Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Regular + (★★y ½)
Se estrenó en la web Ava (2020), película protagonizada
por Jessica Chastain —una de las mejores actrices de su generación— y dirigida
por Tate Taylor. Retrasados un tanto por nuestros tres artículos consecutivos acerca de James Bond 007, le
dedicaremos finalmente unas líneas, aunque más no sea para lamentarnos sobre el
estado del cine actual. Ava trata de una asesina
profesional, ex militar de elite, alcohólica recuperada y con los patitos un
tanto desalineados, que no se saca de la cabeza la manía de preguntarle a sus
víctimas el por qué alguien las querría muertas. Parece ser que esta obsesión,
que a priori no tendría mayores consecuencias en su desempeño profesional, le
molesta bastante al jefazo de esta discreta organización (Colin Farrel,
insoportable como siempre), quien prefiere que se despache a los objetivos sin
tanta cháchara ni piripipí.
Así que el buen hombre le encomienda una misión en Dubái que en realidad estará preparada para fallar. Y claro, como la peli se acabaría enseguida si Ava estirara la pata tan pronto, el guión se las ingenia para salvarle el pellejo y luego llevarla y traerla por varios lugares del mundo —todos muy vistosos, eso sí— mientras ella se encarga de hacer bosta a quienes la quieren muerta. Muy meticulosamente, sin embargo, que por muy borracha que sea la chica sigue siendo efectivísima. Como siempre en este género, hay un mentor y amigo (en clave paternal) que la protege de sus enemigos y de sí misma (John Malcovich, que está bárbaro como siempre, pero absolutamente desperdiciado), una hermana y un ex que le reprochan todas las cagadas filiales que aparentemente se mandó en el pasado, más una tonelada y media de lugares comunes como para rellenar el Seamse. La peli se deja ver, tampoco seamos injustos, y si usted se encuentra un tanto copeteado al momento de sentarse frente a la pantalla incluso tal vez lo entusiasme bastante… O acaso se duerma, algo que —créame— no estaría tan mal.
Así que el buen hombre le encomienda una misión en Dubái que en realidad estará preparada para fallar. Y claro, como la peli se acabaría enseguida si Ava estirara la pata tan pronto, el guión se las ingenia para salvarle el pellejo y luego llevarla y traerla por varios lugares del mundo —todos muy vistosos, eso sí— mientras ella se encarga de hacer bosta a quienes la quieren muerta. Muy meticulosamente, sin embargo, que por muy borracha que sea la chica sigue siendo efectivísima. Como siempre en este género, hay un mentor y amigo (en clave paternal) que la protege de sus enemigos y de sí misma (John Malcovich, que está bárbaro como siempre, pero absolutamente desperdiciado), una hermana y un ex que le reprochan todas las cagadas filiales que aparentemente se mandó en el pasado, más una tonelada y media de lugares comunes como para rellenar el Seamse. La peli se deja ver, tampoco seamos injustos, y si usted se encuentra un tanto copeteado al momento de sentarse frente a la pantalla incluso tal vez lo entusiasme bastante… O acaso se duerma, algo que —créame— no estaría tan mal.
El problema con Ava
consiste en su propio sentido. Porque se trata de otra película más destinada a
emparejar las cosas, cuestión que las mujeres protagonicen cintas de acción y
violencia como antes lo hacían los tipos, y —ojo al piojo— que además cobren la
misma cantidad de guita que ganan los machotes por idéntica faena. Okay, Ava
lo consigue. Nuestra antiheroína reparte piñas a lo loco, la cagan a palos como
para dejarla en coma inducido, sangra seis o siete litros de hemoglobina, y
encima sufre como una condenada. ¡Y sí, muchachos, Jessica cobró un fangóte de
guita por la peli! Pues bien, si me permiten, el problema no está allí; sino en que
ahora las minas protagonizan las mismas soberanas mierdas que los tipos sin que
nada haya cambiado en lo absoluto. Uno esperaría que después de tanto “Me Too…”, “Girl Power” y toda esa runfla de género (no nos malentiendan: necesaria),
las películas que surgieran de este movimiento cultural y político serían —como
mínimo— mejores a las soporíferas burradas infestadas de testosterona con que
Hollywood nos tortura desde hace décadas… ¡Pero NO señores! (y señoras, no se me enojen…), ¡qué va!, ¡son tan malas
como las otras! ¿En qué quedamos, Pedemonti…?
Bueno, ahora en serio.
Tate Taylor no es ningún improvisado, y de hecho es el responsable de esa
bellísima y conmovedora película que fue The Help (2011; Vidas Cruzadas), basada en la novela semi biográfica de Kathryn
Stockett, en la que brillaron Emma Stone, Viola Davis y, precisamente, Jessica
Chastain. Hoy envuelta en una injusta polémica, porque Davis ha declarado que
traicionó a su “raza” al aceptar protagonizarla (ya trataremos el tema en otra
ocasión), The Help sirve de ejemplo —por oposición— del derrotero que
experimenta en Hollywood un director con talento y aspiraciones, cuya única vía
laboral acaba siendo una cinta más de acción y suspenso, tan rutinaria como
previsible. Para esa maravillosa actriz que es Chastain las cosas tampoco lucen
mejor, ya que si esto es todo lo que tiene para ofrecerle la industria mejor
que se dedique a la cría de chinchillas. Su Maggie de Los Ilegales (Lawless, 2012; John Hillcoat) cuando
menos era un personaje profundo, complejo y rico en matices, así como la
película misma lo era, pero en estos últimos años (y quizás con alguna mínima excepción),
los roles que le caen en suerte están muy por debajo de su enorme talento. No
es de extrañar que la “nueva” televisión (o lo que sea que la haya suplantado
como medio de entretenimiento hogareño) refugie a tantos y tantos intérpretes
de prestigio. No les quedan muchas opciones en la pantalla grande: hacer de
comparsas en cintas de superhéroes o dar vergüenza ajena en producciones
olvidables. Aunque la cinta es mayormente pasable, insistimos, lo cierto es que
ni la coreografía de las escenas de violencia resulta demasiado original, más
bien apenas correcta, lejísimo de la brillantez de Atómica o la saga John
Wick. Hay, eso sí, un evidente deseo de amparar el filme bajo una
cierta pátina de dramatismo respecto de los demonios personales de la
protagonista. Pero todo es en vano. Chastain lleva ella solita el relato (se lo
carga al hombro, en verdad), con una ayudita del veterano Malcovich, pero el espectador
nunca deja de experimentar esa inconfundible sensación que va más allá del mero
“deja-vú”, y que más bien se
identifica claramente con la saturación: uno no “siente” que esto ya lo haya
visto antes —porque eso, seamos sinceros, ya lo sabía desde antes de presionar
“Play”— sino que súbitamente advierte
que está reverendamente podrido de ver siempre lo mismo. Tal vez, y de allí el
título de este artículo, el problema consista en que Hollywood ha olvidado cómo
hacer bien aquello que antes hacía de memoria; sea por puro afán de sorprender
e impactar cada vez más, o sea porque todas las películas se producen hoy día
con una planilla de Excel y una calculadora en cada mano, pero ese clasisismo
tanto estilístico como narrativo que llegó hasta los ‘80s (y a lo sumo hasta
principios de los ‘90s) se ha esfumado por completo. Una lástima. Por nosotros,
sin dudas, que somos huérfanos de calidad; y por ella, una actriz de lujo: Jessica
se merecía mucho más.-
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