Por Leonardo L. Tavani
Calificación:
Muy Buena ★★★★
Venom (ídem) EE UU, 2018.
Dirección: Ruben
Fleischer– Fotografía: Matthew Libatique– Música: Ludwig Göransson – Guión:
Scott
Rosenberg, Jeff Pinkner, Kelly Marcel (Cómic:
Todd McFarlane, David Michelinie) Elenco: Tom
Hardy, Riz Ahmed, Michelle Williams, Jenny Slate,
Reid Scott, Michelle Lee, Scott
Haze, Mac Brandt, Sope Aluko,
Wayne Pére, Jared Bankens, Al-Jaleel Knox, Sam Medina, Melora Walters, Peggy Lu,
Woody Harrelson. – Columbia, 112 min.-
Primero, una aclaración. Quien esto
escribe cumplirá los 50 años el próximo mes de enero, y como se desprende de
los variados artículos de este blog, es un amante del cine en todos sus estilos
y variantes. Pero sobre todo de ese cine de calidad, europeo y también
norteamericano—qué va— que cada vez agoniza con más celeridad. Un ciberlector
extrañado podría pensar (y con razón) cuan raro es que alguien así preste tanta
atención al subgénero de superhéroes y/o cómics en general. A ese hipotético
amigo le responderíamos así: Argentina ha tenido una larga y hermosa tradición
en cuanto atañe a la historieta, pero hasta los años ‘60s se trató siempre de
exponentes muy diferentes a la temática que nos ocupa; Patoruzú, Isidoro,
Don
Fulgencio (el hombre que no tuvo infancia), Fúlmine y un largo
etcétera, jamás pertenecieron a esa génesis de personajes e historias que sí
irrumpirán en nuestro medio a partir de la década citada, con revistas como Hora
Cero (dónde se lució el primer Oesterheld) y todas las de la
inolvidable Editorial Columba. La generación a que pertenece este humilde
escriba, por ende, no tuvo padres que fueran lectores de este último tipo de
cómics; y así como el 1º de diciembre de 2007 (en el Monumental) el autor se
vio literalmente rodeado de pibitos porque estos conocían perfectamente a The
Police gracias a sus padres (que eran de nuestra misma edad, por
cierto), lo opuesto es perfectamente cierto.
Fuimos nosotros, generacionalmente, los primeros en leer historietas como Nippur de Lagash, Gilgamesh el Inmortal, Dago, etc. Y si alguno había tenido la suerte de que sus padres lo hubieran tenido de muy jóvenes (léase, ‘por accidente’), a lo mejor ellos habían llegado a Ernie Pike y alguno más. Pero insistimos, Superman, Linterna Verde, El Hombre Araña, etc., todo eso se popularizó a partir de nuestra franja etaria. Pero, y aquí vamos al punto, sea por el motivo que fuera (eso es tema para otra discusión) nuestra generación no contaba ni con series “live action” (Mujer Maravilla, con linda Carter, tal vez haya sido la excepción; las otras eran exclusivamente de animación, y muy naïf, por cierto) ni con —mucho menos— películas de superhéroes como las actuales. La inolvidable Superman, The Movie (1978, Richard Donner) nos agarró en las vacaciones de invierno de 1979, cuando este crítico estaba en 5º grado, y se trató de un evento monumental, tan aislado como fabuloso. Batman apenas si contaba con la versión para cines de 1966, dirigida por Leslie H. Martinson, que no era otra cosa que una celebración del éxito que había tenido la mítica serie con Adam West y Burt Ward, y fue estrenada en el hiato entre su primera y segunda temporada. Delicioso pastiche kitsch que veíamos de chicos en nuestras teles en blanco y negro, nos hacía desear —sin embargo— algo más serio. Ya éramos adultos hechos y derechos cuando, de la mano de Tim Burton, Batman (1989) se atrevería a ir por otro tipo de público. Así que de eso se trata, queridos amigos: los pibes de hoy ni imaginan la suerte que tienen, como tampoco imaginan cuanto nos lastiman al burlarse despiadadamente de la tecnología que nosotros amábamos y deseábamos desesperadamente, tales como el walkman, el radiograbador doble cassettera o, claro está, la videograbadora. Con su impúdico cinismo impune nos dicen, sin anestesia, cosas como esta: “¿qué, antes había que poner una cajita de plástico acá para escuchar música? ¿Y encima le entraban tan pocas canciones? ¿A los discos había que ir a comprarlos a una tienda…?” Después de lograr controlar nuestra ira asesina, comprendemos finalmente que resulta imposible hacerles entender que el salto tecnológico experimentado en los últimos 25 años creó un abismo infranqueable entre ellos y nosotros, y que el cine (y las posibilidades tecnológicas que han hecho posibles estas películas) les brinda una oportunidad que para nosotros apenas resultaba una utopía inalcanzable. Por eso, aunque a veces aburran, aunque ya saturen, aunque sean más de lo mismo (aunque nos tengan hasta las que les jedi, ¡ejem…!), este redactor y otros de su clase seguimos dándole una chance a estas pelis, aunque más no sea como una forma de venganza por nuestro pasado con casi total ausencia de ellas.
Fuimos nosotros, generacionalmente, los primeros en leer historietas como Nippur de Lagash, Gilgamesh el Inmortal, Dago, etc. Y si alguno había tenido la suerte de que sus padres lo hubieran tenido de muy jóvenes (léase, ‘por accidente’), a lo mejor ellos habían llegado a Ernie Pike y alguno más. Pero insistimos, Superman, Linterna Verde, El Hombre Araña, etc., todo eso se popularizó a partir de nuestra franja etaria. Pero, y aquí vamos al punto, sea por el motivo que fuera (eso es tema para otra discusión) nuestra generación no contaba ni con series “live action” (Mujer Maravilla, con linda Carter, tal vez haya sido la excepción; las otras eran exclusivamente de animación, y muy naïf, por cierto) ni con —mucho menos— películas de superhéroes como las actuales. La inolvidable Superman, The Movie (1978, Richard Donner) nos agarró en las vacaciones de invierno de 1979, cuando este crítico estaba en 5º grado, y se trató de un evento monumental, tan aislado como fabuloso. Batman apenas si contaba con la versión para cines de 1966, dirigida por Leslie H. Martinson, que no era otra cosa que una celebración del éxito que había tenido la mítica serie con Adam West y Burt Ward, y fue estrenada en el hiato entre su primera y segunda temporada. Delicioso pastiche kitsch que veíamos de chicos en nuestras teles en blanco y negro, nos hacía desear —sin embargo— algo más serio. Ya éramos adultos hechos y derechos cuando, de la mano de Tim Burton, Batman (1989) se atrevería a ir por otro tipo de público. Así que de eso se trata, queridos amigos: los pibes de hoy ni imaginan la suerte que tienen, como tampoco imaginan cuanto nos lastiman al burlarse despiadadamente de la tecnología que nosotros amábamos y deseábamos desesperadamente, tales como el walkman, el radiograbador doble cassettera o, claro está, la videograbadora. Con su impúdico cinismo impune nos dicen, sin anestesia, cosas como esta: “¿qué, antes había que poner una cajita de plástico acá para escuchar música? ¿Y encima le entraban tan pocas canciones? ¿A los discos había que ir a comprarlos a una tienda…?” Después de lograr controlar nuestra ira asesina, comprendemos finalmente que resulta imposible hacerles entender que el salto tecnológico experimentado en los últimos 25 años creó un abismo infranqueable entre ellos y nosotros, y que el cine (y las posibilidades tecnológicas que han hecho posibles estas películas) les brinda una oportunidad que para nosotros apenas resultaba una utopía inalcanzable. Por eso, aunque a veces aburran, aunque ya saturen, aunque sean más de lo mismo (aunque nos tengan hasta las que les jedi, ¡ejem…!), este redactor y otros de su clase seguimos dándole una chance a estas pelis, aunque más no sea como una forma de venganza por nuestro pasado con casi total ausencia de ellas.
Ahora, vayamos al punto.
Vimos Venom. Sin expectativas, sin ilusiones,
sin la menor esperanza. Incluso sin interés: pura rutina. Como explicamos en el
párrafo anterior, simplemente las vemos (mecánicamente) a todas, o casi. Es
cierto, cada tanto algunas nos sorprenden gratamente (caso Man of Steel; Captain
America, the First Avenger; Iron
Man; Wonder Woman, Deadpool),
pero en su mayoría —ciertamente— nos defraudan. Eso esperábamos de Venom,
que para colmo de males venía precedida por la polémica con Tom Hardy, su
protagonista y productor, quien se quejó amargamente de que el Estudio le podó
casi media hora de metraje, más las pobres críticas generales que obtuvo de
todos los ‘güines’. Y bien, al igual
que lo ocurrido con Tomb Raider 2018, cuya crítica emprendimos casi a pesar nuestro
y sin poder salir de la sorpresa inicial, Venom nos metió un dedito allá abajo
y nos hizo molinete. Perdón por la poca galanura que implica tan pobre metáfora,
pero ocurre que existen pocas formas de decirlo (y asumirlo); especialmente
porque este película ni siquiera iba a contar con un artículo en nuestro blog,
ni ya digamos dedicarle el esfuerzo de escribirlo. Pero así es el cine, incluso
el que se hace con una calculadora bajo el brazo y una planilla Excel en cada
mano.
A lo mejor ocurre, y escribimos un artículo
sobre ello en los albores de este blog, que a muchos espectadores Venom
los agarre un tanto saturados, lo que puede redundar en una dispar apreciación
del filme. Pero lo cierto es que se trata de una película dignísima, sólida,
que cuenta muy bien el cuento y se atreve a homenajear ultra explícitamente a
joyas como The Quatermass Xperiment, el clasicazo de la Hammer de 1956. De
hecho, toda la primera parte es una suerte de reboot de dicho filme, claro que
ilustrada con los asombrosos efectos visuales del siglo XXI, y está narrada con
eficiencia, sobriedad y competencia. Una peligrosa entidad parasitaria
alienígena es liberada por accidente en medio de unos escalofriantes e
inhumanos experimentos liderados por una poderosa corporación privada, cuyo CEO
y fundador es una suerte de reverso maldito de Elon Musk, un detalle que el
guión no solamente no esconde sino que promueve positiva y fervientemente. En
medio de estos eventos se hallará Eddie Brock (un Tom Hardy muy suelto,
divirtiéndose como nunca con el papel), un periodista egocéntrico e
indisciplinado que causará su propia caída al intentar desenmascarar al
millonario de marras. Seis meses después de perderlo todo, incluyendo novia y
empleo, el destino lo pondrá en el lugar equivocado en el momento justo, precisamente
para que Venom —uno de los simbiontes traídos desde el espacio— encuentre en él
al huésped perfecto, uno de los pocos humanos capaces de soportar genéticamente
la fusión con el alienígena. A partir de este punto comenzará la segunda parte
de la cinta, en la que se revelarán las intenciones del siniestro empresario y
se asistirá a la consecución de la propia agenda de otro de los parásitos (Riot,
su líder), quien pretenderá colonizar el planeta trayendo en la próxima misión
espacial de la corporación a millones de sus congéneres. Esta segunda mitad
será tan sólida como divertida, y estará a la altura de lo que el espectáculo
promete. Pero veamos, ¿por qué resulta tan buena Venom? Pues porque esta vez se cumplieron a rajatabla las reglas
tanto implícitas como explícitas del cine de evasión y aventura, y tal
concreción puede enumerarse como lo haremos a continuación.
1- Establecimiento de la premisa: en Venom,
como ya lo adelantamos, las cosas se desatan a partir de una secuencia de
eventos completamente deudora del filme “Quatermass…”, y lo hace con
sorprendente credibilidad, plausibilidad y sobriedad. Sobre todo esto último,
que se patentiza en la justa dosis de cada elemento gore, ‘fantacientífico’ y
especulativo que la cinta balancea y presenta con admirable contención. El
carácter realista y atractivo del personaje protagónico también colabora para
esta premisa, ya que se trata de un buen tipo cuyo ego de periodista en ascenso
le juega una mala pasada. Uno logra simpatizar con él casi de inmediato,
preocupándose por su suerte con sincero interés. En cuanto al villano, se trata
de otro acierto merecedor de grandes elogios. Basado en el discutido perfil
público del creador de los autos eléctricos Tesla, este Carlton Drake es un
sociópata ultra narcisista perfectamente convencido de que sus millones y su
posición político-social le habilitan a emplear cualquier medio, por poco ético
que sea, para obtener su objetivo. El cual, esta vez, no es el usual de
dominación mundial o destrucción del planeta, sino otro motivado por la posiblemente
sincera creencia del magnate en que nuestro hogar ha llegado al límite
definitivo de degradación ecológica, sobrepasando con creces las peores
previsiones de Malthus. Él cree que nuestro futuro sólo se halla en las
estrellas, y las entidades parasitarias alienígenas parecen ser la solución
perfecta para adaptar nuestra biología a un ámbito sin oxígeno ni otras de
nuestras necesidades físico químicas. Claro que su megalomanía esquizoide le
impedirá advertir a tiempo que estos parásitos tienen su propia agenda, que no
pretenden en absoluto fusionarse con nuestros cuerpos para beneficiarnos, sino
más bien para lo contrario: sobrevivir en nuestro ambiente planetario (hostil
para ellos) y colonizar la Tierra.
2- El giro creativo de su premisa: Venom
no es ni por asomo una cinta de Superhéroes, sino una de antihéroes y villanos;
una peli sobre perdedores y gente demasiado poderosa, esa que te pisa la cabeza
con su poder incluso si no se es consciente de ello. Siendo como es un filme
sorprendentemente corto de metraje (de acción directa contiene poco más de hora
y media, el resto son los usualmente agotadores créditos finales), resulta
sorprendente el tiempo que se toma para contar su historia y para establecer
los hechos y la psicología de sus personajes. Incluso Venom, que aparece bien
avanzado el relato, presenta una personalidad compleja, la que se va revelando
a medida que se incrementa la fusión biológica con su huésped. Los diálogos
entre ambos, que nadie más puede escuchar, resultan de antología; están muy
bien escritos y no son tan sólo material para chistes fáciles. De hecho, otro
de los logros del filme, que bien merecería un apartado propio, resulta el de
la gradual toma de conciencia y posición del simbionte. Viendo el mundo y la vida
misma desde los ojos de Eddie, sintiendo lo que él siente, experimentando el
sincero amor que le profesa a su ex Anne Weying, pudiendo —en definitiva—
percibir hasta las más secretas contradicciones de su huésped humano, Venom
logrará empatizar con y por él. Y en gran parte lo hará por identificación:
como se lo dirá a Eddie con todas las letras, en su propio mundo él también era
un fracasado, un perdedor, alguien que siempre se hallaba en la posición de
tener que obedecer a lacras como Riot, el otro gran villano del filme, el alien que se apodera del millonario para
lograr traer a sus congéneres exiliados en el asteroide del que fueron
arrancados. Así que Venom cambiará de parecer y decidirá que París bien vale una misa: ya verán a qué
nos referimos viendo la inteligente, divertida y muy bien filmada última parte
de la cinta, unos veintitantos minutos casi de antología, si no fuera por el
exceso de filmes de este género (claro está), que como ya apuntamos, resulta en
gran parte el verdadero motivo de nuestra parcial insensibilización ante los
pocos productos que sí se destacan del resto. Y Venom es uno de ellos.
3- El equilibrio de su realización: para
este apartado optamos por ignorar todas las noticias acerca de la injerencia
del Estudio (Columbia/Sony) en el corte final de la cinta, para quedarnos con
lo que en definitiva importa: el producto tal y como está. Y la verdad es que
se trata de una peli de admirable equilibrio narrativo, con un balance perfecto
entre los elementos narrativos y semánticos de su trama, que nunca desbarranca,
que sabe mantenerse en la cornisa sin caer en absoluto y que otorga al humor
una cuota limitada e inteligente, no como otros exponentes del género a los que
es mejor ni nombrar. Muchos meses atrás, en nuestra crítica a
Spider-Man Homecoming, lamentábamos el notorio y horroroso
desequilibrio formal del relato, el que lograba echar por tierra con unas
buenas ideas y con un muy sólido enemigo para el adolescente arácnido. Dado que
el filme que nos ocupa pertenece a dicho universo y sus derechos son igualmente
propiedad de Sony, no viene mal recordarlo, ya que en este aspecto ambos productos
no pueden ser más diferentes, a pesar del lazo invisible que los une.
En definitiva, Venom resulta una saludable
sorpresa, un filme que no reinventa el género, pero que sin dudas le otorga un
inteligente giro dialéctico y permite esperanzarse con otros exponentes del
mismo, cuando menos si no nos asfixian por saturación. Con unas actuaciones
excelentes, se destaca sin embargo la ascendente Michelle Williams (Mi
Semana con Marylin; Vidas Cruzadas; Oz el Poderoso; El
Gran Showman), en el rol de la ex novia que deberá —a pesar de todo—
convertirse en la aliada menos pensada, mientras que el citado Drake de Riz
Ahmed, intérprete desconocido para nosotros hasta ahora, se yergue como uno de
los mejores oponentes cinematográficos de la década: sin ampulosidades, siempre
creíble, su millonario psicótico desprende un aura de poder y peligro
verdaderamente admirable y se compra a la platea. Y por cierto, destaca entre
los secundarios Reid Scott, quien interpreta a Dan Lewis, la nueva pareja de
Anne, un médico bonachón que —aun a riesgo de que el ex de su chica se
inmiscuya demasiado en su relación— hará lo posible por ayudarlo cuando la
primera fase de la asimilación de Venom en el cuerpo de Eddie traiga más de un
problema. Por supuesto que los rubros técnicos ya no requieren de elogios en
estos tipos de producciones, que se caracterizan por una solvencia sorprendente,
pero no estará de más celebrar la fotografía e iluminación de Matthew Libatique,
quien ha logrado una pátina visual realista cuando la trama lo requería y una
sutil y deliberada artificialidad en las secuencias dónde la ciencia ficción se
adueña por completo del relato. Y claro está, todos los vítores para Ruben
Fleischer, un director que ha ejecutado un trabajo envidiable, equilibrado
(repetimos), sobrio (término peligroso de adjudicar para un género como el
presente), y por sobre todo discreto en su buen hacer. Esto quiere decir que,
como ocurrió con Patty Jenkins comandando Wonder Woman 2017, el director ha
sabido tomar el control creativo y estético del producto pero sin sobresalir
narcisísticamente entre los intersticios de cada fotograma. Lo diremos de otra
forma: si viviera, Hitchcock no podría dirigir jamás una cinta como esta; no
por incapacidad —entiéndase— sino por exceso de personalidad cinematográfica (e
incluso mediática). Se notaría demasiado que es “su” película, que le imprime
su sello personal, y eso funciona perfectamente con productos como Psicósis
(1960) o Intriga Internacional (1959), inconfundiblemente concebidos
para su sello artístico, pero no lo haría con un filme basado en este estilo de
cómic. Un ejemplo claro de esto, pero totalmente inverso, fue el de Kenneth
Brannagh al frente de la primera Thor, dado que las profundas y nada
ocultas influencias shakespereanas de su guión, requerían precisamente de un
conductor experto en el Bardo de Stratford-upon-Avon, y uno que no le temiera a
los excesos ni a la grandilocuencia operística. Por ello funcionó en esa única
ocasión, y por eso mismo, muchas otras veces la cosa no marcha cuando el
director elegido no presenta una personalidad afín a la idea de dejarse
conducir por el ethos de la historia misma, o de permitirse ser (aparentemente)
subsumido por la magnificencia coral de la trama. Pues bien, el director de Venom,
insistimos, ha tomado una serie de decisiones estilísticas, y una manera de
dirigir sin “interferencias” por parte de su personalidad creativa, que bien
valen este extenso apartado y todos los elogios posibles. Así que ya saben; no
les cambiará la vida, no les revelará el secreto del universo ni logrará que le
paguemos menos impuestos a los muchachos de la AFIP; pero esta película bien
puede levantarte el ánimo —si viene en baja— o sacarte una sonrisa después de un
día entero soportando los piquetes de “Barrios de Pie” en cada avenida de la
ciudad. ¿Que parece poco argumento como para darle una chance? Bueno, si
ustedes no se amargan con esas cosas, para qué molestarse, ¿no?; después de
todo, en la web siempre estará disponible algún viejo episodio de Mork
& Mindy. Se los dejo a su criterio. Buenas noches.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario