"POCO ORTODOXA" - O de Cómo Arriesgarlo Todo por la Propia Libertad


POCO ORTODOXA (UNORTHODOX)
Alemania/EE UU, 2020.-
Miniserie de 4 episodios lanzada por NETFLIX.
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★
Poco Ortodoxa (Unorthodox, EE UU-Alemania; 2020) es la miniserie presentada por Netflix que más se acerca a la perfección absoluta. Conmovedora, “conmocionante”, profunda, bella y descarnada… con toda probabilidad no existan suficientes adjetivos en la lengua castellana para elogiarla como merece. En apenas cuatro episodios se asiste a la más impactante ruptura de cadenas de que se tenga registro… y atención que no son cadenas que únicamente se puedan adjudicar al patriarcado, ¡qué va!, sino que gran parte de sus eslabones han sido minuciosa y pacientemente forjados por otras mujeres, todas ellas bien capaces de defender el status quo de su micro-comunidad con una ferocidad y un desprecio hacia sus “hermanas” más díscolas que solo puede mover a compasión. ¿Sorprende que usemos esta última palabra…? Pues no debería, puesto que estas damas merecen no ya nuestro odio o desprecio, sino la más firme compasión, ya que están completamente subsumidas por un sistema de creencias y valores que las conduce a aferrarse al escaso margen de libertad que poseen con uñas, dientes y sus propios huesos. Las pocas que osan cuestionar  siquiera una coma de sus dogmas y costumbres merecen el anatema. Pero no nos adelantemos.

            Esta magnífica producción está libremente inspirada en la autobiografía de la norteamericana Deborah Feldman, titulada “Poco ortodoxa: El Escandaloso Rechazo de mis Raíces Hasídicas”, y lo hace rebautizando a su protagonista como Esti (Esther), así como alterando algunas de las circunstancias de su derrotero personal. Ahora bien, al adentrarse en el absorbente mundo de esta historia el telespectador poco familiarizado con la religión judía bien puede llegar a creer que el estilo de vida que allí se retrata es afín tanto a la totalidad de israelíes como a los judíos del resto del mundo. De hecho, no es así, y dado que la libertad que nos brinda nuestro blog suele habilitar interesantes digresiones, antes de proseguir  —y para que nuestros lectores y sus posibles espectadores comprendan cabalmente en qué consiste el Hasidismo, secta judía de estricta observancia surgida en el seno de Europa del este— transcribiremos a continuación algunos párrafos selectos del artículo correspondiente de la Enciclopedia Digital Encarta 2007: Hasidismo (del hebreo hasidim, ‘piadosos’), palabra que, en la antigua historia judía, remitía genéricamente al conjunto de personas piadosas. En algunos pasajes de los Libros de los Macabeos y del Talmud, este término se refiere a aquellos que se distinguían por su lealtad hacia las leyes judías y por sus actos de caridad. Estos judíos ortodoxos se unieron a las revueltas de los Macabeos como una manera de oponerse a los esfuerzos del rey Antíoco IV Epífanes de Siria por helenizarlos. En muchas ocasiones, esta oposición llegó a costarles la vida, pero no lograban hacerles transgredir las leyes judías. Son considerados como los precursores de los escribas y fariseos. (…) El nombre de hasidismo también se aplica a un grupo místico judío que fue establecido más o menos a mediados del siglo XVIII por el carismático dirigente Baal Shem Tov, quien se oponía al rígido formalismo de las prácticas religiosas judías y al hecho de que la comunidad judía estuviera dirigida por los judíos más adinerados y por los rabinos. Intensificó su confianza en Dios y la dedicación a su gozosa adoración. Pronto formó un grupo que encontró una especial aceptación entre los más pobres, quienes formaron el núcleo central del movimiento hasídico. (…)El verdadero centro del movimiento hasídico lo constituía su líder, el tsadik (el virtuoso u honrado), quien era considerado un mediador entre los fieles y Dios, y venerado como sabio y consejero. A algunos tsadikim incluso se les reconocen milagros. Estos grupos se caracterizaban por sus entusiastas servicios de rezos y por el énfasis que ponían en una piedad muy emotiva, en oposición al estudio muy disciplinado y a los rituales. También celebraban comidas sagradas, que acompañaban con cantos y danzas en círculos.
Portada de la biografía de Feldman
 En ciertas ocasiones algunas mujeres fueron elegidas para liderar estas comunidades. Entre ellas cabe señalar a Adel (nacida c. 1720), hija de Baal Shem Tov, y Ana y Raquel, conocida como la Virgen de Ludomir. (…) Las enseñanzas hasídicas se basan principalmente en el misticismo talmúdico y medieval judío. El énfasis está puesto en su amorosa relación con Dios. Dios está en todas partes, incluso en lo malo, maldad que deben procurar transformar en bondad. El rezo, los estudios, la contemplación y las buenas acciones ayudan a tener un mejor entendimiento de la divinidad. Las acciones de los hasídicos deberían llegar más allá del amor a Dios y a la humanidad, y deben rezar por toda la creación. (…) Durante el Holocausto, los judíos hasídicos sufrieron grandes pérdidas humanas. Hoy en día, el número total en el mundo está cerca de los 250.000, localizados en su mayor parte en Israel y en Estados Unidos. Los hombres invierten gran parte de su tiempo rezando y estudiando los textos sagrados, escritos en su mayoría por autores hasídicos, contando historias de santos hombres hasídicos, pronunciando bendiciones, observando de manera escrupulosa el shabat y las reglas de alimentación del judaísmo rabínico y enseñando a los más jóvenes para que puedan seguir a sus mayores. Los hombres se visten de negro, se dejan crecer largas barbas y patillas, y mantienen sus cabezas siempre tapadas con casquetes y con sombreros de ala ancha. Las mujeres se visten de forma muy sencilla (con largos vestidos y blusas de manga larga); las mujeres casadas deben taparse el pelo con pelucas o pañuelos. Las enseñanzas hasídicas han continuado influyendo tanto en la vida de los judíos, como gracias a los trabajos del filósofo judío Martin Buber, en su filosofía y teología contemporáneas.”
Ahora, entonces, retomemos el camino de Unorthodox.

Vivimos tiempos de revolución cultural; una forma de concebir las relaciones de toda índole —personales, de pareja, parentales, laborales, etc.— está mostrando su profundo agotamiento, y otra manera más holística e igualitaria está intentando nacer, no sin experimentar supremos temblores. Es que toda revolución implica inestabilidad, máxima tensión y una cierta e inevitable violencia… material o inmaterial, pero violencia al fin. Y claro está que todo cambio estructural viene siempre acompañado de reveses temporales que suelen mover al desaliento, ya que la historia —la “Historia”— no se da por vencida tan fácilmente, y la sociedad se mueve usualmente como la marea, cuyo reflujo lleva y trae los mismos sedimentos una y otra vez; aunque a la larga, estos se asienten definitivamente en el lecho marino. Quizás el más grave de los perjuicios que la presente revolución nos ha traído sea la altamente fascistoide “policía del pensamiento y la opinión” que oprime actualmente a toda manifestación tanto pública como privada. Casi de improviso descubrimos que se ha tornado imposible ejercer el humor con libertad (única manera en que ese arte puede sobrevivir), manifestar cualquier opinión que contradiga siquiera mínimamente el “canon” progresista, utilizar con corrección la antiquísima y rica lengua castellana —ya que se la acusa absurdamente de “sexista”—, denunciar cualquier abuso que sufra un varón (dado que en cuanto “cerdo/carnívoro/capitalista/machista” se lo tiene bien merecido)… y mucho, muchísimo menos, filmar con total desinhibición argumental o desenfado ideológico. El cine y las series, obviamente, son la materia de nuestro blog, y en lo que a ella atañe las cosas no podrían estar peor. La aplicación extremista de toda forma de “corrección política” así como la práctica mundialmente difundida de esta suerte de “policía ideológica  (que ha encontrado en las redes sociales un ámbito perfecto para la cacería de toda manifestación que siquiera huela a “patriarcado” o simple pensamiento “tradicional”), han castrado con enorme eficiencia toda rebeldía creativa y cualquier manifestación dramática que contradiga la nueva “ortodoxia”.
Deborah Feldman
 Okay, pero entonces, ¿qué tiene esto que ver con la temática de Poco Ortodoxa? Todo, de hecho, porque esta valiente miniserie no le teme en absoluto a cuestionar (como lo sugerimos en nuestro primer párrafo) el rol casi perverso —si no colaboracionista— que las propias mujeres asumen en esta historia y muchísimo menos se amedrenta ante los rígidos mandatos del feminismo extremista. En cuanto a lo primero, la misma Feldman lo evoca de esta manera: “Cuando por fin pude inscribirme en una academia de Nueva York, todas las mujeres de allí me decían ‘¡bravo, estás rompiendo con el patriarcado!’, pero yo me preguntaba ‘¿de qué patriarcado me hablan…? La verdad es que absolutamente todos los hombres que conocí en mi vida eran como figuras distantes, incluso mi marido, los que apenas si levantaban de vez en cuando la vista para advertir mi presencia. Pero las personas que realmente me humillaron, lastimaron y sojuzgaron fueron todas mujeres. (…) Cada una de ellas, sistemáticamente, se dedicaron a destruir mi personalidad, cualquier atisbo de voluntad propia e incluso mi sexualidad.” (Tomado de un artículo aparecido en The New Yorker) ¿Hace falta agregar algo más? La miniserie no le ahorra dardos, ciertamente, a este colectivo femenino que ejerce el más violento machismo y oprime a sus propias ‘hermanas’, pero lo hace con una mirada comprensiva, que entiende cabalmente cómo opera esta suerte de “síndrome de Estocolmo” cultural en que la dialéctica “opresor-oprimido” se torna difusa en cuanto a sus “límites”. Lo cierto, entonces, es que esta producción no teme en absoluto ofender o herir la susceptibilidad de cualquiera de las partes, y aunque pueda parecer a priori “feminista”, la verdad es que no lo es: se trata, más bien, de un alegato decididamente humanista. Es precisamente por eso que la miniserie no se aviene a respetar  el canon oficial del progresismo “posmo” ni busca agradar a las militantes más extremas, sino que pretende izar la bandera de la libertad para todos, incluidos esos varones que se hallan tanto o peor atrapados que las mujeres, obligados a ser y parecer a cualquier costo, sin importar la angustia o el vacío interior que puedan experimentar.

Unorthodox  comienza con los tensos aprestos finales para la fuga de Esti, quien a duras penas y con unos pocos cientos de dólares en los bolsillos huirá hacia Berlín, gracias en parte a la decisiva ayuda de una valiente profesora de piano que hace tiempo le da clases clandestinas y al hecho de que sus abuelos maternos eran alemanes. A partir de allí cada uno de los cuatro episodios se moverá hacia atrás en el tiempo para narrarnos tan minuciosa como impiadosamente la tragedia íntima y personal de Esti. Esta joven mujer, casada a la fuerza con un hombre que conoció por apenas 20 minutos y con quien apenas si cruzó unas pocas palabras (el que a su vez es un títere de su pretenciosa y autoritaria madre; un ser sin carácter ni capacidad de decisión), ha llegado a la dramática encrucijada en que se encuentra aferrada apenas a un par de recuerdos y a unas pocas vivencias clandestinas (tales como cantar en secreto junto a su abuela, algo que estas mujeres tienen prohibido), y aunque se percibe su miedo al presente —no ya al futuro, algo que para ella es poco menos que “ciencia-ficción”—  Esti se atreve a dormir clandestinamente en donde puede, pasar hambre o perder todo sentido de “realidad” con tal de aferrarse a la vaga promesa de libertad y autodeterminación. La narración, por tanto, se estructura brillantemente en dos tiempos, presentando incluso momentos de un perfecto montaje paralelo, de suerte que los dos mundos —las dos “vidas”— que la protagonista experimenta sirvan de contraste para revelar las luces y sombras de ambas “civilizaciones”. En cuanto al “universo” de Williamsburg, Poco Ortodoxa se permite hundir el cuchillo hasta el hueso, y lo hace con una bienvenida falta de límites, sin importarle cuan mal luzca la vida en dicha comunidad, pero en parte compensa esta suerte de impiadosa mirada con una imparcialidad asombrosa. Uno de los personajes más controvertidos (Moishe, el agresivo y perturbado primo del esposo de Esti), por caso, tendrá una suerte de “reivindicación” ante el espectador precisamente en la secuencia en la que menos podría esperarse esto, ya que en ella está amenazando a la protagonista con un arma, pero el largo parlamento que le escupe, en el que le cuenta a Esti el destino del edificio que existía donde ahora se halla la plazoleta en que se encuentran  —en el cual vivían únicamente ciudadanos judíos que fueron barridos del mapa por las bombas nazis— permite entender el profundo dolor ancestral que este hombre arrastra. De sus palabras se desprende que aquellos seres humanos, de hecho, tuvieron suerte… ya que cuando menos no hubieron de padecer la atroz antesala de sus muertes en un campo de concentración y exterminio. Nada de esto, en la trama, disculpa el ejercicio de despersonalización, manipulación y humillación a que se somete a Esti en particular y al resto de estas mujeres en general —como tampoco disimula la peligrosa conducta de Moishe—, pero permite tener una mirada comprensiva acerca de los motivos que mueven a estos hasídicos a mantener tan firmemente sus costumbres, evitando a toda costa alterar siquiera mínimamente el statu-quo.

Además de todos sus aciertos formales, que son millares, Poco Ortodoxa se afianza en la soberbia performance de sus intérpretes, sobre todo el de la joven actriz israelí Shira Haas, quien compone a una Esti que está todo el tiempo en carne viva, por momentos atrapada en la cápsula de miedos y prejuicios en que fue criada, y en otros bien de capaz de sorprenderse a sí misma con unos raptos de libertad y rebeldía que parecen brotar de algún arcano lugar de su alma herida. Menuda, casi diminuta, la actriz tiene 24 años pero aquí parece casi una niña grande, y eso colabora enormemente en identificar a todos los espectadores con el destino de su criatura. Más allá de su perfecto dominio del inglés y del esfuerzo que debió significarle aprender yiddish en tan poco tiempo, su tarea se engrandece realmente por la abrumadora entrega física y emocional que brinda a la hora de transformarse en Esti. Sufrimos con ella, lloramos a su lado, nos alegramos con sus breves y diminutas victorias, pero siempre, absolutamente siempre, queremos abrazarla y protegerla de sus propios temores. Haas (cuyo abuelo fue sobreviviente de Auschwitz) logra involucrarnos hasta ese punto pues no actúa ni interpreta a Esti, sino que se transforma por completo en ella (y por extensión, en la propia Feldman). Cada una de sus miradas, cada suspiro —y también cada sorpresivo momento de fugaz alegría, todos ellos surgidos de la incipiente amistad que traba con el grupo de estudiantes del conservatorio— nos interpelan íntima e integralmente, como si una parte vital de nosotros mismos estuviera en juego a cada paso que da Esti. Triunfo actoral que no tiene parangón reciente, su expresión final (esa que vemos en la última toma de la miniserie) resume en sí misma y con absoluta maestría la totalidad del arte de la interpretación. Pero la actriz que encarna a nuestra sufrida heroína no está sola en este rubro, y tanto Amit Rahat, quien carga con el difícil rol de Yanky, el marido abandonado, así como Jeff Willbusch, el atormentado Moishe, dotan a sus personajes de ricos matices y profundas complejidades. En cuanto a este último, recomendamos  vivamente seguir su derrotero durante la trama del episodio final, dado que la manera en se ilustra el ardoroso y autodestructivo fuego interior que abrasa a Moishe alcanza cotas de sublime perfección… incluso, podría afirmarse que su tragedia íntima sirve de espejo para todas las vidas subsumidas y condicionadas por sus religiones o ideologías, quienes odian lo que se les ha enseñado a odiar, creen amar lo que se les ha condicionado a amar y cumplen fiel y obsesivamente con rituales que, a la larga, no son más que cáscaras vacías carentes de contenido u objeto. 
Poco Ortodoxa, entonces, nos conduce al corazón mismo de la más perfecta forma de opresión en nombre de la “supervivencia” y la “resiliencia”, así como nos abre la puerta al corazón y el espíritu de una mujer asombrosa, apenas educada (por mandato de la comunidad, se entiende, que prohíbe a las mujeres tener algo más que instrucción elemental), sola en el mundo y despreciada por no “darle” hijos a su esposo durante el año que lleva de casada, pero que se atreve a soñar con un destino diferente, con una vida sin prisiones físicas ni cárceles del pensamiento, y que añora la simple posibilidad de amar y ser amada por quien ella es. Tan simple como eso. Y si el derrotero de la maravillosa Esti está tan brillantemente narrado, eso es gracias a que detrás de cámara se halla una mano firme que sabe contar la historia con suprema sensibilidad, plasticidad técnica y absoluta concisión. Nos referimos a la actriz y directora alemana Maria Schrader, quien hace gala de una maestría absoluta a la hora de conjugar elementos disímiles y polémicos, integrándolos con sabiduría y profundo amor por sus personajes. Creada y producida por Anna Winger y Alexa Karolinski, Unorthodox es, sencillamente, una obra maestra y un canto de amor a la vida. Una obra que nadie debe dejar pasar y que bien puede producir cataratas de emociones y reacciones, excepto una sola: indiferencia. Bienvenidos a su mundo.-   

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