“DUBLIN MURDERS”: PROFUNDAMENTE DAÑADOS


 

Dublin MurdersMiniserie de 8 episodios

(2019, BBC One y Starz)

                                                                                                              por Leonardo L. Tavani

calificación: Muy Buena (★★★★ )

         El pasado suele volver de formas misteriosas y retorcidas. Su mejor aliado a menudo es la psique de las personas, especialmente la de aquellas que no han podido saldar cuentas con él. Dublín (en gaélico, Baile Átha Cliath,la ciudad del vado de los zarzales’), tiene sobre sus hombros demasiado pasado, demasiada historia, infinidad de guerras y ríos de sangre derramada. Aunque el presente la tiene como una privilegiada de la nueva economía global, tanta memoria no puede barrerse debajo de la alfombra ni tanto dolor escurrirse por el río Liffey. Para Cassie Maddox y Rob Reilly, detectives de homicidios de la policía del sur de la ciudad, el pasado y la cordura son dos enemigos irreconciliables y traicioneros. Ambos tienen más de una cuenta que saldar y una vida personal quebrada y enferma.

Más de veinte años atrás, ese distrito situado a la vera de un bosque milenario y plagado de reminiscencias del pasado celta (Knocknaree), experimentó la desaparición misteriosa de dos jóvenes de los que nunca más se supo nada. Solo volvió un tercero, más pequeño que ellos, quien jamás pudo recordar lo que ocurrió ni brindar alguna pista sobre sus paraderos. Ahora, en medio de un amanecer neblinoso y húmedo, desde el corazón de aquel bosque y sobre un viejo altar de piedra celta aparece el cadáver de una preadolescente local, una destacada estudiante de ballet que acababa de ganar una beca para perfeccionarse en Londres. Otra vez ese bosque que esconde secretos tan viejos como la ciudad, otra vez niños y adolescentes, otra vez la muerte. Otra vez las sospechas.

    Cassie y Rob reciben el caso por accidente, pero ella insiste rápidamente en que deben sacárselo de encima. Él está de acuerdo, pero algo surge a posteriori que lo obliga a permanecer en el mismo. Reilly, que a cada palabra hace gala de su marcado acento inglés, tiene un poderoso motivo tanto para repeler como para abrazar esta investigación: ni es inglés ni su primer nombre es Robert, sino que es aquel niño sobreviviente cuyos padres debieron mandar a un internado británico para alejarlo del acoso y la agresión de los padres de sus amigos desaparecidos. El crimen tiene aspectos que lo conectan con aquella desaparición y Rob decide, contra el consejo de su amiga y colega, mantenerse en el caso precisamente para “controlar” su narrativa. Claro que su compañera no está precisamente libre de culpas, puesto que su pasado está repleto de engaños, traiciones y mentiras. Huérfana a causa de un accidente automovilístico del que se cree causante, su infancia a cargo de una tía estuvo signada por la aparición imaginaria de un genuino doppelganger, una gemela llamada Lexi, la que de algún modo reunía la fuerza de carácter que a ella le faltaba. Ya adulta y estando destinada a la división de investigaciones encubiertas, Lexi Mangan se corporiza en su huésped para llevar adelante una peligrosa misión que le vale a “ambas” una puñalada cercana al corazón. La recompensa a tal experiencia será acceder a la placa de detective un tanto antes que lo apropiado, aunque la Cassie que emergerá de tal experiencia quedará marcada por la duplicidad y la culpa.
  Ahora bien, Dublin Murders es un thriller dramático en toda regla, más interesado en hurgar en los abismos de estos personajes perturbados que en desplegar una trama puramente policial. Que la hay, por cierto (y muy sólida), pero es indudable que lo más atractivo de la miniserie consiste en desentrañar el ovillo de las relaciones tortuosas que unen de manera invisible a toda esta comunidad. Los adolescentes de hace veinte años son ahora adultos, y sus vidas han discurrido tal y como sus conductas de entonces permitían predecir. El líder machote, agresivo y egocéntrico, es ahora un tiburón corporativo que anda detrás de un negociado espurio relacionado a la construcción de una autopista innecesaria. Uno de sus perritos falderos, que no sabía poner límites a los excesos de su compinche, carga ahora con un matrimonio fallido y una descendencia marcada por el desamor a causa de haber formado una familia “forzado” por la culpa. No será casual, pues, que la víctima hallada en el bosque sea su hija menor, la única que le brindaba algo de calor humano. Y otra mujer, que solía ser la lolita sexualmente agresiva del grupo, vive ahora una existencia miserable y gris, incapaz de desprenderse de la humillación a la que fue sometida en ese entonces. Hay más, por supuesto, pero el espectador debe descubrirlo por sí mismo. A ellos, entonces, se suman estos detectives que también ocultan cosas no sólo de los demás, sino de sí mismos. Tanta mentira, tanto autoengaño, a la larga acabará por explotar en la cara de todos, y el guión de cada uno de los magníficos 8 episodios de esta miniserie se encarga de diseccionar tantos secretos y mentiras con un bisturí tan agudo como embebido en veneno. No hay ni concesiones al espectador ni soluciones fáciles, antes bien, la narrativa es áspera y fragmentada, va y viene en el tiempo sin reglas ni guías, entrega pequeñas y significativas pistas mientras que retacea o demora otras, pero por sobre todo evita cualquier subrayado y toda explicación sencilla. La historia, ciertamente, es tan tortuosa y retorcida como sus propios personajes. Y la fotografía, indudablemente, se hace eco de este clima ominoso con un manejo prodigioso de la luz y las sombras, además de una administración perfecta del efecto que aquellas producen tanto sobre las superficies oscuras como en las más brillantes, que aquí lucen siempre apagadas, opacas y “muertas”. A la par de la imagen se halla el soberbio trabajo de edición, todo un desafío para una trama tan compleja y —lo repetimos— tan fragmentada, que adquiere gracias al montaje un ritmo solo asimilable al del corazón humano, por aquello de que acompaña al propio “palpitar” de la historia, que se muestra lenta y llena de planos largos y encadenados cuando todo adquiere un tono dramático e intimista, y decididamente “quebrada” y febril —por medio de cortes abruptos y planos cortísimos— cuando los hechos se tornan tan histéricos como sus criaturas. Todo un logro que, como era de esperarse, está a la altura del bien ganado prestigio del cine y la tevé británicas.
    Dublin Murders está basada en las dos primeras novelas de la saga “Dublin Crime Squad”, de la novelista irlandesa Tana French, y es en esta extraña y controvertida fusión que el crítico profesional encuentra razones para objetarle a la trama. Los libros In The Woods y The Likeness presentan historias independientes cuyo protagonismo pertenece respectivamente al personaje de cada detective, y quizás con el afán de que ambos tuvieran el mismo lucimiento en la miniserie, Sarah Phelps (la creadora, guionista y productora) ha optado por esta alquimia que a veces no termina de cerrar del todo. Más que nada por el lado de Maddox, quien en los últimos tres episodios se ve inmersa en una subtrama que no acaba de justificarse debidamente. Lexi Mangan, el alter ego imaginario y a la vez personalidad encubierta de Cassie, aparece súbitamente en Knocknaree junto a un extraño grupo de amigos que viven en la mansión familiar de uno de ellos, quien oficia como una suerte de líder sectario para todos. A las pocas horas es hallada muerta en un paraje desolado, llamando la atención de todo el departamento el absoluto parecido con la detective Maddox. Lo que viene a continuación, que de todos modos es muy interesante y atrapa al espectador, resulta empero algo traído de los pelos, que no acaba de resolverse del todo y cuya única misión consiste, aparentemente, en brindarle una excusa al personaje de Maddox para tomar las decisiones que sobrevendrán cerca del final. De hecho, y esto no es algo menor, jamás se aclara cómo es posible que exista un clon de Cassie que se llama exactamente igual al personaje imaginario creado por ella en su infancia. Algo parecido ocurre con la trama principal, ya que Phelps opta por insuflar un inequívoco halo metafísico al guión (lo anterior es prueba cabal) y para ello necesita dejar igualmente en suspenso el caso del pasado, que nunca se resuelve ni se explica, aunque sí lo haga el actual (y muy satisfactoriamente, por cierto). Insistimos, no son decisiones que dañen gravemente al producto, pero sí que le causan un par de grietas que son fácilmente advertibles para el espectador atento y de predisposición analítica. Hasta ahora, y en lo que va de su contrato con BBC, Phelps se ha encargado de las adaptaciones de obras de Agatha Christie que la cadena británica viene presentando con regularidad. De hecho, las últimas tres navidades dicha emisora lanzó sendas miniseries con el sello Christie que lograron gran repercusión (The Pale Horse, la última hasta ahora, la vimos hace poco y es una verdadera joyita), tanta como para haber desplazado a los dos más recientes (y ya clásicos) especiales de navidad de Doctor Who al 1ro de enero siguiente; pero lo cierto es que el universo de la aclamada novelista inglesa es radicalmente diferente al de French, que delinea personajes perturbadísimos y por completo alejados de los adorables arquetipos de una pieza de la gran dama británica, así como de sus tramas de relojería pensadas exclusivamente para el usual grand guiñol de la explicación final y su consecuente caída de máscaras. Phelps sale airosa del desafío pero deja en el camino un par de jirones de coherencia interna. Le interesa, sobre todo, remarcar la imposibilidad de sus criaturas por escapar de sus obsesiones, y ese afán acaba por lastrar parcialmente la organicidad del relato. De todos modos se trata de una objeción que no daña, insistimos, la calidad general del producto.
      El rubro actoral de esta miniserie presenta una paleta muy diversa pero uniforme en talento y capacidad. Se trata de intérpretes poco conocidos para el gran público local pero de enorme solvencia. Sarah Greene compone a una Cassie fascinante, al límite de la esquizofrenia, que sin embargo se permite admitir sus sentimientos y acaba por tomar una decisión difícil pero honesta, mientras que Killian Scott sencillamente se lleva las palmas con su torturado Rob Reilly, un hombre incapaz de expresar sus sentimientos, anclado en la impotencia de su experiencia pasada y profundamente autodestructivo. Su personaje es a la vez héroe y villano en esta historia, no porque tenga algo que ver con el crimen, se entiende, sino por el profundo desprecio por toda ética con que se lanza a su investigación, creyendo quizás que si logra resolverlo aliviará las torturas de su pasado. Todo el resto de secundarios está impecable en sus roles y merecen los mayores elogios. En suma, pues, aunque pueda dejar algunos puntos oscuros y quizás no cierre tan perfectamente como otros productos más pasatistas, Dublin Murders es una experiencia que no dejará insatisfecho a nadie y que brinda una colección de personajes cuya naturaleza es tan retorcida como ciertos aspectos de la realidad que nos rodea. Vale la pena.-

 

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