Por Leonardo L. Tavani
Corman a sus 70 años |
El joven Corman junto a Vincen price en un alto del rodaje de El Cuervo |
Roger
Corman fue dueño de un olfato comercial admirable, al que unió su magnífica
intuición artística, gracias a la cual sabía cuándo debía iniciar ciertos
proyectos y cuándo archivarlos hasta mejor oportunidad. Con la inolvidable La
Tiendita del Horror (The Little
Shop of Horrors, 1960), por ejemplo, se puede entender cabalmente lo que
queremos decir. Esa fascinante comedia de terror y ciencia ficción, realizada
con tres pesos y que hoy es un clásico de culto, estaba en las gateras de
Corman desde 1954, año en que debutó como productor y guionista con Highway
Dragnet (Nathan Juran) y The Fast and the Furious (John
Ireland & Edward Sampson), cuando el guionista Charles B. Griffith
desarrolló el script primario de “La
Tiendita…” a pedido de su colega. Pero aunque la American Releasing
Corporation (luego American International Pictures) le ofreció producirla en
ese momento, Corman entendió que el público estaba algo “verde” para tal mixtura de géneros e ideas y aguardó hasta el
momento que creyó más oportuno. No se equivocó. Ocurre que el cineasta había
desarrollado una muy especial intuición —y un astuto poder de observación— desde
sus mismísimos inicios en Hollywood, allá por finales de 1947, cuando comenzó
como mensajero. Poco después obtendría el cargo de asistente y revisor de guiones;
de allí al departamento de Producción Ejecutiva habría un mínimo paso, y
gracias a sus muchos contactos lograría a poco ser aceptado en la
posteriormente rebautizada AIP. American International Pictures, de hecho, era
una empresa de modestos recursos y limitadas ambiciones, que había irrumpido
primero como distribuidora y que pasó a reconvertirse en productora
precisamente para la época del arribo de Corman a la misma. Él y James H. Nicholson, cofundador de la
compañía, se entendieron a la perfección y se convirtieron en un tándem
imbatible. Nicholson, socio del ‘rey’ de la chapucería, Samuel Z. Arkoff, era
el verdadero cerebro del Estudio, y gracias a su colaboración con Roger Corman
lo posicionaría en el top ten de los
más rentables en apenas 5 años. Tiempo después, al filo de los años ‘70s,
cuando el ejecutivo abandona la empresa por serios motivos de salud, Arkoff
transformará AIP en una abominable factoría de bazofias, tirando por la borda
el prestigio que habían cimentado sus asociados en los ‘60s, cuando contaban
con guionistas de la envergadura de Richard Matheson, precisamente el “coequiper” de Corman en gran parte de la
serie de filmes que nos ocupa.
Roger
Corman aun ostenta el récord de contar con más de 200 filmes en su haber —tanto
como productor, guionista o director— de los cuales 90 resultaron éxitos
imbatibles de taquilla, mientras que 25 de ellos se consideran hoy clásicos de
culto. Experto en desarrollar proyectos de bajo presupuesto, íntegramente
rodados en estudios, logró que todas las empresas que lo patrocinaron —además
de la citada AIP, trabajó con Allied Artists, ITC, Republic Pictures y algunas
más— le adelantaran fondos para uno o dos proyectos posteriores al que se
estaba por distribuir. El tema era que Corman siempre cumplía, respetaba los
plazos de rodaje con disciplina espartana (incluso los despachaba con excesiva
antelación), e invariablemente obtenía ganancias muy por encima de la inversión
en las primeras semanas de exhibición. Todos los historiadores cinematográficos
coinciden en que para 1955 (cuando debuta como director) su fórmula para el
éxito estaba ya escrita en piedra: personajes femeninos de fuerte presencia,
héroes torturados, argumentos no convencionales que se permiten ciertos
comentarios sociales, inteligente uso de los efectos especiales, diseños de set
económicos pero de enorme impacto visual, brillante uso del color y la
iluminación, contratación de técnicos de primera y, por sobre todo, la
facturación integral de sus filmes con presupuestos que nunca superaban los u$s
100.000 (o incluso costaban menos que eso). Con esta fórmula realizó westerns,
policiales negros, filmes de ciencia ficción y terror, e incluso alguno que
otro de denuncia social. Además de la citada, y célebre, “Tiendita del Horror”, Corman presentaría filmes tan dispares como Swamp
Women (1955, Corman), Machine-Gun Kelly (1958, Corman), Attack
of the Crab Monster (1957, Corman), Day the World Ended
(1956, Corman) y tantas y tantas otras. También daría trabajo —y su primera oportunidad— a una serie de jóvenes
talentos que aun hoy reconocen públicamente deberle sus carreras, entre los que
se encuentran nada menos que Jonathan Demme (recientemente fallecido), Martin
Scorsese, Joe Dante, Francis Ford Coppola, John Sayles, James Cameron y Jack
Nicholson. Tras una incursión en el drama histórico con El barón rojo (Von
Richtofen and Brown, 1971; acerca de la rivalidad entre el as de la
aviación alemana de la I Guerra Mundial Manfred von Richthofen y el
canadiense Roy Brown), Corman dejó de dirigir concentrándose en la producción a
través de sus compañías New World y New Horizon. Su esperado regreso a la
dirección con Frankenstein Unbound
(Frankenstein Desencadenado, 1990)
resultó ser una decepción para muchos, aunque no carente de ciertos aciertos
formales. Pero mucho
antes de esto, una de las pasiones literarias de su niñez tomaría forma en su
mente con la persistencia de un mandato: tenía que trasladar su universo al
lenguaje del cine, debía reinterpretarlo hasta volverlo masivo y atractivo para
el público. Y por qué no rentable, por supuesto, que lo cortés no quita lo
valiente…! Así pues, a principios de 1960, Roger Corman abrazaría —por fin— el
mundo oscuro e inimitable de Edgar Allan Poe (1809-1849), ese trágico
bostoniano cuyas pesadillas se volverían celuloide para gozo y deleite de todos
los amantes del Séptimo Arte. El resultado de este feliz encuentro fue un
puñado de clásicos inoxidables que no han envejecido un solo día y todavía
provocan escalofríos. Vamos a por ellos.
Matheson, ya mayor, y la portada de su novela más célebre |
Richard
Matheson (1926-1913), novelista, guionista de cine y tevé, productor y ensayista, trataba
de probar suerte en Hollywood desde antes de 1957, pero ese año resultaría
clave para él puesto que el inimitable Jack Arnold lo contrataría para escribir
el guión —basado en su propia novela— de The Incredible Shrinking Man (El Increíble Hombre Menguante, 1957;
Arnold). Filme de gran presupuesto y con sorprendentes efectos visuales para la
época, posicionaría a su autor como una apuesta segura en el ámbito de la
ciencia ficción y el horror, los dos géneros en que mejor se desempeñaba. Corman,
que ya lo conocía, pensó en él de inmediato para encarar su primera adaptación
de Poe, y puede decirse con bastante seguridad que no fue una idea totalmente
original, ya que el polifacético cineasta era amigo personal de Milton
Subotsky, el fundador —en sociedad con Max J. Rosenberg— de Amicus Productions,
compañía radicada en Inglaterra que (a veces en soledad, otras en sociedad con
la Hammer) realizaría perlitas tales como The Skull (1965, Freddie Francis), Dr.
Who and the Daleks (1965, Gordon Flemyng), Dr. Terror’s House of Horrors
(1965, Francis), Torture Garden (1968, Francis) o Scream and Scream Again
(1970, Gordon Hessler). Subotsky admiraba a Robert Bloch (el autor de la novela
Psycho,
en la que se basó el filme de Hitchcock de 1960), y luego de mucho insistir logró
que este escribiera el guión de varios de los filmes de la compañía,
generalmente los que adaptaron sus propios relatos, tales como el citado Torture
Garden. Corman pensó que esta era una buena idea, y que nadie mejor que
un novelista del género para reinterpretar a Poe, así que convocó a Matheson
para la tarea. El productor eligió uno de sus relatos favoritos del malogrado
escritor (y favorito del autor de este artículo, también), La Caída de la Casa Usher, quizás uno de los más complejos,
enigmáticos y metafísicos de su obra integral. El desafío era supremo, porque
esta retorcida historia de incesto, necrofilia y derrumbe moral casi no
presenta acción física alguna y se basa íntegramente en las agudas
observaciones del narrador, el único amigo de Roderick Usher, quien tiene la
malhadada idea de ir a visitarlo en el momento menos oportuno. Si bien Corman
nunca lo confirmó, gran parte de la estructura del guión es suya, mientras que
Matheson le dio forma, contenido y unos diálogos brillantes. Así entonces, en
Febrero de 1960 se estrenaba House of Usher, luego rebautizada Fall
of the House of Usher (Excelente
★★★★★), la
primera de las 8 adaptaciones de Corman sobre relatos de Edgar Allan Poe.
Si
hay un acierto seminal en House of Usher, este consiste en la
convocatoria de un actor inimitable como lo fue Vincent Price (1911-1993), hoy
día felizmente revalorizado y un verdadero maestro del terror y la comedia
negra. El tour-de-force que realiza
en la piel de Roderick Usher resulta impagable. Sus miradas, el tono melifluo y
variable de su voz, la capacidad de transmitir físicamente la tortura
espiritual de su personaje, todo ello lo posiciona en el sitial de honor por
sobre otras actuaciones para el género. Parafraseando a Leonard Maltin, cuando
el joven Winthrop (Mark Damon) llama a la puerta de la mansión Usher, esta se
abre y el horror comienza. Apenas han transcurrido 30 segundos de acción y ya
se experimenta un nudo en la garganta. El prometido de Lady Madeline Usher
llega desde Boston, en dónde la conoció meses antes, para pedir formalmente su
mano. Pero sólo consigue evasivas, conductas misteriosas y una cierta certeza
de que su amada está en peligro. Y no se equivoca. El filme, que utiliza
brillantemente el formato CinemaScope
y el color, dosifica de forma magistral el suspenso, el clima opresivo, los
momentos de tensión y la sensación permanente de pesadilla. Resulta como la
puerta hacia un agujero negro del terror, del que no se puede escapar sino
hasta su conclusión, y consigue inquietar incluso al espectador siglo XXI,
acostumbrado a las salvajadas más despiadadas que le vienen inoculando desde Saw,
Hostel
y todas esas porquerías. Como director, Corman triunfa a todo lo largo de la
cinta, dominando cada aspecto de ella e imprimiéndole un timing ominoso que abruma por su efectividad. Recaudó tanto dinero
que hasta un alienígena adivinaría que se vendrían muchas más, y eso es lo que
pasó.
Estamos
ahora en 1962 y AIP estrena The Premature Burial (El Entierro Prematuro, Corman) (Buena ★★★), tercera
en la serie de adaptaciones de Poe, y lamentablemente la primera en mostrar
signos de agotamiento. No llega de ningún modo a ser un mal filme, e incluso
tiene una estructura tan exuberante en cuanto al horror como sus predecesoras,
pero esta historia, basada en uno de los relatos más minimalistas y
psicológicos de su autor, requería de un trabajo más elaborado y una
preproducción más minuciosa. Tres años desde la anterior, como mínimo, hubiera
sido lo correcto para entregar un producto perfecto y afiatado, pero el típico apuro
por seguir explotando el filón les jugó en contra. Primera de la saga, también,
en no contar con Price como protagonista, cuyo lugar quedó en manos del
talentoso Ray Milland (The Lost Weekend, 1945; Billy
Wilder), secundado aquí por Hazel Court (The Curse of Frankenstein, 1967;
Terence Fisher). Sigue siendo una cinta competente y se deja ver del mismo modo
que las menos afortunadas de la Hammer, pero aun así no le hace justicia ni al
autor ni a los anteriores palmareses del tándem Corman-Matheson, el que esta
vez entregó la pólvora algo humedecida.
Algo
debió pasar en (y por) la cabeza de Roger Corman después de ver terminada la
cinta anterior, porque sin esperar más que tres meses se lanzó a la producción
de Tales
of Terror (1962, Corman) (Muy
Buena ★★★★), con la que se sumó a la moda —tan de los ‘60s— de los filmes en episodios, presentando 4
cuentos de Poe adaptados por Matheson en 3 segmentos. El Tonel de Amontillado y Morella
son los relatos que más se lucen en esta excelente película, para la cual
Corman volvió a contar con el inimitable Vincent Price —quien actúa en los tres
relatos— más la inestimable colaboración del infatigable Peter Lorre (M, el
vampiro de Düsseldorf; Fritz Lang, 1931/ Casablanca; Richard
Curtiz, 1942), en la piel de un airado Montresor, fatalmente dispuesto a
vengarse de Fortunato por cortejar a su esposa. La cohesión de las tres partes
de la cinta es más que correcta, la utilización del humor negro resulta
perfecta y tanto la fotografía como la edición (el montaje) se lucen en partes
iguales. No es perfecta, pero vuelve a transitar por el camino de la calidad.
Un
año después, en 1963, llegaría The Haunted Palace (Corman) (Buena ★★★), a la que
muchos críticos rechazan como parte del ciclo Poe —dado que está ‘remotamente’
basada en El Caso de Charles Dexter Ward, de Howard Philip Lovecraft—
pero la que, sin embargo, lleva el título de uno de los más bellos y evocativos
poemas de Poe. Corman en persona proclamaba su estricta pertenencia a la serie,
así que… ¿quiénes somos nosotros para refutarlo? Pero veamos, un hombre arriba
al pueblo de Nueva Inglaterra para reclamar sus derechos de herencia sobre la
mansión familiar, pero pronto descubrirá que la misma está bajo los efectos de
un ancestral y maligno hechizo, el que también ha afectado al pueblo, cuyos
habitantes se han convertido en diabólicos mutantes. Interesante premisa, gran
fotografía en Panavisión (como todas las anteriores), otra excelente performance
de Price, quien aquí encarna dos roles distintos, más una brillante partitura
de Ronald Stein, componen los puntos más destacados de esta correctísima película
escrita por Charles Beaumont (Chicago, 1930 – Los Ángeles, 1967), un más que
prometedor guionista de cómics y películas que moriría a causa de una
meningitis espinal —arrastrada desde su adolescencia por causa de una curación
deficiente—, dejando tras de sí apenas 9 guiones, todos ellos más que
competentes y de gran calidad. Cultor de la ciencia ficción y el terror desde
su infancia, este prematuro talento escribió filmes de enorme potencial, tales
como 7
Faces of Dr. Lao (1964, George Pal) —la “afanosa” inspiración de Terry
Gilliam para su "El Imaginario del Dr. Parnassus" — The Wonderful Worl of the Brothers Grimm (1962, Enry Irving
& George Pal) o la británica Night of the Eagle /en EE UU
retitulada Burn, Witch, Burn! (1962, Sidney Hayers). En definitiva, filme
con buen clima y mejor suspenso, muy inteligente en su propuesta, pero en
definitiva poco de Poe, como no sea su espíritu tan irredento como errante.
Y
ahora llega la absoluta obra maestra de este ciclo inolvidable, la
increíblemente perfecta The Masque of the Red Death / La Máscara de la Muerte Roja (1964,
Corman) (Excelente ★★★★★),
film soberbio y superior, absolutamente deudor del estilo del gran Ingmar
Bergman —con lo que
Corman se permitía demostrar cuánto sabía de cine con ‘mayúsculas’— una
estilizada fantasía de horror que atrapa al espectador desde el primer
instante. Basada tanto en el cuento del título como en “Hop-Frog”, que está
desarrollado como una subtrama de la cinta, el filme presenta al maligno
príncipe Próspero —otra actuación de antología de Vincent Price— quien se
refugia hedonísticamente en la seguridad y confort de su castillo, rodeado por
un corrillo de adulones y diletantes a los que gusta de humillar hasta la
náusea, mientras que en la villa circundante —su feudo— la “muerte roja” (o
sea, la peste) cobra su fatal peaje. La despiadada crueldad de próspero, las
aterradoras escenas en el villorrio, la fascinante fotografía del inglés
Nicolas Roeg (para esta, la única cinta de la serie rodada íntegramente en Gran
Bretaña), así como el perfecto guión de Charles Beaumont (asistido por R.
Wright Campbell a causa de algunos problemas en su salud durante su escritura),
conforman no ya la mejor película de todo el ciclo, sino —casi sin duda alguna—
la mejor de toda la carrera de Corman. Y si alguien duda de nuestro aserto, no
tiene más que descargarla y verla: no ha envejecido un solo día, causa pavor y
todavía perturba hasta lo más profundo. Para enseñar cine en las academias (…que a más de uno le vendría bien!!!).
Y
por fin llegamos a inicios de 1965, cuando Roger Corman presentaba la última de
sus adaptaciones de Edgar Allan Poe, la exquisita The Tomb of Ligeia (La Tumba de Ligeia; Corman) (Muy Buena ★★★★),
brindándole así una dignísima despedida a este ciclo inolvidable, desarrollado
en apenas 5 años consecutivos y con resultados estéticos y argumentales que
todavía hoy influyen en numerosísimos cineastas. Contando —una vez más— con la
inestimable colaboración del invaluable Price, la trama nos presenta a Verden Fell, un hombre
torturado por lo que cree son las manifestaciones de ultratumba de su recientemente
fallecida esposa, Lady Ligeia Fell (Elizabeth Shepherd). Desde su gato, que por
momentos parece conducir los efluvios del espíritu de la muerta, hasta la
gótica mansión, que manifiesta en sus frías paredes idénticas influencias,
Verden siente cómo su cordura se hunde en las miasmas de la perturbación.
Cuendo Fell despose a una nueva mujer, Lady Rowena, esta caerá irremisiblemente bajo la posesión del espíritu
de la occisa, y todo ello para horror y desesperación del pobre viudo
enamorado. Quizás no tan a la altura de su predecesora inmediata, pero aun así
se trata de una cinta preñada de simbolismos, grandes aciertos y una
realización integral verdaderamente ejemplar. También rodada en Inglaterra, The
Tomb of Ligeia contó con un sólido guión de Robert Towne (Pomona,
1936), un gran productor, guionista y director que cuenta en su filmografía con
cintas tales como Personal Best (1982), Tequila Sunrise (1988) o —aquí sólo
como guionista— Shampoo (1975, Hal Ashby). A destacar la cinematografía de
Arthur Grant y la partitura original de Ken Jones. Intensa, sugerente,
climática, la película representa una dignísima despedida del universo de Poe,
tanto como todo el ciclo implica una radiografía cabal de los métodos de
producción en los años ‘60s, cuando toda esta verdadera proeza artística podía
estrenarse en una catarata consecutiva sin apenas resentir la calidad de cada
producto.
Edgar Allan Poe |
En
fin, productos testigos de una época y representantes cabales de un modo
infalible de producción (quizás irremediablemente perdido), estos 8 filmes
geniales siguen tan vigentes como entonces y permiten echar un vistazo a los
particulares universos de un cineasta inquieto y un autor maldito, cuyas
fantasmagorías todavía sobresaltan el sueño de cualquiera que se atreva a
ingresar en su mundo de tinieblas. A darles a ambos una chance, queridos
amigos, que nada se los impida… y
mucho menos un cuervo que golpetee vuestra ventana en una noche tormentosa,
cuando de su pico parezca brotar una voz humana. Seguramente será cosa de la
imaginación… ¿O no…?
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