“LA NOCHE DEL DEMONIO”: Un Viaje en el Tiempo Para Disfrutar del Mejor Cine de Terror



por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★

Night of the Demon. Inglaterra, 1958.
Dirección: Jacques Tourneur – Fotografía: Ted Scaife – Música: Clifton Parker –
Guión: Charles Bennett y Hal E. Chester, basado en el cuento “Casting the Ruins
de Montague R. James – Elenco: Dana Andrews, Peggy Cummins, Niall MacGuinnis, Maurice Denham, Athene Seyler, Liam Redmond, Ewan Roberts.-
Distribuida por Columbia Pictures. 95 minutos.

            El cine de terror ha cambiado tanto, ha experimentado tales transformaciones, que resulta difícil recomendarle a las jóvenes audiencias un verdadero clásico del género. Incluso algunos buenos exponentes de los años ‘80s, tales como Poltergeist (1982, Tobe Hooper) o Christine (1983, John Carpenter), parecen tan alejados de las preferencias pochocleras actuales como lo estaría el cine de Francoise Truffaut de los esperpentos de Edward D. Wood Jr. Por ello resultó tan bienvenido el éxito de The Conjuring (El Conjuro; James Wang, 2013), ya que el filme apeló a un estilo old fashioned astutamente reciclado, deudor de los mejores exponentes del género, tomándose su tiempo para desarrollar una trama compleja en la que el suspenso y la sutileza supieron imponerse por sobre el sobresalto y el efectismo barato. Ahora bien, gracias a las maravillosas remasterizaciones para Blu-Ray Disc se han rescatado verdaderas joyas casi perdidas, que si se habían editado en el ya perimido formato VHS lo fueron en copias deplorables y por lo general con menos minutos de metraje.  Las producciones británicas, en particular, enfrentaban la férrea censura tanto del Código Hays como de la Liga Católica de la Decencia —de enorme influencia en la Meca del Cine—, lo que motivaba a los Estudios a podar la mayoría de las cintas de horror que provenían de Gran Bretaña o que se realizaban en co-producción con dicha nación. Además se les alteraba sistemáticamente el título, con lo que todavía hoy reina una gran confusión respecto de exponentes seminales del género, aspecto que esperamos haber clarificado (en parte) con nuestro artículo acerca de la historia de la Hammer Film Production. El filme que nos ocupa, por caso, se estrenó en EE UU con 12 minutos menos de los 95 originales —lo que debió dejarlo anémico en cuanto a poder sugestivo— y con el título de Curse of the Demon. Ahora, con una imagen prístina y su metraje restaurado, podemos por fin disfrutar de una pieza maestra de la gran galería del terror: La Noche del Demonio/ Night of the Demon (1957), el último canto del cisne de un director hoy revalorizado, el talentoso Jacques Tourneur. Vayamos por él.
            John Holden (Dana Andrews), psicólogo y experto desenmascarador de fraudes esotéricos, arriba a Inglaterra para participar de una convención científica en la que se tratará —entre otros temas— la cuestión de la influencia mística y religiosa en la psique humana. Colaborando desde el otro lado del Atlántico con el profesor Harrington, descubre a su llegada que este acaba de morir en circunstancias confusas. Tanto el occiso como él mismo estaban a punto de revelar las fraudulentas actividades del autotitulado Dr. Karswell (Niall MacGinnis), líder de un culto demoníaco bautizado como The True Believers (“los verdaderos creyentes”). Karswell se presenta a sí mismo como un hechicero (o más bien un mago), “ni blanco ni negro”, como le dirá a Holden apenas se conozcan. Karswell resulta afable en el trato, al menos si no se lo confronta, e incluso se permite actuar como payaso e ilusionista para animar grupos de niños que son invitados a su mansión. Aparentemente rico, convive con su madre, una extraña mujer que parece estar completamente bajo la influencia de su vástago. El secreto detrás de este enigmático personaje consiste en su total dominio de unos antiguos rituales que se remontan al paleolítico superior, provenientes de la misma cultura que erigió Stonehenge. Karswell ha dado con un medio de descifrar las extrañas runas antediluvianas y puede, de tal modo, invocar los infernales poderes que aquellos hombres dominaron. Para librarse de un enemigo tan solo debe entregarle un pergamino con un anatema escrito en tales runas; si el infortunado lo acepta voluntariamente (o por negligencia), indefectiblemente morirá en el plazo de tiempo que se estipule en él. Como ya habrán adivinado, las investigaciones de Holden le valdrán la recepción de un pergamino que le dejará, apenas, 48 horas de vida. El psicólogo (escéptico al principio en lo que refiere a la autenticidad de tal maldición) y Joanna Harrington (Peggy Cummings) se las verán negras para lograr ganarle al tiempo y vencer, de alguna forma, la fatídica maldición. Desde aquí hasta el brillante clímax en el tren, una secuencia magistral que sería la envidia de cualquier director contemporáneo (y que es dueña de una resolución tan creativa como “creíble”, algo casi inexistente en el cine actual), La Noche del Demonio se da el lujo de electrizar sin recurrir a golpes bajos ni efectismos de feria, manteniendo siempre una proporción adecuada entre el universo tanto conceptual como vivencial de Karswell y el de Holden y sus asociados. Incluso las dos apariciones visuales del “demonio” que viene a reclamar la vida de los así marcados, muy discutidas por la crítica en su época, resultan hoy perfectamente integradas al relato, e incluso en la última de ellas se comprende cabalmente que sólo son visiones que experimenta el infortunado maldecido.

El filme acierta por sobre todo con su clima opresivo y a la vez realista, que permite al espectador involucrarse con su trama y sentir en carne propia el peso ominoso de ese submundo oscuro cuya punta del iceberg se encarna en Karswell. Las secuencias entre el mago y su madre son una cosa aparte, más ricas incluso que los enfrentamientos con Holden, ya que revelan con un detallismo preciosista la compleja psicología de ambos y el cómo se complementan neuróticamente. Por otro lado, el mundo en que se mueve Holden resulta siempre aséptico y verista; la puesta en escena y el diseño de arte de sus entornos son minimalistas y sobrios, mientras que el ambiente de su rival rebosa de decorados góticos y recargados —siempre ominosos— así como, en contrapartida, los sitios habitados por los adeptos de Karswell lucen exóticamente primitivos y salvajes, cuasi agrestes. La iluminación en blanco y negro, la patria cromática del terror (lo que tan sólo la Hammer pudo cambiar), es una fiesta visual para el espectador entendido y exigente. Obra del gran operador Edward “Ted” Scaife (nacido en Londres en 1912), habitual colaborador de John Huston, John Ford y Basil Dearden, los claroscuros se aplican siempre en el lugar correcto del campo visual, los contrastes entre los ya citados ambientes “realistas” versus los metafísicos se ilustran con un cambio notable en la manera de conseguir la reflexión de la luz sobre los objetos y las superficies, además de obtener unas sombras y unos subrayados tonales tan magníficos como asombrosos. Si no fuera por talentos como el de su compatriota Roger Deakins, que este casi fenecido año logró su tan demorado premio Òscar por la anonadante fotografía de Blade Runner 2049 (2017, Dennis Villenueve), uno creería que la magia técnico-artística de hombres como Scaife es un arte perdido.

La otra gran baza técnica de este excelente filme es la perfecta edición de Michael Gordon (1909-1993), único norteamericano del equipo, cuyo astuto sentido del ritmo y la continuidad brindan el clima perfecto y una graduación casi única para el avance del suspenso en la narración. El natural de Baltimore, también director y dramaturgo (había estudiado Drama nada menos que en Yale, luego de graduarse en Johns Hopkins), logró con esta cinta reposicionarse en la industria luego de un extenso e injusto período que lo tuvo en las listas negras del Comité de Actividades Anti Norteamericanas. Australia lo había cobijado hasta entonces, trabajando en su sólida industria cinematográfica, y luego de Night of The Demon lograría retornar a EE UU, obteniendo un rotundo suceso con Pillow Talk (Charlas de Alcoba; 1959), la brillante comedia que unió por primera vez a Doris Day con Rock Hudson. Pero si tanto la edición como la fotografía de este filme resultan perfectas, no es menos cierto que la dirección de arte y el diseño de sets llegan al nivel de la maestría; y eso es así porque a su cargo estuvo el recordado Ken Adam (Berlín, 1921- Londres, 2003), aclamado a nivel mundial por sus soberbias colaboraciones con Stanley Kubrick (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964/Barry Lyndon, 1975), y por supuesto por haber creado y definido el inimitable “estilo Bond”, dado que diseñó todas sus películas desde Dr. No (1962, Terence Young; primera de la saga), hasta The Spy Who Loved Me (1977, Lewis Gilbert). La frutilla de la torta es, por supuesto, la precisa partitura de Clifton Parker, un galés con amplia experiencia en filmes tan dispares como la mítica Treasure Island (La Isla del Tesoro, 1950; Byron Haskins) o Sink The Bismarck! (¡Hundan el Bismarck!,1960; Lewis Gilbert).
Ahora bien, si un producto de género funciona, lo hace fundamentalmente porque tiene tras las cámaras a un director que sabe administrar los talentos involucrados e imprimirle al filme su propia impronta creativa. Y Jacques Tourneur cumplió con creces tales requisitos. Nacido el 12 de noviembre de 1904 en París, el joven Jacques colaboró desde adolescente en numerosos filmes de su padre, el cineasta Maurice Tourneur, quien se había mudado a Hollywood con su familia a inicios de los ‘30s. Para 1942, con el estreno de Cat People (La Mujer Pantera), Tourneur obtendría el título de “maestro del macabro”, al que justificaría ampliamente en sus siguientes colaboraciones con Val Lewton. El ya mítico productor y guionista que a inicios de los ‘40s produjo una serie inolvidable de cintas de horror y suspenso para la R.K.O Radio Pictures, tuvo en Tourneur al director que mejor interpretaría su estilo, consistente en una sólida construcción de ambientes, climas opresivos y una sistemática apelación a la sugestión y la elipsis, de modo que el terror llegue siempre por vía indirecta y permita la interpretación psicoanalítica o materialista de los sucesos narrados. Tourneur también ayudó a definir el estilo visual del Film Noir (o Cine Negro – ver nuestro artículo acerca del mismo), brindando uno de los títulos seminales del mismo, la perfecta Out of the Past (1947). I Walked With a Zombie (1943), The Leopard Man (1943), el western Canyon Passage (1946) o el thriller de espionaje Berlin Express (1948), son apenas algunos ejemplos del ecléctico talento de este hábil y a la vez personal artesano, que sabía dejar un sello propio en cada disímil producción. A partir de mediados de los ‘50s, su cine perdió algo de efectividad, sobre todo por no encontrar productores que entendieran su muy personal estilo. De esta época podemos rescatar, sin embargo, Way of a Gaucho (Martín, el Gaucho; 1952), curioso melodrama ambientado en la Argentina de 1870, con un improbable Rory Calhoun en el rol del título en español, y la bellísima Gene Tierney (Laura, 1944; Otto Preminger) como su sufrida enamorada. Fue rodada en gran parte en nuestro país, un suceso poco común en la época que causó un genuino revuelo en los periódicos y revistas de entonces (para más datos, leer el divertidísimo libro de Diego Curubeto: “Babilonia Gaucha”). El filme que nos ocupa, entonces, supuso el feliz retorno de un excelente director a las grandes ligas y a la posibilidad de rodar historias afines a su talento y capacidad. Y si bien ya era un hombre mayor, después de este vendrían todavía unas muy buenas producciones como The Comedy of Terrors (1964, brillante comedia negra escrita por Richard Matheson y protagonizada por Vincent Price y Peter Lorre) o The Fearmakers (1958), convincente thriller con Dana Andrews y Dick Foran. Tourneur, en definitiva, supo equilibrar siempre puesta en escena con tono y estilo narrativo, fue un competente director de actores —a los que sabía conducir para obtener los resultados más adecuados para cada filme— y mantuvo siempre una saludable independencia creativa y laboral. Night of the Demon no es la excepción a ninguno de estos méritos, y sirve como tardía introducción a la filmografía de un cineasta de enorme talento.

En resumen, filme intrigante y sugestivo, firmemente narrado con pulso ejemplar, dueño de actuaciones ajustadísimas (en especial la del enorme MacGinnis) y con un despliegue técnico de lujo, Night of the Demon puede brindar una sorprendente lección acerca de cómo asustar y electrizar con armas nobles y un genuino afán por hacer las cosas bien. Un rescate que vale la pena y que está a sólo un click en la web. A disfrutarla, para terminar el año con un producto de esos que (¡repitan con nosotros!) ¡¡¡¡no se hacen Más!!!!!! ¡Feliz Año 2019 para todos nuestros Cyberlectores!.-

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