Sin dudas hubo
actores mejores que él, galanes más apuestos, hombres más sanos y
disciplinados; pero tampoco caben dudas de que ningún otro encarnó como él al
aventurero romántico, tanto dentro como fuera del set. Lo hizo todo, lo probó
todo. Conoció la gloria y la miseria, la fama y la degradación. Sus mejores
personajes fueron él mismo, y él mismo fue un personaje fascinante y complejo.
Por ello tiene que tener su lugar aquí, incluso antes que Bogart o Wayne,
porque ningún blog que se precie de homenajear al cine puede prescindir de su
presencia. En la parábola de su vida se conjugan las luces y sombras de un
Hollywood a veces cruel, que podía incluso arruinar las carreras de sus
estrellas bajo contrato al proporcionarles vehículos y directores inadecuados
para sus talentos. Fue un dios y luego un pordiosero, fue un actor competente y
una estrella rutilante, y al mismo tiempo un ser patéticamente autodestructivo,
incapaz de poner el freno a tiempo. El panteón más sagrado del cine de
aventuras lo tiene en su altar mayor porque su propio nombre es sinónimo de
exotismo. Redescubramos juntos, si aceptan la invitación, a un grande entre
grandes: Errol Flynn.
Su Vida
El irredimible Errol Leslie Thomson Flynn, que ese era su eufónico
nombre real, nació el 20 de junio de 1909 en Hobart, Tasmania. Su padre era un
prestigioso zoologo y biólogo marino australiano, que recorría los océanos del
mundo estudiando la fauna ictícola. Errol fue enviado a las más prestigiosas
escuelas de Australia e Inglaterra, pero fue inexorablemente expulsado de todas
ellas. Rebelde, indisciplinado, portador de un esperma urgente que no dudaba en
obsequiar incluso a quien no lo quisiera, ya a los 15 retorna a Sydney para
iniciarse como oficinista en una compañía naviera local. Le duró poco: apenas
cumplidos los 16 se enlista en un buque y parte hacia Nueva Guinea para ponerse
a las órdenes del gobierno colonial. Trabaja un tiempo para la Marina Real pero
rápidamente pierde el interés; unos piratas (circa de 1925 tanto el Índico como el Pacífico estaban infestados
de bucaneros de pura cepa, claro que sin pata de palo ni parche en el ojo!!!)
lo convencen de unirse a ellos para buscar oro. Se suponía por entonces que en
las aguas bajas que rodeaban todo el archipiélago Malayo se hallaban pepitas y
vetas de baja profundidad, así que la mayoría de los piratas abandonaron
temporalmente el asalto de buques mercantes para intentar su recolección. Errol
depuso las armas rápidamente, aunque abandonaría a sus colegas portando varios
malos hábitos adquiridos, desde la bebida fuerte hasta las drogas como el opio
y el láudano. Incluso años después de muerto Flynn sus biógrafos seguían
disimulando esta etapa de su vida, ya que no resultaba en absoluto una buena
propaganda para los estudios.
Poco después, entre
1925 y 1930, su vida adquiriría la velocidad del torbellino. En Papúa conoce a
unos traficantes de diamantes que habían montado una red para contrabandearlos
desde Sierra Leona, distribuirlos entre varias islas y luego enviarlos a Europa
y América del Norte. Errol se unió a ellos y montó una red marítima que llegaba
hasta Australia. Cuando percibió que las autoridades le tenían el ojo echado se
largó y recaló en África, convirtiéndose en cazador profesional y traficante de
marfil. También le duró poco, y menos de tres años después ya estaba de
regreso, aunque haciendo una parada previa: se enlista como policía en Nueva
Zelanda. La disciplina no es lo suyo, por eso abandona la fuerza y retorna brevemente
a Sydney, cerca de junio o julio de 1930. Compra un yate de medianas
dimensiones —el Sirocco— y junto a tres amigos parte a la aventura. Su destino
es otra vez Nueva Guinea, pero el trayecto se extenderá deliberadamente por 7 largos
meses y estará plagado de aventuras. Esa primera parte de su viaje por el
océano está coloridamente descrita en su libro “Beam Ends: 1937”, primero
de tres volúmenes autobiográficos que aparentemente no se habrían traducido
jamás al español. Ya en Guinea, donde redactó su obra, se establece como
gerente y administrador de una plantación de tabaco. Pero ocurre que en Sydney
gustó (y mucho) su librito, así que el “Bulletin” —por entonces el principal
periódico de dicha ciudad australiana— lo contrata para que envíe una columna o
boletín quincenal. Errol cumple con el encargo por un tiempo, pero rápidamente
toma contacto con el mundo del cine casi por azar.
A principios de
1932 retorna a Australia y es contratado para ser el guía de un importante
filme documental, “Dr. H. Erben’s New Guinea Expedition”. Como hijo de un zoólogo
y profundo conocedor de la isla resultaba la elección perfecta para ello. Ese
año es contratado por la misma productora para interpretar a Fletcher Christian
en el filme semi documental In the Wake of the Bounty
(Australia, 1933). El bichito de la actuación le picó fuerte: en ese medio
podía hallar toda la variedad de experiencias que tanto le gustaban y a la vez
satisfacer su enorme ego. Entonces parte para Inglaterra a principios de 1933,
recalando rápidamente en la Northampton
Repertory Company, con la que adquirirá algo de experiencia actoral. En ese
momento la mayoría de los Estudios americanos de primera línea tenían una
subsidiaria en Gran Bretaña, y es precisamente en la filial inglesa de la Warner
donde Flynn consigue pasar una prueba y obtiene el rol protagónico en una
película de misterio (y bajo presupuesto): Murder at Montecarlo (1934). La
suerte estaba echada. En este lado del Atlántico la primera generación de
galanes que sobrevivieron al advenimiento del sonoro estaba ya envejeciendo,
otros estaban demasiado verdes todavía,
y en cualquier caso la estampa de Errol Flynn bien valía el riesgo de un
contrato de exclusividad. Así que el Estudio de los 4 hermanos Warner lo fichó
y lo embarcó para América. Hollywood lo esperaba con los brazos abiertos.
El Héroe de Capa y Espada
A comienzos de 1935
Errol Flynn es un ignoto recién llegado en EE UU, pero por cierto que carga
sobre sus espaldas con una vida que no cabría en tres hombres longevos. Y aún
no cumple los 25 años. Pasa por un período de prueba, en el que el estudio
tantea las posibilidades del candidato y cuales géneros le sientan mejor, a la
vez que se le apunta en clases de actuación. Ya entonces comienza a ser el
terror de las damas. Y de los efebos. Porque Errol Flynn no le hacía ascos a
nada y jamás discriminaba entre géneros. Hoy sería un héroe de la tolerancia,
entonces era un vicioso. Pero volvamos al cine. Ese mismo año la Warner lo prueba en tres películas
consecutivas. Mediocres todas y carentes de importancia. El sistema de
producción de entonces permitía no solo eso, sino incluso más. Pero mientras
nuestro protagonista estaba rodando esos bodrios, el Estudio le encarga al ya mítico
director húngaro Michael Curtiz [1](el
responsable de Casablanca, 1942) una cinta clase “A”: Captain Blood, basada en la novela de Rafael Sabatini. Se
trataba de la gran apuesta del año, con un presupuesto enorme y un cuidado
diseño. Encontrar al protagonista ideal resultaba clave. En ese momento las películas
de capa y espada —fundamentalmente el subgénero de piratas— habían reducido
drásticamente su número: el policial urbano y gangsteril tomaba la delantera empardando
al western. Además el último gran héroe del género había sido el mítico Douglas
Fairbanks Sr., la gran estrella americana del período mudo, que había brindado
el gran Do de Pecho del género pirateril con The Black Pirate (1926,
Albert Parker), primer filme silente íntegramente rodado con el entonces
costosísimo sistema bicromático de Technicolor[2].
Ahora bien, el
actor elegido era el inglés Robert Donat, uno de los favoritos de Hitchcock
(para quien rodó Los 39 Escalones en 1935). Ocurre que Donat había encarnado muy
poco antes a Edmond Dantés en El Conde de Montecristo (1934,
Rowland V. Lee) para United Artists. Ambas cintas, casi simultáneas,
resintieron los problemas crónicos de asma que el actor padecía. Años atrás
había contraído tuberculosis, y si bien la había superado merced a costosísimos
tratamientos, su capacidad respiratoria nunca volvería a ser la misma[3]. El
astro se excusa, reclamando un período de recuperación, y en Warner todos
entran en pánico. El único que permanecía con la cabeza fría era Curtiz, que
recordó perfectamente al ignoto coprotagonista de uno de sus rodajes previos,
terminado apenas unas semanas antes, The Case of the Curious Bride
(1935). Se trataba del último de los tres filmes que contaron con Flynn ese
semestre, y apenas finalizado el actor pidió permiso al Estudio para tomarse
unas breves vacaciones. Se acababa de casar con una actriz desconocida, una de
las contratadas fijas de la compañía —Lili Damita— y partía a su luna de miel.
Pero Curtiz sólo lo había dirigido en esa cinta en particular y tenía una corazonada.
Su sorprendente apostura y su sonrisa de millón de dólares (como alguien
apuntaría años después) parecían hechas a medida para el personaje del médico
Peter Blood, un irlandés injustamente apresado que se ve forzado a convertirse
en pirata.
El director fue
escuchado. Un telegrama acabó con la luna de miel del actor y el resto es
historia. De la noche a la mañana nacía una nueva estrella. El filme resultó un
éxito rotundo, alcanzando recaudaciones récord y generando una verdadera
histeria acerca de su protagonista. Ocurre que Errol Flynn realmente había
nacido para ese rol. Todavía hoy, incluso en alguna abominable copia en V.H.S.,
el actor luce lleno de vitalidad y entusiasmo, adueñándose de la pantalla a
cada segundo y desplegando un carisma arrollador que deja pasmado al
espectador. Pero esto no es todo. La contraparte femenina estaba a cargo de la
bella y talentosa Olivia de Havilland (Lo que el Viento se Llevó, 1939),
actriz ideal para el papel de Arabella Bishop, pero lo que absolutamente nadie
esperaba fue la fulgurante química en pantalla que se generaría entre ambos
protagonistas. Errol y Olivia parecían hechos a medida el uno para la otra,
algo así como la añeja química entre Douglas Fairbanks y Mary Pickford (llamada
“la Novia de América”) durante el
período mudo. A la Warner no se iba a escapar la tortuga: serían cuatro en
total las películas que rodarían juntos, todas rutilantes éxitos. Como la
siguiente de ambos, La Carga de la Brigada Ligera (1936, Michael Curtiz), inspirada
en un poema de Alfred, Lord Tennyson. Además de hacer papilla a sus
competidoras, la cinta contó con la primera partitura para el cine del
recordado Max Steiner, un verdadero genio que prácticamente creó el concepto
del score original moderno.
Al siguiente año
(1937) el estudio lo obligaría a rodar 4 películas. Todas serían éxitos, aunque
su calidad resultara variable, pero la única en que Flynn realmente brillaría
sería Príncipe y Mendigo (The
prince and the Pauper, William Keighley), basada en la novela de Mark
Twain. Pero rápidamente llegaría 1938 trayendo un rutilante obsequio para el
actor: el rol por el que todavía hoy es mundialmente recordado, su filme más
emblemático y perenne, el molde y modelo perfectos para todas las encarnaciones
que vendrían después. Nada más ni nada menos que el alegre héroe del Bosque de
Sherwood, Robin Hood!!!!
The
Adventures of Robin Hood (Las
Aventuras de Robin de los Bosques) es una obra maestra inimitable e
imperecedera, hija de su tiempo y del sistema de producción hollywoodense,
capaz de las mayores proezas técnicas a la vez que gran factoría de sueños.
Dirigida a dos manos por Michael Curtiz y William Keighley, todos los astros se
alinearon a su favor: tanto la fotografía en esplendoroso Technicolor —a cargo
del veterano del estudio, Sol Polito— así como la cámara de Tony Gaudio,
hicieron historia; la maravillosa partitura de Erich Wolfgang Korngold nominada
al Oscar, mil veces imitada; el diseño de arte creado por el arquitecto Carl
Jules Weyl, cuyos magníficos decorados transportaron a todos hasta
Nottinghamshire; y en definitiva, las brillantes actuaciones de todo el
reparto. Fueron todas interpretaciones en estado de gracia. Desde Basil
Rathbone (el más recordado Sherlock Holmes de la pantalla), que construyó un
Guy de Gisborne retorcidamente maligno y que tiene un duelo a espadas con Robin
que ya quedó en la historia, pasando por un Alan Hale inolvidable como Little
John, y por supuesto ellos, los protagonistas exclusivos: Olivia de Havilland
nunca estuvo más adorable y perfecta que como Maid Marian, y claro está, jamás
hubo ni habrá otro Robin que Errol Flynn. Se apropió del personaje, lo hizo
carne, le dio vuelta y media. Todas las encarnaciones posteriores se midieron
con él; algunos lo imitaron, otros tuvieron que alejarse tanto de su modelo que
casi actuaron otro personaje. Pero el filme en sí mismo resultó un tanque
arrasador, de esos que marcan época y establecen moldes. En Warner no podían
creer el batacazo que acababan de dar. De ahora en más las puertas del cielo
estarían definitivamente abiertas para el actor, solo que este decidiría
traspasar demasiadas veces por las del infierno.
A partir de allí
comenzaría un camino zigzagueante que en realidad ocultaría una declinante
pendiente. Más suave al principio, furiosamente aguda después. Ese mismo año
Flynn protagonizaría La Patrulla Perdida (The Dawn Patrol, Edmund Goulding),
remake del film de Hawks de 1930. Resultó también un éxito y el actor estuvo
muy bien como el atribulado Courtney, pero no se llevó bien con el director y
para colmo muchas críticas lo maltrataron. Sería el inicio de una secuencia de
objeciones a su capacidad actoral que lo lastimarían profundamente. Para colmo
las dos películas posteriores de ese mismo año resultarían mediocres y
establecerían un negativo patrón de conducta entre la estrella y el estudio.
Con la excepción de algunos filmes más (entre ellos la genial El
Halcón del Mar/The Sea Hawk,
1940) Curtiz no volvería a dirigirlo, y en cambio el estudio lo pondría
sistemáticamente bajo la batuta de directores sin genuino talento, meros
artesanos e ilustradores de guiones,
todos incapaces de entender el carácter y las capacidades del actor. De ese
período tenemos buenas y malas, tales como Dodge City (1939, todavía a las
órdenes de Curtiz), que si bien era muy potable no se ajustaba a la personalidad
fílmica de Flynn: el western no era lo suyo, como tampoco el cine bélico, pero
el estudio se empecinaba en confinarlo a dichos géneros. También aparecerá en The
Private Lives of Elizabeth and Essex (1939), un drama no apegado a la
veracidad histórica, que lo mostrará inseguro y dubitativo. No estuvo a la
altura de Bette Davis, que fue muy paciente con él y lo ayudó tanto como
Michael Curtiz.
Más arriba
indicamos que el actor y Olivia de Havilland rodaron un total de 4 vehículos
juntos, a pesar de resultar una pareja explosiva. Esto ocurrió porque la actriz
llevó a juicio a la Warner, un hecho inédito por entonces, a la que acusó de
boicotear su carrera forzándola a jugar papeles de dama ingenua y tonta, apenas
una decoración para el héroe masculino. Al querer rescindir su contrato de 7
años se encontró con la férrea oposición de la compañía. Entonces la llevó ante
los tribunales. Para sorpresa de todos Olivia ganó el pleito, y con ello obtuvo
el derecho a decidir sobre su carrera. Pero no todos los actores se animaron a
emprender acciones similares. Resultaba muy arriesgado. Y sin dudas Errol Flynn
debió pensarlo, pero contaba con un elemento en su contra que indudablemente
influyó en él: tenía demasiado para ocultar. Ya para finales de la década del ’30
se sumergía demasiado en la bebida, frecuentaba dudosas compañías y llevaba a
su cama a toda persona que le dijera que sí. Y según parece, también a las que
decían que no.
En 1941 rueda una
muy buena cinta, Murieron con las Botas Puestas (Raoul Walsh), en la que
interpretaba al infausto general Custer. Funcionó bien en taquilla y Flynn dio
lo mejor de sí, pero algo no funcionaba del todo. Warner le impuso a Walsh como
director en un total de 7 películas, y con excepción de ésta (la mejor del
lote), ninguna acertó a realzar la figura del actor. Para colmo, varias de
esas no fueron cintas de clase “A”, lo
que redundó en una abrupta caída en la imagen de Flynn. Walsh, que era un
talentoso y competente director (The Roaring Twenties, 1939), no
sentía simpatía alguna por la estrella y éste no se sentía comprendido en
absoluto por aquel. Vincent Sherman, gran director y guionista que lo tuvo a
sus órdenes en Adventures of Don Juan (1948), declaró sobre el actor: “Todos pensaban que no le importaba nada lo
que opinaran de él como actor, e incluso que se burlaba de esta profesión, pero
eso no es cierto. Opino lo contrario: que le dolía y mucho, y que en vez de
contestar a las críticas se hundía en la bebida por semanas o meses. Era muy
sensible al respecto, pero lo ocultaba ante la mayoría. Luego de cada ataque
acudía al Estudio puntualmente a las 9, pero no salía de su camerino hasta las
11, luego de beber como un cosaco. Solía estar acompañado de un extraño doctor
que le aplicaba unas raras inyecciones”.
Todas sus películas
de los primeros años ‘40s resultaron
inadecuadas para su perfil y carentes de la magia de sus producciones
anteriores. No necesariamente malas, atención, pero sí rutinarias. Edge
of Darkness (1943, Lewis Milestone) fue una excepción a la regla, un
gran filme de un gran director, pero el cine bélico, ya lo dijimos, no era adecuado
para el actor. En ese período recibe además un gran golpe para su ego, que
motivó burlas públicas masivas. Es calificado como 4F, o sea rechazado para el servicio activo en la II Guerra. Se le
descubre una malformación cardíaca, probablemente una alteración en un ventrículo,
aunque también se ha especulado con una hipertrofia a causa de la hipertensión
y la bebida. Además había contraído una recurrente malaria (sin dudas durante
sus años de aventuras por el Pacífico) empeorada por una incipiente
tuberculosis, la que por fortuna resultó atacada a tiempo. Fue un golpe muy duro
para él. La bebida y los excesos lo cobijaron de dichas angustias. Justamente
serían esos excesos los que causarían una parte importante de su ruina. En el
último tercio del año 1942 es acusado de estupro por dos adolescentes, y aunque
el proceso culmina el siguiente año declarándolo inocente, se convertiría en
objeto de burlas, rechazo público y merecedor de no poca desconfianza hacia su
persona. Filmes como Dive Bomber y Footsteps in the Dark
(ambas de 1941), Desperate Journey (1942) o Northern Pursuit (1943) no hicieron
nada por su carrera. Acaso Gentleman Jim (1942) sea una
saludable excepción, junto a la antes citada Edge of Darkness. Pero
prácticamente todas las producciones de este período resultan débiles e
inadecuadas para sus capacidades. Nótese que a causa de estas mediocres cintas
bélicas, en las que se lo muestra realizando verdaderas proezas sobrehumanas, se
ganará un ácido apodo público: “el hombre
que ganó la guerra con una sola mano”.
Errol Flynn no era
un tonto ni mucho menos. Sabía lo que pasaba y quería cambiar la historia, pero
Warner no lo soltaba ni alteraba la política de trabajo para con su persona. El
actor empezó a perder dinero a raudales, primero a causa de varios matrimonios
breves y frustrados que le acarrearon pérdidas millonarias con sus respectivos
divorcios, y luego por su afición al juego, las drogas y la prostitución. El
proceso ya citado también mermó sus arcas. Al mismo tiempo comenzó a pelearse
con todos en Warner, especialmente con Walsh, que sinceramente le despreciaba.
Su última verdaderamente buena película para el estudio fue “Objetive,
Burma!” (Objetivo: Birmania,
1945. Raoul Walsh), que aún hoy permanece como una gran cinta bélica. Su
performance resultó excelente y ajustada, un sincero y digno trabajo, pero su
aspecto había decaído notoriamente; se lo notaba avejentado, excedido en peso y
demacrado. Desde entonces, su producción decae año a año. Sólo una cinta más
ese mismo año ’45; apenas una sola el siguiente 1946; únicamente dos en 1947.
Para una estrella eso era como desaparecer de la faz de la tierra.
Desde entonces,
teniendo demasiado tiempo libre entre producciones, se dedica a recorrer el
mundo con su nuevo yate. En sus travesías se cruzará con Sterling Hayden, ese
gran actor que sin dudas todos recuerdan por la trompada que le propina a
Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino (1972, Francis Ford Coppola).
En esa época el intérprete se había esfumado de EE UU para no tener que
testificar en los Comités creados por el senador MacCarthy, ya que se había
afiliado al P.C. en 1946 y sabía que sin dudas algún camarada lo denunciaría.
Recién volvió a su país cuando aquella pesadilla persecutoria hubo concluido.
Juntos, Flynn y Hayden harían de las suyas por muchos puertos, pero mientras el
protagonista de la excelente The Asphalt Jungle (1950, John
Huston) mantenía su aplomo, Flynn comenzó a parecer una sombra de sí mismo, un
fantasma que deambulaba tanto fuera como dentro de la pantalla. Paseó su
alicaída figura en esperpentos tales como la abominable Istanbul (1957, Joseph
Pevney), casi seguramente su peor filme, abismo al que accedió gracias a que
durante la década previa no paró de aceptar malos proyectos. Desde Montana
(1950), pasando por Mara Maru (1952), That Forsyte Woman (1949), Adventures
of Captain Fabian (1951), hasta Il
Maestro di Don Giovanni (1954), bofe
intragable filmado en Italia. Aun así permanecen un puñado de buenas películas
que rodó cada tanto, como Kim (1950, Victor Saville), una
aventura de calidad en la que brindó una sólida caracterización, o The
Warriors —título americano para este filme inglés que en su propio país
se tituló The Dark Avenger— (1955, Henry Levin), también una cinta dignísima, de hecho la última de capa y espada del actor. Pero como ya señalamos,
aunque lo diera todo su imagen lo delataba, era un hombre acabado.
poco antes de morir, con una de sus "amigas"
Pero ningún
peleador se baja antes del ring, y Errol Flynn tuvo una breve pero luminosa
revancha. En 1957, luego de la espantosa Istanbul, Henry King en persona pide
por él —incluso discutiendo agriamente con el productor Darryl F. Zanuck— y
consigue ficharlo para su nuevo filme, la excelente The Sun Also Rises.
Basada en una historia de Ernest Hemingway acerca de unos expatriados en la
París de 1920, el rol secundario que le tocaría a Flynn (el alcohólico y
derrotado Mike Campbell) le permitió brindar una actuación sensible y profunda,
sincera y conmovedora. Al año siguiente le tocaría encarnar al gran actor John
Barrymore en Too Much, Too Soon (1958, Art Napoleon), quien había sido su
amigo y compañero de parrandas en el pasado, y aunque la actuación de Flynn
obtuvo todos los elogios posibles, el gran problema resultó ser la película
misma. Mal escrita, mal dirigida, peor producida, debe ser todavía hoy una
excepción a la regla, logrando que se luzca un actor a pesar del pésimo
contexto. Pero su herida figura no podía permitirse esos fallidos. Ese mismo
año intentó salir a flote con otro rol
de borrachín querible y entrador. The Roots of Heaven (John Huston) lo
mostró nuevamente en buena forma actoral, pero lamentablemente el gran director
de La
Reina Africana (1951) no estaba bien
aspectado por las musas, y toda la cinta resultaba endeble y pobre.
Demasiado poco como para revitalizar una carrera que ya estaba en sus vísperas.
Lo cierto es que desde 1950, cuando el actor logró finalizar su contrato con
Warner, su estrella había ido paulatinamente apagándose. Con apenas las
excepciones ya apuntadas, todos sus filmes subsiguientes confirmaron ese
derrotero, esa gradual oscuridad.
A finales de los
‘50s Errol Flynn se hallaba virtualmente terminado. En todos los sentidos.
Vendió su yate —su posesión más amada— liquidó otros activos y se contactó con
un productor de pacotilla, al que le firmó un contrato bastante leonino para
poder aparecer en un par de cintas. Todo fue en vano. Incluso escribió él mismo
un guión, un vehículo para promocionar a su amiguita del momento, la ignota
Beverly Aadland, de apenas 16 años de edad. Se llamó Cuban Rebel Girls (1959,
Barry Mahon) y resultó su última película. Acabado, con una salud quebrada y
una cuenta corriente en igual estado, Errol Flynn murió a causa de un infarto
agudo de miocardio el 14 octubre de 1959, mientras viajaba a Vancouver para
vender ciertos bienes personales. Tenía apenas 50 años de edad, y parecía de
120. Sin embargo, su leyenda se agigantaría tras su deceso. Y no era para
menos. Como creemos haber logrado demostrar, el astro encarnó en sí mismo toda
la gloria y toda la miseria del Star System, esa creación
hollywoodense por antonomasia, resultando quizás más atractivo por su
personalidad extra cinematográfica que por sus mismas actuaciones.
Pero volvamos
brevemente atrás. Flynn había publicado una novela en 1946, Showdown,
que tuvo escasa repercusión. Ahora, en el ocaso de su vida, emprendía la tarea de una autobiografía, pero
su salud quebrada y sus intentos por rehabilitarse le quitaban el tiempo
necesario para la tarea, por lo que contrató un ghost-writer que lo asistiera. Su deceso dejó algunos puntos sin
aclaración, pero al cabo la mayoría del trabajo estaba concluido, así que el
libro se editó póstumamente con el título My Wicked, Wicked Days. Resultó un éxito
de ventas. Es que las leyendas sobre su vida no se extinguieron siquiera con su
muerte. Un caso concreto, que merece apuntarse aquí, es el de su supuesto rol
como espía nazi. Entre 1942 y 1943 Flynn habría tenido por amante a la hija de
un importante industrial contratista del ejército. Dos de sus biógrafos (no
autorizados, por cierto) aseguran que por entonces habría sido contactado por
una célula alemana infiltrada. Le habrían reclamado conseguir ciertos informes
técnicos sobre armamento y tecnología ultra secretos, desarrollados por el
padre de la chica, a cambio de no revelar fotos y filmaciones comprometedoras.
Especialmente de él con otros hombres en la cama. Ya después del final de la
guerra se rumoreaba esto con insistencia, algo que aparentemente se sabía
durante el conflicto pero que se mantuvo en silencio. Tanto Louella Parsons
como Hedda Hopper, las más célebres y odiadas chimenteras del Hollywood de oro,
publicaron sendas columnas insidiosas sobre la cuestión. Lo curioso es que
Flynn nunca les inició querella legal alguna, teniendo en apariencia todas las
cartas a su favor.
Tan firme resultó dicho rumor (que claro está, no avalamos
ni damos como un hecho en este artículo), que atravesando el tiempo acabó
convertido en un elemento clave de una producción moderna, la muy divertida The
Rocketeer (1991, Joe Johnston), basada en una novela gráfica de Dave
Stevens. En el filme, ambientado durante la II Guerra, Timothy Dalton
interpreta a Neville Sinclair, un actor y galán que acosa a las jóvenes intérpretes
y esconde un secreto: trabaja como espía para los nazis, quienes desean obtener
los planos del rocketeer, un diseño del magnate Howard Hughes. Los guionistas
Paul DeMeo y Danny Bilson basaron al personaje en Errol Flynn y su supuesto
acto de traición. En su momento lo contaron a los cuatro vientos y no
sorprendió a nadie, así de arraigada
estaba esa leyenda. ¿Fue realmente un espía a la fuerza? ¿Tantas cosas tenía
para ocultar Flynn como para caer en las garras de poderosos chantajistas? En
fin, poco importa. Después de todo es solo una nota de color más en la vida y
leyenda de un héroe inimitable: el mejor Robin Hood del cine, el mejor Capitán
Blood, el mejor Custer. Errol Flynn, el hombre que se bebió la vida.-
[1] Llamado en verdad Kertész Miháli y nacido en Budapest en 1888. Fue
uno de los pioneros de la cinematografía de su país. Cuando Jack Warner vio una
de sus películas lo invitó a América y lo fichó para su Estudio. Hosco y de
pocos amigos, era sin embargo un adicto al trabajo: sólo entre 1930 y 1939
dirigió 46 filmes para el estudio. La Warner lo consideraba su “artesano”
perfecto.-
[2] Tan costoso, que dicho filme se presentó en copias color sólo en
las grandes capitales o ciudades con muchos habitantes. Por años las copias
color se perdieron, hasta que se recuperó una de acetato de una colección
privada.-
[3] De hecho, murió con apenas 53 años y luego de rodar su última
película asistido por tanques de oxígeno.-
Brillante artículo. Su lectura me hizo ver inmediatamente on line "El halcón del mar" y colocar en mi lista de prioridades para comprar en Bluray a su "Robin Hood", película que seguramente habrá marcado la infancia de todos aquellos que tengan más de 40 años y miraban "Sábados de super acción" por el viejo canal 11
Brillante artículo. Su lectura me hizo ver inmediatamente on line "El halcón del mar" y colocar en mi lista de prioridades para comprar en Bluray a su "Robin Hood", película que seguramente habrá marcado la infancia de todos aquellos que tengan más de 40 años y miraban "Sábados de super acción" por el viejo canal 11
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