¡Amamos Tanto a Doris..! – Un Amoroso Repaso por la Vida y Filmografía de Doris Day.
por Leonardo L. Tavani
Era la última sobreviviente del Hollywood dorado, la “última
mohicana”, si prefieren. Verla en pantalla era amarla, sentirla cercana, absolutamente
real: era la chica de al lado, la mujer con la que podías soñar, nada que ver
con esas ‘starlets’ hipersexuadas e
inaccesibles que estaban a millones de kilómetros de nuestras vidas. Fue una
bailarina fantástica, una cantante de lujo y una actriz luminosa y dotada;
infravalorada por la crítica snob y la propia industria, la que sin embargo se
beneficiaba de los enormes ingresos por taquilla que generaba, ella logró lo
que —incluso hoy día— parece tan difícil e inaccesible para tantos artistas,
conquistar el corazón del público. El romance entre ella y nosotros tuvo
vaivenes, sin duda, y no es menos cierto que las últimas décadas la tenían un
tanto olvidada, pero algunos de nosotros no la dejaremos ir… No señor, de
ninguna manera. Nos hizo muy felices, y lo gritaremos a los cuatro vientos. Se
fue de gira eterna este lunes 13 de mayo, pero la magia del cine (y de la web,
por cierto) nos permite volver a ella siempre que queramos. Lo haremos una vez
más. ¡Te amamos Doris! ¡Gracias por la magia!
Mucho
antes de ser conocida por su eufónico nombre artístico, un 3 de abril de 1924
nacía en Cincinnati, Ohio, Doris von Kappelhoff. Era la hija de un matrimonio
alemán que huyó de su patria ante la tremenda crisis económica posterior a la
primera gran guerra. Su vocación artística estaba grabada en sus genes y apenas
concluida la preparatoria le rogó a sus padres le permitieran trasladarse a Los
Ángeles para asistir a una prestigiosa academia de baile. Dueña de una voz
privilegiada —un registro de soprano de coloratura lleno de matices— la danza y
el canto fueron sus primeros amores, y especialmente lo segundo, ya que se
convirtió rápidamente en una intérprete de jazz verdaderamente notable, cuyas
apariciones regulares en la radio, el gran medio de comunicación de los ‘40s,
la volvieron una celebridad. Doris Day aunaba una técnica vocal impecable con
un grado de sentimiento y profundidad emocional únicos, lo que transformaba a
sus canciones en una experiencia única y maravillosa. Un crítico musical de ese
entonces, Clancy Brown (si no nos falla la memoria) llegó a afirmar que Doris
era superior a Ella Fitzgerald porque esta última, dueña de una voz fantástica,
“pasaba” por sobre las canciones a pura técnica pero con poco sentimiento, lo
que —en cambio— a la Day le sobraba.
No nos atrevemos a tanto, pero esa vieja
disputa demuestra hasta qué punto la actriz reinó en el ámbito del Swing. Cantó con la mejores Big Bands de
la época y protagonizó en Broadway varios musicales, aunque su faceta de
bailarina tuvo un forzado descanso luego de sufrir un accidente automovilístico
que casi le cuesta la movilidad de su pierna derecha. Hollywood la fichó al
inicio mismo de la década, aunque en un principio no sabía muy bien qué hacer
con ella. Apareció como extra inhallable en un filme pequeñísimo y olvidable, Thou
Shall not Kill (1939), pero debutará formalmente con un rol (brevísimo,
eso sí) en el célebre musical Lady Be Good (1941, Norman Z. McCleod),
mientras que algunos meses después aparecerá, con otro papel ínfimo, en A
Woman’s Face (1941, George Cukor). Casi siete años transcurrirán —en
los que acrecentó enormemente su prestigio como cantante— hasta que a la Warner
se le ocurrirá la brillante idea de darle un rol secundario de nivel en Romance
on the High Seas (1948, Michael Curtiz), comedia musical que usualmente
se indica como su debut en pantalla. En el rol de la divertida y enamorada
Georgia Garrett logró eclipsar por completo a Janis Paige, quien era la
protagonista efectiva de la cinta. En 1949 la compañía la emparejaría nada
menos que con Jack Carson y Dennis Morgan en It’s a Great Feeling
(David Butler), en la que ambos se interpretaban a sí mismos, logrando un
suceso enorme. Su segunda película formal ya la tenía como protagonista
femenina, lo que indica claramente que tanto técnica actoral, presencia en
pantalla como carisma, le sobraban en demasía. El público la compró de
inmediato y con ambos intérpretes, alternativamente, protagonizó una larga
serie de comedias y musicales durante finales de los ‘40s e inicios de los
‘50s.
Como "Calamity Jane"
Precisamente
en 1950 Doris Day estrenará uno de los grandes éxitos de su carrera, Tea
for Two (David Butler), que estaba basada en el musical de Broadway ‘No,
No, Nanette’. La aun hoy célebre canción que le da título al filme (Té para Dos), se convirtió en el primer
gran hit de su carrera, vendiendo la friolera de 7 millones de simples en menos
de un mes, hazaña irrepetible ni siquiera por los más masivos éxitos de la
actualidad. Ese mismo año, en el que rodó 3 cintas, brilló en el rol de Jo
Jordan para Young Man with a Horn (Michael Curtiz), film basado en la
novela de Dorothy Baker, que presentaba a un trompetista amateur (el gran Kirk
Douglas) enamorado de su prometida Jo (también música), quien luego la abandona
por una sofisticada mujer (Lauren Bacall) que lo introduce en el mundo de las
Big Bands y el dinero. Llegó a opacar a la Bacall, que por entonces estaba en
su mejor momento, pero con esta cinta —precisamente— dará inicio el olímpico
desprecio de la crítica hacia sus capacidades actorales. No se trató jamás de
un ataque virulento ni dañino, como sí pasaba con otros intérpretes que eran
literalmente odiados por los cronistas, ya que Doris era virtualmente adorable
fuera de los sets y atendía con una sonrisa de oreja a oreja a todos los
periodistas, pero sí es cierto que sistemáticamente minimizaban su capacidad y
talento como actriz, concediéndole apenas el mote de “angelada” y
“carismática”. Pero al público parecía importarle un comino la opinión que estos
señores tuvieran de ella, y acudían masivamente a los cines para verla; es más,
durante la primera década de los ‘50s, si alguna revista de cine (como Photoplay, por caso) la tenía en su
portada, invariablemente agotaba la edición en cuestión de horas. En 1953,
luego de una serie de películas de diferente nivel, le llegará su segundo gran
golpe, Calamity Jane (David Butler), biografía en clave de musical de
la mítica pionera del oeste, minera, y luego artista de vodevil Martha Jane Canary–Butler (c. 1853-1903). Doris se adueñó del papel y le brindó humanidad,
picardía y verosimilitud; además, de entre las muchas canciones del filme, Secret Love volvería a ubicarla primera
en ventas por largas semanas. Casi de inmediato, en 1954, Doris Day se toparía
con el gran ídolo de América, el inolvidable Frank Sinatra, en Young
at Heart (Gordon Douglas). Además de la canción del título, la cinta
presentaría gemas como Someone to Watch
Over Me, Just One of those Things y
Hold Me in Your Arms, y se
convertiría en uno de los mayores éxitos de taquilla de ese año. El romance con
el público crecía cada vez más. La crítica, en cambio, la ignoraba
olímpicamente.
En "Ámame o Déjame"
En
1955 Doris Day desembarca en la MGM y estrena Love Me or Leave Me (Ámame o Déjame; Charles Vidor), impresionante
y poderosa biopic acerca de Ruth Etting, cantante y actriz de vodevil muy
famosa en la época de la gran depresión, cuya vida y carrera estuvo marcada a
fuego y violencia por el gángster Martin “the
Gymp” Snyder, quien nunca se casó con ella pero la dominaba integralmente.
Rodada en CinemaScope y con un James Cagney que parecía nacido para ese
violento y detestable rol, Doris se apropió del espíritu de Etting brindando
una actuación memorable, pero sufrió muchísimo con varias críticas despiadadas
que, haciendo hincapié en una cierta frialdad de su parte, hasta llegaron a
utilizar el agraviante término “butch”
(marimacho; también aplicado, en la
época, a las lesbianas).
Luego del thriller Julie (1956, Andrew L. Stone) llegaría una oportunidad única para
su carrera: Alfred Hitchcock la pediría expresamente para que interprete a la
angustiada madre del niño secuestrado en El Hombre que Sabía Demasiado (1956,
The Man Who Knew Too Much), remake de
su propio filme de 1934 rodado en Inglaterra. Y aquí podemos apreciar la
imbécil actitud de la compleja comunidad de críticos norteamericanos, que
salieron a coro a destrozar el filme cuando se trata, en verdad, de uno de los
mejores de toda la carrera del Maestro. Claro está que Doris no iba a ser
elogiada por su actuación si al propio director lo estaban “pulverizando”, pero
al público la opinión de los expertos pareció importarle muy poco, ya que
convirtieron la cinta en la más vista de la temporada. “Que Será, Será…”, la
canción con que el personaje de Doris Day suele arropar a su pequeño hijo (y
que luego le cantará por teléfono para atenuar su miedo cuando esté en manos de
los captores), rompió todos los récords de ventas y hasta hoy día se mantiene
como uno de sus hits más queridos. Seguiría rodando, por supuesto, a un ritmo
notable, hasta que otro rol hecho a su medida le caería del cielo. Nos
referimos a The Pajama Game (1957), genial comedia musical producida y
dirigida por ese monstruo del género que fue Stanley Donen (Cantando
Bajo La Lluvia, 1952; Siete Novias para Siete Hermanos,
1954; Charada, 1963). Basada en el musical homónimo de Broadway, la
cinta fue un éxito rotundo y Doris dio lo mejor de sí, pero tanto la crítica
como la Academia la ignoraron por completo de una manera por demás injusta. Así
entonces, entre mediados de 1957 y mitad de 1959, su estrella se iría opacando
un poco, lo suficiente como para que sus siguientes películas obtuvieran menos
dividendos. Hablamos de un período muy corto, demasiado como para trazar una
constante, pero ocurre que así sucedió, de hecho. Doris no se había sentido
cómoda con Hitchcock, lo percibió distante y poco comunicativo, y esta
situación se filtró a la prensa amarilla que la explotó con creces.
Junto a James Stewart en El hombre que sabía Demasiado
El Maestro
sería taxativo muy poco después, en sus conversaciones con Francoise Truffaut,
en las que dejó perfectamente en claro que —tal como lo hacía con todos sus
actores— él no indicaba absolutamente nada si las cosas marchaban sobre ruedas
como tampoco se molestaba en dar a sus intérpretes las famosas “motivaciones”
del personaje, cuestión típica del “método” Strassberg y de Stanislavsky, ya
que el gran director las consideraba superfluas: lo que el personaje hace y
piensa está escrito ya en el guión, y no se requieren —según su criterio—
mayores explicaciones. Esto no se ajustaba al método de actuación de Doris Day,
por lo que los silencios de Hitchcock la ponían más insegura todavía. Y eso por
no decir que la propia prensa la había puesto en esa situación: se había
multiplicado hasta el infinito el rumor (en parte cierto) de que el Maestro
sólo quería trabajar con Grace Kelly, quien acababa de casarse con el príncipe
Rainiero de Mónaco a finales de 1956 y tenía vedado volver a actuar, y eso puso
a nuestra actriz en una situación peliaguda. No era la primera opción del
mítico director, y ella —con todos los demás— lo sabía; ‘Hitch’, por otra
parte, quizás resentido por la negativa de Rainiero, la trató con menos
cortesía de la habitual, lo que contrastaba con la jocosa camaradería que tenía
con James Stewart, su amigo desde hacía años y frecuente colaborador. Y para
colmo de males, con la sola excepción del éxito de la canción ya citada, otra
vez era despreciada a la hora de las nominaciones al Óscar y vapuleada por la
crítica. El público se vio influenciado por este clima y, aunque parezca
sorprendente, sus 4 filmes posteriores (incluido el ya citado y magnífico “The
Pajama…”) obtuvieron menores ingresos de taquilla. ¿Se podía hacer algo
al respecto?
junto a Rock Hudson en un alto del rodaje de Pillow Talk
Sí,
se podía. Y se pudo. Estamos ahora en el segundo semestre de 1959 y la nueva casa de Doris Day —Universal Pictures—
estrena con bombos y platillos la genial Pillow Talk (Charlas de Alcoba; Michael Gordon), comedia sofisticada que
literalmente revolucionó el género. Todos los grandes críticos e historiadores
del cine coinciden en que Pillow Talk fue la gran bisagra de
la comedia: la llevó a la modernidad, a los geniales años ‘60s, a una renovada
sensibilidad. Esto ya había pasado antes; ningún otro género muestra tan
claramente el paso del tiempo como la comedia, y así como Ernest Lubitsch la
renovó y recreó para la primera década y media del sonoro, y luego Preston
Sturges la revitalizó en los ‘40s y primeros ‘50’, y finalmente Frank Tashlin y
Billy Wilder la redefinirían para los ‘60s, es la película que nos ocupa la que
abre la puerta a estos dos creadores (y a otros más, Jerry Lewis incluido) para
diseñar una comedia más subversiva y disruptiva, menos esquemática y más
abierta a otras facetas de la cultura pop. Producida por su segundo marido y
agente, Martin Melcher, Pillow Talk contó con un as de
espadas que la valorizó infinitamente, el guión de un grande como Stanley
Shapiro (con una ayudita de Maurice Richlin), autor de genialidades como Operation
Petticoat (1959, Blake Edwards) o Bedtime Story (1964, Ralph Levy). Shapiro
escribiría otros vehículos para Doris, todos ellos excelentes, y también para
otros artistas (caso Come September/ Tuya en Septiembre; 1961, Robert Mulligan; protagonizada por Rock
Hudson y Gina Lollobrígida), pero quedará claro que desde este momento la
comedia ya no podría quedar en manos de guionistas advenedizos o de segunda. Es
más, esta será la década en que florezcan los directores que también escriben
sus historias, comenzando la edad de oro del “cine de autor” en el rubro. Otro
acierto del filme consistió en ir a buscar a un galán de otro género, que jamás
hubiera hecho comedia, para así darles una vuelta de tuerca a las convenciones
que el público daba por sentadas. El elegido fue Rock Hudson, quien venía de
protagonizar melodramas a las órdenes de Douglas Sirk. Doris no estaba
convencida en absoluto, pero al cabo de la primera entrevista, en la que además
le pidieron leer unas páginas del guión, tanto ella como Melcher dieron un
entusiasta visto bueno.
Los resultados finales quedaron a la vista. El trío
protagónico, completado por el genial Tony Randall, se robó la admiración de
crítica y público, tanto que por primera y única vez Doris Day obtuvo su
esperada nominación al Óscar a Mejor Actriz. Ella y Rock, que se volvieron
amigos íntimos desde entonces, protagonizaron dos filmes más, Lover
Come Back (1961, Delbert Mann) y la magnífica Send Me No Flowers (1964,
Norman Jewison), esta última presentando el maravilloso tema homónimo compuesto
por el Maestro Burt Bacharach y con letra de Hal David. Este fue el período más
luminoso de la carrera de la actriz, cuando se convirtió en la reina absoluta
de la comedia sofisticada y sutilmente ‘sexuada’, sin las mojigaterías de
antaño. Doris y sus guionistas “crearon” un tipo de personaje, que se repetía
de filme a filme, consistente en una mujer independiente y usualmente
profesional, consciente de sus atributos, que si bien acepta el rol de esposa y
madre como algo natural, sin embargo “vende” su sexualidad —el derecho a
acceder a su cuerpo— muy cara; alguien que no se entrega ni por capricho ni por
mucho que se esfuerce su galán. Claro que estas pelis todavía tienen algunas
ingenuidades, cuando menos vistas desde nuestra cínica posmodernidad líquida (como
el recurso a los pensamientos de los protagonistas por medio de su voz en off,
o ciertos clichés acerca del rol femenino en la sociedad), pero son, sin duda
alguna, una racha de aire fresco que todavía resopla.
Junto a Jack Lemmon
De
aquí en más, Doris Day hizo lo que quiso, tal la libertad que alcanzó merced a
su enorme popularidad. Desde thrillers de suspenso como la climática Midnight
Lace (Encaje de Medianoche;
1960, David Miller), geniales musicales como Billy Rose’s Jumbo (1962,
Charles Walters), o espléndidas comedias como That Touch of Mink (1962,
Delbert Mann), Doris trabajó durante los ‘60s como nunca y con un éxito
inextinguible. Por supuesto, estamos obviando montones de filmes, ya que no
podemos reseñarlos a todos, pero vale citar —sin embargo— perlitas como The
Glass Bottom Boat (Una Sirena
Sospechosa; 1966, Frank Tashlin), comedia romántica y de espionaje
absolutamente delirante y deliciosa, en cuya segunda parte se luce este genial
director que literalmente le enseñó a dirigir a Jerry Lewis (y quien a su vez
mejor lo dirigió, caso Artists and Models, 1955, la mejor
del dúo Lewis-Dean Martin), o la brillante Please, Don’t Eat The Daisies (Por favor, No Pisen las Flores; 1960,
Charles Walters). Sin embargo, Doris decide retirarse del cine en 1968, año en
que rueda dos cintas (Where Were you When the Lights Went Out? y
With
Six You Get Eggroll, esta última su despedida), ambas mediocres y sin
brillo, cosa que tanto ella como el público supieron advertir. Además, ya vimos
que se había instalado una fórmula en la que Doris era, invariablemente, la
chica soltera e independiente que —de hecho— ya no podía ser en realidad, ya
que por mucho que los iluminadores y maquilladores se esforzasen, la actriz y
cantante ya era toda una mujer madura; increíblemente bella y bien conservada
(fea expresión, pero no hallamos otra), pero muy lejos de la juventud.
Junto a Ronald Reagan
Ahora
bien, ella no era prisionera de un sistema que la amordazaba, ya que en
realidad había colaborado activamente en establecer dicha dinámica. El mejor
ejemplo lo hallamos en la inolvidable comedia dramática El Graduado (The Graduate, 1967), que disparó la
carrera de un jovencísimo Dustin Hoffman y renovó la fama de una entonces
madura Anne Bancroft, quien disparó los ratones de dos generaciones con su
mítico rol de la Sra. Robinson. Mike Nichols, el talentoso director del filme,
quería expresamente para el papel a Doris Day, y los productores estuvieron de
acuerdo; pero Doris no, y nada pudo hacerla cambiar de opinión. Se negó de
plano a interpretar ese jugadísimo rol así como ya no quiso asumir trabajos en
dramas. Por lo tanto, no le quedaba otro remedio que abandonar la industria.
Sin embargo, ese no sería el final. La televisión le abrió las puertas con The
Doris Day Show (1968-’73), una sit-com que además presentaba a las
mejores cantantes del momento, y hasta tuvo tiempo de lanzar su libro de
memorias, Doris Day: Her Own Story (1976).
con Sinatra y Lauren Bacall en una fiesta
En
cuanto a su vida afectiva, la actriz fue siempre muy reservada, aunque se
harían públicas (a su pesar) las humillaciones y golpes a que la sometió su
primer marido, con quien tuvo a su único hijo. Martin Melcher sería el segundo,
y las cosas fueron tan bien que el muchacho adoptó su apellido, sin embargo,
luego del divorcio, Doris descubriría que su ex le había dejado enormes deudas
fiscales y privadas, de las que ella nada sabía. Fue un duro golpe, ya que su
época de oro había pasado y tampoco contaba ya con los ingresos de la tevé,
pero afrontó esas deudas con una gran dignidad, mientras se negaba a abandonar
sus otras luchas —que le costaban su buen dinero— las que consistían en la que
sería la primera asociación de lucha contra el Sida/Aids (recuerden que asistió
hasta el final a Rock Hudson, su gran amigo, en su pelea contra la enfermedad)
y otras de defensa de los derechos de los animales. Se casó dos veces más, pero
nunca se supo demasiado acerca de estas relaciones. Pero lo más importante
radica en que jamás se opacó su estrella como actriz o cantante. En cualquiera
de dichos roles, siempre algo la traía de vuelta a la consideración pública.
una de sus últimas fotos
Como pasó, por ejemplo, con Peyton Reed (director de la divertida Ant-Man
and the Wasp, 2018), quien la homenajeó expresamente en su gran comedia
Down
With Love (Abajo el Amor,
2004), filme que también escribió y que contó con actores de lujo: Renée
Zellweger, Ewan McGregor y un veteranísimo Tony Randall. La cinta mezclaba
elementos claramente reconocibles del guión de Pillow Talk con otros de
la divertida comedia con Frank Sinatra, Come Blow Your Horn (Si mi Alcoba Hablase; 1963, Bud Yorkin).
Reed y su film lograron sacarla temporalmente del retiro para un homenaje
público, en el que le agradecieron por su aporte al género. Por ello, porque
moldeó una época y le dio su impronta a todo un género, y porque además nos
sigue arrullando con su voz única y profunda, seguiremos amando a Doris;
seguiremos viendo sus comedias con la misma ingenuidad que teníamos allá por
los ‘70s, cuando las disfrutábamos en blanco y negro por la tele argenta…Y seguiremos siendo fieles a su incombustible
sonrisa, esa que no se extinguirá jamás.
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