Por Leonardo L. Tavani
Nuestro primer artículo del recién
estrenado año 2020 estará dedicado a dos estrenos de finales del 2019, uno de
los cuales no se estrenó aun comercialmente en nuestro país, y que nos han
causado una enorme satisfacción. Hollywood pasa, cómo ignorarlo, por una de las
crisis creativas e industriales más profundas de su larga historia. Que de su
seno broten dos películas originales, creativas y realizadas con absoluta
maestría, no puede menos que brindarnos esperanzas. Acompáñennos a descubrir Zombieland
Double Tap y Jexy, dos productos que se las
traen. Y un muy buen año para todos.
Por un segundo juguemos a la trivia más boba del mundo y preguntémonos, ¿qué otra clase de personajes se permite Hollywood si no se trata de superhéroes? La respuesta es tan obvia que causa vergüenza ajena errarla: los zombies. Así pues, ahí lo tienen. Si no hay gente con capa traumatizada por sus poderes o muchachos rápidos y furiosos, lo único que nos queda es la feliz creación del fallecido George Romero, quien en 1968 logró juntar 114.000 dólares y rodó The Night of the Living Dead, peli con la que se dio el gusto de poner patas arriba el mito de los zombies vudú (propios de esa religión haitiana) para transformarlos en una metáfora de la sociedad consumista capitalista que se devora a sí misma y despersonaliza al individuo. Hoy en día, y al menos en lo que refiere a la gran pantalla, todo lo bueno que tuvo aquella idea se perdió en la miasma de los efectos visuales, la angurria de dinero y el más craso vacío argumental. Para sacar a los come-cerebros de tal estancamiento era necesario tomarse la cosa en solfa. Pero bien en serio, ¡eh!, que la comedia es cosa seria. Y un grupo de hermosos dementes lo logró exactamente diez años atrás con la genial y desprejuiciada Zombieland (2009), un golazo de media cancha que ha generado legiones de fans que la convirtieron en un incipiente filme de culto. Los ejecutivos de Columbia/Sony se mordían los nudillos por explotar su éxito y convertirla en una saga, pero su director y productores se negaron de plano: si volvían, tenía que serlo gracias a un guión que lograra, como mínimo, el mismo nivel de impacto. Pasó una década, cuando menos dos de sus protagonistas se convirtieron en estrellas de lujo, y cuando todo presagiaba que las condiciones para una secuela se hacían casi imposibles, sucedió el milagro. El milagro se llama Zombieland: Double Tap (2019), una genialidad en toda regla que arranca carcajadas, deja con la boca abierta y divierte con armas nobles y sinceras: a puro talento. Démosle un repaso.
Zombieland: Double Tap (Ruben
Fleischer) (Excelente ★★★★★) consigue la proeza de
contar con sus cuatro protagonistas principales, cuyas carreras no hicieron
otra cosa que ascender meteóricamente desde el filme original, y quienes
indudablemente deben haber dado el sí luego de leer el espléndido guión de
Rhett Reese, Paul Wernick y Dave Callaham. Woody Harrelson (Tallahassee), Jesse
Eisenberg (Columbus), Abigail Breslin (Little Rock) y la bella y talentosa Emma
Stone (Wichita) vuelven a recargar las armas y salen a la ruta a cazar no-muertos.
Como en la cinta primigenia, el obsesivo y neurótico Columbus nos relata la
historia en primera persona, sólo que ahora arranca tomándose en solfa a sí
mismo y aceptando que esto es una peli de pura diversión. Esa suerte de ruptura
verbal de la siempre simbólica “cuarta pared” del cine funciona aquí a la
perfección, arrancando la primera gran sonrisa de sorpresa del espectador y
predisponiéndolo favorablemente para lo que va a venir. “¿Vuelven por una segunda?
¿Después de todo este tiempo?” nos pregunta la voz de Jesse Eisenberg,
y uno no puede menos que celebrar cuan dementes están estos tipos, quienes son
capaces de ir y venir de la trama a placer y entrar y salir de sus personajes
como les da la gana. La complicidad con la platea es inmediata y no se acaba
hasta el final de la cinta, la que tiene una fortísima impronta de autoparodia
y sanísima desmitificación. No es nada casual que el enorme Bill Murray esté
nuevamente ligado a la película, en la que protagoniza dos cameos ambientados
en el pasado que a este crítico le arrancaron aplausos de placer, ya que su vis
cómica y el estilo “deconstructivo” del humor que interpretó en sus primeros
años de carrera están estrechamente ligados a la forma y la sustancia de Zombieland:
Double Tap. El mejor ejemplo de lo que decimos se halla en la
irreverente, delirante y subversiva Stripes (1981), filme que Rhett
Reeves ha confesado amar, punzante sátira a la disciplina, objetivos y paranoia
del Ejército norteamericano que el gran Ivan Reitman rodó tres años antes que Ghostbusters
(1984). Aunque ahora ha envejecido un ‘poquitín’, dicha cinta tiene evidentes
puntos de contactos con esta segunda aventura zombie, tanto en su aguda
mordacidad como en el estilo fuertemente subversivo (y algo pesimista) con que
retrata la imbecilidad de las personas.
Desde la original y creativa
secuencia de créditos de apertura se advierte que el cuarteto principal se
divierte en grande y que existe una auténtica química entre ellos fuera del
set. De lo contrario, y aun contando con un guión tan perfecto, no hubieran
retornado a esta historia. Todo arranca con nuestros héroes logrando tomar por
asalto la Casa Blanca, a la que convierten en su “hogar”, pero pronto las cosas
se complicarán. Little Rock ya no es una niñita sino una post adolescente ávida
de conocer a otros humanos, incluso fuera del sentido bíblico del término;
Tallahassee, por su parte, la abruma con su histriónico paternalismo
sobreprotector y Columbus la termina de
embarrar pidiéndole matrimonio a Wichita, quien acaba espantada con la idea.
Conclusión, las chicas huyen como ratas por tirante y los muchachos se dedican
a lamerse las heridas, ocupación que los mantiene atareados hasta que se topan
con Madison, una deliciosamente descerebrada rubia sobreviviente que de
inmediato se enganchará con Columbus. Claro que las cosas se complicarán y
habrá que salir nuevamente a la ruta en busca de uno de los personajes. En
cuanto a Zoey Deutch, una gran comediante que a pesar de su juventud ya ha
demostrado su particular talento, observamos que juega su Madison con una
intrínseca ternura a la vez que establece un constante feedback con los espectadores,
con los que intercambia sutiles guiños que vuelven querible un personaje que,
en otras manos y bajo otra dirección, sería acusado de atacar la imagen de la
mujer recreando el estereotipo de la “rubia tonta”. Nada que ver. Su criatura,
en cambio, funciona como una suerte de sátira feroz de los roles que la propia
actriz ha interpretado hasta hoy en numerosas comedias adolescentes, y este
subtexto da en el clavo incluso en personas que no la hayan visto actuar antes,
dado que se advierte con supina claridad esa pícara intención de subvertir el
propio trabajo de los actores protagonistas. Esto se patentiza en absolutamente
todos los intérpretes: Harrelson se burla con saña de muchos de sus papeles de
acción, tales como los de Killer Instinct (1988), Natural
Born Killers (1994), o Money Train (1995); Eisenberg tiene
momentos en que literalmente clona —aunque en clave autoparódica— su papel en Café
Society a las órdenes de Woody Allen, y hasta la jovencísima Breslin
juega a ser una contracara “heavy” de su rol infantil en Pequeña Miss Sunshine.
Otro acierto del filme son sus
incorporaciones. Rosario Dawson brilla como la dueña de un hotel que homenajea
a Elvis, una mujer siempre dispuesta a volarle los sesos a cualquier cosa que
se mueva, y Luke Wilson (el hermano talentoso de Owen) interpreta a otro loco
desatado con más parecidos que diferencias respecto de Tallahassee. En fin, en
esta peli, lo repetimos, todo funciona: desde la acción, trepidante, delirante
y calculadamente ‘asqueante’, hasta
su humor ferozmente corrosivo. El ejemplo más pequeñito y hasta idiota, si se
quiere, se ve en un rápido plano casi al principio de la cinta, cuando nos
están mostrando las primeras semanas del cuarteto en la Casa Blanca: la cámara
enfoca un papel membretado en el que Tallahassee acaba de firmar y sellar el “Perdón Presidencial Total Y Absoluto para
Wesley Snipes”. De allí en más, el delirio no tendrá fin. Hippies
pacifistas que detestan las armas y están a punto de ser comida de zombies por
esa causa, matanzas alucinantes, sarcasmos a la carta y un constante
sentimiento de que aquí no hay nada sagrado y todo, absolutamente todo, puede
ser objeto de burla feroz. Así pues, esperamos —con estas pocas líneas—
haberles clarificado el por qué le dimos el máximo puntaje a este filme
absolutamente perfecto. Una película es una unidad narrativa autónoma que
establece y crea sus propias reglas de lectura, comprención y percepción, y si
todo ello funciona a la perfección (y a la vez el producto tiene “alma”, concepto lábil), nada debe
impedir calificarla como es debido; o por lo menos nada que se parezca a pudor
“de género”. Es cierto que El Padrino (The Godfather, 1972; Francis Ford Coppola), por poner un ejemplo,
va a ser siempre mejor cinta que Zombieland, pero ello es así sólo en
cuanto a las pretensiones con que ambas pelis han sido construidas. La una
buscó deliberadamente erigirse en una elegía a la naturaleza violenta y tribal
de la especie humana, y en cómo esa naturaleza se encarna y destruye los lazos
más íntimos de una familia signada por su propio ethos. La otra, en cambio, se
propone divertir y satirizar al propio cine de acción y terror, y lo logra con
la misma perfección que su ilustre predecesora alcanza en su pathos. No que es
que la calificación de “5 estrellas”
valga más para una que para la otra, sino que ambas son perfectas según sus
propias reglas y pretensiones. Nunca olviden esta sutil diferencia. A
divertirse en grande, pues.-
Jexi (2019, Jon Lucas & Scott
Moore) (Excelente ★★★★★), no estrenada aun en nuestro medio pero ya disponible
en la web, es una genial y desfachatada comedia que se burla despiadada y
violentamente de otra clase de zombies, los “felices” esclavos del Smartphone.
Phil es un gordito salame que vive hipnotizado por su teléfono móvil, no tiene
ningún amigo, jamás ha tocado a una mujer y ni siquiera sabe volver a su casa
en San Francisco sin que lo guíe el GPS del aparatito. Nuestro muchacho trabaja
para un sitio web en un cargo menor, a pesar de que su único deseo es ser
periodista, pero Phil ocurre que no se anima a nada que escape de lo virtual:
todo lo humano, todo lo que entrañe un mínimo riesgo, le es ajeno. Su
departamento está sobre una colina desde la que el Golden Gate se ve todo a lo
largo luciendo esplendoroso y potente, pero Phil no ha siquiera advertido esa
portentosa vista jamás, ya que cada mañana de su vida cruza la calle con la
vista abducida por la diabólica pantallita de 7 pulgadas. Una mañana se topa
accidentalmente con Cate, que de tan linda y luminosa opaca al sol, pero su
única preocupación estará centrada en su celular, que se ha hecho trizas. A
Phil Cate le gusta de inmediato, tampoco es que sea un alienígena, pero no sabe
cómo ni de qué manera acercarse a ella. Cada palabra que pronuncia es una
metida de pata. Así que vuelve a lo único que sabe y se limita a reemplazar su
amado Smartphone. La cosa es que el nuevo aparatito vendrá con una interfaz
sonora que tiene vida propia, Jexi, quien se convertirá en la dueña absoluta de
la vida de Phil. Jexi, maleducada, entrometida, dominante y controladora,
comenzará a instruir a los golpes a nuestro muchacho para que aprenda a
convivir con otros humanos, especie que Phil no parece reconocer como propia, y
así llegaremos al primer —y sorpresivamente exitoso— encuentro entre la chica y
el tecno-nerd. Pero claro, la “dominatrix”
virtual se pondrá celosa de Cate y todo atisbo de normalidad se irá al demonio.
Como la vida de Phil, que jamás podrá creer cómo un simple aparatito se la hará
papilla.
Este es apenas el planteo de una
comedia deliciosamente diferente, posmoderna pero a la vez con sutiles toques
de clasicismo, lo que le brinda una dimensión única y atractiva. Por cierto que
este género no ha hecho otra cosa que ir de mal en peor desde que el calendario
gregoriano debutó con un número “2” a la derecha, pero Jexi parece
—indudablemente— destinada a sacarla del estancamiento. Roguemos no se trate de
una flor aislada, como lo fueron Music and Lyrics (Letra y Música, 2007) y She’s
Out of My League (2010). El hecho es que se trata de una película
construida con un enorme buen gusto y un evidente amor por sus personajes,
tanto así que ninguno de ellos se queda en mero arquetipo o macchietta. Son seres tridimensionales
llenos de dudas, temores y —por qué no— esperanzas, tales como las que alberga
la hermosa Cate, quien le ha dado la espalda a una vida en la que lo único
importante era postear fotos “cool” en instagram para recuperar su más íntima y
sencilla humanidad. Para Phil ella es un bálsamo, pero también un acicate para
animarlo a vivir sin red ni certificados de satisfacción garantizada. Los
directores (y coautores del guión) saben colocar la cámara de tal manera que el
simple hecho de abrir el empaque de un nuevo celular se transforma en un orgasmo
visual, cuestión que de inmediato se percibe una cierta incomodidad en la nuca:
esto es una comedia, la escena se supone sea graciosa, pero los cineastas se
las ingenian para obligarnos a mirar en un espejo deformante; a entender que
estamos depositando nuestro ser más profundo en estos dispositivos (y lo que
ellos simbolizan) hasta el punto de quedar totalmente esclavizados. Pero
atención, que si esto estuviera enmarcado en una forma de narración visual
admonitoria de inmediato nos rebelaríamos ante su dedito acusador. Pero la
sabiduría de este filme magnífico es que jamás, pero absolutamente jamás, nos
vende —ni pretende hacerlo— una moraleja. Ella (si queremos llamarla así, lo
que es discutible en este caso) se desprende por sí sola de la trama puesto que
estos son, insistimos, seres reales, y lo que les pasa es incluso
“perturbadoramente” realista y cotidiano. En todo caso, debemos preguntarnos
cómo cuernos llegamos hasta este nivel de tecno-adicción que vemos reflejado
fielmente en la pantalla.
Jexi no sería lo que es, qué duda
cabe, sin la voz de la maravillosa Rose Byrne (Bridesmaids / X-Men:
First Class), quien echa mano de todos sus recursos para darle
carnadura a esta inteligencia artificial que se roba la peli. Su Jexi es
grosera, cachonda, obsesiva y, si se enoja, más mala que la peste. Cuando se
propone arruinarle la vida a Phil realmente causa miedito, y cuando pide a
gritos sexo no se puede menos que reír a carcajadas: ver a Phil obligado por
ella a conectar y desconectar rápidamente el cable USB de alimentación a modo
de coito virtual, es el súmmum del
delirio, y Byrne lo completa con su verborrea acelerada, desfachatada y
recargada de intenciones. En cuanto a nuestro (anti)héroe, Phil está
interpretado por Adam Devine, un actor sencillamente perfecto para el rol,
quien sabe cargar a su criatura de la humanidad y el nivel justo de patetismo
como para que sea querible y nunca risible. Su labor, muchas veces al borde de
la cornisa, resulta a la vez contenida y desatada, un equilibrio que colegas
más experimentados que él no han sabido conseguir en situaciones similares. Por
su parte, Cate está encarnada por Alexandra Shipp, una jovencita que hemos
descubierto en este filme y que se lleva un torrente de aplausos. Porque vuelve
real y cercana a su criatura y a la vez le otorga el grado preciso de
contradicciones que la hacen irresistible al espectador. La secuencia en que le
cuenta a Phil cómo cambió drásticamente su vida es un modelo de contención,
equilibrio y honestidad actoral. Le auguramos una larga y feliz carrera. El
resto del reparto está sencillamente perfecto, con mención aparte para Justin
Hartley —el Oliver Queen/Green Arrow de la serie Smallville (2001-’11)—
quien interpreta al ex novio de Cate, y Michael Peña (Ant-Man 1 y 2), que se
toma a sí mismo en solfa como el iracundo y delirante jefe de Phil. En
definitiva, llena de aciertos, sin ninguna fisura, con la duración justa y sin
sobrantes —además de ultra creativa y original— Jexi recupera el placer
por ver una comedia alocada, inteligente y muy, muy sugerente. Y en cuanto a
nuestra calificación, la explicación que dimos más arriba se aplica aquí a la
perfección. Déjenla entrar, valdrá la pena.-
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