por Leonardo L. Tavani
Calificación:
Excelente ★★★★★
BABYLON BERLIN.
Serie policial
alemana (28 episodios/3 temporadas)
Creada por
Tom
Tykwer, Achim von Borries
y Hank Handloegte,
sobre la novela
Der Nasse Fisch, por Volker Kutscher.
Elenco: Volker Bruch, Liv Lisa Fries,
Peter Kurth,
Este
crítico se halla ante un dilema de orden práctico cada vez que se topa con una
serie (o incluso un filme) de calidad superlativa. O bien su visionado le
inspira un artículo que fluirá más o menos bien durante su escritura y del que
quedará medianamente satisfecho (aunque a la postre son los lectores quienes
deciden si es realmente bueno o no), o en su defecto experimenta una suerte de
parálisis creativa que lo congela ante cada intento de redactarlo. Por caso, nuestras
críticas a Westworld Segunda
Temporada o a la reciente Hollywood se inscriben en la primera
modalidad, pero muchos de los comentarios que encaramos en formato breve (en
nuestras ya habituales “multicríticas”,
de hecho) suelen ser fruto de la segunda variable de nuestro problema. Que la
ultra maravillosa The Marvelous Mrs. Maisel (Amazon, 3 temporadas) haya merecido
apenas un deplorable lugarcito en un artículo mayor —cosa que nos avergüenza— fue
culpa de este temible síndrome, ya que durante semanas y semanas nos resultaba
virtualmente imposible escribir algo coherente y que le hiciera debida justicia
a esta brillante serie. Claro está que nuestro blog es fruto de un esfuerzo
personal realizado por puro “amor al arte”, y si acaso la buena fortuna (esa
veleidosa hada que jamás ha posado sus alas sobre nosotros) nos concediera un
contrato real en algún medio periodístico, obviamente deberíamos “meter violín
en bolsa” y redactar nuestras críticas sin tantas pretensiones ni pruritos.
Pero, lamentablemente, no trabajamos para Clarín Espectáculos ni para ningún otro medio profesional, por lo que tanto ustedes como el autor se verán —inevitablemente— atrapados por este auténtico dilema profesional-existencial que lo aqueja. Todo esto viene a cuento porque a más de dos semanas de haber visto las tres temporadas de la electrizante, emocionante y fascinante Babylon Berlin, tanto su descomunal brillantez narrativa así como su portentosa realización integral nos han paralizado por completo ente cada intento por abarcarla en palabras. ¿Cómo redactar una crónica mínimamente decente acerca de un evento de tamañas proporciones? En ocasiones, las palabras huelgan y todo intento por parecer inteligente y astuto acaba resultando un fiasco precisamente por dicha causa, porque la inteligencia y la calidad están en el producto del que se pretende hablar y no en el mediocre vampiro del talento ajeno que se autotitula “crítico”. Trataremos pues, haciendo gala de la mayor humildad de la que seamos capaces (y del amor por la concisión que usualmente nos falta), de hacerle siquiera un mínimo de justicia a la que probablemente sea, sin exageración alguna, la mejor serie alemana de todos los tiempos y una de las tres mejores producciones europeas de la historia.
Pero, lamentablemente, no trabajamos para Clarín Espectáculos ni para ningún otro medio profesional, por lo que tanto ustedes como el autor se verán —inevitablemente— atrapados por este auténtico dilema profesional-existencial que lo aqueja. Todo esto viene a cuento porque a más de dos semanas de haber visto las tres temporadas de la electrizante, emocionante y fascinante Babylon Berlin, tanto su descomunal brillantez narrativa así como su portentosa realización integral nos han paralizado por completo ente cada intento por abarcarla en palabras. ¿Cómo redactar una crónica mínimamente decente acerca de un evento de tamañas proporciones? En ocasiones, las palabras huelgan y todo intento por parecer inteligente y astuto acaba resultando un fiasco precisamente por dicha causa, porque la inteligencia y la calidad están en el producto del que se pretende hablar y no en el mediocre vampiro del talento ajeno que se autotitula “crítico”. Trataremos pues, haciendo gala de la mayor humildad de la que seamos capaces (y del amor por la concisión que usualmente nos falta), de hacerle siquiera un mínimo de justicia a la que probablemente sea, sin exageración alguna, la mejor serie alemana de todos los tiempos y una de las tres mejores producciones europeas de la historia.
Babylon Berlin (Berlín Babilonia) se apropia de la cosmopolita, multicultural y
decadente capital del Reich precisamente a partir de abril del año1929, durante
los estertores de la República de Weimar, cuando ya se hacía inocultable la
poca adhesión que concitaban tanto la Constitución de 1919 como la vilipendiada
socialdemocracia que entonces encarnaba, débil y pobremente, un anciano
Hindenburg. Esa ciudad polimorfa y polisémica parece ignorar deliberadamente
los signos de peligro que aparecen a cada rato y en cada rincón de su
geografía, como si la fiesta de excesos y el status quo general fueran a
perdurar por siempre. A ella arriba el inspector Gereon Rath, héroe de la Gran
Guerra, un policía de Colonia trasladado a la capital para que investigue, en
forma discreta, una peligrosa red de pornografía y extorsión que afecta
directamente a un importante político de dicha ciudad. Rath (soberbiamente encarnado
por Volker Bruch) carga con traumas de guerra que, además de manifestarse en
ataques cuasi epilépticos, esconden secretos y mentiras mucho más profundos y
dramáticos que lo vivido en la propia contienda.
Para llevar a cabo su misión es comisionado a la unidad de “Costumbres” (eufemismo para lo que hoy sería la división “anti vicio”), la que está a cargo del inspector Bruno Wolter (Peter Kurth), un veterano acostumbrado a coimear a todos, aprovecharse de cada situación y violar los derechos civiles de cuanto malviviente caiga en sus manos. Por el otro extremo de esta trama aparecerá el personaje más fascinante y polimorfo que hayamos visto en mucho tiempo, el de Charlotte (Lotte) Ritter (brillante Liv Lisa Fries, toda una revelación), una joven sumida en la pobreza más extrema que, sin embargo, se alza por sobre esas limitaciones a fuerza de astucia, entrega, ánimo emprendedor, sana ambición y hasta un desenfadado uso de su sexualidad si ello le sirve para llevar algo de dinero a su madre enferma, su hermana mayor (casada con un holgazán violento y degenerado que la embarazó) y su pequeña hermanita, una preadolescente que despierta peligrosos deseos en su perverso cuñado. Charlotte está tan viva que abruma. Nada la detiene, ningún “no” es suficiente para ella. Está tan obsesionada con sacar lo mejor de cada situación que casi no duerme en absoluto, pasando de trabajar todo el día en la sede de policía (allí contratan secretarias de manera informal, eligiéndolas a mano alzada cada mañana) a ejercer como escort y dominatriz en el Moka Efti, el cabaret de lujo más popular de Berlín, manejado por uno de los gángsters más poderosos de la ciudad, apodado “el armenio”. Lotte posee una inteligencia aguda y una determinación abrumadora, y esas cualidades —sumadas a su absoluto desenfado— la pondrán en camino, casi inesperadamente, de transformarse en la primera y hasta entonces única mujer que obtenga el cargo de asistente criminalística. El camino hasta allí, que será algo digno de verse, permite al espectador bucear en la psique de esta mujer fantástica, de la que todos (sin importar su género) quedarán prendados en cuestión de segundos.
Pero su personaje, también, nos viene de perlas para elogiar hasta hartarnos uno de los aspectos más descollantes de Babylon Berlin, que consiste en su asombrosa capacidad por radiografiar hasta el más íntimo detalle de cada criatura que deambula por su trama sin necesidad alguna de hacerlo con palabras. Jamás, absolutamente jamás, se dice algo “acerca de” un personaje, nunca se describen personalidades por medio de un diálogo entre ellos, sino que todo lo que sabremos y descubriremos se desprenderá, con una claridad prístina, de sus actos y reacciones. Y eso que en BB (para simplificar, así la llamaremos desde ahora) se dialoga hasta por los codos, pero ocurre que cada uno de estos parlamentos está plena y sutilmente justificado por el cariz de la trama. Es más, no sólo a causa de su inteligentísima estética —deudora del look visual de los filmes mudos del período que se ilustra— sino por sobre todo gracias a la brillantísima dirección de cada episodio, BB presenta momentos soberbiamente narrados con la pura imagen, con total y definitorio arte cinematográfico. La música, de hecho, es otro factor que se imbrica inextricablemente con la acción dramática, y lo hace con una perfección que mueve a envidia. Tanto el score original de la serie, verdaderamente descollante, así como las maravillosas canciones que presenta, resultan un auténtico actor más en esta historia. Más allá de un puñado de temas populares de la época, excelentemente reversionados, son las canciones originalmente compuestas para la serie las que se llevan todos los laureles, varias de las cuales han sido coescritas por Bryan Ferry (viejo conocido de los “ochentosos”), quien ha oficiado de asesor musical. Entre ellas destaca una que se ha convertido en un repentino éxito masivo y viral, “Zu Asche, Zu Staub”, interpretado por la actriz Severija Janüsauskaite, quien a su vez compone a la enigmática princesa Sorokina, exiliada rusa que tiene extraños vínculos con una célula terrorista opositora a Stalin. Travestida como “el” cantante Psycho Nikoros, su personaje se presenta cada noche en el Moka Efti, siendo dicha canción su principal hit. La secuencia de su performance, que transcurre muy avanzado el segundo episodio, es una auténtica obra maestra narrativa, muy probablemente el instante sublime en que el espectador comprende intuitivamente que está ante una obra superior.
Para llevar a cabo su misión es comisionado a la unidad de “Costumbres” (eufemismo para lo que hoy sería la división “anti vicio”), la que está a cargo del inspector Bruno Wolter (Peter Kurth), un veterano acostumbrado a coimear a todos, aprovecharse de cada situación y violar los derechos civiles de cuanto malviviente caiga en sus manos. Por el otro extremo de esta trama aparecerá el personaje más fascinante y polimorfo que hayamos visto en mucho tiempo, el de Charlotte (Lotte) Ritter (brillante Liv Lisa Fries, toda una revelación), una joven sumida en la pobreza más extrema que, sin embargo, se alza por sobre esas limitaciones a fuerza de astucia, entrega, ánimo emprendedor, sana ambición y hasta un desenfadado uso de su sexualidad si ello le sirve para llevar algo de dinero a su madre enferma, su hermana mayor (casada con un holgazán violento y degenerado que la embarazó) y su pequeña hermanita, una preadolescente que despierta peligrosos deseos en su perverso cuñado. Charlotte está tan viva que abruma. Nada la detiene, ningún “no” es suficiente para ella. Está tan obsesionada con sacar lo mejor de cada situación que casi no duerme en absoluto, pasando de trabajar todo el día en la sede de policía (allí contratan secretarias de manera informal, eligiéndolas a mano alzada cada mañana) a ejercer como escort y dominatriz en el Moka Efti, el cabaret de lujo más popular de Berlín, manejado por uno de los gángsters más poderosos de la ciudad, apodado “el armenio”. Lotte posee una inteligencia aguda y una determinación abrumadora, y esas cualidades —sumadas a su absoluto desenfado— la pondrán en camino, casi inesperadamente, de transformarse en la primera y hasta entonces única mujer que obtenga el cargo de asistente criminalística. El camino hasta allí, que será algo digno de verse, permite al espectador bucear en la psique de esta mujer fantástica, de la que todos (sin importar su género) quedarán prendados en cuestión de segundos.
Pero su personaje, también, nos viene de perlas para elogiar hasta hartarnos uno de los aspectos más descollantes de Babylon Berlin, que consiste en su asombrosa capacidad por radiografiar hasta el más íntimo detalle de cada criatura que deambula por su trama sin necesidad alguna de hacerlo con palabras. Jamás, absolutamente jamás, se dice algo “acerca de” un personaje, nunca se describen personalidades por medio de un diálogo entre ellos, sino que todo lo que sabremos y descubriremos se desprenderá, con una claridad prístina, de sus actos y reacciones. Y eso que en BB (para simplificar, así la llamaremos desde ahora) se dialoga hasta por los codos, pero ocurre que cada uno de estos parlamentos está plena y sutilmente justificado por el cariz de la trama. Es más, no sólo a causa de su inteligentísima estética —deudora del look visual de los filmes mudos del período que se ilustra— sino por sobre todo gracias a la brillantísima dirección de cada episodio, BB presenta momentos soberbiamente narrados con la pura imagen, con total y definitorio arte cinematográfico. La música, de hecho, es otro factor que se imbrica inextricablemente con la acción dramática, y lo hace con una perfección que mueve a envidia. Tanto el score original de la serie, verdaderamente descollante, así como las maravillosas canciones que presenta, resultan un auténtico actor más en esta historia. Más allá de un puñado de temas populares de la época, excelentemente reversionados, son las canciones originalmente compuestas para la serie las que se llevan todos los laureles, varias de las cuales han sido coescritas por Bryan Ferry (viejo conocido de los “ochentosos”), quien ha oficiado de asesor musical. Entre ellas destaca una que se ha convertido en un repentino éxito masivo y viral, “Zu Asche, Zu Staub”, interpretado por la actriz Severija Janüsauskaite, quien a su vez compone a la enigmática princesa Sorokina, exiliada rusa que tiene extraños vínculos con una célula terrorista opositora a Stalin. Travestida como “el” cantante Psycho Nikoros, su personaje se presenta cada noche en el Moka Efti, siendo dicha canción su principal hit. La secuencia de su performance, que transcurre muy avanzado el segundo episodio, es una auténtica obra maestra narrativa, muy probablemente el instante sublime en que el espectador comprende intuitivamente que está ante una obra superior.
Hasta aquí, pues, apenas si hemos
rascado una mínima parte de la superficie de BB, ya que la extrema
complejidad de su argumento y el inteligentísimo entramado de sus personajes la
transforman en una obra multiforme y rica en subtextos, pero a la hora de
resumirla para ustedes en pocas líneas deberíamos hacerlo —quizás— de la
siguiente manera: mientras investiga una red de chantajes sexuales, el
comisario inspector Rath se ve inesperadamente involucrado en una trama mayor y
más compleja, que consiste —por un lado— en el desarrollo de una conspiración
secreta destinada a derrocar al gobierno socialdemócrata, derogar su
constitución y reinstalar la monarquía, trayendo al anciano Káiser desde el
exilio. En el otro extremo de la saga se halla el intento por introducir
clandestinamente una formación ferroviaria portadora de armas químicas y
proveniente de la Rusia soviética, hecho que encubre una doble traición, ya que
el grupo de conspiradores (compuesto por altos mandos militares prusianos y
nacionalistas, importantes industriales conservadores, policías, ex
combatientes y miembros de la aristocracia) negocia desde hace tiempo con el
dictador soviético, quien les permite entrenar y rearmar su fuerza militar en
territorio ruso (algo prohibido por el Tratado de Versalles) a cambio de
futuras prebendas, pero al mismo tiempo pactan con la ya citada célula de
opositores a Stalin (fieles seguidores de Trotsky), quienes tienen en su poder
la llave para acceder al oro “perdido” de
la familia Sorokin, el cual —repartido entre ambas partes— serviría para
financiar tanto el golpe de estado prusiano como al posible derrocamiento del
premier soviético. Sin embargo, toda esta red de intrincados sucesos no
representan otra cosa que la punta de un iceberg más profundo, que encubre
secretos familiares innobles, traiciones abyectas, control de la voluntad
mediante hipnosis, psiquiatras con doble personalidad, periodistas judíos
perseguidos por sus convicciones, nazis manipulados por nacionalistas que en
rigor de verdad los desprecian (y que ingenuamente creen poder librarse de
ellos cuando ya no los necesiten), transexualidad, drogas, rodajes de filmes
signados por crímenes…, más un largo, larguísimo etcétera. El problema, que se
nos planteaba desde hace semanas y detenía nuestros progresos, consiste en que
—dicho todo así y enumerado incluso de la manera más meticulosa posible— BB
puede parecerle a nuestros lectores una suerte de pastiche intragable o acaso
un producto tan decadente como la cultura que retrata. Y nada está más alejado de la
verdad que ello. Babylon Berlin es, a todas luces y
sin duda alguna, una obra maestra sublime e inimitable, cuya progresión de la
trama resulta en ocasiones incluso parsimoniosa, lenta, que no se zambulle en
los hechos más que en ocasiones puntuales ni fuerza los eventos dramáticos en
ningún sentido posible.
El espectador irá accediendo a capas y más capas de información y descubrimientos a través del fascinante viaje que representa el visionado de sus 28 episodios totales, y podemos asegurarles a todos que cada elemento y toda revelación están precisamente en su debido lugar y resultan espléndidamente orgánicos y consustanciales a la trama. Sencillamente, la impactante radiografía de época que presenta BB es tan integral y abarcativa que requiere de todos y cada uno de sus personajes, situaciones y conflictos para obtener los impactantes resultados que efectivamente consigue. Cada personaje secundario, por ejemplo, posee facetas múltiples que se van advirtiendo conforme transcurren los episodios, al punto que alguno de ellos revelará insospechados aspectos de sí recién cerca del final de la tercera y hasta ahora última temporada. Lo mismo ocurre con la complejidad dramática que experimentan algunas de las criaturas que pueblan BB. No hay aquí salidas fáciles ni tampoco excusas para las decisiones que se hayan tomado, cuyas consecuencias todos deberán soportar cualesquiera sean los posibles atenuantes para dichas conductas. Más no podemos apuntar sin espoilear cruelmente la trama, pero nos permitiremos, sin embargo, citar una secuencia auténticamente conmovedora, aquella que transcurre en una celda de la prisión para mujeres, en la que una condenada a muerte que se ve forzada a compartir espacio con una militante comunista que la odia (dado que la joven ha insistido —bajo presión— en que su crimen fue instigado por los “rojos”, cuando en realidad se trató de nazis haciéndose pasar por tales), le pide a su “enemiga” —más bien le ruega— que la abrace. En total silencio, sin palabra alguna, los cuerpos de ambas reclusas hablan a gritos: la profunda soledad de la condenada así como su amargo dolor y remordimiento, se entrelazan en el frío de la noche con el rencor de su compañera, el que rápidamente se derrumba ante la percepción de la profunda angustia que embarga a la primera. Esta es apenas una entre centenares de secuencias que construyen este castillo de sublime perfección llamado Babylon Berlin.
El espectador irá accediendo a capas y más capas de información y descubrimientos a través del fascinante viaje que representa el visionado de sus 28 episodios totales, y podemos asegurarles a todos que cada elemento y toda revelación están precisamente en su debido lugar y resultan espléndidamente orgánicos y consustanciales a la trama. Sencillamente, la impactante radiografía de época que presenta BB es tan integral y abarcativa que requiere de todos y cada uno de sus personajes, situaciones y conflictos para obtener los impactantes resultados que efectivamente consigue. Cada personaje secundario, por ejemplo, posee facetas múltiples que se van advirtiendo conforme transcurren los episodios, al punto que alguno de ellos revelará insospechados aspectos de sí recién cerca del final de la tercera y hasta ahora última temporada. Lo mismo ocurre con la complejidad dramática que experimentan algunas de las criaturas que pueblan BB. No hay aquí salidas fáciles ni tampoco excusas para las decisiones que se hayan tomado, cuyas consecuencias todos deberán soportar cualesquiera sean los posibles atenuantes para dichas conductas. Más no podemos apuntar sin espoilear cruelmente la trama, pero nos permitiremos, sin embargo, citar una secuencia auténticamente conmovedora, aquella que transcurre en una celda de la prisión para mujeres, en la que una condenada a muerte que se ve forzada a compartir espacio con una militante comunista que la odia (dado que la joven ha insistido —bajo presión— en que su crimen fue instigado por los “rojos”, cuando en realidad se trató de nazis haciéndose pasar por tales), le pide a su “enemiga” —más bien le ruega— que la abrace. En total silencio, sin palabra alguna, los cuerpos de ambas reclusas hablan a gritos: la profunda soledad de la condenada así como su amargo dolor y remordimiento, se entrelazan en el frío de la noche con el rencor de su compañera, el que rápidamente se derrumba ante la percepción de la profunda angustia que embarga a la primera. Esta es apenas una entre centenares de secuencias que construyen este castillo de sublime perfección llamado Babylon Berlin.
BB es el fruto de un grupo de
talentos y empresas que se unieron para darle vida. Fue creada y coescrita por
tres grandes directores alemanes de la nueva generación, Tom Tykwer, Achim von
Borries y Hank Handloegte (el primero de ellos es el más conocido en el mundo
angloparlante, dado que ha dirigido tanto en EE UU como Inglaterra, siendo la
serie Sense 8 y el filme El Perfume sus trabajos más
populares), y está basada en la novela Der Nasse Fisch, escrita por el
periodista Volker Kutscher y lanzada en 2007 (en España fue publicada como Sombras
Sobre Berlín por Ediciones B).
De todos modos el proyecto habría quedado en la nada si no se hubieran unido
cuatro grandes empresas —Sky TV Alemania, la cadena estatal ARD, X-Filme
Creative Pool y la importantísima distribuidora Beta Films— ya que su
presupuesto inicial fue de 45 millones de euros, cifra inalcanzable para
cualquier otro producto europeo. La primera temporada, de 16 episodios, se
estrenó en septiembre de 2017 y se completó en los primeros meses de 2018,
luego de un breve hiato. Razones presupuestarias y compromisos contractuales de
tres de sus protagonistas retrasaron el rodaje de la segunda temporada (que
aquí se conoce o conocerá como la tercera) hasta finales de 2019, emitiéndose
finalmente en febrero último, precisamente cuando el coronavirus comenzaba a
hacer estragos en Europa. La división en tres temporadas es responsabilidad de
Netflix, empresa que negoció con Sky TV los derechos de difusión para algunos
países de habla inglesa y castellana, de modo que sus programadores “partieron”
los 16 capítulos de su primer año en dos
“temporadas” de 8 episodios cada una, transformando así a la que en rigor de
verdad era la segunda en “tercera”,
que consta de 12 capítulos en total. Sin embargo, y por razones que este
cronista no ha podido clarificar hasta el momento de publicar este artículo, BB
no está disponible en este momento en la grilla de la “N” roja para nuestro
país (aunque sí figura en su listado alfabético). Sin embargo, la serie está
disponible para descarga a través del programa “torrent” (o similares) y tiene
subtítulos disponibles en español. En cambio, sí se han emitido sus dos
primeras partes —y se emitirá la tercera próximamente— en Sky Channel en español.
En definitiva, sea cual sea la manera de acceder a esta obra superior, nadie
quedará defraudado ni permanecerá indiferente ante la poderosísima gramática y
la polisémica semántica que construye la soberbia narrativa de
Babylon Berlin. A igual que el anillo Único, esta es una serie para “dominarlas
a todas”. ¡A por ella!
Me permito sugerir un sitio con abundante información sobre la serie y sobre su trasfondo histórico (la república de Weimar y el Berlín de los años 20): https://espanol.babylonberlin.net/
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