“A VERY ENGLISH SCANDAL”: Un Diputado Gay, un Chantajista Imbécil y un Colega que no Sabe Esconder Papeles Peligrosos!!!

Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★

A Very English Scandal. Gran Bretaña, 2018.
Miniserie de tres episodios de 50 min. c/u.
Dirección: Stephen Frears - Guión: Russell T. Davies, Basado en la novela histórica de John Preston. - Protagonistas: Hugh Grant, Ben Wishaw, Paul Freeman y Alex Jennings. Producción de la BBC.-

         Jeremy Thorpe fue un dirigente político inglés del antiguo partido liberal (“Whig”), al que llegó a liderar durante varios años, además de ser miembro de la Cámara de los Comunes por varios períodos consecutivos. Probablemente no fuera ni más ni menos venal que cualquier otro político profesional, ni más corrupto que el promedio. Sus aportaciones al Congreso británico estuvieron siempre en sintonía con el libre mercado, la apertura a Europa y la aceptación irrestricta de la inmigración. No estaba nada mal, después de todo. Pero Thorpe tenía un cierto problema, si es que se lo quiere entender de ese modo, y ese era su irreductible homosexualidad. Transcurre 1965 y la aberrante ley que penaba severamente la sodomía estaba en plena vigencia. Ningún caballero que se preciara de tal blanquearía sus inclinaciones en tales condiciones, y mucho menos un congresista. Thorpe era furiosamente promiscuo y no se negaba ningún “gusto”, hasta que un buen día de ese año conoce a un muchacho humilde que lo fascinará de inmediato.
Recién un año más tarde iniciarán una relación “estable” que acabará de mala forma, dado que Norman Jossife —que así se llamaba— resultó ser un paciente psiquiátrico a la deriva, un cúmulo de neurosis y traumas que estallaron en las postrimerías de dicha relación.  Un par de años después, cuando Thorpe creía haberse librado del problema, Jossife le escribe una carta chantajeándolo. De allí en más, contando con la ayuda de su mejor amigo y colega en la Cámara, Peter Bessell, el congresista intentará deshacerse del “problemilla” lo más discretamente posible y sin que la sangre llegue al río, lo que en este caso implica que jamás se filtre a la opinión pública la vida privada y la sexualidad de Thorpe. Pero, dado que esta es una historia estrictamente real —por asombrosa que parezca— las cosas sucederán exactamente al revés de lo previsto, igual que ocurre en nuestras grises vidas. A lo largo de unos doce años de interminables peripecias, metidas de pata, errores imperdonables y traiciones varias, Jeremy Thorpe acabará en prisión a la espera de un juicio que resultará histórico. Y por qué no, una radiografía perfecta del lado oscuro de una sociedad hipócrita que prefiere los pecados privados a los escándalos públicos.
         Un Escándalo Muy Inglés, traducción exacta del título de esta magnífica miniserie producida y emitida por la BBC el pasado año, construye un universo propio tan apasionante como realista, un vistazo a las consecuencias de la impunidad a largo plazo, esa que se experimenta cuando se lleva demasiado tiempo al abrigo de los privilegios del poder. Esto en primer plano, ciertamente, pero en segundo lugar nos muestra impiadosa e intensamente la catástrofe personal que implica vivir dividido, asumiendo dos personalidades a un tiempo, y los tremendos costos que a la larga se paga por ello. Los tres episodios de esta magnífica miniserie van creando un crescendo dramático en el que a la par de los eventos, que escalan sin pausa ni prisa, se advierte la escalada de insensibilidad ética de los personajes; pero lo más sorprendente de ello radica en que son capaces, empero, de tomar decisiones políticas o gubernamentales sumamente correctas, socialmente adecuadas si se quiere, mientras que en sus vidas privadas la hipocresía, la demencia temporal y la paranoia crecen a pasos agigantados. Sin ánimo de “spoilear”, apuntemos —sin embargo— un hecho que ilustra lo dicho mejor que mil palabras: luego de un primer round mediático con su ex amante, que casi lo hace temblar, Thorpe decide, así como así, elegir una mujer adecuada y casarse. Poco le importará que su homosexualidad sea tan firme como el Peñón de Gibraltar y que su vocación por formar una familia esté al mismo nivel que la náusea, todo lo que le viene a la cabeza es que ello redundará en una mejora de su percepción pública y que, sin dudas, le traerá otro período al frente del partido y otro más en la Cámara de los Comunes. Cuando, años después, su decisión primaria acabe en una tragedia, Thorpe será incapaz de ver que el pecado original se hallaba en sus mismas erradas ideas, que resulta imposible escindir vida pública de privada.  El espectador asiste asombrado a esta sucesión de atrocidades morales mientras mantiene, por raro que parezca, una cierta piedad por Thorpe, una empatía hacia su tragedia personal que nunca decae, incluso cuando lo veamos tomar opciones que traerán consecuencias aberrantes.
         Si lo anterior se verifica absolutamente, eso es porque A Very English Scandal cuenta con dos baluartes que la convierten casi en una obra maestra. El primero de ellos es la conmovedora actuación de Hugh Grant, quien cumplirá el próximo 9 de septiembre 59 años habiendo logrado refinar su técnica actoral y su sensibilidad interpretativa hasta niveles de excelencia. Sin él, sin su entrega hacia el personaje real (cosa harto difícil para cualquier actor, cuestión que ya tratamos en nuestro artículo acerca de los Óscars de este año), al que hace propio brindándole su enorme humanidad y una cuota perfecta de mal disimulada vulnerabilidad, esta producción se habría ido al diablo, naufragando en lugares comunes e innecesarios subrayados. Pero, en cambio, el resultado es una historia atrapante e imposible de soltar, a la que el espectador se siente atado desde el minuto cero de su metraje. Pero prosigamos. Decimos que el segundo baluarte de esta joyita consiste en su perfecta, ajustada y desfachatada dirección. Que no está en manos de cualquiera, que va, sino en las de uno de los mejores directores británicos de la historia y, sin duda alguna, uno de los mejores entre la elite mundial: Stephen Frears (Leicester, 1941). El hombre detrás de genialidades como Ropa Limpia, Negocios Sucios (My Beautiful Laundrette, 1985), Susurros en tus Oídos (Prick Up Yours Ears, 1987), Sammy y Rosie van a la Cama (Sammy and Rosie Get Laid, 1987) o Relaciones Peligrosas (Dangerous Liaisons, 1988), ha dedicado gran parte de su carrera a desmenuzar y observar con microscopio las miserias de la sociedad británica y sus muchas contradicciones, y todo ello a través de filmes preñados de profundidad narrativa, fina concepción simbólico-estética, y una maravillosa dirección de actores, de los que siempre supo extraer actuaciones de excelencia.
El auténtico Thorpe en una foto de la época.
Puede decirse sin exagerar una coma que es el auténtico moldeador del estilo actoral de Daniel-Day Lewis, al que tomó jovencísimo en “Ropa Limpia…” (su quinta cinta y primera como protagonista), logrando que su inexperiencia no se notara y que pudiera trascender la pantalla, como efectivamente lo hizo. Y lo mismo haría por otro joven intérprete, nada menos que Gary Oldman, con quien trabajó en “Susurros en…” cuando el actor tenía 28 años y escasa experiencia. Acababa de obtener un gran suceso con Sid & Nancy (1986, Alex Cox), en la que se ponía en la piel del malogrado músico Sid Vicious (apenas su cuarta peli y primer protagónico), y Frears lo motivó a desprenderse de tics y manierismos que había adoptado entonces, ayudándolo a depurar su técnica. También guionista, el talentoso cineasta se ha especializado en poner la lupa sobre la clase obrera inglesa e irlandesa, esta última retratada con evidente cariño y sobriedad en la brillante The Snapper (1996), en la que un perfecto Colm Meaney (el inolvidable Jefe O’Brien de Star Trek: The Next Generation y S.T.: Deep Space 9), encarna a un obrero que se las ve negras para mantener a su familia mientras tiene que lidiar con el subrepticio embarazo de su hija adolescente. Siempre atento a los detalles aparentemente triviales (pero sin caer jamás en el tan molesto “costumbrismo” propio del cine vernáculo) y brindando diálogos tan filosos como reveladores, Stephen Frears se ha convertido en un auténtico maestro a la hora de evidenciar la dicotomía entre discurso público —entendido como lo que la clase política y la propia sociedad británica aceptan como verdad revelada acerca de sí mismos— y el resultado de dichas creencias en la vida privada y familiar de las personas. Desde la inmigración, la diferencia de clases, las contradicciones económicas del “sistema”, etc., Frears se ha dedicado con un talento envidiable a demostrar cuán lejos suelen estar las buenas intenciones de la realidad concreta. También experto en telefilmes, rubro en que ha obtenido éxitos clamorosos como One Fine Day (1979, guión de Alan Bennett), Bloody Kids (1980, con guión de Stephen Poliakoff), Saigon: Year of the Cat (1983, guión de David Hare) y Café irlandés (1993, guión de Roddy Doyle), las que se encuentran entre sus mejores trabajos, la coherencia ideológica y la solidez de su estilo han sido la marca de fábrica de su talento.

A partir del nuevo siglo, por otra parte, Stephen Frears le ha dado un giro a sus intereses centrándose ahora en otro tipo de personajes —muchos de ellos de la clase privilegiada— demostrando las muchas tensiones y las inevitables frustraciones que su propia condición les impone. Mrs. Henderson Presents, basada en hechos reales, y Filomena después (otra historia dolorosamente real acerca de los abusos de la iglesia católica irlandesa), lo unieron al talento de Judi Dench para desandar caminos trillados y encarar entonces, con resultados emocionantes, otros aspectos, otras facetas del drama humano. Y apenas tres años atrás trabajó por vez primera con Hugh Grant en la divertida y emocionante Florence Jenkins Foster, biopic acerca de la peor soprano de la historia, interpretada por Meryl Streep. Evidentemente, la relación entre ambos debe haber sido perfecta, ya que fue el propio director quien sugirió su nombre a los productores para encarnar a Thorpe, al que Grant otorga una humanidad y una profundidad inusitadas. En cuanto al resto del cast, nada sería lo que es sin el magnífico aporte de Ben Wishaw, ese gran actor que comienza a forjarse no solo un nombre, sino un futuro increíble. El protagonista de la miniserie en dos temporadas The Hour (que ya hemos comentado), y partícipe en filmes como La Chica Danesa, Skyfall, Spectre o In the Loop, construye un Norman polimorfo y polisémico, difícil de encasillar, un ser que logra captar la solidaridad y afecto de unos, y a su vez encender las peores pasiones en su contra de otros. Neurótico, incapaz de asumir genuinas responsabilidades, narcisista pero a la vez falto de autoestima, su criatura escapa a todos los lugares comunes con que otros actores la hubieran adornado. Mucho más arriba incluimos la palabra “desfachatez” para elogiar la labor de dirección de Frears, y ese mismo adjetivo le cabe a la performance de Wishaw, quien no le teme ni al ridículo ni a la caricatura, ni mucho menos a la mirada del personaje real, que todavía vive y sirvió como referencia a los productores sobre ciertos puntos de la historia que todavía estaban a oscuras. La suya, así como la de Alex Jennings (The Wings of the Dove, 1997; The Crown, 2016-18) —perfecto en la ambigua y temerosa piel de Peter Bessell— y la de Paul Freeman, conforman un puñado de labores actorales de excelencia, las que dejan una certeza en el espectador que casi nadie podrá negar, que los actores y actrices británicos no tienen rival.
         Ahora bien, como de costumbre en la carrera de Frears, este no se embarca en ningún proyecto de cuyo guión no sea autor si no tiene la absoluta seguridad acerca de la competencia del guionista a elegir. Y A Very English Scandal posee, afortunadamente, un arma secreta en este rubro, que es el talentoso y polifacético Russell T. Davis, responsable —en 2005— de resucitar y convertir en un éxito mundial a Doctor Who, la mítica serie de la BBC. Su inteligente argumento escapa a los usuales acartonamientos que padecen las historias basadas en hechos reales, dibuja personajes carnales y profundamente humanos (léase ‘falibles’), se burla con sarcasmo y fina ironía de los más sagrados tabúes ingleses y dosifica los hechos con un sentido del ‘tempo’ narrativo sencillamente perfecto. Davis parece haber nacido para trabajar con Frears, tal la perfecta armonía entre ambos, cuyos satisfactorios resultados quedan a la vista. En definitiva, radiografía amarga de una época, sátira despiadada acerca de la moral de los políticos de todos los tiempos, cuento nada didáctico —pero siempre fascinante e hipnótico— que huye como la peste de moralejas y didactismos bien pensantes, A Very English Scandal construye —a base de un humor negrísimo y un suspenso narrativo dosificado con maestría— una narración absolutamente perfecta, a la vez moderna y old fhasioned, una que resuena en el espectador mucho después de haberla abandonado. Si no conocían la historia de este malhadado político, o si acaso la habían olvidado, esta miniserie que se ve de un tirón les dejará mucha tela para cortar y mucho, mucho para pensar. Que no es poco. A por ella!!!

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