"TED LASSO" - Una Serie Magnífica que Reconcilia con la Comedia

por Leonardo L. Tavani

Calificación: Excelente (★★★★★)

    ¿La comedia es un género que debe provocar carcajadas desternillantes en los espectadores? Ciertamente no. La segunda acepción del término en el diccionario de la lengua española dice claramente “obra dramática de cualquier género”, y esto es así porque “drama” quiere decir propiamente “obra perteneciente a la poesía dramática”. O sea, toda representación que posea argumento lógico. Entonces, si la comedia no es ni debe ser por necesidad una sucesión hilarante de gags absurdos, tenemos que una buena comedia es aquella en la que los aspectos más trágicos y amargos de la vida se suavizan a partir de una visión menos subrayada y más esperanzada de las cosas. En la comedia hay conflicto, porque sin conflicto sencillamente no existiría acción dramática alguna, pero el conflicto en la comedia se resuelve por medios no trágicos. Por otra parte, comedia y comicidad no son conceptos análogos. La comicidad es parte del género cómico, que es como deberíamos denominar apropiadamente a las comedias hilarantes y/o absurdas. Las viejas películas mudas de la Kingston, de una bobina, eran comicidad pura. Sus persecuciones a toda velocidad, esos personajes que se daban golpes y tortazos a granel, así como sus policías de ficción que causaban más carcajadas que temor, eran una sucesión más o menos coherente de eventos meramente destinados a hacer reír (un análogo moderno sería la saga de La Pistola Desnuda, por caso). El elemento constitutivo del género cómico es, pues, el gag. La comedia, en cambio, ciertamente contiene o puede contener gags, pero ellos no son ni su esencia ni su conclusión. La comedia, por lo tanto, no necesita arrancar carcajadas ni provocar delirio para ser tal. Es una mirada ácida, pícara, poco complaciente y aguda de la vida y sus circunstancias, y como tal establece un clima narrativo, una pátina estilística que la torna inconfundible. En una comedia hecha y derecha bien puede pasar que no se produzca una sola carcajada, pero sí que habrá una sonrisa dibujada en los labios a lo largo de toda la obra o de todo el metraje. Por eso resulta tan común que una buena comedia mueva a la reflexión y la introspección más a menudo y con más potencia que un drama de fuste. Y por eso les resulta un género tan difícil a los actores dramáticos, quienes muchas veces hacen agua a la hora de encarar una comedia, mientras que todos los grandes comediantes se han revelado alguna vez como competentes intérpretes “serios”. Pues bien, hecha esta distinción, veamos a continuación que tiene esto de relevante a la hora de hablar de la serie de comedia Ted Lasso.

    No existe otro género dramático, cinematográficamente hablando, que haya experimentado más cambios a través del tiempo como la comedia. Joyas del género como Charlas de Alcoba (Pillow Talk, 1959; Michael Gordon), en la que Doris Day hizo pareja por vez primera con Rock Hudson; o El Carapálida (The Paleface, 1948; Norman Z. McLeod), sátira del oeste en la que brillaba Bob Hope y desplegaba su encanto Jane Russell, lucen hoy un tanto avejentadas aun a pesar de su calidad y sus magníficas realizaciones. Y eso por no hablar de su contenido social, o si se prefiere “ideológico”, que en la actualidad las hace ver como surgidas del paleoceno inferior. Que todo el conflicto en la primera consista en que el personaje de Doris no pueda aceptar a un hombre que no quiera casarse con ella “como es debido”, parece un prejuicio salido de la edad de bronce, y esto es así porque la comedia, al no plantearse los grandes temas que abruman a la humanidad, y poner en cambio la lupa en los más cotidianos y pequeños conflictos de nuestra existencia, no hace otra cosa que hurgar con detalle y precisión en los conflictos más volátiles y que a la vez están más atados a las ideologías y a las modas de nuestra vida en sociedad. Y esos son, precisamente, los temas que cambian más asidua y drásticamente con el correr de las décadas. El Pibe (The Kid; 1921), de y con Charles Chaplin, es eterna, pero su último filme como director, La Condesa de Hong Kong (A Countess from Hong Kong, 1967), es una comedia fallida y avejentada incluso para su época, a pesar de contar con dos estrellas del calibre de Marlon Brando y Sophia Loren. Así pues, la primera de las fortalezas de Ted Lasso consiste en afirmarse muy inteligentemente en su época, y muy específicamente en el clima de época, agregaríamos. Utiliza —en parte— los recursos de un tipo de comedia surgida junto al nuevo siglo, más grosera, desbocada, políticamente incorrecta; pero a la vez pasa por sobre ella y, tomando algo (atención, sólo “algo”) del sutil estilo inglés, construye un universo, o más bien un estilo, propio y definido de comedia. Respecto del personaje que da nombre al envío, uno tiene la impresión —cuando menos durante el primer episodio— de que va a toparse con otro de esos exponentes muy pero muy norteamericanos, llenos de tics, total ignorancia acerca del resto del universo y demás defectos al límite de lo tolerable. De hecho, la comedia norteamericana —que supo tener exponentes de la talla de Ernst Lubitsch, Preston Sturges, Billy Wilder, George Cukor y Frank Tashlin— ha venido cayendo en una decadencia tal que provoca asombro e incredulidad, salvedad hecha de algunos pocos dignos exponentes. Ted Lasso es uno de ellos. Y lo es porque a partir de sus personajes asume muchas de las taras de su sociedad pero sin por ello olvidarse de una saludable piedad a la hora de diseccionarlas, y también porque sabe establecer analogías narrativamente pertinentes, bellamente ilustradas por una trama ajustadísima e inteligente. Todo indica que vamos a asistir al show habitual de groserías y faltas de respeto al intelecto de los espectadores que permite un disparador como el de esta serie, el de un yanqui ignorante suelto en Inglaterra, pero los hados de la comedia parecen esta vez ponerse del lado del talento y el buen hacer y las cosas resultan tan bien como podría ser posible.

    Ted Lasso es una comedia sencillamente perfecta. Deliciosa, picante, inteligente y sutil cuando tiene que serlo, la creación de Bill Lawrence, Jason Sudeikis, Joe Kelly y Brendan Hunt se permite construir un personaje tenazmente optimista precisamente cuando el planeta entero parece haber olvidado el significado de tal concepto. Basada en una serie de publicidades y cortos para los entretiempos de la Premier League cuando esta retornó a la grilla de la cadena NBC, en la que Jason Sudeikis interpretaba a este entrenador poco afortunado pero entusiasta, la serie de Apple que acaba de terminar el viernes de la semana anterior es una de las experiencias más luminosas que la nueva tevé nos ha brindado en mucho, muchísimo tiempo. Ted es un entrenador de fútbol americano bastante exitoso que se ha hecho viral gracias a su exótico comportamiento en los vestuarios, multiplicado hasta el infinito en las redes. Del otro lado del Atlántico, la nueva propietaria del Richmond Fútbol Club —un equipo mediocre a punto de ser eyectado de la Premier— decide contratar a este norteamericano que lo ignora todo acerca del balompié con la intención de dar un golpe de timón fenomenal en la racha de su institución. En realidad, lo que Rebecca busca es hacer picadillo a ese club que su ex esposo (un millonario ególatra) tanto ama y en cuyas instalaciones supo tener infinidad de amoríos clandestinos. Autoritaria, en apariencia segura de sí y absolutamente dispuesta a pulverizar el legado de su ex marido, a quien le arrebató la institución en el reparto de divorcio, Rebecca odia todo lo que representa ese club y nada la detendrá a la hora de acabar con él. Pero se las verá con el bueno de Ted, un tipo afable, optimista y esperanzado que de a poco irá trastocando sus planes por medio de un arma secreta infalible, su profunda humanidad. ¿Y quién es Ted Lasso? Pues un hombre que se niega a perder la esperanza, quien a priori parece un poco bobo, incluso ingenuo, pero que en realidad es más inteligente y sensible que todos los que lo rodean. Ya cerca del final, en el penúltimo episodio de la temporada, Ted pronuncia un discurso improvisado mientras juega a los dardos con el arrogante millonario que se empeña en seguir humillando a su ex esposa, en el que queda claro para los espectadores que su infancia no fue nada fácil y en la que seguramente careció del apoyo que tanto se empeña en brindarle sinceramente a los demás, pero Ted es un hombre que no se queda en lamentos y huye siempre hacia adelante. En la pared del vestuario cuelga un cartel escrito a mano que dice “believe” (cree) porque él cree en sí mismo y en los demás, y sabe además detectar muy acertadamente lo que ellos necesitan. Cierto que es un poco atolondrado, habla hasta por los codos y su lengua lo mete en más de un problema, pero su aire de ingenuidad viene dado por su tozudez y absoluta negativa a darle el brazo a torcer a la adversidad. Ted encuentra una solución para todo no porque sea una lumbrera o esté un paso adelante de todas las personas, sino porque se niega a darse por vencido en lo que respecta a todos los que lo rodean. El mejor ejemplo de esto es su jugador estrella, Jamie Tartt (excelente Phil Dunster, a quien por momentos queremos abofetear hasta que nos ardan las manos), un narcisista insolente y maleducado que podría ser el Ronaldo del equipo pero en cambio se encarga sistemáticamente de boicotearse a sí mismo y a sus compañeros, quien acumula montañas de insultos, desplantes y faltas de humanidad sobre su nuevo entrenador, pero al que Ted —precisamente por ello— jamás abandona a su suerte. Habrá un momento muy bello, cerca del último episodio, en que Jamie abra un poquito su corazón, lo suficiente como para que entendamos que su conducta tiene un por qué y que Ted tenía razón en no soltarle la mano.

    Otra de las fortalezas de Ted Lasso consiste en sus maravillosos y pintorescos personajes. No nos ocuparemos de todos, por supuesto, pero destacaremos primero a Hannah Waddingham —una cantante y actriz de comedia musical muy famosa en Inglaterra, quien ha trabajado poco en cine y tevé— quien compone a una Rebecca Welton de antología, una mujer que ha olvidado cómo vivir sin estar enojada y que, como se lo dice su vieja y mejor amiga, tiene un poquitín de responsabilidad en eso de haber permitido que su ex la transformara tanto y para mal. Su rehabilitación, su regreso a la vida, viene dado en un episodio que ya envidiarían los guionistas y productores de esas miniseries dramáticas que suelen ganar Emmys a paladas, aunque aquí haya más sonrisas que llanto y, por qué no, mejores resultados. Luego tenemos a la balsámica participación de Juno Temple (Expiación, Deseo y Pecado; Maléfica), ese magnífico petardo inglés que es puro talento y carisma, que aquí es Keeley, la desprejuiciada novia de Jamie que tendrá mucho que ver en la transformación de Rebecca. Y finalmente, como no podía ser de otro modo, celebramos a su excelente protagonista, Jason Sudeikis, un Ted Lasso sencillamente ¡PER-FEC-TO! Sudeikis pertenece a esta nueva generación de comediantes que ha tenido muchas mejores oportunidades en la televisión que en el cine norteamericano, y de hecho fue parte del elenco de Saturday Night Live desde 2006 hasta 2013, pero muchos de nosotros lo descubrimos recién en un papel magnífico en una película igualmente perfecta, la incorrecta Quiero Matar A Mi Jefe (Horrible Bosses, 2011; Seth Gordon). Aquí realiza una labor fascinante en la que está siempre haciendo equilibrio sobre el delgado filo de una navaja, aunque nunca se cae ni jamás se corta con ella. Porque su Ted es un tipo fiel a sí mismo, comprometido con los demás y conmovedoramente optimista, que se ha construido a sí mismo a partir de algunas ausencias y que no permite de ninguna manera que ellas lo definan de por vida. Su personaje va creciendo a medida que Sudeikis abre pequeñas puertas que nos permiten atisbar lo que hay dentro de él, y llega a un momento muy conmovedor cuando su esposa e hijo arriban a Gran Bretaña para que esta le plantee la inevitabilidad del divorcio. Moviliza ver a este actor tan dúctil desgarrarse por dentro al no poder “desfazer” este entuerto, que simple y sencillamente consiste en el apagado de la llama del amor en su mujer. “No me estás perdiendo, Ted. Me estás dejando ir”, le dice ella bajo la lluvia y con lágrimas en los ojos en la que sin dudas es la decisión más difícil de su vida, y el espectador experimenta de inmediato esa sensación tan única que sobreviene cuando se tocan cuerdas íntimas y personales como solo la comedia dramática puede hacer y lograr. Por todo esto, que apenas se halla en la superficie de estos 10 soberbios episodios de media hora, Ted Lasso se convierte en una serie para atesorar, amar, disfrutar y también pensar. Como afortunadamente se ha confirmado la segunda temporada, los que nos enamoramos de ella estamos verdaderamente de fiesta. A disfrutarla.-  


 

 

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