Por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★
The Expanse (Ídem) Canadá, 2015-‘17.
Emitida por SyFy Channel. Disponible en Netflix.
Serie de Tevé. Tres temporadas. Basada en la serie de novelas de
James. S.A. Corey.
Creada por Mark Fergus & Hawk Ostby.
Interpretes: Thomas Jane, Steven Strait, Cas Anvar, Shohreh Aghdashloo, Wes Chatham,
Florence Faivre, Shawn Doyle.-
Por un momento olvidémonos de
antecedentes, fichas técnicas, novelas de origen, país de procedencia y todas
esas cosas que rodean a un proyecto televisivo hasta casi ahogarlo. Apaguemos
todo y quedémonos tan solo con una cosa, el producto en sí. Y conste que “producto” es apenas un sustantivo que no
puede ni pretende disminuir el maravilloso poder sugestivo de la serie que nos
ocupa. Hagamos silencio entonces, y al menos durante estos primeros párrafos,
centremos nuestra atención en una única cosa: The Expanse.
Cuando alguien se
propone contar una historia ubicada en el futuro y enfocada en el resultado de la
parcial conquista del espacio por parte de la humanidad, está más que claro que
esa persona cuenta con dos únicas motivaciones —no excluyentes, pero sí
definitorias del tono de su narración— que son, o bien entretener y maravillar,
o bien radiografiar el presente y extrapolar ese negativo en nuestra imagen
futura ficcionalizada. The Expanse hace lo segundo, pero
sin descuidar para nada lo primero, logrando el mérito de atrapar al espectador
en una red de la que no quiere huir, y a la vez meter el dedo en la llaga de
las cuentas pendientes que tenemos como especie inteligente. Hay ramalazos de
esperanza en The Expanse, por cierto, pero son acotados y concisos; su
mensaje es claro y se grita a voz en cuello: nuestra raza no logra verse a sí
misma como una unidad que valga la pena atesorar. Somos tribales —furiosamente
tribales— egoístas y, por sobre todo, beligerantes. La guerra está en nuestro
ADN y el devenir futuro la potencia porque incrementa tanto nuestra codicia
como nuestra inseguridad. Esta última palabreja, en apariencia banal, merodea
por cada uno de los episodios que conforman las tres temporadas completadas
hasta ahora. Inseguridad como
especie: The Expanse expone con sutil malicia la urgencia por reafirmar
la identidad colectiva de cada facción y planeta que se muestra en pugna con la
otra. La Tierra, madre de la humanidad, requiere a cada instante que se le
recuerde cuan necesaria es, impone narcisistamente sus reglas y opiniones,
reclama absoluta primacía y liderazgo, y este último es ejercido —para colmo—
por políticos venales, arrogantes, ambiciosos y, por sobre todo, infantiles.
Poseen el grado de inseguridad propia de los niños, que requieren a cada
instante de la mirada de los padres para legitimar su existencia. “¡Papi,
mirá como camino con dos manos!”: esa frase, que significa “si me mirás existo, lo que hago es bueno y
está bien”, es pronunciada a cada rato por varios personajes que ejercen el
más alto cargo de poder sobre el planeta. Son niños jugando a validar sus
existencias, y están tan convencidos de sus apotegmas que están dispuestos a
volar medio sistema solar en pos de quedarse con la pelota. Léase la razón.
Léase la justicia. Léase “el destino manifiesto”. Un alto líder
dirá: “La Tierra está Primero”, y recién cuando abra los ojos a la
peligrosa petulancia que ello implica logrará colaborar para alcanzar un cambio
significativo.
Segundo: Inseguridad como colectivo. ¿Pero
acaso una especie no es un colectivo? No necesariamente; una especie como la
nuestra tiende naturalmente a la tribalización cerrada y auto conciente, a la
división como forma sistémica de auto afirmación. En The Expanse el paradigma
de la lucha de clases marxista adquiere ribetes insospechados y bien puede
decirse que vuela por los aires. Los cinturinos (ya explicaremos luego de qué
va la cosa) son mucho más que un símbolo del proletariado explotado, sino más
bien una extrapolación descarnada de una realidad que ya vivimos. Las nuevas y
crecientes tecnologías están haciendo desaparecer oficios y empleos completos,
sin que nada más los suplante; así que imaginen eso mismo trasladado a varias
centurias en el futuro. Pero ocurre que cada grupo resultante de esas tensiones
formidables, cada tribu en definitiva, cierra filas sobre su propio pathos precisamente porque no está
genuinamente seguro de él, porque
debe reafirmar a cada segundo la validez de las fronteras que lo distinguen del
resto.
Y tercero: Inseguridad como individuos. Del macro
al micro cosmos, The Expanse también se permite diseccionar nuestra inextinguible
duda existencial (nuestra angustia como seres indefensos ante el infinito) con
especial y detallista interés. No importa cuanto se haya avanzado en lo
tecnológico, no importa cuan lejos haya quedado la Tierra detrás nuestro,
siempre viaja con nosotros la certeza de no estar haciendo lo suficiente, de no
merecer la herencia recibida, de no sentirse digno. En The Expanse hay personas
de gran nobleza y alta capacidad de liderazgo, quienes sin embargo se esconden
detrás de un puesto menor para ocultarse de sí mismos; hay hijas que abominan
del legado sangrientamente ambicioso de sus padres y por ello se enlistan en
las filas de los oprimidos; hay líderes globales tan pero tan seguros de sus
ideas que acaban depositando su confianza en espías y aparentes enemigos. De
hecho, en The Expanse un espía puede ser el aliado más confiable y leal,
mientras que tus propios discípulos y protegidos tienen lista —y a la mano— la
daga que te degollará. Pero entiéndase, que inseguridad no significa duda,
y en The
Expanse la duda tampoco es la jactancia de los intelectuales: es,
apenas, una llave para la supervivencia.
En este universo
todo es desconfianza, codicia, deseos de revolución; y sin embargo también hay
claros de luz, personas dispuestas a hacer lo correcto aunque les cueste la
vida, individuos lastimados por su pasado que confían ciegamente en alguien que
sabe distinguir —todavía— lo bueno de lo malo; en The Expanse, finalmente,
vibra la más auténtica sensación de naturalismo, concepto peligroso de admitir
cuando lo que se cuenta transcurre en un aleatorio futuro, pero es que nada nos
resulta tan natural como esta orgía perpetua de codicia, explotación,
colonialismo, ceguera y ambición. Nada de lo que se ve en pantalla nos es ajeno,
nada en absoluto escapa a nuestra experiencia, nada a excepción de que se esté
fatalmente alienado y desembarazado de la realidad. Pero, sin embargo,
insistimos con un detalle: The Expanse brinda cierta cuota de
esperanza, o si se quiere, de optimismo. Pero lo hace tomando una decisión tan
clara como taxativa. La redención siempre será posible, pero entendida
exclusivamente como una ética y un camino personal, un pathos profundamente individualista. Lo explicaremos tomando dos
ejemplos del cine clásico. A la Hora Señalada (High Noon, 1952; Fred Zinnemann), el
inolvidable western que mostraba a un sheriff (Gary Cooper) absolutamente solo
y aislado a la hora de enfrentarse a sus enemigos; y Conspiración de Silencio (Bad Day at Black Rock, 1955; John
Sturges), el western contemporáneo que presentaba a un veterano de la II Guerra
que arribaba a un pueblo en el que los secretos no deben desenterrarse por nada
del mundo, fueron dos cintas sencillamente perfectas, claramente inspiradas en
el drama del macartismo y las persecuciones ideológicas perpetradas por el
Comité de Actividades Antinorteamericanas del Congreso. Hollywood no pudo ni
supo responder a ello de modo grupal y coordinado, de modo que los pocos filmes
que se atrevieron a desafiar el status
quo lo hicieron desde la posición del héroe individual y solitario, un
hombre que —a modo de mesías o cordero sacrificial— resuelve por sí mismo el
entuerto y libera al grupo (o a la comunidad) de la omertá, o sea, la ley del silencio. Esta postura, históricamente
criticada, es ahora asumida por los guionistas de la serie casi como un mantra; pero cuidado, que
no se entienda esto como una crítica de nuestra parte. Verán, quizás por su
origen canadiense, o tal vez por simple observación de la realidad, The
Expanse acaba por reconocer que los humanos se unen por y para una
causa solo después de que un individuo aislado (o apenas seguido por unos
pocos) se arriesga a perderlo todo por ella. O sea, nos dice que mientras un
héroe o un mártir marquen el camino, otros habrá que los sigan; pero en cuanto
conciencia de grupo, parece ser que la humanidad apenas si puede asumir causas violentas,
egoístas y xenófobas. Ya lo veremos, pero si hasta los supuestos terroristas de
esta historia (mitad revolucionarios, mitad mártires) requieren de un único
líder carismático que los aglutine, Anderson Dawes, alguien que tiene todas las
respuestas y que ofrece una moral y una ética sólidamente definidas, de las que
ningún miembro de la A.P.E. puede sacar los pies del plato.
Ahora pues, retomemos
un camino más convencional.
The
Expanse cuenta más o menos lo siguiente: en el siglo XXIII la humanidad
se halla expandida por gran parte del sistema solar. La Tierra es gobernada por
las Naciones Unidas, Marte es una potencia militar independiente, y tanto ellos
como las colonias de los demás planetas interiores dependen en gran parte de
los recursos mineros que se explotan a lo largo del cinturón de asteroides.
Durante más de un siglo, los así llamados “cinturinos” (los habitantes nativos
de las estaciones asentadas en dichos asteroides, de entre las cuales ‘Ceres’
es la más importante y conflictiva) se han convertido en poco menos que
ciudadanos de tercera que padecen deformaciones óseas por vivir sin la gravedad
suficiente, no disfrutan de ninguno de los beneficios de su trabajo y su propia
vida se halla siempre pendiente de un hilo, ya que todo el agua que las naves
de carga recolectan en los asteroides (bajo forma de hielo) va a parar casi en
su totalidad a los planetas interiores. Los cinturinos han desarrollado incluso
un dialecto propio, y tanto ellos como los miembros de todas las demás facciones han dejado de
considerarse parte de una misma especie. Con este telón de fondo la narración
presentará cuatro frentes, la estación Ceres —en la que un policía, Miller,
recibirá un encargo bajo cuerda que cambiará su vida—, la Tierra y el edificio
de las Naciones Unidas —en el que se asiste a las astutas maniobras políticas
de la consejera Avasayala—, la nave de carga Canterbury, cuyo destino rápidamente
disparará la trama hacia el corazón mismo del conflicto, introduciéndonos al
personaje que, de algún modo, se alzará como el héroe trágico de esta historia,
John Holden; y por último la estación espacial Tycho, comandada por un
personaje singular y ambiguo —el ex militar Fred Johnson— quien hace malabares
para equilibrar los intereses de la APE, Dawes, la Tierra y varios de sus
contratistas privados, tales como la congregación de los Mormones, que le ha
encargado la construcción de la monumental astronave Nauvoo, con la que piensan emprender un viaje sin retorno —más allá
de nuestro sistema solar— para fundar alguna quimérica colonia basada en su
religión. Esta cuestión merecerá algunos dardos nada disimulados en numerosos
pasajes a lo largo de las tres temporadas ya emitidas. No será casual, por ello
mismo, que una pastora protestante tenga un rol determinante en los eventos de
la tercera parte, ya que la religión institucionalizada representa una muleta
más en la vida de esta sociedad esencialmente insegura, tal y como lo
apuntamos al inicio de este trabajo.
Todas las líneas
narrativas de The Expanse confluirán en Holden y su pequeña tripulación de la
Rocinante, ya que él —un hombre que solo deseaba pasar desapercibido— carga en
su ADN múltiple con algo que solemos llamar “destino”, y ese destino no es otra cosa que su total incapacidad
para mirar hacia otro lado. Holden es —lo decíamos— un héroe trágico porque
casi —casi— no tiene genuino libre albedrío; y casi carece de él porque resulta ser una de esas personas
especiales que sienten todo el peso del mundo sobre sus hombros, y eso es lo
que lo compele a actuar incluso contra toda lógica. Cuando Holden pretende
mirar para otro lado sencillamente no le sale, y acaba volviendo —inexorablemente—
sobre sus pasos. Amos, el personaje más singular de su grupo —violento,
inestable, pero también confiable y leal— dirá: “con Holden no tengo que pensar si
estamos haciendo lo correcto, simplemente se que sí”. Así que para
cuando una conspiración esté a punto de poner en peligro todo el sistema, sólo
Holden y los pocos que decidan creer en él tendrán la chance de detenerla. En
la primera temporada todo comienza con la búsqueda de Julie Mao, hija menor del
millonario e industrial Jules-Pierre Mao, quien se ha aliado con los cinturinos
de la APE en contra de los intereses de su padre, los que incluyen la
investigación de una sustancia biológica definitivamente alienígena —la protomolécula—
que es capaz de utilizarse como un arma de proporciones bíblicas. Cuando se
conozca su existencia, todas las partes querrán una muestra como una forma de
absurdo “balance de poder”, ignorando que entre el millonario, ciertos líderes
traidores y algunos militares sicóticos se está cocinando una estrategia
siniestra que desatará la guerra entre la Tierra y Marte. La segunda temporada
expande la trama con una inteligencia admirable y un ritmo perfecto, a la vez
que describe la psicología de los personajes con precisión quirúrgica.
Algunas
incorporaciones, como Gunny —Marine marciana que rompe con la lógica obtusa y
marcial de su propia gente— son realmente bienvenidas, ya que aportan
inteligencia y sentido al relato. Gunny no sólo será clave en algunos pasajes,
sino que brindará una lección perfecta acerca de la necesidad del libre examen
y el uso de la voluntad y la razón. Ella romperá con la lógica militar de la “obediencia debida” y tomará sus propias
decisiones, llegando incluso a la defección. Y dado que los buenos y los malos
comienzan a mezclarse en su percepción, optará por la más sana de las
políticas: darle una chance a los argumentos del supuesto enemigo. En cuanto a
la tercera temporada, casi nada puede decirse sin caer en spoilers peligrosos.
Apenas si cabe apuntar cómo los guionistas aciertan en la admirable manera de
balancear el relato, en cómo se corre de escena a ciertos personajes para que
el peso ético y decisorio de los eventos recaiga sobre los hombros correctos;
en fin, en cómo la especulación fantacientífica consigue espejar sin
distorsiones la naturaleza última de nuestra especie; una especie capaz de las
atrocidades más abominables pero a la vez impregnada de dignidad, auto
sacrificio y compasión. Y una vez más, insistimos, las acciones más nobles
parten de una voluntad individual: incluso una asesina —una vengadora con
heridas paternas sin restañar— acaba por resistir a su pulsión de muerte apenas
por dos cosas, ver y escuchar. Ver y escuchar —se entiende— a un individuo cuya
transparencia moral derriba todo rencor y moviliza a la acción reparadora.
la marciana "Gunny" |
The
Expanse cuenta con 36 episodios divididos en tres temporadas, y al cabo
de verlos resulta imposible desembarazarse de ellos. A diferencia de otros
productos, que se olvidan apenas concluyen, esta magnífica serie nos deja
pensando y sus poderosas imágenes siguen dando vueltas en nuestra cabeza.
Contiene dosis permanentes de acción y suspenso en cada envío, a la vez que se
permite algunos momentos sutilmente intimistas, profundos y conmovedores. Los
personajes están descritos con autenticidad (no son macchietas ni se pintan
como simples arquetipos) y presentan una total tridimensionalidad; son genuinos
y los motivan razones concretas y creíbles. Uno de los mejores ejemplos es Alex
(Cas Anvar), el marciano que se convirtió en el dueño absoluto del timón de la
Rocinante, un hombre dividido por el amor y la lealtad a dos familias, una que
dejó atrás en Marte (a la que reconoce haberle fallado) y la otra en la pequeña
ex nave marciana, a la que pretende darle todo para conseguir algo de auto
respeto. A igual que este intérprete, casi todo el reparto está realmente bien,
con mención especial para Thomas Jane (La Cosa Más Dulce; La
Niebla; The Punisher), quien compone a Miller, un cinturino que se ha
escondido casi toda la vida en su cínico trabajo de policía privado, y quien a
partir de la búsqueda de Julie Mao encuentra una manera de justificar su vida.
Por otra parte, es justo notar que Steven Strait (Holden) carece de las
sutilezas de su compañero de elenco, pero aunque uno quisiera verlo un tanto
más expresivo, no es menos cierto que cumple con su cometido y carga competentemente
sobre sus hombros con el personaje más complejo y destacado de la serie. Y por
último, mención de honor para la actriz india radicada en EE UU Shohreh
Aghdashloo, quien como la secretaria y consejera Avasayala brinda una lección
de solvencia y adaptabilidad, dado que su papel es uno de los más difíciles de
encarnar debido a la ambigüedad, frialdad y crueldad que debe mostrar en
ocasiones, mientras que por otro lado puede tornarse más humana que nadie, más
comprensiva y dispuesta a darle una chance al supuesto enemigo cuando nadie más
lo haría. Tanto su personaje como el de los otros líderes de la ONU están
pintados con tanta inteligencia y realismo
que en verdad resultan más atractivos que los de House of Cards, o cuando
menos, sus motivaciones parecen más auténticamente posibles.
En definitiva, The
Expanse resulta una saludable sorpresa, un producto noble que despierta
enorme entusiasmo porque hace honor (y del bueno) a la mejor tradición de la
ficción espacial. Atrapa, entretiene, permite pensar y reflexionar, y nos
brinda una instantánea de un futuro que debemos construir desde este presente
incierto; cuando menos si queremos trascender como especie. A no darle la
espalda.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario