por Leonardo L.
Tavani
Bombshell (o Escándalo, 2019; Jay Roach) (Regular ★★) acaba de estrenarse en nuestra ciudad precedida por una polémica que no se agota. Basada en hechos reales, narra el momento en que la única periodista mujer que tenía un lugar de relevancia en Fox News denunció los abusos sexuales a que la sometió su superior inmediato, el responsable ante Rupert Murdoch de la cadena noticiosa. Cuando ella lo hace, y a pesar de la guerra abierta que la empresa emprenderá en su contra, varias empleadas más —incluyendo un par de productoras ejecutivas— se unirán a su demanda revelando que la aberrante conducta del anciano empresario era cosa común, tolerada tanto por la compañía como por todo el staff. El filme lo tenía todo para triunfar y servir, además, de faro social para despertar consciencia ante una práctica tan habitual como denigrante.
Lamentablemente se pierde en su propio laberinto y fracasa miserablemente en todos los frentes: es una película aburrida —pero realmente aburrida; conste que lo afirma un amante del género dramático y el melodrama, más allá de su rol de crítico— discursiva, superficial e inconsistente en lo dramático. Arranca rompiendo la “cuarta pared” simbólica, con Charlize Theron guiando a los espectadores por el universo de la empresa y contándoles cómo funcionan las cosas allí. Esa artificialidad, siempre peligrosa cuando no la usa un director experto en rupturismo (caso Tarantino), acaba en nada cuando el filme cambia bruscamente de tono y abandona dicha forma narrativa pasando a modo “cháchara interminable”; pero aún así podría tratarse de un problema menor si todo el resto se hiciera creíble, cosa que no sucede jamás. Para colmo, y no vayan a pensar que esto un tema menor, la catarata de planos close-up a Theron y Kidman (Close-up: plano detalle del rostro muy cerrado, que lo hace abarcar toda la pantalla. Es más difícil de lograr en el formato Panavisión, ya que inevitablemente quedará algo de espacio en los laterales, pero funciona de todos modos) delatan la reciente cirugía plástica de la primera, que la ha transformado literalmente en otra persona, y las más de 100 de la segunda, quien debería mostrar su pasaporte en pantalla para que sepamos que efectivamente se trata de ella. Insistimos, no es algo baladí, porque todo el tiempo uno se olvida de seguir la trama (lo que no es muy difícil que digamos, convengámoslo…) y se pregunta insistentemente qué demonios les pasa a estas mujeres para someterse a una carnicería semejante.
Si nos permiten la digresión, Meg Ryan (la eterna novia imaginaria de este bloguero) se destruyó a sí misma poniéndose en manos de verdaderos criminales del bisturí. Por cierto que Hollywood es cruel y exigente —y nuevas jovencitas se tornan estrellas de la noche a la mañana todos los días, lo que presiona aun más a las estrellas mayores de 40— ¿pero por qué diablos le temen tanto a envejecer digna y naturalmente? Acorde con la temática del film, muchas lectoras nos responderán que ello obedece al problema del patriarcado y el machismo en la industria cinematográfica, pero no estamos tan seguros de lo unívoco de tal aserto, porque hasta el productor más sexista e hijo de p… que puedan imaginar tiene que reconocer que una actriz no se acaba a los 30 años y que toda película ofrece roles para personajes mayores… y si no, vean a la diosa de Judi Dench, que no para de trabajar y ya es una respetable anciana en toda regla!!! Pues bien, corridos ya del tema de la distracción por “deformidad plástica”, resta apuntar lo más triste del asunto, que resulta imposible dilucidar si el trío protagónico actúa bien o no (y que conste que las tres son magníficas actrices), ya que tanto el guión como la mediocre dirección de Jay Roach (habitual perpetrador de atrocidades con Adam Sandler) se encargan de boicotear diligentemente la labor de sus actrices. Ellas recitan parlamentos larguísimos, ponen carita de sufrimiento (¡cuando se los permite el bótox!) y se visten impecables, pero del resto… ¡a buscarlo en otra película! De todos modos se salvan de la quema Margot Robbie, quien sí le pone alma y emoción a su labor —y no necesita todavía de cirujanos plásticos fugitivos— y John Lithgow, ese gran actor que aquí se hace cargo de un personaje áspero y complejo, el depredador sexual de marras. El resto no alcanza ni para justificar el 20% del valor de la entrada, que bien cara es en nuestro país. Más vale perderla que encontrarla.- Recién lanzada por Netflix en su plataforma, pudimos ver All The Bright Places (2020) -Excelente ★★★★★- bellísimo y emocionante filme de Brett Haley, basado en la novela semi autobiográfica de Jennifer Niven, quien también coescribió el guión y coprodujo la cinta. Película independiente hasta la médula, la que durante 2017 y 2018 —todavía como proyecto— no lograba interesar a ningún Estudio, encontró finalmente en la empresa de la “N” roja el motor adecuado para echar a andar; y esta vez eso ha resultado auspicioso. Veamos. Violet y Finch se conocen una mañana en que la jovencita está a punto de arrojarse al vacío desde un puente. Meses atrás, su hermana mayor murió en un accidente automovilístico dejando a la adolescente sumida en una profunda depresión. Pero Finch, que la rescata casi inopinadamente de ese momento terrible, no está en absoluto exento de problemas. Es el raro de la preparatoria, el tildado de “freak” (fenómeno), y todo ello a causa de ciertos trastornos de la personalidad que el muchacho sobrelleva como puede. Motivos para padecerlos, le sobran. Su madre está prácticamente ausente, su padre —lejos y con otra familia desde hace años— lo golpeaba salvajemente, apenas si tiene un único amigo y en la escuela su desempeño se halla en entredicho. Como se ve, ambos chicos están emocionalmente quebrados, pero al ir compartiendo sus días, sus secretos y acaso sus miedos más íntimos, acaban por enamorarse genuinamente. Ella tiene pruritos a la hora de permitirse sentir, ya que lo vive como una traición a la memoria de su hermana, pero la fascinante “locura” de Finch acaba por devolverla al mundo de los vivos. Claro que el vínculo no será fácil, ya que el muchacho no es un individuo ordinario y sus demonios lo persiguen y acosan precisamente ahora que el verdadero amor ha golpeado a su puerta. El filme es sencillamente maravilloso, dotado de una sensibilidad y buen gusto admirables, y va construyendo un collage que, a modo de esas notitas autoadhesivas con que Finch cubre las paredes de su habitación —recordatorios de qué y cómo sentir cuando lo invaden esos momentos de vacío y angustia—, nos introduce en las almas y los corazones de estos jovencitos a los que el sinsentido del dolor los ha atrapado demasiado pronto. Lo sensacional de esta producción consiste en ver cómo la pareja adquiere madurez afectiva y psicológica a partir del absoluto despojo de máscaras y poses. Ambos comienzan a frecuentarse sin pretender nada, sin voluntad ni energía para jugar a las escondidas: uno apenas si puede con su alma y la otra no se perdona el no haberle impedido a su hermana jugar con el acelerador; a ella, otrora “cool” y popular, la miran con extrañeza y ansiedad, como si haber sobrevivido la transformara en un ser marcado por un hado oscuro, y a él lo rechazan sin darle jamás la oportunidad de demostrar quién es en realidad.
Con un ritmo narrativo justo y perfecto, con secuencias que jamás se exceden ni se abandonan al subrayado, All The Bright Places resulta una sutil guía para enseñarnos cómo demoler nuestros prejuicios y cómo aprender a percibir el mundo y disfrutar de él incluso desde y con el dolor a cuestas. Esperanzada y optimista, pero también realista y cruda, su trama da un giro trágico que el espectador sabrá entender y aceptar como parte de una lógica inatacable a la vez que realista; y quizás por eso mismo la película transmite al cabo un mensaje luminoso y profundo sin bajar línea, sin permitirse jamás hacer concesiones ni al espectador ni a sus propios personajes. Ello la convierte en una cinta que hubiera sido impensable desde la lógica de un gran Estudio, puesto que estos se encuentran atrapados en la pura praxis del lucro a toda costa. Habrá que agradecer, pues, que Netflix —empresa que venía haciendo agua con muchas de sus películas, salvando ciertas excepciones— haya acogido esta historia humana y agridulce que merecía indudablemente ver la luz. Finalmente, resta decir que la película no sería lo que es sin la descollante presencia de sus dos protagonistas: Elle Fanning, sencillamente deslumbrante —cada día actúa mejor y logra transmitir emociones hasta con un simple movimiento de párpados— aporta a su Violet un grado inusitado de despojada humanidad, a un tiempo contradictoria pero envalentonada por el amor, ella moviliza al espectador tanto como lo compromete; y Theodore Finch —para nosotros una revelación— compone a un Finch tan profundamente desgarrado que resulta imposible no desear traspasar la pantalla para decirle que las cosas van a mejorar, que siempre se puede volver a la luz. En definitiva, drama con sutiles toques de comedia que alcanza momentos de una belleza y profundidad insondables, All The Bright Places conmueve, emociona, permite pensar y deja en la boca un dulce y a la vez amargo sabor a sinceridad. Indispensable.-
Hunters (Amazon Originals, 2020)-Excelente
★★★★★, aunque con grandes reservas- es una serie que bien podría definirse como una de las más
perfectas, impactantes, dramáticas, atrapantes, electrizantes y creativas de
los últimos 15 años. ¿Exageración? En absoluto; basta ver un par de episodios
para estar automáticamente de acuerdo con estos elogios, pero… Qué cosa ¿eh?…, siempre hay un “pero”, ¡¡¡¡condenados yanquis mother
fuckers!!!! ¡¡¡Pieces of Shit!!! En verdad, ¿¿¿qué m….a les pasa??? Vean, el décimo y último episodio de esta
maravillosa producción lanza al vacío (¡qué
digo… a un cráter escupiendo lava!) todo lo sensacionalmente brillante que
había construido hasta entonces, y lo hace con una ignominiosa falta de pudor y
decencia, como si nadie entre las casi dos docenas de productores que sacan
pecho desde los títulos de crédito se molestara siquiera en razonar siquiera
ocho segundos al día. El único avergonzado, y créanme que se nota, es Al
Pacino, quien juega esa última secuencia suya como si súbitamente hubiera
olvidado cómo actuar bien, con un desgano y una falta de compromiso que hasta
un gato moribundo advertiría de inmediato. Hasta entonces había dado una
genuina lección de actuación en 9 partes, que daba como para otorgarle todos y
cada uno de los premios actorales disponibles alrededor del mundo, pero cuando
llega esa fatídica escena el hombre activa el piloto automático y se limita a
ganarse el salario. Lo entendemos. Los guiones de esos 9 episodios resultan tan
brillantes que indudablemente no pudo resistirse a firmar el contrato, por lo
que imaginamos que se habrá conformado a sí mismo pensando que ese único mal
trago pasaría rápido, y que en definitiva el pinchacito para la BCG duele más… !!!! Pero créanme, a David Weil
(creador y coautor del envío) y al resto de su equipo ¡¡¡¡habría que fusilarlos, resucitarlos y volverlos a fusilar 139 veces
consecutivas, dammit, dammit, dammit!!!!
Bueno, ya me descargué (o eso creo…);
ahora vayamos en serio. Hunters utiliza el recurso que ideó
Tarantino para su Bastardos Sin Gloria
(Inglorious Basterds) —y que ahora
repitió sin ruborizarse en Once Upon a
Time in Hollywood— pero lo hace incluso con mayor maestría y perfectos
resultados. Ciertos eventos históricos se verán alterados o tendrán diferentes
resultados y algunos personajes históricos no habrán acabado como lo indican
las crónicas. La trama es realista (un grupo heterogéneo de cazadores de nazis
liderados por un judío millonario sobreviviente de Auschwitz en la Nueva York
de 1977, quienes se topan con una conspiración de proporciones bíblicas) y en
la que a su vez pasan cosas de un dramatismo, una violencia y un grado de absurdo
tan delicioso que el espectador queda automáticamente hipnotizado por ella.
¿Qué pasó entonces? Pues que este es un producto norteamericano de pura cepa,
absolutamente hijo de su tiempo y del estado en que se halla su industria de
origen, y ocurre que en el ámbito del cine y la tevé yanquis reina una absoluta
desesperación por recaudar dólares, esclavizar audiencias y conseguir abonados
y publicidad a cualquier costo. Entonces, exceptuando productos como las
recientes dos temporadas de Jack Ryan (también de Amazon) —un
verdadero ejemplo de perfección narrativa con cero concesiones al espectador— los productores acaban usualmente por
enloquecer y echan mano de cualquier recurso con tal de impactar, sorprender y
ponerle los pelos de punta a la audiencia. En un país que literalmente ha
enloquecido, en dónde todo se magnifica hasta niveles de delirio y no se puede
ganar así sin más, sino que hay que hacerlo por ‘67 a 0’ y quebrándole las
piernas a cuando menos 7 jugadores rivales, una serie o una película sobria,
bien construida y cuyo desarrollo dramático sea coherente con su propia sustancia,
pues les parece poco… les sabe a poco. ¡Y los idiotas creen que a todos los
demás nos lo parecerá también! Bueno, quizás a ellos sí, ya que de tanto
Marvel, DC Comic, terminators, ‘idiotators’
y ‘boludators’ por el estilo, sus
cerebros —y lo que es peor, sus gustos tele-cinematográficos— se les han
atrofiado: si no ven en pantalla la explosión más grande, el engaño más
monumental, la persecución más artificial y —como en este caso— la vuelta de
tuerca y el giro argumental “más
ultra-archi-requeterecontra retorcido”, entonces parecen creer que han
perdido su tiempo y se aburren. Es una audiencia que se parece a los chicos
hiperactivos con síndrome de déficit de atención, si no capturás su atención
cada 9 segundos se aburren y pasan a otra cosa. Los que han perdido la sensatez
son los productores, guionistas y realizadores, que han olvidado que al público
se lo conduce, se lo guía y se le “enseña” a ver y degustar un producto
audiovisual. Limitarse a desgañitarse por complacer a la audiencia a cualquier
costo no conduce a nada, más bien a una segura colisión. Hunters, lamentablemente, hace precisamente eso, en parte porque no
puede conformarse con haber presentado a un personaje (el de Pacino) complejo,
contradictorio y rico en matices, y además porque prefiere ir a lo seguro y
asegurarse una segunda temporada que los fans se desesperen por ver, tanto como
para agotar las existencias de ansiolíticos en las farmacias. Para lograrlo,
pues, echa mano de un epílogo en algún ignoto lugar de Argentina —(Cuidado, viene
SPOILER)— ¡¡¡¡¡¡con Eva Braun y Adolf Hitler vivitos y coleando y
tramando dominar al mundo!!!!!! Lo siento, no pude dominarme, tenía que
decirlo… bastante esfuerzo me representó morderme la mano para no contarles en
qué diablos consiste el insultante golpe bajo respecto de Pacino!!!!
Después
de nuestra amarga queja, ¿qué nos queda, entonces? Pues mucho, sin embargo, ya
que cada uno de esos 9 episodios previos resultan una obra maestra en sí mismos
y la serie en general está actuada como los dioses, presentando a un puñado de
actores y actrices que le sacan lustre al viejo arte para el que escribían
Sófocles y Esquilo; pero su conclusión resulta tan calculada, tan
contradictoria, tan a contrapelo de lo mostrado hasta allí, que uno no puede
menos que decepcionarse en cuestión de segundos, tal y como se desinfla un
globo pinchado. Apenas un capítulo antes de la conclusión este crítico lloró
como un niño ante una de las secuencias más estremecedoras y conmovedoras que
se haya visto en una serie cualquiera, jugada con absoluta maestría por esos
dos monstruos de la actuación que son Carol Kane (Dog Day Afternoon,
1975/ Annie Hall, 1977/ Scrooged, 1986) y Saul Rubinek (Wall
Street, 1987/ Unforgiven, 1992/ Nixon,
1995), y aunque el producto —lo repetimos— oscila todo el tiempo entre el drama
político policial y cierto absurdo propiamente “tarantinesco”, lo cierto es que el balance entre sus componentes
resulta simplemente perfecto hasta su “fucking” final, cuando claramente se
burlan de nosotros manipulándonos asquerosamente, considerándonos súbitamente
como meros consumidores carentes de raciocinio.
Insistimos con que ya no sabemos qué cuernos les pasa a estos muchachos del norte, porque la desesperación por el dinero y el éxito no logran —al fin de cuentas— explicar tanto autoboicot, pero lo cierto es que este no es el primer producto yanqui que se pega un tiro en el pie por el puro placer de transgredir las reglas narrativas, sorprender a como dé lugar y enloquecer al espectador. Por el contrario, es el más reciente de una larga e inacabable lista. Casi que uno podría asegurar que únicamente The Marvelous Mrs. Maisel —con sus hasta ahora tres fantásticas y fascinantes temporadas— se mantiene como una serie americana que no solo sostiene, sino que mejora su calidad con cada episodio, pero tal vez ello sería una exageración de nuestra parte… ¡¡¡o no tanto!!! La verdad es que David Weil, se lo concedemos, concibió una idea por completo original (no está basada en ninguna otra fuente) que estaba destinada a la posteridad, pero ese final —¡cielo santo!— lo arruina todo, fundamentalmente porque se trata de un puro, duro, calculado y meditado GOLPE BAJO!!!!! Una verdadera lástima, ciertamente, pero que conste que por esta vez no modificaremos nuestra calificación y los invitaremos fervorosamente a verla: ya advertidos de su abrupto e innoble “giro copernicano”, procuren que el golpe final no los tome por sorpresa ni les arruine el disfrute de todo lo previo. Y quien sabe, tal vez a muchos de ustedes no les parezca tan obscena la movida, ya que al fin de cuentas hace rato que nos vienen acostumbrando a estas desmesuras y excesos. ¿No sería bueno, por una vez al menos, retornar a la tan añorada sobriedad…? Sigamos soñando.-
Insistimos con que ya no sabemos qué cuernos les pasa a estos muchachos del norte, porque la desesperación por el dinero y el éxito no logran —al fin de cuentas— explicar tanto autoboicot, pero lo cierto es que este no es el primer producto yanqui que se pega un tiro en el pie por el puro placer de transgredir las reglas narrativas, sorprender a como dé lugar y enloquecer al espectador. Por el contrario, es el más reciente de una larga e inacabable lista. Casi que uno podría asegurar que únicamente The Marvelous Mrs. Maisel —con sus hasta ahora tres fantásticas y fascinantes temporadas— se mantiene como una serie americana que no solo sostiene, sino que mejora su calidad con cada episodio, pero tal vez ello sería una exageración de nuestra parte… ¡¡¡o no tanto!!! La verdad es que David Weil, se lo concedemos, concibió una idea por completo original (no está basada en ninguna otra fuente) que estaba destinada a la posteridad, pero ese final —¡cielo santo!— lo arruina todo, fundamentalmente porque se trata de un puro, duro, calculado y meditado GOLPE BAJO!!!!! Una verdadera lástima, ciertamente, pero que conste que por esta vez no modificaremos nuestra calificación y los invitaremos fervorosamente a verla: ya advertidos de su abrupto e innoble “giro copernicano”, procuren que el golpe final no los tome por sorpresa ni les arruine el disfrute de todo lo previo. Y quien sabe, tal vez a muchos de ustedes no les parezca tan obscena la movida, ya que al fin de cuentas hace rato que nos vienen acostumbrando a estas desmesuras y excesos. ¿No sería bueno, por una vez al menos, retornar a la tan añorada sobriedad…? Sigamos soñando.-
Dejamos
intencionadamente para el final el más reciente estreno cinematográfico de
Netflix (apenas una semana), Spencer Confidential (2020, Peter
Berg) -Excelente ★★★★★-, ya
que nos permitirá reflexionar brevemente acerca del estado de la industria del
entretenimiento en EE UU. Dicho todo lo anterior acerca de la serie Hunters,
hallamos que “Spencer…” resulta esperanzadoramente todo lo contrario: no
busca impactar ni electrizar a cualquier costo, no está realizada con una
calculadora en la mano ni abusa del espectador subestimándolo. Es, simple y
llanamente, un cuentito per-fec-ta-men-te
contado, y uno tan atractivo como hipnótico. Si esto fue posible ha sido
gracias a la relativa libertad que brindan las nuevas plataformas y al hecho de
que detrás de todo se halla Peter Berg, actor y guionista que comenzó a dirigir
hacia finales de los ‘90s, cuya filmografía resume un estilo con claras
influencias de Don Siegel y Richard Donner, a quien ha reconocido admirar. Y si
el filme que nos ocupa es efectivamente todo un “hit”, eso se debe
primordialmente a que es un claro homenaje a la saga Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), conducida con mano
maestra por el director de Superman (1978) y La
Profecía (The Omen, 1976). La
química entre los personajes, el talante de los caracteres femeninos (la ex de
Spencer es una suerte de versión “posmo” de la Lorna Cole —Rene Russo— que
enloquecía a Riggs en los filmes 3 y 4), el absoluto clasicismo a la hora de
diseñar las escenas de acción, la relación tan marcadamente “masculina” entre los personajes varones
(¡lo que no es ninguna concesión al “patriarcado” ni nada que se le parezca!,
sino una celebración del tipo de lazos que entablan tipos criados a los golpes
pero de noble corazón y furiosa lealtad a los que aman), son todos elementos
que unen a este divertidísimo filme con la añorada saga de los sargentos
Murtaugh y Riggs. Incluso nuestra calificación, que alguno podrá hallar
excesiva, obedece a nuestra regla (que hemos expuesto detalladamente en un
artículo anterior) acerca de valorar los componentes integrales de cada
película, sin caer en el absurdo de comparar géneros y tramas de carices harto
diferentes. De hecho, de acuerdo a la mirada de la crítica corporativa, este
filme merecería menor puntaje que la reseñada más arriba, All The Bright Places,
por la pueril razón de que una es un drama humano y realista y la otra un
“simple” policial de acción rutinario. Nada más erróneo que esto, puesto que
cada cinta establece sus propias reglas narrativas a partir de su género de
pertenencia, las premisas que dispara su trama y el modo en que las desarrolla,
así como por su capacidad de establecer un lazo emocional con los espectadores.
Spencer Confidential logra todo ello de una forma que el cine “mainstream” de Hollywood parece haber olvidado hace rato, presentando a un antihéroe delicioso, el díscolo ex policía del título, quien sale de prisión luego de purgar una condena de 5 años por haber golpeado a su comandante debido a razones que ustedes deberán descubrir por sí mismos. Leal, obstinado, honesto, Spencer sueña con sacar una licencia de camionero y empezar una nueva vida en la ruta, al mejor estilo “B. J. Mackey”, pero a horas de su liberación —y mientras soporta la agresiva y atenta mirada de sus ex camaradas, quienes lo desprecian por haber quebrado el corporativismo de la fuerza— su antiguo jefe aparece brutalmente asesinado, mientras que otro policía, al que se acusará erróneamente del crimen, también correrá con igual suerte. Metido a la fuerza en el caso, debido a que es blanco de las sospechas de todos, Spencer acabará por iniciar su propia investigación a pedido de la viuda del policía injustamente inculpado. De allí en más, la peli se convertirá en un sólido relato bien “old fashioned”, de esos que los entrados en canas extrañamos como a los ravioles de la abuela. Y lo mejor de todo, algo que contradice el desastre en el final de Hunters —que ya reseñamos arriba— es que esta perlita no incurre jamás en secuencias alocadas ni en delirantes golpes de efecto para shockear al espectador, sino que se ajusta a un relato sostenido —felizmente— en una aceptable plausibilidad y un aire de realismo que nos hace creer el cuento de principio a fin. Berg dirige con mano maestra y pulso ejemplar, y se nota que no tiene el menor prurito a la hora de conducir a sus actores, ya que saca de ellos absolutamente lo mejor. Mark Whalberg entrega un Spencer destinado a la posteridad, carismático, tozudo, querible, pícaro, y por sobre todo profundamente humano, mientras que ese monstruo de la pantalla que es Alan Arkin (¿recuerdan a su genial Sigmund Freud, que curaba de su adicción y luego asistía a Sherlock Holmes en The Seven Percent Solution, 1976; Herbert Ross?), compone al padre del protagonista, al que dota de un sarcasmo y una mirada escéptica verdaderamente geniales. La química entre ambos traspasa la pantalla desde el primer minuto de metraje y resulta una fiesta para el espectador. Mención aparte para la ignota Iliza Shlesinger, quien interpreta a la ex de Spencer, una chica malhumorada y muuuyyy empoderada, bien acorde con los tiempos que corren, cuyas apariciones son una auténtica delicia. En definitiva, película absolutamente magistral, escrita con total genialidad y dirigida con alta pericia, absorbe al espectador, lo mantiene al borde de su sillón y no lo suelta hasta mucho después de finalizada… ¿acaso podemos pedir más en estos tiempos de anemia creativa? ¡¡¡A no perdérsela!!!
Spencer Confidential logra todo ello de una forma que el cine “mainstream” de Hollywood parece haber olvidado hace rato, presentando a un antihéroe delicioso, el díscolo ex policía del título, quien sale de prisión luego de purgar una condena de 5 años por haber golpeado a su comandante debido a razones que ustedes deberán descubrir por sí mismos. Leal, obstinado, honesto, Spencer sueña con sacar una licencia de camionero y empezar una nueva vida en la ruta, al mejor estilo “B. J. Mackey”, pero a horas de su liberación —y mientras soporta la agresiva y atenta mirada de sus ex camaradas, quienes lo desprecian por haber quebrado el corporativismo de la fuerza— su antiguo jefe aparece brutalmente asesinado, mientras que otro policía, al que se acusará erróneamente del crimen, también correrá con igual suerte. Metido a la fuerza en el caso, debido a que es blanco de las sospechas de todos, Spencer acabará por iniciar su propia investigación a pedido de la viuda del policía injustamente inculpado. De allí en más, la peli se convertirá en un sólido relato bien “old fashioned”, de esos que los entrados en canas extrañamos como a los ravioles de la abuela. Y lo mejor de todo, algo que contradice el desastre en el final de Hunters —que ya reseñamos arriba— es que esta perlita no incurre jamás en secuencias alocadas ni en delirantes golpes de efecto para shockear al espectador, sino que se ajusta a un relato sostenido —felizmente— en una aceptable plausibilidad y un aire de realismo que nos hace creer el cuento de principio a fin. Berg dirige con mano maestra y pulso ejemplar, y se nota que no tiene el menor prurito a la hora de conducir a sus actores, ya que saca de ellos absolutamente lo mejor. Mark Whalberg entrega un Spencer destinado a la posteridad, carismático, tozudo, querible, pícaro, y por sobre todo profundamente humano, mientras que ese monstruo de la pantalla que es Alan Arkin (¿recuerdan a su genial Sigmund Freud, que curaba de su adicción y luego asistía a Sherlock Holmes en The Seven Percent Solution, 1976; Herbert Ross?), compone al padre del protagonista, al que dota de un sarcasmo y una mirada escéptica verdaderamente geniales. La química entre ambos traspasa la pantalla desde el primer minuto de metraje y resulta una fiesta para el espectador. Mención aparte para la ignota Iliza Shlesinger, quien interpreta a la ex de Spencer, una chica malhumorada y muuuyyy empoderada, bien acorde con los tiempos que corren, cuyas apariciones son una auténtica delicia. En definitiva, película absolutamente magistral, escrita con total genialidad y dirigida con alta pericia, absorbe al espectador, lo mantiene al borde de su sillón y no lo suelta hasta mucho después de finalizada… ¿acaso podemos pedir más en estos tiempos de anemia creativa? ¡¡¡A no perdérsela!!!
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