“The Umbrella Academy”: Cuando el Talento se topa con la Originalidad



 Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★     
Si The Umbrella Academy no es una ‘Obra Maestra’ entonces es una ‘Maestra Obra’. Ocurre que se nos están acabando los adjetivos calificativos, (o acaso el idioma castellano no da para tantos elogios) y esta novísima producción de y para Netflix pretende agotarlos todos. Antes que nada, y como ocurrió hace casi un año con Cobra Kai, permítannos presentar esta crítica sin ficha técnica ni tanto chirimbolo; nos urge la pasión, la maravilla todavía adherida a nuestras retinas, y esta serie bien merece una review inmediata, por muy desprolijo que luzca su ‘envase’. Allá vamos.

            Para empezar, quítense de la cabeza todo prejuicio o idea preconcebida acerca del género fantástico en particular o el de superhéroes en particular. Esto es otra cosa. Abreva un poco en todos ellos (hasta El Planeta de los Simios tiene un clandestino homenaje encarnado en un personaje), bebe de múltiples fuentes y no le teme en absoluto a las posibles acusaciones de “choreo encubierto”. Que si existieran, serían injustas. Como hemos dicho ya hasta el cansancio, existen poco más de una docena de ideas fuerza, o mejor dicho, de historias arquetípicas; y por los últimos 250 años no hemos hecho otra cosa que darles ingeniosas vueltas de tuerca para vestirlas con mejores —o peores— ropas. The Umbrella Academy, afortunadamente, carece de prejuicios a la hora de apropiarse de todas las mitologías heroicas de Occidente, y construye, desde dicha mixtura, la historia más original, auténticamente delirante, deliciosamente perversa y atrevidamente desprejuiciada que se haya visto en años. Bueno… ¡no nos faltaron adjetivos, después de todo! Pero vamos, bromas aparte, debemos decir que esta novísima producción pone de cabeza todas las convenciones del género y le brinda, no ya una vuelta de tuerca, sino vuelta y media. ¿Pero de qué va la premisa de The Umbrella Academy? Veamos. Un cierto día de 1989, año de la caída del Muro de Berlín (detalle tal vez nada inocente), un número preciso de mujeres —alrededor del mundo y a la misma hora— paren un hijo. Esto podría resultar poco extraordinario, si no fuera porque ninguna de ellas estaba embarazada siquiera un segundo antes del parto. Un excéntrico millonario inglés, Reginald Hargreeves (Colm Feore) recorre el mundo buscándolos y tratando de adoptarlos, incluso si debe pagar por ellos. Se hará apenas con siete de ellos, a los que educará férreamente, entrenará con crudeza y convertirá en los seis superhéroes de “La Academia”. ¿Pero acaso no son siete? Bueno, es que una de ellas, Vanya (Ellen Page) parece carecer de poderes y su padre adoptivo no sólo la aparta de todas las misiones, sino fundamentalmente de la posibilidad de adquirir un mínimo de autoestima.

            Luego de un vertiginoso e inteligente prólogo la serie nos trae al presente. Sir Reginald ha muerto y sus hijos se reúnen por primera vez en casi quince años; uno de ellos, el número 6 —Ben— murió en medio de una misión muy peligrosa, y el resto padece de neurosis, adicciones, obsesiones y manías varias, todas fruto de una educación estrafalaria carente de amor y llena de peculiaridades. El único de los hermanos que permaneció fiel a su padre, Luther, pasó los últimos 4 años completamente solo y aislado en la Luna, por estricto mandato paterno, lo que más adelante se revelará como otra excentricidad carente de objeto. ¿Y los demás? Pues hay para todos los gustos: desde una Allison con el poder de influir en la voluntad de las personas, actriz y modelo que acaba tristemente de fallar como madre; siguiendo por Diego, un violento maestro en el arte del lanzamiento de cuchillos que anda por ahí jugando a ser un vigilante; continuando por Klaus, el drogadicto de la familia, en verdad el más sensible del grupo y quien porta con el poder más escalofriante de todos, el de ver y conjurar a los muertos; prosiguiendo por el No 5, quien desapareció hace años y tenía la habilidad de desmaterializarse y rematerializarse a voluntad; y acabando por Vanya, la más triste, despersonalizada y traumatizada del grupo. Al carecer de dones, al ser permanentemente relegada del grupo por su padre, ni siquiera pudo establecer lazos de afecto sólidos con sus hermanos. Es violinista, pero apenas mediocre, ya que no logra conectar sus emociones con su arte, y ha escrito una polémica autobiografía que le valió un rechazo inmediato por parte de su familia. Este combo, verdadera “Armada Brancaleone” sin timón y a la deriva, deberá restañar heridas a las apuradas y aprender a tolerarse para encarar una misión urgente: detener el apocalipsis, que llegará —inexorable— en 6 días. Pues bien, si piensan que esta es una reseña completa, se equivocan. Estamos reteniendo información, que como corresponde deben descubrir por sí mismos, pero además ocurre que resulta imposible resumir correctamente la trama de The Umbrella Academy —incluso la de su primer episodio— ya que presenta tantas subtramas como un poliedro y guarda tantas sorpresas como una piñata demoníaca. Pero no se trata sólo de eso. Si la sorpresa y la acumulación de golpes de efecto fueran méritos por derecho propio, esta serie no resultaría tan maravillosa; así que echémosle un vistazo más de cerca.

            Antes que nada, The Umbrella Academy acierta el “Gordo de Navidad” gracias a su premisa básica: una familia disfuncional. No nos interesan sus poderes, no nos importan sus cualidades extraordinarias, lo que nos compromete con ellos es su profunda —y realista— humanidad. Son personas dañadas precisamente por sus vínculos más cercanos; son todavía niños pidiendo amor y atención, cosa que nunca obtuvieron de Hargreeves, no al menos como lo requiere un chico. Cada uno ha lidiado con sus carencias como pudo; como por ejemplo drogándose para acallar todo dolor y todas las voces acusatorias; o volviéndose actriz y modelo para llamar la atención y conjurar el cariño de otros; o acaso viviendo como un vengador urbano, alejando permanentemente a la única persona que en realidad le importa; o si se quiere acatando hasta el último capricho del patriarca (y quedándose bajo su techo), para así no tener que enfrentar al mundo ni a la vida por sí mismo ni con su propio albedrío. Y si todo esto nos dejara indiferentes, ahí tenemos a la frustrada Vanya, una patética persona sin auto respeto y completamente desconectada de todos. Resulta imposible no sentirse identificado con ella, cuando menos si uno porta ciertos fracasos en su espalda y más de una carencia afectiva, pero a la vez —en ocasiones— deseamos abofetearla imaginariamente para despertarla, para que haga limonada con los limones que le dio la vida y no se quede anclada en el dolor perpetuo. Ellen Page (La Joven Vida de Juno/X-Men: The Last Stand) realiza un trabajo memorable, lleno de matices y de una contención admirable. La canadiense transmite todo el dolor y la impotencia que la mantienen atada al pasado, y lo hace con recursos genuinos, con un compromiso actoral sobresaliente. Por cierto que todo el cast está perfecto, pero en nuestra opinión es el joven Aidan Galagher, quien interpreta a No 5, el que se roba todas las miradas y se queda con el aplauso final. Se trata, ya verán por qué, de un anciano que regresa al presente en su antiguo cuerpo de pre adolescente, desafío mortal para un chico de esa edad que aun carece de la suficiente experiencia en la vida como para imprimirla en su performance. Pero este muchacho, toda una revelación, sorprende (¡y es poco decir!) con su actuación absorbente y sincera: es realmente un adulto en el cuerpo de un niño; sus miradas exudan experiencia e incluso hastío, como si a cada rato experimentara la decepción por revivir los mismos fracasos; y además se muestra soberbio, pedante incluso, pero con esa autosatisfacción propia de quien se sabe demasiado bueno en lo que hace; y por último se permite destilar los síntomas de una cierta neurosis esquizoide, propia de alguien que ha pasado por décadas de aislamiento y soledad. Ya sabrán a qué nos referimos. Normalmente, los actores infantiles muy dotados brillan por su fresca desenvoltura y la fluidez con que incorporan a sus personajes, pero a la hora de encarar roles emocionalmente comprometidos únicamente pueden hacerlo desde la superficie, ya que carecen de experiencias vitales que ya los hayan marcado o incluso de madurez suficiente para capitalizarlas. Galagher nos dejó atónitos porque, precisamente, parecería poder con todo esto; no “hace como si…” o “juega a…”, sino que logra ser un hombre gastado y en parte perturbado en el cuerpo equivocado.  

            Claro que The Umbrella Academy no se afianza apenas en estas bazas, sino que presenta un abanico casi inagotable de variables y sorpresas, todas ellas, empero, perfectamente orgánicas al relato. Desde dos asesinos de antología, Hazel y Cha-Cha, cuyos roles son una fiesta de creatividad; pasando por la administradora de una organización que protege la integridad del continuum temporal —toda una Lady Macbeth desatada—, hasta un otrora fan del “equipo Umbrella”, hoy un adulto psicótico y vengativo que busca desatar el Armagedón liberando la energía latente en uno de los personajes, cuestión de la que no podemos decir ni ‘mu’. Y si todo esto resultara poco, el prólogo del capítulo final (el décimo) revela a puro lenguaje visual la verdad acerca de la auténtica naturaleza del fallecido Hargreeves, más la posibilidad acerca del genuino origen de todos los niños nacidos en la ocasión citada, no sólo los siete adoptados por el millonario. Nos morimos por develarlo, pero sería un crimen atentatorio contra la progresión dramática y la correcta exposición de la trama; de hecho, ciertos personajes (dos en concreto) más algunas otras posibilidades técnico-científicas que posee y administra Hargreeves, sólo se explican gracias a esta revelación, la que de todos modos ‘tiene’ (o ‘tendrá’) que tener mayor desarrollo y justificación en la segunda temporada. Pero si todo esto fuera poco, la mayor fortaleza de esta historia radica en la maravillosa profundidad que adquieren los lazos entre los hermanos. Aunque jamás exenta de humor —y del bueno, por cierto— la trama posee una honda autenticidad humana absolutamente inusual en este género. Hay emoción, hay amores nunca explicitados, hay corazones torturados, hay hijas que se extrañan hasta el desgarro, hay vidas fracasadas y, por sobre todo ello, hay una necesidad grupal por sentirse ‘aceptados’ —‘amados’—, tanta como para forzar el destino hasta límites supra humanos. Y si no alcanza con estos hijos de nadie, dueños de poderes que les sirven para cualquier cosa excepto para brindarles un norte en la vida, ahí está esa gris y pequeña personita, la encargada de una cafetería cuya obsesión por observar pájaros simboliza su envidia por la libertad, su íntimo deseo por volar alto y sin ataduras. Jugada por la magnífica Sheila McCarthy (Yo Escuché a las Sirenas Cantar, 1987; Patricia Rozema/ Paradise, 1991; Mary Agnes Donoghue), su Agnes es una mujer ya madura que se atreve a tomar la última salida que le ofrece la vida, incluso si ello significa amar a un asesino. ¿Pero acaso no nos definen nuestros simples actos, o será que en verdad nos moldean las genuinas intenciones con las que impregnamos dichos actos? The Umbrella Academy, a pesar de su ritmo trepidante y sus constantes giros, nos permite —sin embargo— meditar acerca de ciertos temas universales que nos definen como especie, y ello sin renunciar jamás al entretenimiento y el asombro permanente.

            Finalmente, solo nos resta recomendar fervientemente esta nueva producción, dueña de un universo propio y particular que resulta intransferible, poseedora de un humor autoconsciente y una carga emotiva tan auténtica como empática de cara al espectador. Porque resulta imposible mantenerse indiferente ante esta historia, ni mucho menos resistirse a su hipnótico encanto. Así que ya saben, ignorarla no hará más que impedirles disfrutar de una historia atrapante y maravillosa, de esas que aparecen muy, muy de vez en cuando; cada vez que las musas chocan las manos y conjuran su magia… A darle la bienvenida.-

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