Por Leonardo L. Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★
(¡Y Nos
Quedamos Cortos, vea…!)
Ladies
in Black. Australia, 2018.
Dirección y guión: Bruce Beresford –.
ScreenAustralia, 109 min.-
Como si el destino gozara
burlándose de nosotros, simples mortales, apenas 48 hs después de haber
publicado nuestro artículo acerca de la última entrega de los premios Oscar —en
la que tuvimos que mostrarnos necesariamente pesimistas acerca del cine de Hollywood—
pudimos ver (¡por fin!) Ladies in Black (2018), y hete aquí
que la luz se hizo de nuevo… La cinematografía no está muerta, ¡qué va!, apenas
si agoniza allí donde los ejecutivos de cuenta se hicieron cargo de una
industria necesitada de más artesanos competentes y menos tiburones
corporativos. De Australia entonces, y de la mano de un excelente director
—Bruce Beresford— que llegó a languidecer creativamente en una Meca del Cine
que exprime hasta las piedras, llega un filme que reconcilia con la vida, que
conmueve hasta lo más profundo y que devuelve la pasión por el Séptimo Arte.
Demos un paseo por su bello universo.
Las
“Damas
de Negro” del título original resultan ser el ejército de empleadas de
las célebres tiendas departamentales Goode’s, ubicadas en el corazón de Sydney,
en la que cada mañana dicho ejército de mujeres debe vestirse con el uniforme
negro de rigor, dibujar una sonrisa en su rostro, y disponerse a atender las
demandas de una sociedad tan consumista como la que más. Estamos en diciembre
de 1959 y la profunda cultura insular australiana está apenas abriéndose al
resto del mundo, quizás demasiado lentamente, pero —al fin de cuentas—
atisbando con mínima curiosidad lo que existe más allá. La historia, coral,
gira en torno a un puñado de trabajadoras (además de sus familias o entornos)
que claramente representan el lugar, y los roles, que la cultura de entonces le
asignaba a cada mujer. El film se abre con el primer día de trabajo de Lisa,
una adolescente de 16 años cuyo personaje resultará el hilo conductor de esta
magnífica trama. Lisa, menuda, de apariencia casi infantil, es —sin embargo—
una jovencita sorprendentemente culta, estudiante brillante, lectora voraz.
Desea obtener una beca del Commonwealth para poder acceder a la Universidad de
Sydney y estudiar Arte, pero para ello necesita de la autorización de su padre,
quien es básicamente un buen tipo (cuando menos para los estándares de los ‘50s),
pero también un palurdo ignorante e incapacitado de manifestar un mínimo
sentimiento, un individuo que se preguntará “¿una hija mía en la Universidad?
¿Para qué diablos…?”. Más adelante, cuando todos sus compañeros de
trabajo lo feliciten por las calificaciones perfectas de Lisa, este hombre
prisionero de sus dogmas culturales no atinará siquiera a esbozar una sonrisa o
manifestar algo parecido al orgullo. Su vida, tal como la entiende, consiste en
comer y beber, apenas dispensarle unas palabras a su esposa (una genuina
esclava) y entregarle su hija a un
posible marido tan ‘meritorio’ como él mismo, para lo cual una muchacha educada
no sería más que un escollo, una molestia innecesaria.
Ladies
in Black es una comedia dramática absolutamente deliciosa, una historia
en la que los hechos más sórdidos pueden ser presentados con una mirada tan irónica
como divertida, un cuento que jamás moraliza ni pretende bajar línea, pero que
en su calidad de radiografía de una época logra develar cada cotidiana miseria
de esa Australia todavía encerrada en su crisálida. Una sociedad que bautiza
agriamente como “refus” a los miles
de refugiados que llegaron escapando de los horrores de la Segunda Guerra, pero
que lo susurra en voz baja porque una ley indica que deben ser llamados “Nuevos Australianos”. Una cultura que
todavía entonces recela de todo lo foráneo hasta límites patéticos. El filme
sabe mostrar las contradicciones de esa sociedad en transición con una sutileza
y una concisión admirables. No parecerá casual que cuando dos compañeras
busquen en el periódico una película para ir a ver juntas, la cámara nos muestre
la publicidad de On the Beach (1959, Stanley Kramer), la que ambas amigas
desecharán por demasiado ‘dramática’. Aquel magnífico filme, basado en la
desoladora novela de Neville Shute, narraba la extinción de la humanidad a causa
de la una radioactiva que se cernía sobre el planeta —guerra nuclear mediante—
la cual, por causas tanto atmosféricas como geodésicas, exterminaba Australia
en último lugar. Con semejante premisa, la cinta mostraba los últimos meses de
vida de un puñado de personajes que intentaban, como podían, darle algo de
sentido al final de sus propias existencias, las cuales —empero— significaban
también la desaparición de la humanidad. Y aunque fatalmente condenada, que
Australia fuera el reducto final de la vida sobre la faz de la Tierra permitía
viviseccionar cada detalle de su estratificación social, de su modo
autosuficiente de vida, del convencimiento acerca de sus creencias más
arraigadas. Pues bien, en otro tono (con otros fines, claro está) y con un
mensaje más esperanzador, Ladies in Black hace algo parecido
con la isla continente y su gente, a la que no le ahorra críticas, por cierto.
Profundamente
femenina, que no feminista, Damas
de Negro hace otra cosa por
la mujer —algo que cierto cine ‘militante’ no logra jamás— y esto consiste en
evidenciar cómo fracasa toda una sociedad cuando relega, cuando se priva
autoritariamente, de la balsámica fuerza moral e intelectual del género
femenino. Atávicamente ‘condenadas’ a
la cocina, a la crianza de niños y a ser juguetes en manos de los hombres (y a
puestos laborales menores, ¡cómo no!), estas maravillosas Hembras (¡qué maravillosa palabra cuando está bien utilizada!) australianas
se hacen cargo de su sexo, su género y —más importante aun— su destino, gracias a ciertos detonantes
que les abren los ojos acerca de una inexorable verdad: las cosas nunca son
como nos las han enseñado que. Y como el otro gran detonante, además de la
áurea Lisa, esta historia cuenta con un arma secreta que convierte a su guión
en una obra perfecta, y nos referimos al personaje de Magda, que en la piel de
la MO-NU-MEN-TAL Julia Ormond resulta una fiesta orgásmica para el espectador.
Magda, otra refugiada que es mirada de soslayo por todas y todos, es la
encargada del sector de alta costura de la tienda, y muy pronto tomará a Lisa
como su protegida. Ella, en su sabiduría, sabrá ver las potencialidades de esta
jovencita impar, y se hará cargo de su “educación
para la vida” hasta lograr que la adolescente, por sus propios medios,
florezca integralmente como el bello ser humano que es. Esta maravillosa actriz
nacida en Surrey el 4 de febrero de 1965, protagonista —entre otras— de la
remake de Sabrina (1995, Sidney Pollack), Leyends of the Fall/Leyendas de Pasión (1995, Edward Zwick)
y Stalin
(1992, Ivan Passer), le pone el cuerpo (literalmente) a este rol tan desafiante
y lo eleva a un nivel de majestuosidad actoral única. Como ya lo dijimos en nuestro
artículo acerca de los premios Oscar del año pasado (2018), y ahora en el de
los recientemente otorgados, que la Academia reniegue de sus propios
reglamentos y no se fije en otros productos de habla inglesa resulta insultante
e incomprensible. La Ormond debió no sólo estar nominada a mejor actriz en esta
ocasión, sino que además —de estarlo— debería haber ganado la estatuilla por
acuerdo de la ONU. Su Magda no únicamente resulta una mujer sabia, portadora de
dolores profundos que sabe sublimar para salir adelante y que elige a cada paso
buscar —decididamente— el lado luminoso
de la vida, sino que se transforma en una astuta y pícara versión de Virgilio,
quien en vez de surcar los infiernos con Dante opta por transitar la vida con
Lisa y ser su maestra y mentora en el arte de vivir sin muletas ni prejuicios
heredados. Cada vez que el personaje habla de sí misma, rememorando ante la
jovencita su vida en Europa antes y durante la guerra, la carnadura y
verosimilitud de su expresión resultan abrumadoras, y además nos transmite su
inocultable frustración por ciertas pérdidas con una impronta tal de dignidad,
aceptación y valentía que se contagian de inmediato hacia la platea.
En
cuanto al resto del ‘cast’, destacan
especialmente Angourie Rice como Lisa, una jovencita que deja perplejos a los
espectadores por el nivel de sutileza de su performance y la gama de matices
que supo brindarle; Rachael Taylor, quien se luce en el rol de Fay, quizás el
más complejo de todos (en cierto sentido), dado que es el que encarna en sí
todos los tópicos habituales acerca de la mujer en el siglo XX: un poco tonta e
ignorante, con “cierto pasado”, a merced de los caprichos de tipos que sólo
quieren lo de siempre, en fin, alguien que —portadora ella misma de prejuicios
hacia otras y otros— descubrirá una fuerza insospechada en su interior merced al
ejemplo de Lisa y la aparición de Rudi (Ryan Corr, brillante en el papel), otro
“refu” que le enseñará a valorar una nueva forma de amar y ver la vida; y por
cierto que la bienvenida reaparición de Vincent Perez, a quien teníamos fuera
de radar desde hace rato, ese gran actor francés que interpreta a Stefan, el
muy peculiar marido de Magda, el único capaz de estar a la altura de ese
huracán de humanidad que es su esposa. Pero si las actuaciones resultan
perfectas, si la dirección de fotografía de Peter James es una auténtica
genialidad de luz y contrastes, y todos los demás rubros técnicos están a la
altura de la genialidad, lo que realmente debemos destacar de esta película es
su absolutamente perfecta dirección. Con un afiatadísimo guión propio, escrito
en colaboración con Sue Milliken —adaptando la novela The Women in Black, de
Madeleine St John— Bruce Beresford (Sydney, 16 de agosto de 1940) construye una
obra mayor y apasionante, un filme que se ama desde el primer fotograma y al
que resulta imposible abandonar una vez se termina. Sutil y divertida, triste
en ocasiones pero esperanzadora siempre, optimista pero a la vez consciente de
las miserias de nuestra cultura, Ladies in Black recrea un mundo y
una geografía haciéndolos suyos —signo fundamental del genuino ‘arte’
cinematográfico— mientras que nos conduce endiabladamente por las vidas
cruzadas de estas mujeres que empujaron la marea irrefrenable que está
bañándonos precisamente hoy: la de aceptar las ‘diferencias’, abrazarlas, para
finalmente “ser iguales”. Desde Tender
Mercies (1983; con Robert Duvall y Tess Harper), su debut en Hollywood,
que Beresford no construía una historia tan intimista y profunda, a la vez que
‘liviana’ y humanista. Jamás baja
línea, como lo apuntamos al principio, pero —por sobre todo— absolutamente
nunca jamás rebaja a su filme al nivel de un panfleto feminista o al de un
manual para la “corrección política”. Esta es una obra cinematográfica
SUPERIOR, a no tener dudas, y todo su “mensaje”, su “discurso”, se contiene en
el ‘ethos’ de su propia narrativa. Es
más, la ‘forma’ del filme condiciona
el ‘fondo’ y lo enriquece de
significados, tornándolo vital y preñado de sub lecturas. No es un cuento
moralizante, insistimos, ni tampoco un dramón indigerible; antes bien, Ladies
in Black es una invitación a la vida, pero una que te moviliza a pensar
para vivir, a razonar para ser mejor. Y a aceptar sin juzgar.
Pues bien —insistimos—
todo esto es mérito de su director, un Bruce Beresford maduro y libre ya de las
presiones de la industria de este lado del Atlántico, quien al volver a su
tierra natal ha reencontrado la sabiduría que se esconde en la esencia de las
cosas. Como por ejemplo, y sin renegar de vender entradas —que hacer cine sale
caro— la esencia de rodar un filme simplemente para “expresar” algo, para “decir”
con imágenes y dejar una ‘marca’, sin
que importen tanto el resultado de taquilla ni los récords sin sentido. Quizás
haya algo de su Conduciendo a Miss Daisy /Driving
Miss Daisy (1989), ganadora de 4 premios Oscar (incluyendo Mejor Película),
en esta Ladies in Black, algo como la sutil ruptura de barreras de
clase y prejuicios que sucedía entre los personajes de Jessica Tandy y Morgan
Freeman en dicho filme. Pero este trabajo presente es todavía más perfecto que
aquel, sobre todo porque no contiene casi ningún manierismo, ni mucho menos
esos subrayados tan al gusto hollywoodense, que su predecesora; o incluso que
la muy buena Crimes of the Hearts (1986), en la que ya indagaba en las
miserias y traiciones entre tres hermanas, interpretadas entonces por Sissy
Spacek, Jessica Lange y Diane Keaton. El Beresford del filme que nos ocupa es
ahora un director maduro, no sólo en edad, sino en sabiduría artística, lo que
se traduce en una narración perfectamente ajustada, sin demagogia, golpes bajos
o subrayados, tanto como en una inteligente apelación a las emociones y a la
razón por partes iguales, resultando todo ello en una película absorbente,
atrapante, emocionante, divertida y movilizadora. ¿Qué acaso les suena a mucho?
Bien, no nos crean a nosotros: véanla, y luego nos cuentan. Mejor, imposible.-
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