La Genial “DERRY GIRLS” y “KILLING EVE” 3ra Temporada. Dos Miradas.


KILLING EVE’ 3ra temporada: Una Conclusión Perfecta
Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★

Killing Eve (ídem) Reino Unido, 2020.
Serie de BBC America. 3ª Temporada de 8 episodios
de 42 min c/u.
Elenco: Sandra Oh, Jodie Comer, Fiona Shaw,
Kim Bodnia.-
Concluyó, hace poco más de una semana, Killing Eve, la magnífica serie de BBC creada, producida y en ocasiones escrita por la también actriz Phoebe Waller-Bridge, quien protagonizó y escribió las dos temporadas de la comedia satírica Fleabag. Hace poco más de un año y medio publicamos nuestro respectivo artículo acerca de la primera temporada de esta serie, así que los remitimos a él para todo lo que concierne al origen y desarrollo de este gran producto inglés. No pensábamos volver sobre ella, pero esta tercera temporada suya, empero, nos permite reabrir la ventana de su comprensión puesto que ofrece un par de interesantes aristas que la enriquecen y le otorgan total sentido. Veamos, pues.


            El octavo y último capítulo de este año (el vigésimo cuarto en total), nos permitió descubrir el sentido último del título de la serie, “Matando a Eve”, que resulta no ser tanto un derivado del contenido de su trama (recordemos que, ante todo, se trata de una asesina a sueldo psicótica que entabla una relación perversa con su perseguidora, una analista del MI5 reclutada por el MI6 para tal fin), sino del interesante hecho de “matar” a la vieja Eve, o a la versión domesticada y socialmente aceptable de ella. Ahora se entiende, por ello mismo, que jamás conozcamos el apellido de soltera de nuestra protagonista (magníficamente interpretada por la norteamericana Sandra Oh, también productora de la teleserie), ya que Eve Polastri es —en realidad— una construcción artificial a la que todos, incluido su marido polaco, han contribuido. Eve es una mujer altamente inteligente, intuitiva, decidida y emprendedora; pero también es alguien que no se conoce totalmente a sí misma, quien deberá pasar por todos los tremendos eventos de la trama para, como lo dice ella misma a minutos de este agridulce final, descubrir que “todos tenemos un monstruo en nuestro interior, la cuestión es cómo mantenerlo a raya”. La inocultable pasión que entrelaza a la asesina Vilanelle con la renacida Eve puede que sea, finalmente, el único medio de contener al monstruo que late en el interior de ambas. ¡Vaya paradoja!
            La otra gran revelación de esta historia correrá por cuenta de Carolyn (otro inconmensurable trabajo de esa genial actriz que es Fiona Shaw) (atención: sigue un breve spoiler), la veterana espía del MI6 que alcanzará el “nirvana” al decir “no se puede acabar con ‘Los Doce’”, inmediatamente después de volarle los sesos al doble agente que podría haberle revelado gran parte de los secretos de esa organización clandestina. Luego de que su propio hijo muriera al final del primer episodio de esta temporada, debido a que se estaba acercando peligrosamente al circuito financiero de ‘Los Doce’, Carolyn comprenderá finalmente la vacía inutilidad de este juego de sombras al que dedicó toda su vida. Incapaz de decirle algo mínimamente cariñoso o siquiera intimista a su otra hija, la vieja espía tomará —por primera y tal vez única vez— un camino de venganza personal, ya que al final lo habrá comprendido todo: nada importa, nada tiene sentido, ninguna lealtad es para siempre. Siempre habrá una Hélène (una de las cabezas de ‘Los Doce’), siempre habrá traidores (hasta quien dice amarte te apuñalará), siempre habrá algo de qué arrepentirse… así que lo único importante consiste en ser fiel a uno mismo, incluso si se ha llegado a las puertas de la vejez con la certeza de que todo lo hecho no ha servido para una mierda. Aun así.
            Eve Polastri, recordemos, acabó la segunda temporada con una bala en el pecho cortesía de Vilanelle, y allí tirada, en una gris callejuela de Roma, comprendió amargamente que quien te ama te odia, aunque ningún odio sea mayor al que se siente por uno mismo. Vilanelle y Eve están cierta e inextricablemente ligadas, pero esta vez el viaje de autodescubrimiento inclina la balanza para el lado de la rusa con apodo francés, quien acabará (o comenzará, según como se mire…) su viaje interior en una perdida aldea de su patria natal, en la que se reencontrará con la madre que la abandonó al nacer, y de cuyo encuentro la homicida espera alzarse con las llaves de su destino y los porqué de su pasado. El capítulo íntegramente dedicado a este evento es con toda probabilidad uno de los mejores de esta o de cualquier otra serie. Pero si algo destaca en este tercer envío es la absoluta valentía de sus productores a la hora de definir el rumbo a seguir. Miren, lo explicaremos por la vía inversa: dos veces, la última de ellas fue hace poco más de un mes (¡cuando el pseudocrítico al que citaremos ni siquiera supo que la 3ra temporada ya estaba al aire!), cierto columnista radial acusó a Killing Eve de “tribunera”, entre otras lindezas. Y más allá de lo cuestionable de tal neologismo, este profesional pasó olímpicamente por alto el hecho de que la serie ha seguido el camino estrictamente inverso al que le achaca, ya que ha cambiado drásticamente de tono, ha bajado sus revoluciones, y se ha permitido un saludable viaje al interior de sus personajes. Esta ha sido la temporada con menos violencia, menos escenas de acción y menor suspenso, pero contrariamente es la que más intensamente ha puesto las cartas sobre la mesa, buceando como nunca en el interior de sus personajes. Por momentos, incluso, la serie pareció perder algunas de sus mejores señas de identidad, aunque se haya tratado siempre de un espejismo: Killing Eve nos habla, al fin de cuentas, de una sicópata necesitada de razones para dejar de matar y de una agente del gobierno —“buena” esposa y “mejor” ciudadana— culpable de liberar a su verdadero “yo” interior, y de cómo el viaje de ambas colisiona irremediablemente con un mundo de mentiras, secretos de estado (y de los otros), crímenes absurdos y pérdidas irreparables. ¿Qué diantres tiene todo esto de “tribunero”?
 La serie se despacha aquí y allá con momentos de verdadera orgía creativa para luego “amesetarse” con secuencias en las cuales solo importa cómo el tipo de vida que estas criaturas han elegido las condiciona irremediablemente. La otra cuestión vital en esta tercera temporada, directamente relacionada con lo anterior, es la de la “maternidad” y la “familia”, temática que gira en torno del destino trágico de estos personajes, moldeándolos y marcándolos a fuego. Dasha, la vieja asesina rusa que entrenó a una jovencísima Oksana (el verdadero nombre de Vilanelle), aparecerá desde el principio para recordarnos cómo se “fabrica” una psicópata despojándola de toda su humanidad; Carolyn deberá lidiar con los efectos indeseados en su rol de madre, signados por una vida en la cual los sentimientos y las emociones le han sido algo prohibido a la vez que peligroso; e incluso el mismísimo Konstantin (un brillante Kim Bodnia, quien en esta tanda de episodios le pone medalla y beso a su personaje) tendrá que verse al espejo de sus traiciones para asumir que ha sido un desastroso padre y un pésimo mentor. ¿Y saben qué? Todo esto se resume en una sola ecuación: que el sindicato criminal “Los Doce”, los servicios de inteligencia estatales y todos los demás actores en este demente juego de ajedrez, existen y seguirán existiendo (tal y como lo afirma Carolyn al final, lo repetimos) porque delante de ellos se halla una gigantesca y eterna zanahoria denominada “Poder”. “Poder” y todos sus derivados, claro está, llámense estos “dinero”, “influencia política”, “finanzas internacionales”, “conexiones”, etc., etc. Pero, y aquí se halla el “mensaje” de Killing Eve, las personas que estas organizaciones utilizan para llevar a cabo sus fines —asesinos, espías, operadores, infiltrados, financistas corruptos, etc.— son los únicos que realmente carecen de “poder”… o por lo menos del “poder” sobre sí mismos, sobre sus decisiones e incluso sobre sus sentimientos, y los 24 episodios que hasta aquí han construido esta soberbia historia se erigieron sobre el pertinaz intento de un puñado de personajes por alcanzar la libertad interior que otorga ese dichoso “poder”. En fin, que estas personas sumamente dañadas puedan, sin embargo, mirarse a los ojos a pesar de la mucha sangre que se interpuso entre ellas, no deja de ser un logro mucho mayor que derribar a un sindicato criminal internacional; y el bellísimo y sutil plano final de Killing Eve es una muestra cabal de ello.
Semanas atrás se anunció la supuesta firma de los contratos para una posible cuarta temporada de esta serie (aunque no nos consta la veracidad de tal noticia); y la verdad es que no estamos tan seguros de que ello sea una buena idea. No es que desconfiemos de la capacidad de este magnífico equipo creativo que tan brillantemente ha conducido las cosas hasta aquí, sino que el cierre de la historia ha sido tan, pero tan bueno que tememos por un posible innecesario alargamiento. Después de todo, en el mundo audiovisual no hay nada seguro, y a “Seguro” lo ajusticiaron en la guillotina. Como sea, dejamos para el final el elogio que nos faltaba, el que tan merecidamente se ha ganado Jodie Comer, actriz que antes de esta serie nos era por completo desconocida y que ahora se ha transformado en toda un referente del arte interpretativo británico. En estos ocho episodios le da una increíble vuelta más de rosca a su sicópata Vilanelle transformándola en un ser multiforme y complejísimo, a veces niña y a veces mortífera, por momentos tan desvalida como en otros tan despiadada… pero por sobre todo, para su propia mayor sorpresa —y la nuestra, cómo no— subrepticiamente capaz de amar. A su perversa y retorcida manera, por supuesto; pero es que al fin de cuentas, ¿quién de nosotros ama tan pero tan pura y desinteresadamente…?
DERRY GIRLS: UNA SÁTIRA FEROZMENTE DIVERTIDA
Calificación: ¡¡¡BRILLANTE!!! ★★★★★+
Derry GirlsSerie de Netflix y Channel 4
(Irlanda del Norte) Escrita y Creada por
Lisa McGee- 2 temporadas de 6 episodios c/u. 2017 y 2018
Derry Girls no es una comedia satírica demoledora. Derry Girls no es una alocada radiografía de un puñado de chicas adolescentes norirlandesas de principios de los años ‘90s. Derry Girls no es una parodia feroz acerca de los retorcidos efectos que la religión, el nacionalismo y las ideologías producen en la gente y sus líderes políticos. Derry Girls no es nada de eso, o es todo eso a la vez. Derry Girls es, pura y sencillamente, una obra maestra. Y divertidísima, ¡¡¡qué va!!! Y esperanzadora, ¡¡¡cómo no!!! Y demoledoramente infecciosa, ¡¡¡‘chupáte’ esa!!! Pero… ¿se puede ser todo esto a la vez? Acompáñennos a descubrirlo.
Nos topamos con Derry Girls por puro azar, mientras intentábamos hallar unos subtítulos decentes para otra serie en un sitio web de amplia difusión. Un simple “click” nos informó que se trataba de un producto irlandés, o mejor dicho norirlandés, lo que incentivó aun más nuestra curiosidad. ¿Qué teníamos para perder…? Casi doce horas después de haber descargado sus dos temporadas de apenas 6 episodios cada una (los que además presentan 24 brevísimos minutos de duración), ya la habíamos devorado de un tirón. Nuestro estado anímico posterior  nos hizo recordar una frase pronunciada por Donald Shuterland en un viejísimo reportaje, al ser consultado acerca de si era un hombre feliz. Su respuesta fue: “soy una persona moderadamente feliz. Serlo demasiado es un síntoma de imbecilidad”. Pues bien, luego de disfrutar Derry Girls, este crítico se convirtió —según esta lógica— en un completo imbécil. O por lo menos, en un imbécil alegre y feliz, que no es poco. Porque Derry Girls ofrece una mirada mordaz y cínica acerca de su época y su universo (transcurre en el turbulento noroeste de Irlanda del Norte durante 1993 y 1994), pero matizada por un evidente amor por sus criaturas y una bellísima actitud de compasión hacia sus pequeñas miserias y artimañas. Cuando parece que hunde impiadosamente su bisturí en la carne de estos personajes tan “humanos como la contradicción”, en realidad los está reivindicando gracias a su maravillosa comprensión de la naturaleza humana. Hace mucho tiempo que, debajo de una aparente comedia juvenil, no veíamos un retrato tan desfachatado de nuestras propias inseguridades.
Antes que nada, definamos las cosas. Derry Girls es una comedia satírica de costumbres, pero de ningún modo es una comedia juvenil “para adolescentes”, como parecería ser a priori. Indudablemente que ellos se sentirán inmediatamente atraídos por las surrealistas desventuras de estas cuatro amigas adolescentes y su recién llegada “mascota”, el “inglesito” James, al que tratan peor que a un perrito faldero lleno de pulgas, pero lo que atrapa de inmediato —por caso— a un hombre de 51 años (este crítico…), a una mujer de 35 o a un grupo de pibes de 19, es la exquisita universalidad que presenta esta espléndida trama. Que sería más o menos la siguiente. En el pequeño pueblo de Derry, o sea la zona sur de Londonderry, vive Erin, una jovencita de 16 años que intenta sobrevivir a la pubertad en medio de un país en guerra desde hace 25 años. La historia, dividida en esas dos breves temporadas que ya hemos mencionado, transcurre precisamente en esos dos últimos años de la escuela secundaria de Erin y sus amigas, los que coincidirán históricamente con el cese de las hostilidades y el inicio del proceso de paz con Londres. De hecho, el episodio final (el sexto de la segunda temporada) transcurrirá con el telón de fondo de la histórica visita del entonces presidente Bill Clinton a Londonderry en 1994, al que inteligentemente veremos en la pantalla de un televisor en un escaparate como si estuviera sucediendo realmente en vivo. Y aunque no parezca tratarse de una historia centrada en el aspecto político cultural, este atraviesa transversalmente toda la trama, apareciendo aquí y allá en apostillas de una sutileza y un humor admirables. Pues bien, Erin vive con su madre —la verdadera autoridad de la casa— su pobre papá, eternamente insultado y humillado por su suegro —un insufrible misántropo que continúa el insinuado liderazgo de su fallecida esposa— su tía materna (madre soltera que vive en ‘babia’ y totalmente esclavizada por su imagen) y su prima Orla, una chica con varias neuronas en falsa escuadra. A ellas se suma Clare, la gordita de la escuela, que al contrario de lo que ocurre hoy día no le importa un carámbano de su aspecto y come como lima nueva. Es más, nadie se burla de ella por eso, quizás porque sus únicas obsesiones tienen que ver con su total imposibilidad de mantener la boca cerrada cuando sus compinches se mandan una trastada que hay que ocultar. Y por último está la sexy y contestataria del pueblo, Michelle, cuya madre es prima de la mamá de Erin, una rebelde de manual que cada dos palabras pronuncia “mother fucker” porque, según dice en el episodio piloto, acaba de ver Pulp Fiction (1994, Quentin Tarantino) y le “encantó” cómo los personajes escupen dicho insulto a cada momento.
            Derry Girls está contada desde la óptica de las chicas, ciertamente, pero en realidad es una comedia más adulta que ninguna otra. Ellas no son las “populares” de la escuela católica a la que asisten, sino más bien todo lo contrario, y por cierto que están siempre en la mira de la directora del instituto, la autoritaria Hermana Michael. La monja es uno de los hallazgos creativos más festejados de este y de cualquier otro siglo. Aun más misántropa que el abuelo de Erin, malhumorada, dictatorial y dueña de todo el sarcasmo del planeta, esta religiosa de dudosa vocación (en un episodio reconoce que ser monja le valió techo y comida gratis), es capaz de insultar a curas, familiares de alumnos y hasta Obispos sin ruborizarse en absoluto. En uno de sus momentos más logrados se halla hablando en el salón de actos, brindando las novedades de la semana, cuando anuncia: “en otro orden de cosas, tengo que informar que la hermana Mary nos abandona. Ha decidido retornar a su vida de misionera, así que será trasladada para evangelizar en una tierra de bárbaros, paganos e inmorales.” Sorprendida, una directiva le acota: “pero Hermana, ella apenas si irá a Belfast…”, a lo que Michael replica: “¡precisamente!”. Dardos como este no solo están en boca de esta monja, sino que se disparan a cada segundo por parte de cada personaje que gira en torno a las chicas. Hay para todos, desde el entonces representante del gobierno local —al que le dan para que guarde y reparta— Londres, James Cameron, el Papa y un largo etcétera. Además, no deja de sorprender que, tratándose de un producto británico (producido para Netflix por el tradicional Canal 4 del Ulster), tanto la Corona como el gobierno de Whitehall reciban verdaderos palazos por el lomo, en lo que constituye un auténtico mensaje nacionalista. Uno esperaría algo así de un producto realizado en la República de Irlanda (o Irlanda del Sur/Eire), ya que más allá de las históricas divisiones religiosas que tanta sangre costó en el pasado reciente, el Ulster es genuinamente una parte de su propio territorio “arrebatado” y anexado por los ingleses, pero que un espíritu tan nacionalista —aunque decididamente volcado a la paz, eso sí— se lea tan claramente de una comedia satírica británica, no solo sorprende gratamente, sino que mueve a envidia. Cuando uno piensa que apenas unos días atrás la Facultad de Derecho de la UBA censuró y prohibió la charla vía streaming que el ex juez brasileño Sergio Moro iba a brindar allí, no puede menos que sentir pena (y no poca ira…) por la decadente uniformidad ideológica que campea actualmente en todos los otrora ámbitos de “pensamiento” argentinos, cuyas prácticas de discurso único, persecución del que piensa diferente más una obstinada negativa a siquiera escuchar otros argumentos, demuestran cuán lejos estamos de la auténtica libertad de pensamiento y del genuino espíritu crítico.
Ahora bien, como dirá Michelle en una maravillosa secuencia, ser una “chica de Derry” es un estado mental. ¿Por qué? Pues porque ello significa ‘resistencia’, ‘resiliencia’, incluso ‘compromiso’; pero también quiere decir ‘esperanza’, ‘fe’ en que las cosas irán mejor que hasta entonces, ‘apertura’ para el cambio que viene… James, el pibe inglés semi abandonado por su madre que recala en Derry y, para colmo, es obligado a asistir a una escuela para señoritas, terminará transformándose en otra “chica de Derry” no por cuestiones de género ni nada que se le parezca, sino porque sabrá aguantar los brulotes y —en el proceso— comprender profundamente a esas irlandesas bravas, las que no por su corta edad dejan de ser, sin embargo, verdaderas mujeres a punto de parir un nuevo tiempo, el de la paz y la integración. Pero atención, que tanta filosofía en nuestra lectura no les haga olvidar que esto es una comedia desaforadamente irreverente, políticamente INCORRECTA y totalmente alocada. Aquí, el mensaje, entra por el delirio, no por el drama. Ya en su segunda temporada, por ejemplo, esto que afirmamos se ilustra a las mil maravillas en uno de los episodios que más ha disfrutado este cronista, el del accidentado (y disparatado) viaje a Belfast para asistir a un recital de Take That, el grupo de pop inglés que hizo furor en los ‘90s y del que surgió Robbie Williams. Indignada, la mamá de Erin le reprocha cómo es posible que vayan a ver a ese grupejo de “inglesitos de mierda” (sic), a lo que la chica responde con un simple encogimiento de hombros mientras su prima acota: “¡¡¡sí, pero Robbie está buenísimo!!!” Esta sencilla pero terminante lógica de “Derry” impregna cada acción y cada decisión de las chicas, ¡y atención que no tiene nada de superficial…! Ellas están hartas de ir al colegio esquivando retenes militares o teniendo que tomar la ruta más larga porque hay una amenaza de bomba en el puente de la otra cuadra (esto ocurre en el piloto), y sus desquiciadas familias están igualmente cansadas de evitar desfiles de conservadores pro británicos como de borrar las eternas pintadas del IRA en sus paredes. Así que ellas, las chicas de Derry, hacen con toda naturalidad lo que sus mayores debieron haber hecho mucho antes: ¡se cagan en todo! Menos en la amistad, en el compañerismo y en sus irreprimibles ganas de huir de tanta mediocridad. Probablemente sea esta la definición menos académica —y sin dudas la más grosera— en la historia de nuestro blog, pero cuando hayan visto Derry Girls sabrán comprendernos y disculpar nuestra falta de elegancia. No había otra forma de explicarlo.
Y otra cosita más todavía. Este espíritu de sana rebelión, de persistente inconformismo y de petulante irreverencia que campea por toda Derry Girls, se saborea con exquisito deleite en una breve pero brillantísima secuencia de su episodio final (el 6to de la segunda temporada) que deseamos compartir por adelantado. Como lo apuntamos más arriba, el final de la serie coincide con el auténtico viaje de Bill Clinton a Londonderry, y las amigas están totalmente revolucionadas y deseosas de ver al presidente norteamericano tanto como unas “grupies” a su grupo favorito. Pero la venenosa hermana Michael se niega a darles asueto a sus alumnas y las obliga a estar en clase ese día. Claro está que ni las estatuas le harán caso y el colegio quedará desierto, pero mientras lo recorre con desgano, la religiosa se topa con la solitaria presencia de la insoportable “nerd” del instituto, una auténtica “lametraseros” capaz de cualquier cosa por ser la favorita de sus docentes. Cuando la ve allí sentada, en total soledad, no puede reprimir decirle: “por dios, ten un poco de autorespeto…”. Y al decirlo, echa una significativa mirada todo a lo ancho del vacío salón y, por vez primera, la hermana Michael esboza una luminosa sonrisa de satisfacción. Lo juramos, aplaudimos de placer. En fin, releyendo lo escrito hasta aquí sentimos que no le hemos hecho real justicia a esta espléndida y maravillosa sátira de costumbres que es Derry Girls, quizás porque es tan perfecta que no nos es posible ponernos a su altura; pero ustedes —en cambio— tienen la lúdica oportunidad de lograrlo. ¿Cómo? Sencillo… viéndola. Nada más y nada menos. Dejarla pasar sería un pecado imperdonable. Buenas noches.- 
   

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