por Leonardo L. Tavani
La vagancia nos puede, así que clonaremos nuestro propio
“curro de Año Nuevo”, el de las “multi-críticas” en un solo artículo —hasta
ahora aplicado únicamente a las series— para ahora utilizarlo con películas. Muchas
de las mejores que hemos visto presentan tramas muy enrevesadas de las que no
conviene revelar demasiado (incluso nada en absoluto), por lo que resulta más
adecuado para ellas un apartado en un artículo mayor que otro en exclusiva (que
al cabo tendría más fotos que texto). Así pues, y bromas aparte, manos a la
obra: que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Vimos
London
Fields (2015/2018) (Muy Buena ★★★★), filme aun no estrenado en nuestro
país y cuyo rodaje se concluyó a inicios de 2015 pero que recién se pudo lanzar
comercialmente un par de meses atrás. Ocurrió que la feroz guerra legal entre
Amber Heard, protagonista de la cinta, y su ex marido, Johnny Depp —quien
participaba del mismo en un rol menor— impidió su explotación comercial, dado
que el actor había oficiado también como coproductor de la cinta y sus posibles
utilidades quedaron prisioneras de los reclamos gananciales. Solucionado el
tema, y con Depp borrado de los títulos de crédito como parte del acuerdo
comercial, se pudo lanzar —por fin— esta muy buena y pesimista cinta basada en
la novela homónima de Martin Amis, además coautor del guión. Editada
originalmente en 1989, la novela buceaba en los intereses más urgentes de Amis
de ese entonces, la catástrofe ambiental y su visión acerca de una sociedad que
obliga al éxito sin brindar las herramientas para alcanzarlo. Thriller con
elementos metafísicos, dueño de una gramática áspera pero hipnótica, ubicado en
medio de una Londres semi futurista arrasada por una ecología ambiental hecha
trizas. Aquí el medio condiciona a las personas, y ellas condicionan — a su
vez— las respuestas más perversas y bajas de sus congéneres a causa de su
incapacidad (o simple negación) para alterar sus conductas, lo que sella tanto
sus destinos como los de quienes caen bajo su influencia.
Amber
Heard tal vez no sea una gran actriz, cuando menos no al nivel de una Emma
Stone, pero sí posee una presencia animal en pantalla que —para los cinéfilos
como el autor— no se veía desde la irrupción, en 1956, de Brigitte Bardot con ‘Y
Dios Creó a la Mujer’ (“…And God
Created Woman”, Roger Vadim). Aquí, quizás como nunca antes, la intérprete
se luce dándole infinitas variaciones a su criatura, Nicola Six, una mujer
capaz de predecir su propio homicidio y de manipular despiadadamente a un grupo
variopinto de hombres, todos ellos perfectas encarnaciones del fracaso
posmoderno. La protagonista de Aquaman, La Chica Danesa y Drive
Angry, compone a una Femme Fatale completamente diferente a sus
antecesoras, una que se arroja a los brazos de la muerte sin pretender
evitarla, pero arrastrando con ella a todos aquellos que preferirían
desaparecer a no probar su veneno. Contada como un flashback, a partir del
momento en que Nicola está a punto de ser asesinada (esto no es spoiler: se nos muestra en el mismo inicio del filme),
la cinta recapitula los hechos a partir del momento en que un novelista
norteamericano fracasado (excelente Billy Bob Thornton), con su salud altamente
comprometida, arriba a Londres para pasar unas semanas en un departamento de
intercambio. De aquí en más, el filme construye una espiral descendente
imparable que refleja el absoluto fracaso de estas criaturas para escapar de
sus destinos, amén de revelarnos como les resulta imposible huir del fracaso y
la mediocridad más profundos sin cumplir las mismas profecías que los depositaron
allí. Áspera, de difícil lectura para públicos más acostumbrados al pochoclo y
los nachos, resulta —sin embargo— una experiencia fascinante e imposible de
soltar una vez concluida. Merece la
pena.
The
Highwaymen (2019; John Lee Hancock) (Muy Buena ★★★★) es, por lejos y sin ninguna duda, la
mejor de las producciones de largometraje encarada por Netflix en los dos o
tres últimos años. Tema que amerita mayor espacio (por lo que quedará para otro
artículo), no deja de ser muy saludable que la compañía de streaming se juegue
por otras miradas y diferentes narrativas, pero también es cierto que la
catarata de cintas de su factoría no acaba de entregar ese tipo de cine
contundente y definitorio que produce una reacción taxativa en el espectador,
sea esta regular, buena o excelente. Pues bien, ahora lo lograron, y lo han
hecho con el lado ‘B’ de una historia harto conocida que requería de este
particular tratamiento. Entre enero de 1930, cuando se conocieron, y mayo de
1934, cuando fueron tiroteados, Bonnie Parker y Clyde Barrow emprendieron un
sangriento raid delictivo por gran parte del sur y sureste norteamericano,
robando tanto bancos como licorerías, y asesinando policías y a otros
inocentes. Sin embargo, la visión que el pueblo llano tenía acerca de las
corporaciones económicas —especialmente sobre los bancos, que ejecutaban las
hipotecas de granjeros y modestos comerciantes— les granjeó la inmediata
admiración popular, que los veía como una suerte de Robin Hood modernos. Pero
nada estaba más alejado de esto; la pareja, muy joven, aplicó desde el
principio un sadismo impactante con poco o nada de romántico, cuya aceptación
popular estaba más emparentada con razones más profundas que el simple odio a
banqueros y eso que se gusta en llamar “el sistema”. Pues bien, con actuaciones
de lujo por parte de Kevin Costner y Woody Harrelson, el filme centra el relato
en dos ex Texas Rangers, reclutados a regañadientes por un poder político
impotente para atrapar a la pareja sangrienta, con el fin de intentar acabar
con ella e impedir el incremento de su popularidad. John Lee Hancock, otrora
guionista de Clint Eastwood para la magnífica Río Místico (Mistic River), demuestra su enorme
oficio imponiendo talento, mano narrativa firme, y apretando el freno justo
antes de que se manifieste cada posible exceso dramático. Dos horas de puro
placer brinda esta perfecta cinta que retoma las formas clásicas del policial
dramático, que retrata una época y sus enormes contradicciones, y que no deja
de remarcar que la masacre final —supuesta victoria del bando de la ley y el
orden— no es otra cosa que una derrota más profunda y amarga, la de no poder
brindar una sociedad que impida “fabricar”
seres tan dañados y resentidos como Barrow y Parker. Imperdible.
Ahora
nos ocuparemos de Glorious 39 (2009) (Excelente ★★★★★), filme británico
producido por la BBC y el British Film Council que resulta una experiencia
cinematográfica absorbente y controversial, una obra superior que deja al
espectador completamente desarmado, presa de emociones encontradas pero
absolutamente convencido de la subyugante belleza de la obra que acaba de ver.
El glorioso año de 1939, al que alude
el título original de este filme, no fue otra cosa que la antesala de la guerra
más cruel y atroz que haya visto la humanidad, una contienda en la que se puso
en entredicho la propia cualidad racional de nuestra especie. Sería, también,
el final de la belle époque, el fin
absoluto de la inocencia. Y eso es lo que ocurre con Anne (maravillosa Romola
Garai), primogénita adoptada de un matrimonio perteneciente a la nobleza al que
luego, casi inopinadamente, llegarían dos hijos más —ahora naturales— Ralph y
Celia. Anne es actriz de cine, disfruta de una relación muy especial con su
padre (brillante Bill Nighy, como de costumbre) y está claro que ha vivido
hasta entonces en una burbuja de amor, lujos y seguridad. Pero también queda bien
establecido que ella es una joven sensible e inteligente, para nada caprichosa
o snob como podría sugerirlo su formación. Es leal y firme en sus convicciones,
y estas cualidades la pondrán al borde mismo de la muerte cuando, a partir de
la fiesta de cumpleaños de su padre, descubra las primeras pistas de un complot
aparentemente emprendido para silenciar las voces de quienes se oponen a
Chamberlain y su política de sumisión ante Hitler, reclamando su renuncia y
pidiendo a gritos por la figura de Churchill. Entre estos se halla el personaje
de David Tennant, congresista que al cabo de sus amargas críticas al Primer
Ministro aparecerá sospechosamente “suicidado”. De allí en más, Anne se verá
inmersa en una pesadilla atroz que involucrará la posibilidad de que su propia
familia esté envuelta en el complot. Está claro que para hombres como su padre,
que además de haber servido en la primera Gran Guerra (y asistir a sus atroces
horrores) tendría mucho que perder con otra, la paz y la necesidad casi
patológica de creerle al Fhürer sus vanas promesas son como agua potable en el
desierto. ¿Se puede llegar a destruir a quienes más se ama por lo que se cree
un bien superior? ¿Se puede hipotecar el futuro de una nación a cambio de
promesas tan débiles como ilusorias? El filme, dueño de un clima potente y
sobrio a la vez, cinematográficamente perfecto y argumentalmente magistral,
responde a estos interrogantes con respuestas amargas y poco confortables,
brindando no sólo una perfecta radiografía de época, sino entregando un relato
de tal suspenso y dramatismo que deja al mejor Hichtcock al nivel de un amateur.
Pesadillezca, pero estremecedoramente realista a la vez, Glorious 39 hace honor al
alto concepto que tenemos del cine inglés entregando un relato y una realización
tan soberbios como estéticamente superlativos. Escrita y dirigida por el
talentoso Stephen Poliakoff, los diez años desde su realización parecen apenas
diez meses, tanta su solidez narrativa como su brillante concepción integral.
Por lo que más quieran, no la dejen pasar.
Ahora
toca el turno de otro filme perturbador, una coproducción inglesa, irlandesa y
española, Cracks (2009) (Excelente ★★★★★), la que nos transporta
a una pequeña y desolada isla del noreste inglés que alberga una gris mansión
que no es otra cosa que un internado para niñas y señoritas. Transcurre el año
1934 y una aristócrata jovencita proveniente de España llega a mitad de la temporada para
“romper” con el delicado equilibrio que sostiene el andamiaje de esa cerrada y
oligofrénica comunidad. La reina del lugar es la Señorita “G”, profesora de
natación y clavados que establece más que peculiares lazos con sus alumnas.
Dueña de una personalidad magnética que al cabo de los minutos el espectador
sabrá decodificar como neurótica —e incluso en fase maníaca durante gran parte
del tiempo— Miss G guarda no sólo secretos acerca de la auténtica naturaleza de
sus deseos eróticos, sino que envuelve a
las niñas en su enfermiza telaraña aparentando ser su mejor amiga, mentora y
guía. La llegada de Fiamma, entonces, hará añicos el sicopático status quo que
ella ha establecido y se convertirá en un catalizador para hacer estallar una
bomba que incluye prejuicios de clase y nacionalidad, temor a la libertad e
hipocresía institucional. Nada más podemos revelar acerca de esta poderosa
cinta que explora, con sutileza y elegancia, las dolorosas herencias que dejan
la represión, la culpa y el temor a la propia vida. Dirigió —con sorprendente
sensibilidad y gran vuelo poético— Jordan Scott, vástago de Ridley, quien aquí
ofició de productor junto a su hermano Tony (quien lamentablemente se
suicidaría poco después). Junto a la siempre notable Eva Green, quien aquí
brinda un tour-de-force perfecto,
destacan la excelente Juno Temple e Imogen Poots. Para disfrutar del cine con
mayúsculas.
Ahora,
un estreno absoluto. The Professor and the Mandman (2019,
P. B. Shemran) (Excelente ★★★★★), que se estrena este mismo jueves en todo el país con el
dudoso título de Entre la razón y la Locura, es una genuina gema que
enaltece a la cinematografía toda y eleva a sus espectadores por sobre la
mediocridad general. Co producción anglo irlandesa, ha confiado —sin embargo—
sus dos roles protagónicos a intérpretes norteamericanos, Mel Gibson y Sean
Penn, y a juzgar por los resultados ha sido una apuesta ganadora. Se trata de
la historia, estrictamente verídica, del profesor y filólogo escocés James A.
H. Murray (luego nombrado Caballero), quien encaró —no sin múltiples
oposiciones en Oxford, universidad que lo publicaría— la titánica tarea de
compilar y editar el primer diccionario integral de la lengua inglesa de
acuerdo al origen e historia de cada vocablo; y por otro lado, la del recluso
alienado William Chester Minor, médico del ejército norteamericano que
asesinaría, sin razón aparente, a un inocente, por lo que quedaría prisionero
de un sistema de salud mental todavía a mitad de camino entre la superstición y
la modernidad. Minor no era otra cosa que un esquizofrénico, condición
disparada por las experiencias vividas en la cruenta Guerra de Secesión
norteamericana, y de haber existido a finales del siglo XIX medicamentos
antisicóticos jamás hubiera pasado por las terribles experiencias que vivió.
Este conmovedor, bello y profundo filme, cuenta —con armas nobles y recursos
admirables— una verídica historia acerca de la redención, el perdón (y el auto
perdón también, lo que no es poco), la amistad como entendimiento entre almas
afines, la perseverancia ante una meta impuesta y el profundo valor de
la familia como sostén ante los momentos de profunda zozobra. Auténtico golpe
al corazón (y bálsamo para la inteligencia), The Professor and the Mandman
—sin importar qué título le pongan aquí— reconcilia con el cine y permite soñar
con su supervivencia. En cuanto a los actores, sin importar qué diantres le
haya pasado en su vida privada ni cuantas pifiadas se haya mandado, Mel Gibson
se gana a pulso el papel de Murray, al que le brinda su humanidad golpeada y
toda su experiencia, hasta el punto de emocionarnos y no poder imaginar a nadie
más en dicho rol. Gibson ya venía reivindicándose y tratando de recuperar un
lugar que parecía escapársele por problemas extra cinematográficos, y aquí deja
afortunadamente atrás esa etapa mostrando una hondura dramática y una
honestidad actoral fascinantes. En cuanto a Sean Penn, qué se puede decir que
no se haya dicho ya… Pero este papel, este torturado William Minor, lo muestra
en un momento de su arte —con un grado de dominio sobre él— que realmente
apabulla. Ambos intérpretes, junto a lo mejor de la escena británica, engalanan
esta película que debería ser de visión obligatoria, aunque mucho nos tememos
que los “Avengers” le ganarán por
goleada en la taquilla. En fin, sea en salas de cine o sea en casa (como la
vimos nosotros semanas atrás), no dejen de darle una chance. Será tiempo bien
invertido.
Toca
el turno, ahora, de un filme todavía no estrenado en nuestro medio, la
sorprendente Daddy Issues (2018, Amara Cash) (Excelente ★★★★★). Se trata de una realización
independiente (coproducción yanqui canadiense) completamente disruptiva, dueña
de una concepción visual absorbente y maravillosa, tanto como de una gramática
áspera y nada concesiva, tan novedosa como apropiada al cuento que relata. Que
es uno acerca de la identidad, la responsabilidad y la valentía necesaria a la
hora de no bajar los brazos en la dificultosa persecución de nuestros sueños.
Es, también, una historia ‘queer’, o
así podría parecerlo a simple vista, pero Daddy Issues es mucho más que eso,
mucho más que la simple suma de sus partes. Es, en parte, la historia de Maya,
una chica —artista plástica en ciernes, que sueña con estudiar arte en
Florencia— platónicamente enamorada de Jasmine, a la que sigue obsesivamente a
través de las redes sociales. Jasmine, por su parte, es una joven compleja y
complicada, diseñadora de modas en expansión, dueña de una vida sexual y unos
hábitos poco ortodoxos, por decir lo menos. Ella y Maya no pueden ser más
diferentes —ni vivir en mundos menos opuestos, a pesar de hacerlo en la misma ciudad—
pero cuando se encuentran, las vidas de ambas se transformarán de maneras que
evocan más las estructuras de la tragedia griega que las de una historia
posmoderna. Porque en esta subyugante cinta se dan cita desde madres que odian
a sus hijas, padres abandónicos drogadictos, relaciones sadomasoquistas,
perversa cruza de amantes, etc., etc. Sin embargo, este cóctel —que nadie debe
advertir caótico o recargado, ya que la débil exposición que nos es lícito
hacer debe ser, por fuerza, poco clara; el film, en su gramática, resulta
perfecto— está ordenado a un mensaje profundo y bellísimo, que elude por completo
las atrocidades de la tragedia clásica, y que aquí se resume en las palabras
que cierto personaje le dice a Maya en el momento justo: “Es cierto, somos —‘soy’— una
mierda… Pero no nos dejes ganar.” En su profunda simpleza, esta
maravillosa sentencia (que este crítico hubiera deseado que alguien se la
dijera 35 años atrás) resume mejor que nada la esencia de Daddy Issues. Desde la
aparición del psicoanálisis no hemos hecho otra cosa que acumular palabras sin
sentido, tales como “autoestima”, “catarsis”, “resiliencia”, “toxicidad”, y
bla, bla, bla; pero resulta que la mejor manera de alcanzar nuestros sueños
—cuando todo y todos se han puesto en nuestra contra— se resume en esta
sentencia pronunciada (sea en voz alta, o sea simbólicamente) por quien más nos
ha lastimado, “no nos dejes ganar”.
En fin, rodada con una estética maravillosa, que traslada al campo visual los
bocetos que dibuja Maya y enmarca a la perfección el alienado mundo
californiano que rodea a los personajes, este filme potente y a la vez
“silencioso” (porque, aun pudiendo, jamás apela al melodrama extremo ni a las
verdades dichas a los gritos) se cuela en la conciencia del espectador para
hacerlo reflexionar acerca de su propia vida, cosa que logran muy pocas obras
de arte, y que Daddy Issues consigue a puro talento. A no perdérsela.
Y
finalizamos este artículo con Miss Bala (2019, Catherina
Hardwicke) (Muy Buena ★★★★) (otra cinta no estrenada aquí todavía), producción
yanqui basada en el filme mexicano homónimo que tuvo un inesperado suceso en la
tierra de Trump. No hemos visto la original, pero podemos afirmar que esta
cinta —que por supuesto no reniega de los tiroteos grandilocuentes y ciertos
excesos típicos del cine norteamericano— resulta una magnífica montaña rusa que
jamás, pero jamás, deja de lado la pesadilla personal de Gloria, la
protagonista. Ella es una maquilladora profesional que ha logrado su ciudadanía
americana legítima, que vive y trabaja en Baja California pero cruza
regularmente a Tijuana, donde vive su mejor amiga. El filme se abre con uno de
esos viajes regulares de Gloria, cuya primera noche se coronará con una visita
a la disco de moda de la ciudad. Pero de pronto irrumpirá allí un grupo de
sicarios del narco dispuestos a matar al jefe de policía de Tijuana, quien
recala regularmente en el boliche para “reclutar” jovencitas incautas
dispuestas a todo. Y claro está, como en el mejor Hitchcock, Gloria estará en
el lugar preciso en el momento equivocado, quedando atrapada en una pesadilla
que incluirá a los narcos, sus rivales, la policía corrupta, la amiga
desaparecida y mucho, mucho más. Sin dudas, podríamos haberle otorgado a este
filme una estrellita menos sin que ello disminuya su impacto en el espectador,
pero ocurre que —sorprendentemente— Miss Bala logra conjugar las escenas de
acción, las de profundo suspenso y las de mayor dramatismo, con la odisea
personal de Gloria, con la angustia y la necesidad de sobrevivir que la posee
en partes iguales. Nuestra heroína, una excelente Gina Rodríguez, no es ni una
súper mujer ni una vengadora letal; de hecho, vive esta pesadilla con miedo y
aprensión, pero tiene a su mejor amiga desaparecida y necesita prevalecer para
lograr encontrarla. Pero ocurre que, como en las mejores cintas del género,
Gloria va descubriendo cosas de sí misma a partir de la pesadilla en que se ve
inmersa, y no dudará en apelar a cualquier recurso para sobrevivir. El mérito
de la directora (y del guión, claro está) consiste en que el espectador
—incluso el más avezado y cínico— se vea inmerso en la trama y jamás se
pregunte o cuestione por la verosimilitud de lo que está viendo; y esa es la
función primaria del cine, suspender temporalmente la capacidad crítica del
espectador para inmiscuirlo emocionalmente en la acción. Bastante realista en
la pintura de los pandilleros narcos, incluso “documental” si se quiere, y
claramente ácida a la hora de mostrar las complicidades de las autoridades
mexicanas con los traficantes, el puntito que el filme pierde se debe —sobre
todo— a la resolución de la trama (al epílogo, en concreto), que pretende
transformar a la protagonista en una futura heroína de acción en desmedro de
los buenos méritos hechos hasta entonces. Pero ello no obsta para disfrutar sin
rodeos de esta muy sólida producción que deja con los nervios de punta. A
destacar.-
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