de poderes
y su padre adoptivo no sólo la aparta de todas las misiones, sino
fundamentalmente de la posibilidad de adquirir un mínimo de autoestima.
Luego
de un vertiginoso e inteligente prólogo la serie nos trae al presente. Sir
Reginald ha muerto y sus hijos se reúnen por primera vez en casi quince años;
uno de ellos, el número 6 —Ben— murió en medio de una misión muy peligrosa, y
el resto padece de neurosis, adicciones, obsesiones y manías varias, todas fruto
de una educación estrafalaria carente de amor y llena de peculiaridades. El
único de los hermanos que permaneció fiel a su padre, Luther, pasó los últimos
4 años completamente solo y aislado en la Luna, por estricto mandato paterno,
lo que más adelante se revelará como otra excentricidad carente de objeto. ¿Y
los demás? Pues hay para todos los gustos: desde una Allison con el poder de
influir en la voluntad de las personas, actriz y modelo que acaba tristemente
de fallar como madre; siguiendo por
Diego, un violento maestro en el arte del lanzamiento de cuchillos que anda por
ahí jugando a ser un vigilante; continuando por Klaus, el drogadicto de la
familia, en verdad el más sensible del grupo y quien porta con el poder más
escalofriante de todos, el de ver y conjurar a los muertos; prosiguiendo por el
No 5, quien desapareció hace años y tenía la habilidad de desmaterializarse y
rematerializarse a voluntad; y acabando por Vanya, la más triste,
despersonalizada y traumatizada del grupo. Al carecer de dones, al ser
permanentemente relegada del grupo por su padre, ni siquiera pudo establecer
lazos de afecto sólidos con sus hermanos. Es violinista, pero apenas mediocre,
ya que no logra conectar sus emociones con su arte, y ha escrito una polémica
autobiografía que le valió un rechazo inmediato por parte de su familia. Este combo, verdadera “Armada Brancaleone” sin timón y a la deriva, deberá restañar
heridas a las apuradas y aprender a tolerarse para encarar una misión urgente:
detener el apocalipsis, que llegará —inexorable— en 6 días. Pues bien, si
piensan que esta es una reseña completa, se equivocan. Estamos reteniendo
información, que como corresponde deben descubrir por sí mismos, pero además
ocurre que resulta imposible resumir correctamente la trama de The
Umbrella Academy —incluso la de su primer episodio— ya que presenta
tantas subtramas como un poliedro y guarda tantas sorpresas como una piñata
demoníaca. Pero no se trata sólo de eso. Si la sorpresa y la acumulación de
golpes de efecto fueran méritos por derecho propio, esta serie no resultaría
tan maravillosa; así que echémosle un vistazo más de cerca.
Antes
que nada, The Umbrella Academy acierta el “Gordo de Navidad” gracias a su
premisa básica: una familia disfuncional. No nos interesan sus poderes, no nos
importan sus cualidades extraordinarias, lo que nos compromete con ellos es su
profunda —y realista— humanidad. Son personas dañadas precisamente por sus
vínculos más cercanos; son todavía niños pidiendo amor y atención, cosa que
nunca obtuvieron de Hargreeves, no al menos como lo requiere un chico. Cada uno
ha lidiado con sus carencias como pudo; como por ejemplo drogándose para
acallar todo dolor y todas las voces acusatorias; o volviéndose actriz y modelo
para llamar la atención y conjurar el cariño de otros; o acaso viviendo como un
vengador urbano, alejando permanentemente a la única persona que en realidad le
importa; o si se quiere acatando hasta el último capricho del patriarca (y
quedándose bajo su techo), para así no tener que enfrentar al mundo ni a la
vida por sí mismo ni con su propio albedrío. Y si todo esto nos dejara
indiferentes, ahí tenemos a la frustrada Vanya, una patética persona sin auto
respeto y completamente desconectada de todos. Resulta imposible no sentirse
identificado con ella, cuando menos si uno porta ciertos fracasos en su espalda
y más de una carencia afectiva, pero a la vez —en ocasiones— deseamos
abofetearla imaginariamente para despertarla, para que haga limonada con los
limones que le dio la vida y no se quede anclada en el dolor perpetuo. Ellen
Page (La Joven Vida de Juno/X-Men: The Last Stand) realiza un
trabajo memorable, lleno de matices y de una contención admirable. La canadiense
transmite todo el dolor y la impotencia que la mantienen atada al pasado, y lo
hace con recursos genuinos, con un compromiso actoral sobresaliente. Por cierto
que todo el cast está perfecto, pero
en nuestra opinión es el joven Aidan Galagher, quien interpreta a No 5, el que
se roba todas las miradas y se queda con el aplauso final. Se trata, ya verán
por qué, de un anciano que regresa al presente en su antiguo cuerpo de pre
adolescente, desafío mortal para un chico de esa edad que aun carece de la
suficiente experiencia en la vida como para imprimirla en su performance. Pero
este muchacho, toda una revelación, sorprende (¡y es poco decir!) con su
actuación absorbente y sincera: es realmente
un adulto en el cuerpo de un niño; sus miradas exudan experiencia e incluso
hastío, como si a cada rato experimentara la decepción por revivir los mismos
fracasos; y además se muestra soberbio, pedante incluso, pero con esa
autosatisfacción propia de quien se sabe demasiado bueno en lo que hace; y por
último se permite destilar los síntomas de una cierta neurosis esquizoide,
propia de alguien que ha pasado por décadas de aislamiento y soledad. Ya sabrán
a qué nos referimos. Normalmente, los actores infantiles muy dotados brillan
por su fresca desenvoltura y la fluidez con que incorporan a sus personajes,
pero a la hora de encarar roles emocionalmente comprometidos únicamente pueden
hacerlo desde la superficie, ya que carecen de experiencias vitales que ya los
hayan marcado o incluso de madurez suficiente para capitalizarlas. Galagher nos
dejó atónitos porque, precisamente, parecería poder con todo esto; no “hace como si…” o “juega a…”, sino que logra ser un hombre gastado y en parte
perturbado en el cuerpo equivocado.
Claro
que The
Umbrella Academy no se afianza apenas
en estas bazas, sino que presenta un abanico casi inagotable de variables y
sorpresas, todas ellas, empero, perfectamente orgánicas al relato. Desde dos
asesinos de antología, Hazel y Cha-Cha, cuyos roles son una fiesta de
creatividad; pasando por la administradora de una organización que protege la
integridad del continuum temporal
—toda una Lady Macbeth desatada—, hasta un otrora fan del “equipo Umbrella”, hoy un adulto psicótico y vengativo que busca
desatar el Armagedón liberando la energía latente en uno de los personajes,
cuestión de la que no podemos decir ni ‘mu’.
Y si todo esto resultara poco, el prólogo del capítulo final (el décimo) revela
a puro lenguaje visual la verdad acerca de la auténtica naturaleza del
fallecido Hargreeves, más la posibilidad acerca del genuino origen de todos los
niños nacidos en la ocasión citada, no sólo los siete adoptados por el
millonario. Nos morimos por develarlo, pero sería un crimen atentatorio contra
la progresión dramática y la correcta exposición de la trama; de hecho, ciertos
personajes (dos en concreto) más algunas otras posibilidades
técnico-científicas que posee y administra Hargreeves, sólo se explican gracias
a esta revelación, la que de todos modos ‘tiene’
(o ‘tendrá’) que tener mayor
desarrollo y justificación en la segunda temporada. Pero si todo esto fuera
poco, la mayor fortaleza de esta historia radica en la maravillosa profundidad
que adquieren los lazos entre los hermanos. Aunque jamás exenta de humor —y del
bueno, por cierto— la trama posee una honda autenticidad humana absolutamente
inusual en este género. Hay emoción, hay amores nunca explicitados, hay
corazones torturados, hay hijas que se extrañan hasta el desgarro, hay vidas
fracasadas y, por sobre todo ello, hay una necesidad grupal por sentirse ‘aceptados’ —‘amados’—, tanta como para forzar el destino hasta límites supra
humanos. Y si no alcanza con estos hijos
de nadie, dueños de poderes que les sirven para cualquier cosa excepto para
brindarles un norte en la vida, ahí está esa gris y pequeña personita, la
encargada de una cafetería cuya obsesión por observar pájaros simboliza su
envidia por la libertad, su íntimo deseo por volar alto y sin ataduras. Jugada
por la magnífica Sheila McCarthy (Yo Escuché a las Sirenas Cantar,
1987; Patricia Rozema/ Paradise, 1991; Mary Agnes
Donoghue), su Agnes es una mujer ya madura que se atreve a tomar la última
salida que le ofrece la vida, incluso si ello significa amar a un asesino.
¿Pero acaso no nos definen nuestros simples actos, o será que en verdad nos
moldean las genuinas intenciones con las que impregnamos dichos actos? The
Umbrella Academy, a pesar de su ritmo trepidante y sus constantes
giros, nos permite —sin embargo— meditar acerca de ciertos temas universales
que nos definen como especie, y ello sin renunciar jamás al entretenimiento y
el asombro permanente.
Finalmente,
solo nos resta recomendar fervientemente esta nueva producción, dueña de un
universo propio y particular que resulta intransferible, poseedora de un humor
autoconsciente y una carga emotiva tan auténtica como empática de cara al espectador.
Porque resulta imposible mantenerse indiferente ante esta historia, ni mucho
menos resistirse a su hipnótico encanto. Así que ya saben, ignorarla no hará
más que impedirles disfrutar de una historia atrapante y maravillosa, de esas
que aparecen muy, muy de vez en cuando; cada vez que las musas chocan las manos
y conjuran su magia… A darle la bienvenida.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario