‘KILLING EVE’ 3ra temporada: Una
Conclusión Perfecta
Por Leonardo L.
Tavani
Calificación:
Excelente ★★★★★
Killing Eve (ídem) Reino Unido, 2020.
Serie de
BBC America. 3ª Temporada de 8 episodios
de 42 min
c/u.
Elenco:
Sandra Oh, Jodie Comer, Fiona Shaw,
Concluyó, hace poco más de
una semana, Killing Eve, la magnífica serie de BBC creada, producida y en
ocasiones escrita por la también actriz Phoebe Waller-Bridge, quien protagonizó
y escribió las dos temporadas de la comedia satírica Fleabag. Hace poco más de
un año y medio publicamos nuestro respectivo artículo acerca de la primera
temporada de esta serie, así que los remitimos a él para todo lo que concierne
al origen y desarrollo de este gran producto inglés. No pensábamos volver sobre
ella, pero esta tercera temporada suya, empero, nos permite reabrir la ventana
de su comprensión puesto que ofrece un par de interesantes aristas que la
enriquecen y le otorgan total sentido. Veamos, pues.
El
octavo y último capítulo de este año (el vigésimo cuarto en total), nos
permitió descubrir el sentido último del título de la serie, “Matando a Eve”, que resulta no ser tanto
un derivado del contenido de su trama (recordemos que, ante todo, se trata de
una asesina a sueldo psicótica que entabla una relación perversa con su
perseguidora, una analista del MI5 reclutada por el MI6 para tal fin), sino del
interesante hecho de “matar” a la vieja Eve, o a la versión domesticada y
socialmente aceptable de ella. Ahora se entiende, por ello mismo, que jamás
conozcamos el apellido de soltera de nuestra protagonista (magníficamente
interpretada por la norteamericana Sandra Oh, también productora de la
teleserie), ya que Eve Polastri es —en realidad— una construcción artificial a
la que todos, incluido su marido polaco, han contribuido. Eve es una mujer
altamente inteligente, intuitiva, decidida y emprendedora; pero también es
alguien que no se conoce totalmente a sí misma, quien deberá pasar por todos
los tremendos eventos de la trama para, como lo dice ella misma a minutos de
este agridulce final, descubrir que “todos tenemos un monstruo en nuestro
interior, la cuestión es cómo mantenerlo a raya”. La inocultable pasión
que entrelaza a la asesina Vilanelle con la renacida Eve puede que sea,
finalmente, el único medio de contener al monstruo que late en el interior de
ambas. ¡Vaya paradoja!
La
otra gran revelación de esta historia correrá por cuenta de Carolyn (otro
inconmensurable trabajo de esa genial actriz que es Fiona Shaw) (atención: sigue un breve spoiler), la veterana espía
del MI6 que alcanzará el “nirvana” al
decir “no se puede acabar con ‘Los Doce’”, inmediatamente después de
volarle los sesos al doble agente que podría haberle revelado gran parte de los
secretos de esa organización clandestina. Luego de que su propio hijo muriera
al final del primer episodio de esta temporada, debido a que se estaba
acercando peligrosamente al circuito financiero de ‘Los Doce’, Carolyn
comprenderá finalmente la vacía inutilidad de este juego de sombras al que
dedicó toda su vida. Incapaz de decirle algo mínimamente cariñoso o siquiera
intimista a su otra hija, la vieja espía tomará —por primera y tal vez única
vez— un camino de venganza personal, ya que al final lo habrá comprendido todo:
nada importa, nada tiene sentido, ninguna lealtad es para siempre. Siempre
habrá una Hélène (una de las cabezas de ‘Los Doce’), siempre habrá traidores
(hasta quien dice amarte te apuñalará), siempre habrá algo de qué arrepentirse…
así que lo único importante consiste en ser fiel a uno mismo, incluso si se ha
llegado a las puertas de la vejez con la certeza de que todo lo hecho no ha
servido para una mierda. Aun así.
Eve
Polastri, recordemos, acabó la segunda temporada con una bala en el pecho
cortesía de Vilanelle, y allí tirada, en una gris callejuela de Roma,
comprendió amargamente que quien te ama te odia, aunque ningún odio sea mayor
al que se siente por uno mismo. Vilanelle y Eve están cierta e inextricablemente
ligadas, pero esta vez el viaje de autodescubrimiento inclina la balanza para
el lado de la rusa con apodo francés, quien acabará (o comenzará, según como se
mire…) su viaje interior en una perdida aldea de su patria natal, en la que se
reencontrará con la madre que la abandonó al nacer, y de cuyo encuentro la
homicida espera alzarse con las llaves de su destino y los porqué de su pasado.
El capítulo íntegramente dedicado a este evento es con toda probabilidad uno de
los mejores de esta o de cualquier otra serie. Pero si algo destaca en este
tercer envío es la absoluta valentía de sus productores a la hora de definir el
rumbo a seguir. Miren, lo explicaremos por la vía inversa: dos veces, la última
de ellas fue hace poco más de un mes (¡cuando el pseudocrítico al que citaremos
ni siquiera supo que la 3ra temporada ya estaba al aire!), cierto columnista
radial acusó a Killing Eve de “tribunera”,
entre otras lindezas. Y más allá de lo cuestionable de tal neologismo, este
profesional pasó olímpicamente por alto el hecho de que la serie ha seguido el
camino estrictamente inverso al que le achaca, ya que ha cambiado drásticamente
de tono, ha bajado sus revoluciones, y se ha permitido un saludable viaje al
interior de sus personajes. Esta ha sido la temporada con menos violencia,
menos escenas de acción y menor suspenso, pero contrariamente es la que más
intensamente ha puesto las cartas sobre la mesa, buceando como nunca en el
interior de sus personajes. Por momentos, incluso, la serie pareció perder
algunas de sus mejores señas de identidad, aunque se haya tratado siempre de un
espejismo: Killing Eve nos habla, al fin de cuentas, de una sicópata
necesitada de razones para dejar de matar y de una agente del gobierno —“buena”
esposa y “mejor” ciudadana— culpable de liberar a su verdadero “yo” interior, y
de cómo el viaje de ambas colisiona irremediablemente con un mundo de mentiras,
secretos de estado (y de los otros), crímenes absurdos y pérdidas irreparables.
¿Qué diantres tiene todo esto de “tribunero”?
La serie se despacha aquí y allá con momentos
de verdadera orgía creativa para luego “amesetarse” con secuencias en las
cuales solo importa cómo el tipo de vida que estas criaturas han elegido las
condiciona irremediablemente. La otra cuestión vital en esta tercera temporada,
directamente relacionada con lo anterior, es la de la “maternidad” y la
“familia”, temática que gira en torno del destino trágico de estos personajes,
moldeándolos y marcándolos a fuego. Dasha, la vieja asesina rusa que entrenó a
una jovencísima Oksana (el verdadero nombre de Vilanelle), aparecerá desde el
principio para recordarnos cómo se “fabrica” una psicópata despojándola de toda
su humanidad; Carolyn deberá lidiar con los efectos indeseados en su rol de
madre, signados por una vida en la cual los sentimientos y las emociones le han
sido algo prohibido a la vez que peligroso; e incluso el mismísimo Konstantin
(un brillante Kim Bodnia, quien en esta tanda de episodios le pone medalla y beso a su personaje) tendrá
que verse al espejo de sus traiciones para asumir que ha sido un desastroso
padre y un pésimo mentor. ¿Y saben qué? Todo esto se resume en una sola
ecuación: que el sindicato criminal “Los Doce”, los servicios de inteligencia
estatales y todos los demás actores en este demente juego de ajedrez, existen y
seguirán existiendo (tal y como lo afirma Carolyn al final, lo repetimos) porque
delante de ellos se halla una gigantesca y eterna zanahoria denominada “Poder”.
“Poder” y todos sus derivados, claro
está, llámense estos “dinero”, “influencia política”, “finanzas internacionales”, “conexiones”, etc., etc. Pero, y aquí se
halla el “mensaje” de Killing Eve, las personas que estas
organizaciones utilizan para llevar a cabo sus fines —asesinos, espías,
operadores, infiltrados, financistas corruptos, etc.— son los únicos que
realmente carecen de “poder”… o por lo menos del “poder”
sobre sí mismos, sobre sus decisiones e incluso sobre sus sentimientos, y los
24 episodios que hasta aquí han construido esta soberbia historia se erigieron
sobre el pertinaz intento de un puñado de personajes por alcanzar la libertad
interior que otorga ese dichoso “poder”. En fin, que estas personas
sumamente dañadas puedan, sin embargo, mirarse a los ojos a pesar de la mucha sangre
que se interpuso entre ellas, no deja de ser un logro mucho mayor que derribar
a un sindicato criminal internacional; y el bellísimo y sutil plano final de Killing
Eve es una muestra cabal de ello.
Semanas atrás se anunció la
supuesta firma de los contratos para una posible cuarta temporada de esta serie
(aunque no nos consta la veracidad de tal noticia); y la verdad es que no
estamos tan seguros de que ello sea una buena idea. No es que desconfiemos de
la capacidad de este magnífico equipo creativo que tan brillantemente ha
conducido las cosas hasta aquí, sino que el cierre de la historia ha sido tan,
pero tan bueno que tememos por un posible innecesario alargamiento. Después de
todo, en el mundo audiovisual no hay nada seguro, y a “Seguro” lo ajusticiaron
en la guillotina. Como sea, dejamos para el final el elogio que nos faltaba, el
que tan merecidamente se ha ganado Jodie Comer, actriz que antes de esta serie
nos era por completo desconocida y que ahora se ha transformado en toda un
referente del arte interpretativo británico. En estos ocho episodios le da una increíble
vuelta más de rosca a su sicópata Vilanelle transformándola en un ser
multiforme y complejísimo, a veces niña y a veces mortífera, por momentos tan
desvalida como en otros tan despiadada… pero por sobre todo, para su propia
mayor sorpresa —y la nuestra, cómo no— subrepticiamente capaz de amar. A su
perversa y retorcida manera, por supuesto; pero es que al fin de cuentas,
¿quién de nosotros ama tan pero tan pura y
desinteresadamente…?
DERRY GIRLS: UNA SÁTIRA FEROZMENTE DIVERTIDA
Calificación: ¡¡¡BRILLANTE!!! ★★★★★+★
Derry Girls – Serie
de Netflix y Channel 4
(Irlanda
del Norte) Escrita y Creada por
Lisa
McGee- 2 temporadas de 6 episodios c/u. 2017 y 2018
Derry Girls no es una comedia satírica demoledora. Derry
Girls no es una alocada radiografía de un puñado de chicas adolescentes
norirlandesas de principios de los años ‘90s. Derry Girls no es una
parodia feroz acerca de los retorcidos efectos que la religión, el nacionalismo
y las ideologías producen en la gente y sus líderes políticos. Derry
Girls no es nada de eso, o es todo eso a la vez. Derry
Girls es, pura y sencillamente, una obra maestra. Y divertidísima,
¡¡¡qué va!!! Y esperanzadora, ¡¡¡cómo
no!!! Y demoledoramente infecciosa, ¡¡¡‘chupáte’
esa!!! Pero… ¿se puede ser todo esto a la vez? Acompáñennos a descubrirlo.
Nos topamos con Derry
Girls por puro azar, mientras intentábamos hallar unos subtítulos
decentes para otra serie en un sitio web de amplia difusión. Un simple “click”
nos informó que se trataba de un producto irlandés, o mejor dicho norirlandés,
lo que incentivó aun más nuestra curiosidad. ¿Qué teníamos para perder…? Casi
doce horas después de haber descargado sus dos temporadas de apenas 6 episodios
cada una (los que además presentan 24 brevísimos minutos de duración), ya la
habíamos devorado de un tirón. Nuestro estado anímico posterior nos hizo recordar una frase pronunciada por
Donald Shuterland en un viejísimo reportaje, al ser consultado acerca de si era
un hombre feliz. Su respuesta fue: “soy una persona moderadamente feliz. Serlo
demasiado es un síntoma de imbecilidad”. Pues bien, luego de disfrutar Derry
Girls, este crítico se convirtió —según esta lógica— en un completo
imbécil. O por lo menos, en un imbécil alegre y feliz, que no es poco. Porque Derry
Girls ofrece una mirada mordaz y cínica acerca de su época y su
universo (transcurre en el turbulento noroeste de Irlanda del Norte durante
1993 y 1994), pero matizada por un evidente amor por sus criaturas y una
bellísima actitud de compasión hacia sus pequeñas miserias y artimañas. Cuando
parece que hunde impiadosamente su bisturí en la carne de estos personajes tan
“humanos como la contradicción”, en
realidad los está reivindicando gracias a su maravillosa comprensión de la
naturaleza humana. Hace mucho tiempo que, debajo de una aparente comedia
juvenil, no veíamos un retrato tan desfachatado de nuestras propias
inseguridades.
Antes que nada, definamos las cosas. Derry Girls es una comedia satírica de costumbres, pero de ningún modo es una comedia juvenil “para adolescentes”, como parecería ser a priori. Indudablemente que ellos se sentirán inmediatamente atraídos por las surrealistas desventuras de estas cuatro amigas adolescentes y su recién llegada “mascota”, el “inglesito” James, al que tratan peor que a un perrito faldero lleno de pulgas, pero lo que atrapa de inmediato —por caso— a un hombre de 51 años (este crítico…), a una mujer de 35 o a un grupo de pibes de 19, es la exquisita universalidad que presenta esta espléndida trama. Que sería más o menos la siguiente. En el pequeño pueblo de Derry, o sea la zona sur de Londonderry, vive Erin, una jovencita de 16 años que intenta sobrevivir a la pubertad en medio de un país en guerra desde hace 25 años. La historia, dividida en esas dos breves temporadas que ya hemos mencionado, transcurre precisamente en esos dos últimos años de la escuela secundaria de Erin y sus amigas, los que coincidirán históricamente con el cese de las hostilidades y el inicio del proceso de paz con Londres. De hecho, el episodio final (el sexto de la segunda temporada) transcurrirá con el telón de fondo de la histórica visita del entonces presidente Bill Clinton a Londonderry en 1994, al que inteligentemente veremos en la pantalla de un televisor en un escaparate como si estuviera sucediendo realmente en vivo. Y aunque no parezca tratarse de una historia centrada en el aspecto político cultural, este atraviesa transversalmente toda la trama, apareciendo aquí y allá en apostillas de una sutileza y un humor admirables. Pues bien, Erin vive con su madre —la verdadera autoridad de la casa— su pobre papá, eternamente insultado y humillado por su suegro —un insufrible misántropo que continúa el insinuado liderazgo de su fallecida esposa— su tía materna (madre soltera que vive en ‘babia’ y totalmente esclavizada por su imagen) y su prima Orla, una chica con varias neuronas en falsa escuadra. A ellas se suma Clare, la gordita de la escuela, que al contrario de lo que ocurre hoy día no le importa un carámbano de su aspecto y come como lima nueva. Es más, nadie se burla de ella por eso, quizás porque sus únicas obsesiones tienen que ver con su total imposibilidad de mantener la boca cerrada cuando sus compinches se mandan una trastada que hay que ocultar. Y por último está la sexy y contestataria del pueblo, Michelle, cuya madre es prima de la mamá de Erin, una rebelde de manual que cada dos palabras pronuncia “mother fucker” porque, según dice en el episodio piloto, acaba de ver Pulp Fiction (1994, Quentin Tarantino) y le “encantó” cómo los personajes escupen dicho insulto a cada momento.
Antes que nada, definamos las cosas. Derry Girls es una comedia satírica de costumbres, pero de ningún modo es una comedia juvenil “para adolescentes”, como parecería ser a priori. Indudablemente que ellos se sentirán inmediatamente atraídos por las surrealistas desventuras de estas cuatro amigas adolescentes y su recién llegada “mascota”, el “inglesito” James, al que tratan peor que a un perrito faldero lleno de pulgas, pero lo que atrapa de inmediato —por caso— a un hombre de 51 años (este crítico…), a una mujer de 35 o a un grupo de pibes de 19, es la exquisita universalidad que presenta esta espléndida trama. Que sería más o menos la siguiente. En el pequeño pueblo de Derry, o sea la zona sur de Londonderry, vive Erin, una jovencita de 16 años que intenta sobrevivir a la pubertad en medio de un país en guerra desde hace 25 años. La historia, dividida en esas dos breves temporadas que ya hemos mencionado, transcurre precisamente en esos dos últimos años de la escuela secundaria de Erin y sus amigas, los que coincidirán históricamente con el cese de las hostilidades y el inicio del proceso de paz con Londres. De hecho, el episodio final (el sexto de la segunda temporada) transcurrirá con el telón de fondo de la histórica visita del entonces presidente Bill Clinton a Londonderry en 1994, al que inteligentemente veremos en la pantalla de un televisor en un escaparate como si estuviera sucediendo realmente en vivo. Y aunque no parezca tratarse de una historia centrada en el aspecto político cultural, este atraviesa transversalmente toda la trama, apareciendo aquí y allá en apostillas de una sutileza y un humor admirables. Pues bien, Erin vive con su madre —la verdadera autoridad de la casa— su pobre papá, eternamente insultado y humillado por su suegro —un insufrible misántropo que continúa el insinuado liderazgo de su fallecida esposa— su tía materna (madre soltera que vive en ‘babia’ y totalmente esclavizada por su imagen) y su prima Orla, una chica con varias neuronas en falsa escuadra. A ellas se suma Clare, la gordita de la escuela, que al contrario de lo que ocurre hoy día no le importa un carámbano de su aspecto y come como lima nueva. Es más, nadie se burla de ella por eso, quizás porque sus únicas obsesiones tienen que ver con su total imposibilidad de mantener la boca cerrada cuando sus compinches se mandan una trastada que hay que ocultar. Y por último está la sexy y contestataria del pueblo, Michelle, cuya madre es prima de la mamá de Erin, una rebelde de manual que cada dos palabras pronuncia “mother fucker” porque, según dice en el episodio piloto, acaba de ver Pulp Fiction (1994, Quentin Tarantino) y le “encantó” cómo los personajes escupen dicho insulto a cada momento.
Derry Girls está contada desde la
óptica de las chicas, ciertamente, pero en realidad es una comedia más adulta
que ninguna otra. Ellas no son las “populares” de la escuela católica a la que
asisten, sino más bien todo lo contrario, y por cierto que están siempre en la
mira de la directora del instituto, la autoritaria Hermana Michael. La monja es
uno de los hallazgos creativos más festejados de este y de cualquier otro
siglo. Aun más misántropa que el abuelo de Erin, malhumorada, dictatorial y
dueña de todo el sarcasmo del planeta, esta religiosa de dudosa vocación (en un
episodio reconoce que ser monja le valió techo y comida gratis), es capaz de
insultar a curas, familiares de alumnos y hasta Obispos sin ruborizarse en
absoluto. En uno de sus momentos más logrados se halla hablando en el salón de
actos, brindando las novedades de la semana, cuando anuncia: “en
otro orden de cosas, tengo que informar que la hermana Mary nos abandona. Ha
decidido retornar a su vida de misionera, así que será trasladada para
evangelizar en una tierra de bárbaros, paganos e inmorales.”
Sorprendida, una directiva le acota: “pero Hermana, ella apenas si irá a Belfast…”,
a lo que Michael replica: “¡precisamente!”. Dardos como este no
solo están en boca de esta monja, sino que se disparan a cada segundo por parte
de cada personaje que gira en torno a las chicas. Hay para todos, desde el
entonces representante del gobierno local —al que le dan para que guarde y
reparta— Londres, James Cameron, el Papa y un largo etcétera. Además, no deja
de sorprender que, tratándose de un producto británico (producido para Netflix
por el tradicional Canal 4 del Ulster), tanto la Corona como el gobierno de Whitehall
reciban verdaderos palazos por el lomo, en lo que constituye un auténtico
mensaje nacionalista. Uno esperaría algo así de un producto realizado en la
República de Irlanda (o Irlanda del Sur/Eire), ya que más allá de las
históricas divisiones religiosas que tanta sangre costó en el pasado reciente,
el Ulster es genuinamente una parte de su propio territorio “arrebatado” y
anexado por los ingleses, pero que un espíritu tan nacionalista —aunque
decididamente volcado a la paz, eso sí— se lea tan claramente de una comedia
satírica británica, no solo sorprende gratamente, sino que mueve a envidia.
Cuando uno piensa que apenas unos días atrás la Facultad de Derecho de la UBA
censuró y prohibió la charla vía streaming que el ex juez brasileño Sergio Moro
iba a brindar allí, no puede menos que sentir pena (y no poca ira…) por la
decadente uniformidad ideológica que campea actualmente en todos los otrora
ámbitos de “pensamiento” argentinos, cuyas prácticas de discurso único,
persecución del que piensa diferente más una obstinada negativa a siquiera
escuchar otros argumentos, demuestran cuán lejos estamos de la auténtica
libertad de pensamiento y del genuino espíritu crítico.
Ahora bien, como dirá Michelle
en una maravillosa secuencia, ser una “chica de Derry” es un estado mental.
¿Por qué? Pues porque ello significa ‘resistencia’, ‘resiliencia’, incluso
‘compromiso’; pero también quiere decir ‘esperanza’, ‘fe’ en que las cosas irán
mejor que hasta entonces, ‘apertura’ para el cambio que viene… James, el pibe
inglés semi abandonado por su madre que recala en Derry y, para colmo, es
obligado a asistir a una escuela para señoritas, terminará transformándose en
otra “chica de Derry” no por cuestiones de género ni nada que se le parezca,
sino porque sabrá aguantar los brulotes y —en el proceso— comprender
profundamente a esas irlandesas bravas, las que no por su corta edad dejan de
ser, sin embargo, verdaderas mujeres a punto de parir un nuevo tiempo, el de la
paz y la integración. Pero atención, que tanta filosofía en nuestra lectura no
les haga olvidar que esto es una comedia desaforadamente irreverente,
políticamente INCORRECTA y totalmente alocada. Aquí, el mensaje, entra por el delirio,
no por el drama. Ya en su segunda temporada, por ejemplo, esto que afirmamos se
ilustra a las mil maravillas en uno de los episodios que más ha disfrutado este
cronista, el del accidentado (y disparatado) viaje a Belfast para asistir a un
recital de Take That, el grupo de pop inglés que hizo furor en los ‘90s y del
que surgió Robbie Williams. Indignada, la mamá de Erin le reprocha cómo es
posible que vayan a ver a ese grupejo de “inglesitos de mierda” (sic), a lo
que la chica responde con un simple encogimiento de hombros mientras su prima
acota: “¡¡¡sí, pero Robbie está buenísimo!!!” Esta sencilla pero
terminante lógica de “Derry” impregna cada acción y cada decisión de las
chicas, ¡y atención que no tiene nada de superficial…! Ellas están hartas de ir
al colegio esquivando retenes militares o teniendo que tomar la ruta más larga
porque hay una amenaza de bomba en el puente de la otra cuadra (esto ocurre en
el piloto), y sus desquiciadas familias están igualmente cansadas de evitar
desfiles de conservadores pro británicos como de borrar las eternas pintadas
del IRA en sus paredes. Así que ellas, las chicas de Derry, hacen con toda
naturalidad lo que sus mayores debieron haber hecho mucho antes: ¡se cagan en
todo! Menos en la amistad, en el compañerismo y en sus irreprimibles ganas de
huir de tanta mediocridad. Probablemente sea esta la definición menos académica
—y sin dudas la más grosera— en la historia de nuestro blog, pero cuando hayan
visto Derry Girls sabrán comprendernos y disculpar nuestra falta de
elegancia. No había otra forma de explicarlo.
Y otra cosita más todavía.
Este espíritu de sana rebelión, de persistente inconformismo y de petulante
irreverencia que campea por toda Derry Girls, se saborea con
exquisito deleite en una breve pero brillantísima secuencia de su episodio
final (el 6to de la segunda temporada) que deseamos compartir por adelantado.
Como lo apuntamos más arriba, el final de la serie coincide con el auténtico
viaje de Bill Clinton a Londonderry, y las amigas están totalmente
revolucionadas y deseosas de ver al presidente norteamericano tanto como unas
“grupies” a su grupo favorito. Pero la venenosa hermana Michael se niega a
darles asueto a sus alumnas y las obliga a estar en clase ese día. Claro está
que ni las estatuas le harán caso y el colegio quedará desierto, pero mientras
lo recorre con desgano, la religiosa se topa con la solitaria presencia de la
insoportable “nerd” del instituto, una auténtica “lametraseros” capaz de
cualquier cosa por ser la favorita de sus docentes. Cuando la ve allí sentada,
en total soledad, no puede reprimir decirle: “por dios, ten un poco de
autorespeto…”. Y al decirlo, echa una significativa mirada todo a lo
ancho del vacío salón y, por vez primera, la hermana Michael esboza una
luminosa sonrisa de satisfacción. Lo juramos, aplaudimos de placer. En fin, releyendo
lo escrito hasta aquí sentimos que no le hemos hecho real justicia a esta
espléndida y maravillosa sátira de costumbres que es Derry Girls, quizás
porque es tan perfecta que no nos es posible ponernos a su altura; pero ustedes
—en cambio— tienen la lúdica oportunidad de lograrlo. ¿Cómo? Sencillo…
viéndola. Nada más y nada menos. Dejarla pasar sería un pecado imperdonable.
Buenas noches.-
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