por Leonardo L. Tavani
Calificación: Muy Buena ★★★★
Bad Samaritan – EE UU, 2017
Dir. : Dean Devlin –
Guión: Brandon Boyce -
Con: David Tennant,
Robert Sheehan, Kerry Condon
Carlito Olivero, Jacqueline Byers y
Tracey Heggings.-
Global Pictures Inc. Dur.: 110 min.-
El thriller de suspenso tiene una
larga e ilustre prosapia, la cual halla en el inmortal Alfred Hitchcock a su
cultor más perfecto e irreductible. Sin embargo, el Maestro se dio de bruces
durante gran parte de su increíble carrera con las odiosas limitaciones de la
censura, llámense estas Código Hays de Producción, Liga Católica de la
Decencia, Damas Americanas por la Decencia en el Cine, etc., etc. Al orondo
inglés le fascinaban las historias de personas comunes inmersas
subrepticiamente en una trama que los superaba, y esta afición dio por
resultado cuando menos un puñado de las mejores cintas del género en la
cinematografía mundial. Pero había un problema, y este consistía en que el
héroe, el muchacho “bueno”, nunca podía ser un individuo de dudosa moral; esto
estaba políticamente prohibido, lo que limitaba —en ocasiones— el impacto de
ciertas historias, ya que resulta indudable que un protagonista éticamente
ambiguo ofrece mayor abanico de ideas para los guionistas. Recién en su último
filme, Family Plot (Trama
Macabra, 1976), Hitchcock pudo darse el lujo de que sus “héroes” fueran una
pareja de adorables estafadores, nada que ver con un modelo de ética ciudadana.
Aclaración necesaria, empero, consiste en recordar que tanto Norman Bates como
Marion Crane, los protagonistas de la magistral Psycho (Psicosis, 1969), son personas poco probas
—cierto es— pero nótese que ella se arrepiente del robo y decide regresar a
Phoenix para devolver el dinero justo antes de ser asesinada, lo que en
términos metafísicos implica una forma retorcida de castigo y expiación;
mientras que Norman consigue nuestra adhesión y simpatía, a pesar de ocultar
las huellas del crimen, precisamente porque se nos hace creer que la homicida
es su despótica madre, y ¿qué espectador con sangre en las venas sería capaz de
entregar a su propia mamá? Pero volvamos a nuestro razonamiento. Los tiempos han
cambiado y los antihéroes son moneda corriente tanto en cine como en tevé, lo
que —más allá de la calidad del producto de que se trate— siempre resulta una
saludable opción. Hay más jugo para extraer de las historias, existen más
ambigüedades, se permiten mayores vueltas tuerca… en fin, que un protagonista
con mucho que perder y demasiado para ocultar enriquece la trama de maneras
insospechadas ya no hay quien lo dude. Pues bien, Bad Samaritan (El Mal Samaritano, 2017; Dean Devlin)
hace uso de un personaje simpático y entrador que, sin embargo, es un ladrón de
poca monta, un tipo tan mediocre y carente de norte que ni siquiera sabe cuidar
sus huellas o tan siquiera tomarse en serio su “actividad”. Este chambón (créannos, no hay otra palabra
mejor para describirlo que esta tan usada por nuestros abuelos) cruzará caminos
con un psicópata de características espeluznantes, el peor de los objetivos al
que se podría robar (y por ende, hacer enojar). Veamos cómo salió esto.
Bad
Samaritan es una película magnífica y por momentos asfixiante, un
ejercicio cinematográfico de sorprendente factura y sólida narrativa. Sin
abusar de efectismos de manual, carente de pretensiones elitistas (lo que,
paradójicamente, la coloca muy, muy cerca de ser una obrita de arte), la cinta
se luce al mostrar la cara oculta, o más bien el lado “B”, del American Way of
Life, o cuando menos lo que el posmodernismo cínico ha dejado de él. Antes que
nada tenemos a Sean, un joven fotógrafo rebelde y cabeza hueca que vive casi
sin un centavo, quien le oculta a su novia la doble vida que lleva: junto a su
mejor amigo, un chico latino con quien atiende el ‘valet parking’ de Nino’s, se ocupa de rapiñar las casas de
los clientes que les confían sus vehículos. Una noche como tantas otras llegará
una impactante coupé Maserati conducida por un petulante individuo. Sean
utiliza el GPS de la computadora de a bordo y llega hasta su casa; con
idénticas mañas activa la entrada del garaje y penetra en la impactante
mansión. Todo parece marchar sobre ruedas, su compinche lo mantiene al tanto de
los movimientos del cliente dentro de Nino’s y él se entretiene imaginando
cuanto podrá sacar de las cosas que piensa hurtar. Hasta que sucede lo inimaginable.
No lo espoliaremos, pero lo que Sean ve aterrorizaría hasta el más frío de los
mortales. El tiempo se acorta, el ladronzuelo debe abandonar todo intento de
salvar a algo o a alguien y, producto del terror que lo embarga, deja un par de
huellas inocultables que delatan su paso por la tétrica morada. A partir de
allí, tanto para nuestro protagonista como para los espectadores, comenzará una
imparable carrera contra el tiempo que llenará de angustia y producirá tales
descargas suplementarias de adrenalina en estos últimos como para no lograr
conciliar el sueño por un mes. Sean luchará contra su sentido de auto
conservación y, contra todo pronóstico, acudirá a la policía y lo confesará
todo. Pero nadie le creerá, y la astucia, los recursos y la audacia de su feroz
oponente lo colocarán —también a él— en el rol de la víctima. Otra víctima más,
mejor dicho. Pues bien, hasta aquí, y teniendo en cuenta la sabia ocultación de
datos que les hemos escatimado para que se impacten como es debido al verla, la
trama podría parecerles más de lo mismo pero con la salvedad de contar con un genuino
tunante en el rol de “héroe”. Pues nada está más alejado de ello que Bad
Samaritan. El filme transita por caminos trillados, o eso aparenta,
pero lo hace marcando una inteligente ruta propia, una que lo aleja de los
estándares del género. No es poco mérito, pueden creerlo.
Estamos en Portland, capital del
estado de Óregon, y en su geografía se mueven estas criaturas que no pueden ser
más opuestas. Una, un ser sin norte ni demasiado sentido de la ética,
descubrirá ante el horror más infinito que ya no puede seguir siendo
indiferente, aunque ello le cueste la vida o la libertad. La otra, una personalidad
ultra obsesiva, controladora y maníaca, parece perder —por vez primera— el psicopático
control que ejerce sobre todo su mundo interior y exterior por causa de esta
inesperada intrusión. Ambos, el muchachito descarriado y el atildado asesino,
despertarán en el otro (su opuesto complementario, de hecho) componentes
dormidos o domeñados de sus respectivas personalidades. Esta dualidad está
marcada con sutileza en el guión, que es de una hechura impecable y de una
concisión y calidad casi inusuales en el cine yanqui contemporáneo. Pero nada
funcionaría sin sus dos magníficos actores protagónicos, quienes entregan
sendas actuaciones comprometidas y vibrantes. Nos referimos, cómo no, al inglés
David Tennant (The Decoy Bride, 2011/Jessica Jones 1st. Season), quien
compone a Cale Erendreich, un asesino psicópata que escapa a todas las
encarnaciones anteriores de este tipo de personajes, un ser aterrador y
profundamente perturbado, cuya vida gira en torno al control absoluto de las
personas, su “doma” (como él lo llama) y a la obtención enfermiza de
reafirmación a través de la destrucción minuciosa de la personalidad y la
individualidad del ‘otro’. Tennant, aquí a años luz de su tan recordada
encarnación del “Doctor” en BBC’s ‘Doctor Who’, le da infinitas
variantes a su rol y evita a toda costa, insistimos, los típicos lugares
comunes de rigor. El británico, con este papel, ya se ha ganado un lugar de
preferencia en el panteón de los mejores psicópatas del celuloide, junto al
James Gumb de Ted Levine y el Hannibal Lecter de Anthony Hopkins que aparecen
en El
Silencio de los Inocentes (1991, Jonathan Demme), el escalofriante
Predicador Harry Powell que interpretó Robert Mitchum en The Night of the Hunter
(1955, Charles Laughton), o el peligroso tío Charlie de Joseph Cotten en La
Sombra de una Duda (Shadow of a
Doubt, 1943; Alfred Hitchcock).
La contraparte de este binomio es el Sean
Falco de Robert Sheean, joven intérprete que brinda una actuación conmovedora y
absolutamente ajustada, sensible, siempre creíble y con la nada despreciable
cualidad de conseguir ganarse tanto la simpatía como la empatía por parte del
espectador, quien rápidamente disculpa las debilidades en la personalidad del
muchacho al advertir la profunda nobleza que habita, tal vez demasiado dormida,
en lo más arcano de su alma. La otra gran baza de esta producción consiste en
la prodigiosa manera que hallan tanto Brandon Boyce (guionista de lujo, en este
caso) y el director Dean Devlin para contar el cuento sin repetir esquemas
harto transitados y lograr sorprender a los espectadores sin que ello
signifique sobresaltarlos con obviedades y excesos recursivos. Devlin, en
particular, logra la proeza de conseguir climas asfixiantes y opresivos en
espacios abiertos y en secuencias de suma tensión, ya que el cariz de esta
historia bien podría haber transcurrido en un par de locaciones cerradas que
reforzasen (supuestamente) la claustrofobiedad de su naturaleza. Pero eso
hubiera sido un error que habría derivado en una catarata de lugares comunes,
los que Bad Samaritan, insistimos hasta el hartazgo, logra evadir como
a la peste. El director, vale recordarlo, fue el antiguo colaborador y amigo
personal de Roland Emmerich, para quien coescribió los guiones (además de
producir) de, entre otras, Universal Soldier (1992), la
recordada Stargate (1994) y el blockbuster Independence Day (1997),
luego de la cual comenzaron a surgir ciertas tensiones en el tándem creativo
que derivaron en la ruptura tanto personal como comercial. Cuando hubo que renegociar
el reparto de ganancias, de acuerdo a los derechos de copyright, derivados de
las varias series surgidas de Stargate, Emmerich —según se supo—
negó la autoría de Devlin sobre algunos personajes y situaciones del guión,
obteniendo para sí una mayor proporción de ingresos. Devlin, quién en realidad
había creado el script original desde cero y era el legítimo autor del
personaje central, el Dr. Daniel Jackson (James Spader), se sintió traicionado
por ello y al cabo tomó nuevos rumbos. Le costó hacerse de un lugar propio ya
que su figura quedó muy ligada al cine de alto impacto efectista de su ex
socio, pero a juzgar por los resultados presentes nos estábamos perdiendo de un
director sutil, dueño de múltiples recursos y alto sentido del control
artístico del film integral.
En definitiva, si recomendamos con
tanta insistencia esta película, ello se debe a la refrescante mirada que aporta,
a la saludable vuelta de tuerca que le da al género, y —sin lugar a dudas— a la
altísima calidad de su realización. Como lo apuntamos más arriba, al describir
las personalidades de sus personajes principales, Bad Samaritan se da el
lujo de brindar un subtexto muy rico en lo simbólico y en lo psicológico, se
permite innovar a la hora de presentar la acción dramática, y consigue pintar,
cuando menos, un par de seres con características tan ricas como fascinantes.
No estrenada comercialmente en nuestro medio, la web permitirá disfrutarla sin
obstáculos. A no perdérsela.-
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