Errol Flynn: Un Aventurero Infatigable

por Leonardo Tavani

        
    Sin dudas hubo actores mejores que él, galanes más apuestos, hombres más sanos y disciplinados; pero tampoco caben dudas de que ningún otro encarnó como él al aventurero romántico, tanto dentro como fuera del set. Lo hizo todo, lo probó todo. Conoció la gloria y la miseria, la fama y la degradación. Sus mejores personajes fueron él mismo, y él mismo fue un personaje fascinante y complejo. Por ello tiene que tener su lugar aquí, incluso antes que Bogart o Wayne, porque ningún blog que se precie de homenajear al cine puede prescindir de su presencia. En la parábola de su vida se conjugan las luces y sombras de un Hollywood a veces cruel, que podía incluso arruinar las carreras de sus estrellas bajo contrato al proporcionarles vehículos y directores inadecuados para sus talentos. Fue un dios y luego un pordiosero, fue un actor competente y una estrella rutilante, y al mismo tiempo un ser patéticamente autodestructivo, incapaz de poner el freno a tiempo. El panteón más sagrado del cine de aventuras lo tiene en su altar mayor porque su propio nombre es sinónimo de exotismo. Redescubramos juntos, si aceptan la invitación, a un grande entre grandes: Errol Flynn.
Su Vida
      
   El irredimible Errol Leslie Thomson Flynn, que ese era su eufónico nombre real, nació el 20 de junio de 1909 en Hobart, Tasmania. Su padre era un prestigioso zoologo y biólogo marino australiano, que recorría los océanos del mundo estudiando la fauna ictícola. Errol fue enviado a las más prestigiosas escuelas de Australia e Inglaterra, pero fue inexorablemente expulsado de todas ellas. Rebelde, indisciplinado, portador de un esperma urgente que no dudaba en obsequiar incluso a quien no lo quisiera, ya a los 15 retorna a Sydney para iniciarse como oficinista en una compañía naviera local. Le duró poco: apenas cumplidos los 16 se enlista en un buque y parte hacia Nueva Guinea para ponerse a las órdenes del gobierno colonial. Trabaja un tiempo para la Marina Real pero rápidamente pierde el interés; unos piratas (circa de 1925 tanto el Índico como el Pacífico estaban infestados de bucaneros de pura cepa, claro que sin pata de palo ni parche en el ojo!!!) lo convencen de unirse a ellos para buscar oro. Se suponía por entonces que en las aguas bajas que rodeaban todo el archipiélago Malayo se hallaban pepitas y vetas de baja profundidad, así que la mayoría de los piratas abandonaron temporalmente el asalto de buques mercantes para intentar su recolección.
Errol depuso las armas rápidamente, aunque abandonaría a sus colegas portando varios malos hábitos adquiridos, desde la bebida fuerte hasta las drogas como el opio y el láudano. Incluso años después de muerto Flynn sus biógrafos seguían disimulando esta etapa de su vida, ya que no resultaba en absoluto una buena propaganda para los estudios.

       
     Poco después, entre 1925 y 1930, su vida adquiriría la velocidad del torbellino. En Papúa conoce a unos traficantes de diamantes que habían montado una red para contrabandearlos desde Sierra Leona, distribuirlos entre varias islas y luego enviarlos a Europa y América del Norte. Errol se unió a ellos y montó una red marítima que llegaba hasta Australia. Cuando percibió que las autoridades le tenían el ojo echado se largó y recaló en África, convirtiéndose en cazador profesional y traficante de marfil. También le duró poco, y menos de tres años después ya estaba de regreso, aunque haciendo una parada previa: se enlista como policía en Nueva Zelanda. La disciplina no es lo suyo, por eso abandona la fuerza y retorna brevemente a Sydney, cerca de junio o julio de 1930. Compra un yate de medianas dimensiones —el Sirocco— y junto a tres amigos parte a la aventura. Su destino es otra vez Nueva Guinea, pero el trayecto se extenderá deliberadamente por 7 largos meses y estará plagado de aventuras. Esa primera parte de su viaje por el océano está coloridamente descrita en su libro “Beam Ends: 1937”, primero de tres volúmenes autobiográficos que aparentemente no se habrían traducido jamás al español. Ya en Guinea, donde redactó su obra, se establece como gerente y administrador de una plantación de tabaco. Pero ocurre que en Sydney gustó (y mucho) su librito, así que el “Bulletin” —por entonces el principal periódico de dicha ciudad australiana— lo contrata para que envíe una columna o boletín quincenal. Errol cumple con el encargo por un tiempo, pero rápidamente toma contacto con el mundo del cine casi por azar.
       
     A principios de 1932 retorna a Australia y es contratado para ser el guía de un importante filme documental, “Dr. H. Erben’s New Guinea Expedition”. Como hijo de un zoólogo y profundo conocedor de la isla resultaba la elección perfecta para ello. Ese año es contratado por la misma productora para interpretar a Fletcher Christian en el filme semi documental In the Wake of the Bounty (Australia, 1933). El bichito de la actuación le picó fuerte: en ese medio podía hallar toda la variedad de experiencias que tanto le gustaban y a la vez satisfacer su enorme ego. Entonces parte para Inglaterra a principios de 1933, recalando rápidamente en la Northampton Repertory Company, con la que adquirirá algo de experiencia actoral. En ese momento la mayoría de los Estudios americanos de primera línea tenían una subsidiaria en Gran Bretaña, y es precisamente en la filial inglesa de la Warner donde Flynn consigue pasar una prueba y obtiene el rol protagónico en una película de misterio (y bajo presupuesto): Murder at Montecarlo (1934). La suerte estaba echada. En este lado del Atlántico la primera generación de galanes que sobrevivieron al advenimiento del sonoro estaba ya envejeciendo, otros estaban demasiado verdes todavía,  y en cualquier caso la estampa de Errol Flynn bien valía el riesgo de un contrato de exclusividad. Así que el Estudio de los 4 hermanos Warner lo fichó y lo embarcó para América. Hollywood lo esperaba con los brazos abiertos.

El Héroe de Capa y Espada
            A comienzos de 1935 Errol Flynn es un ignoto recién llegado en EE UU, pero por cierto que carga sobre sus espaldas con una vida que no cabría en tres hombres longevos. Y aún no cumple los 25 años. Pasa por un período de prueba, en el que el estudio tantea las posibilidades del candidato y cuales géneros le sientan mejor, a la vez que se le apunta en clases de actuación. Ya entonces comienza a ser el terror de las damas. Y de los efebos. Porque Errol Flynn no le hacía ascos a nada y jamás discriminaba entre géneros. Hoy sería un héroe de la tolerancia, entonces era un vicioso. Pero volvamos al cine. Ese mismo año  la Warner lo prueba en tres películas consecutivas. Mediocres todas y carentes de importancia. El sistema de producción de entonces permitía no solo eso, sino incluso más. Pero mientras nuestro protagonista estaba rodando esos bodrios, el Estudio le encarga al ya mítico director húngaro Michael Curtiz [1](el responsable de Casablanca, 1942) una cinta clase “A”: Captain Blood, basada en la novela de Rafael Sabatini. Se trataba de la gran apuesta del año, con un presupuesto enorme y un cuidado diseño. Encontrar al protagonista ideal resultaba clave. En ese momento las películas de capa y espada —fundamentalmente el subgénero de piratas— habían reducido drásticamente su número: el policial urbano y gangsteril tomaba la delantera empardando al western. Además el último gran héroe del género había sido el mítico Douglas Fairbanks Sr., la gran estrella americana del período mudo, que había brindado el gran Do de Pecho del género pirateril con The Black Pirate (1926, Albert Parker), primer filme silente íntegramente rodado con el entonces costosísimo sistema bicromático de Technicolor[2].
          
  Ahora bien, el actor elegido era el inglés Robert Donat, uno de los favoritos de Hitchcock (para quien rodó Los 39 Escalones en 1935). Ocurre que Donat había encarnado muy poco antes a Edmond Dantés en El Conde de Montecristo (1934, Rowland V. Lee) para United Artists. Ambas cintas, casi simultáneas, resintieron los problemas crónicos de asma que el actor padecía. Años atrás había contraído tuberculosis, y si bien la había superado merced a costosísimos tratamientos, su capacidad respiratoria nunca volvería a ser la misma[3]. El astro se excusa, reclamando un período de recuperación, y en Warner todos entran en pánico. El único que permanecía con la cabeza fría era Curtiz, que recordó perfectamente al ignoto coprotagonista de uno de sus rodajes previos, terminado apenas unas semanas antes, The Case of the Curious Bride (1935). Se trataba del último de los tres filmes que contaron con Flynn ese semestre, y apenas finalizado el actor pidió permiso al Estudio para tomarse unas breves vacaciones. Se acababa de casar con una actriz desconocida, una de las contratadas fijas de la compañía —Lili Damita— y partía a su luna de miel. Pero Curtiz sólo lo había dirigido en esa cinta en particular y tenía una corazonada. Su sorprendente apostura y su sonrisa de millón de dólares (como alguien apuntaría años después) parecían hechas a medida para el personaje del médico Peter Blood, un irlandés injustamente apresado que se ve forzado a convertirse en pirata.
         
   El director fue escuchado. Un telegrama acabó con la luna de miel del actor y el resto es historia. De la noche a la mañana nacía una nueva estrella. El filme resultó un éxito rotundo, alcanzando recaudaciones récord y generando una verdadera histeria acerca de su protagonista. Ocurre que Errol Flynn realmente había nacido para ese rol. Todavía hoy, incluso en alguna abominable copia en V.H.S., el actor luce lleno de vitalidad y entusiasmo, adueñándose de la pantalla a cada segundo y desplegando un carisma arrollador que deja pasmado al espectador. Pero esto no es todo. La contraparte femenina estaba a cargo de la bella y talentosa Olivia de Havilland (Lo que el Viento se Llevó, 1939), actriz ideal para el papel de Arabella Bishop, pero lo que absolutamente nadie esperaba fue la fulgurante química en pantalla que se generaría entre ambos protagonistas. Errol y Olivia parecían hechos a medida el uno para la otra, algo así como la añeja química entre Douglas Fairbanks y Mary Pickford (llamada “la Novia de América”) durante el período mudo. A la Warner no se iba a escapar la tortuga: serían cuatro en total las películas que rodarían juntos, todas rutilantes éxitos. Como la siguiente de ambos, La Carga de la Brigada Ligera (1936, Michael Curtiz), inspirada en un poema de Alfred, Lord Tennyson. Además de hacer papilla a sus competidoras, la cinta contó con la primera partitura para el cine del recordado Max Steiner, un verdadero genio que prácticamente creó el concepto del score original moderno.
            Al siguiente año (1937) el estudio lo obligaría a rodar 4 películas. Todas serían éxitos, aunque su calidad resultara variable, pero la única en que Flynn realmente brillaría sería Príncipe y Mendigo (The prince and the Pauper, William Keighley), basada en la novela de Mark Twain. Pero rápidamente llegaría 1938 trayendo un rutilante obsequio para el actor: el rol por el que todavía hoy es mundialmente recordado, su filme más emblemático y perenne, el molde y modelo perfectos para todas las encarnaciones que vendrían después. Nada más ni nada menos que el alegre héroe del Bosque de Sherwood, Robin Hood!!!!

            The Adventures of Robin Hood (Las Aventuras de Robin de los Bosques) es una obra maestra inimitable e imperecedera, hija de su tiempo y del sistema de producción hollywoodense, capaz de las mayores proezas técnicas a la vez que gran factoría de sueños. Dirigida a dos manos por Michael Curtiz y William Keighley, todos los astros se alinearon a su favor: tanto la fotografía en esplendoroso Technicolor —a cargo del veterano del estudio, Sol Polito— así como la cámara de Tony Gaudio, hicieron historia; la maravillosa partitura de Erich Wolfgang Korngold nominada al Oscar, mil veces imitada; el diseño de arte creado por el arquitecto Carl Jules Weyl, cuyos magníficos decorados transportaron a todos hasta Nottinghamshire; y en definitiva, las brillantes actuaciones de todo el reparto. Fueron todas interpretaciones en estado de gracia. Desde Basil Rathbone (el más recordado Sherlock Holmes de la pantalla), que construyó un Guy de Gisborne retorcidamente maligno y que tiene un duelo a espadas con Robin que ya quedó en la historia, pasando por un Alan Hale inolvidable como Little John, y por supuesto ellos, los protagonistas exclusivos: Olivia de Havilland nunca estuvo más adorable y perfecta que como Maid Marian, y claro está, jamás hubo ni habrá otro Robin que Errol Flynn. Se apropió del personaje, lo hizo carne, le dio vuelta y media. Todas las encarnaciones posteriores se midieron con él; algunos lo imitaron, otros tuvieron que alejarse tanto de su modelo que casi actuaron otro personaje. Pero el filme en sí mismo resultó un tanque arrasador, de esos que marcan época y establecen moldes. En Warner no podían creer el batacazo que acababan de dar. De ahora en más las puertas del cielo estarían definitivamente abiertas para el actor, solo que este decidiría traspasar demasiadas veces por las del infierno.

            A partir de allí comenzaría un camino zigzagueante que en realidad ocultaría una declinante pendiente. Más suave al principio, furiosamente aguda después. Ese mismo año Flynn protagonizaría La Patrulla Perdida (The Dawn Patrol, Edmund Goulding), remake del film de Hawks de 1930. Resultó también un éxito y el actor estuvo muy bien como el atribulado Courtney, pero no se llevó bien con el director y para colmo muchas críticas lo maltrataron. Sería el inicio de una secuencia de objeciones a su capacidad actoral que lo lastimarían profundamente. Para colmo las dos películas posteriores de ese mismo año resultarían mediocres y establecerían un negativo patrón de conducta entre la estrella y el estudio. Con la excepción de algunos filmes más (entre ellos la genial El Halcón del Mar/The Sea Hawk, 1940) Curtiz no volvería a dirigirlo, y en cambio el estudio lo pondría sistemáticamente bajo la batuta de directores sin genuino talento, meros artesanos e ilustradores de guiones, todos incapaces de entender el carácter y las capacidades del actor. De ese período tenemos buenas y malas, tales como Dodge City (1939, todavía a las órdenes de Curtiz), que si bien era muy potable no se ajustaba a la personalidad fílmica de Flynn: el western no era lo suyo, como tampoco el cine bélico, pero el estudio se empecinaba en confinarlo a dichos géneros. También aparecerá en The Private Lives of Elizabeth and Essex (1939), un drama no apegado a la veracidad histórica, que lo mostrará inseguro y dubitativo. No estuvo a la altura de Bette Davis, que fue muy paciente con él y lo ayudó tanto como Michael Curtiz.
         
   Más arriba indicamos que el actor y Olivia de Havilland rodaron un total de 4 vehículos juntos, a pesar de resultar una pareja explosiva. Esto ocurrió porque la actriz llevó a juicio a la Warner, un hecho inédito por entonces, a la que acusó de boicotear su carrera forzándola a jugar papeles de dama ingenua y tonta, apenas una decoración para el héroe masculino. Al querer rescindir su contrato de 7 años se encontró con la férrea oposición de la compañía. Entonces la llevó ante los tribunales. Para sorpresa de todos Olivia ganó el pleito, y con ello obtuvo el derecho a decidir sobre su carrera. Pero no todos los actores se animaron a emprender acciones similares. Resultaba muy arriesgado. Y sin dudas Errol Flynn debió pensarlo, pero contaba con un elemento en su contra que indudablemente influyó en él: tenía demasiado para ocultar. Ya para finales de la década del ’30 se sumergía demasiado en la bebida, frecuentaba dudosas compañías y llevaba a su cama a toda persona que le dijera que sí. Y según parece, también a las que decían que no.
        
    En 1941 rueda una muy buena cinta, Murieron con las Botas Puestas (Raoul Walsh), en la que interpretaba al infausto general Custer. Funcionó bien en taquilla y Flynn dio lo mejor de sí, pero algo no funcionaba del todo. Warner le impuso a Walsh como director en un total de 7 películas, y con excepción de ésta (la mejor del lote), ninguna acertó a realzar la figura del actor. Para colmo, varias de esas  no fueron cintas de clase “A”, lo que redundó en una abrupta caída en la imagen de Flynn. Walsh, que era un talentoso y competente director (The Roaring Twenties, 1939), no sentía simpatía alguna por la estrella y éste no se sentía comprendido en absoluto por aquel. Vincent Sherman, gran director y guionista que lo tuvo a sus órdenes en Adventures of Don Juan (1948), declaró sobre el actor: “Todos pensaban que no le importaba nada lo que opinaran de él como actor, e incluso que se burlaba de esta profesión, pero eso no es cierto. Opino lo contrario: que le dolía y mucho, y que en vez de contestar a las críticas se hundía en la bebida por semanas o meses. Era muy sensible al respecto, pero lo ocultaba ante la mayoría. Luego de cada ataque acudía al Estudio puntualmente a las 9, pero no salía de su camerino hasta las 11, luego de beber como un cosaco. Solía estar acompañado de un extraño doctor que le aplicaba unas raras inyecciones”.
        
    Todas sus películas de los primeros años ‘40s resultaron  inadecuadas para su perfil y carentes de la magia de sus producciones anteriores. No necesariamente malas, atención, pero sí rutinarias. Edge of Darkness (1943, Lewis Milestone) fue una excepción a la regla, un gran filme de un gran director, pero el cine bélico, ya lo dijimos, no era adecuado para el actor. En ese período recibe además un gran golpe para su ego, que motivó burlas públicas masivas. Es calificado como 4F, o sea rechazado para el servicio activo en la II Guerra. Se le descubre una malformación cardíaca, probablemente una alteración en un ventrículo, aunque también se ha especulado con una hipertrofia a causa de la hipertensión y la bebida. Además había contraído una recurrente malaria (sin dudas durante sus años de aventuras por el Pacífico) empeorada por una incipiente tuberculosis, la que por fortuna resultó atacada a tiempo. Fue un golpe muy duro para él. La bebida y los excesos lo cobijaron de dichas angustias. Justamente serían esos excesos los que causarían una parte importante de su ruina. En el último tercio del año 1942 es acusado de estupro por dos adolescentes, y aunque el proceso culmina el siguiente año declarándolo inocente, se convertiría en objeto de burlas, rechazo público y merecedor de no poca desconfianza hacia su persona. Filmes como Dive Bomber y Footsteps in the Dark (ambas de 1941), Desperate Journey (1942) o Northern Pursuit (1943) no hicieron nada por su carrera. Acaso Gentleman Jim (1942) sea una saludable excepción, junto a la antes citada Edge of Darkness. Pero prácticamente todas las producciones de este período resultan débiles e inadecuadas para sus capacidades. Nótese que a causa de estas mediocres cintas bélicas, en las que se lo muestra realizando verdaderas proezas sobrehumanas, se ganará un ácido apodo público: “el hombre que ganó la guerra con una sola mano”.

            Errol Flynn no era un tonto ni mucho menos. Sabía lo que pasaba y quería cambiar la historia, pero Warner no lo soltaba ni alteraba la política de trabajo para con su persona. El actor empezó a perder dinero a raudales, primero a causa de varios matrimonios breves y frustrados que le acarrearon pérdidas millonarias con sus respectivos divorcios, y luego por su afición al juego, las drogas y la prostitución. El proceso ya citado también mermó sus arcas. Al mismo tiempo comenzó a pelearse con todos en Warner, especialmente con Walsh, que sinceramente le despreciaba. Su última verdaderamente buena película para el estudio fue “Objetive, Burma!” (Objetivo: Birmania, 1945. Raoul Walsh), que aún hoy permanece como una gran cinta bélica. Su performance resultó excelente y ajustada, un sincero y digno trabajo, pero su aspecto había decaído notoriamente; se lo notaba avejentado, excedido en peso y demacrado. Desde entonces, su producción decae año a año. Sólo una cinta más ese mismo año ’45; apenas una sola el siguiente 1946; únicamente dos en 1947. Para una estrella eso era como desaparecer de la faz de la tierra.
         
   Desde entonces, teniendo demasiado tiempo libre entre producciones, se dedica a recorrer el mundo con su nuevo yate. En sus travesías se cruzará con Sterling Hayden, ese gran actor que sin dudas todos recuerdan por la trompada que le propina a Michael Corleone (Al Pacino) en El Padrino (1972, Francis Ford Coppola). En esa época el intérprete se había esfumado de EE UU para no tener que testificar en los Comités creados por el senador MacCarthy, ya que se había afiliado al P.C. en 1946 y sabía que sin dudas algún camarada lo denunciaría. Recién volvió a su país cuando aquella pesadilla persecutoria hubo concluido. Juntos, Flynn y Hayden harían de las suyas por muchos puertos, pero mientras el protagonista de la excelente The Asphalt Jungle (1950, John Huston) mantenía su aplomo, Flynn comenzó a parecer una sombra de sí mismo, un fantasma que deambulaba tanto fuera como dentro de la pantalla. Paseó su alicaída figura en esperpentos tales como la abominable Istanbul (1957, Joseph Pevney), casi seguramente su peor filme, abismo al que accedió gracias a que durante la década previa no paró de aceptar malos proyectos. Desde Montana (1950), pasando por Mara Maru (1952), That Forsyte Woman (1949), Adventures of Captain Fabian (1951), hasta  Il Maestro di Don Giovanni (1954), bofe intragable filmado en Italia. Aun así permanecen un puñado de buenas películas que rodó cada tanto, como Kim (1950, Victor Saville), una aventura de calidad en la que brindó una sólida caracterización, o The Warriors —título americano para este filme inglés que en su propio país se tituló The Dark Avenger— (1955, Henry Levin), también una  cinta dignísima, de hecho la última de capa y espada del actor. Pero como ya señalamos, aunque lo diera todo su imagen lo delataba, era un hombre acabado.
poco antes de morir, con una de sus "amigas"

            Pero ningún peleador se baja antes del ring, y Errol Flynn tuvo una breve pero luminosa revancha. En 1957, luego de la espantosa Istanbul, Henry King en persona pide por él —incluso discutiendo agriamente con el productor Darryl F. Zanuck— y consigue ficharlo para su nuevo filme, la excelente The Sun Also Rises. Basada en una historia de Ernest Hemingway acerca de unos expatriados en la París de 1920, el rol secundario que le tocaría a Flynn (el alcohólico y derrotado Mike Campbell) le permitió brindar una actuación sensible y profunda, sincera y conmovedora. Al año siguiente le tocaría encarnar al gran actor John Barrymore en Too Much, Too Soon (1958, Art Napoleon), quien había sido su amigo y compañero de parrandas en el pasado, y aunque la actuación de Flynn obtuvo todos los elogios posibles, el gran problema resultó ser la película misma. Mal escrita, mal dirigida, peor producida, debe ser todavía hoy una excepción a la regla, logrando que se luzca un actor a pesar del pésimo contexto. Pero su herida figura no podía permitirse esos fallidos. Ese mismo año intentó salir a flote con otro  rol de borrachín querible y entrador. The Roots of Heaven (John Huston) lo mostró nuevamente en buena forma actoral, pero lamentablemente el gran director de La Reina Africana (1951) no estaba bien aspectado por las musas, y toda la cinta resultaba endeble y pobre. Demasiado poco como para revitalizar una carrera que ya estaba en sus vísperas. Lo cierto es que desde 1950, cuando el actor logró finalizar su contrato con Warner, su estrella había ido paulatinamente apagándose. Con apenas las excepciones ya apuntadas, todos sus filmes subsiguientes confirmaron ese derrotero, esa gradual oscuridad.
           
A finales de los ‘50s Errol Flynn se hallaba virtualmente terminado. En todos los sentidos. Vendió su yate —su posesión más amada— liquidó otros activos y se contactó con un productor de pacotilla, al que le firmó un contrato bastante leonino para poder aparecer en un par de cintas. Todo fue en vano. Incluso escribió él mismo un guión, un vehículo para promocionar a su amiguita del momento, la ignota Beverly Aadland, de apenas 16 años de edad. Se llamó Cuban Rebel Girls (1959, Barry Mahon) y resultó su última película. Acabado, con una salud quebrada y una cuenta corriente en igual estado, Errol Flynn murió a causa de un infarto agudo de miocardio el 14 octubre de 1959, mientras viajaba a Vancouver para vender ciertos bienes personales. Tenía apenas 50 años de edad, y parecía de 120. Sin embargo, su leyenda se agigantaría tras su deceso. Y no era para menos. Como creemos haber logrado demostrar, el astro encarnó en sí mismo toda la gloria y toda la miseria del Star System, esa creación hollywoodense por antonomasia, resultando quizás más atractivo por su personalidad extra cinematográfica que por sus mismas actuaciones.
         
   Pero volvamos brevemente atrás. Flynn había publicado una novela en 1946, Showdown, que tuvo escasa repercusión. Ahora, en el ocaso de su vida,  emprendía la tarea de una autobiografía, pero su salud quebrada y sus intentos por rehabilitarse le quitaban el tiempo necesario para la tarea, por lo que contrató un ghost-writer que lo asistiera. Su deceso dejó algunos puntos sin aclaración, pero al cabo la mayoría del trabajo estaba concluido, así que el libro se editó póstumamente con el título My Wicked, Wicked Days. Resultó un éxito de ventas. Es que las leyendas sobre su vida no se extinguieron siquiera con su muerte. Un caso concreto, que merece apuntarse aquí, es el de su supuesto rol como espía nazi. Entre 1942 y 1943 Flynn habría tenido por amante a la hija de un importante industrial contratista del ejército. Dos de sus biógrafos (no autorizados, por cierto) aseguran que por entonces habría sido contactado por una célula alemana infiltrada. Le habrían reclamado conseguir ciertos informes técnicos sobre armamento y tecnología ultra secretos, desarrollados por el padre de la chica, a cambio de no revelar fotos y filmaciones comprometedoras. Especialmente de él con otros hombres en la cama. Ya después del final de la guerra se rumoreaba esto con insistencia, algo que aparentemente se sabía durante el conflicto pero que se mantuvo en silencio. Tanto Louella Parsons como Hedda Hopper, las más célebres y odiadas chimenteras del Hollywood de oro, publicaron sendas columnas insidiosas sobre la cuestión. Lo curioso es que Flynn nunca les inició querella legal alguna, teniendo en apariencia todas las cartas a su favor.
Tan firme resultó dicho rumor (que claro está, no avalamos ni damos como un hecho en este artículo), que atravesando el tiempo acabó convertido en un elemento clave de una producción moderna, la muy divertida The Rocketeer (1991, Joe Johnston), basada en una novela gráfica de Dave Stevens. En el filme, ambientado durante la II Guerra, Timothy Dalton interpreta a Neville Sinclair, un actor y galán que acosa a las jóvenes intérpretes y esconde un secreto: trabaja como espía para los nazis, quienes desean obtener los planos del rocketeer, un diseño del magnate Howard Hughes. Los guionistas Paul DeMeo y Danny Bilson basaron al personaje en Errol Flynn y su supuesto acto de traición. En su momento lo contaron a los cuatro vientos y no sorprendió a nadie, así de  arraigada estaba esa leyenda. ¿Fue realmente un espía a la fuerza? ¿Tantas cosas tenía para ocultar Flynn como para caer en las garras de poderosos chantajistas? En fin, poco importa. Después de todo es solo una nota de color más en la vida y leyenda de un héroe inimitable: el mejor Robin Hood del cine, el mejor Capitán Blood, el mejor Custer. Errol Flynn, el hombre que se bebió la vida.-
             




[1] Llamado en verdad Kertész Miháli y nacido en Budapest en 1888. Fue uno de los pioneros de la cinematografía de su país. Cuando Jack Warner vio una de sus películas lo invitó a América y lo fichó para su Estudio. Hosco y de pocos amigos, era sin embargo un adicto al trabajo: sólo entre 1930 y 1939 dirigió 46 filmes para el estudio. La Warner lo consideraba su “artesano” perfecto.-
[2] Tan costoso, que dicho filme se presentó en copias color sólo en las grandes capitales o ciudades con muchos habitantes. Por años las copias color se perdieron, hasta que se recuperó una de acetato de una colección privada.-
[3] De hecho, murió con apenas 53 años y luego de rodar su última película asistido por tanques de oxígeno.-

1 comentario:

  1. Brillante artículo. Su lectura me hizo ver inmediatamente on line "El halcón del mar" y colocar en mi lista de prioridades para comprar en Bluray a su "Robin Hood", película que seguramente habrá marcado la infancia de todos aquellos que tengan más de 40 años y miraban "Sábados de super acción" por el viejo canal 11

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