por
Leonardo Tavani
Calificación: Excelente ★★★★★
Suspiria (ídem) EE UU- Italia, 2018.
Dirección: Luca
Gudagnino – Intérpretes: Dakota Johnson,
Cloë-Grace
Moretz, Tilda Swinton, Doris Hick, Malgosia
Bela y Mia Goth.
Amazon Studios, 146 minutos.-
¿Tiene sentido el género
de terror? Es hoy en día una pregunta válida, y conste que no la estamos
restringiendo al cine, sino que nos la formulamos respecto de todos los tipos
de narración posible. Dejando de lado los excesos de una industria que explota al
horror hasta exprimirle la última gota, la respuesta es sí, aun vale la pena el
terror. ¿Y por qué? Pues porque Drácula, de Bram Stoker (editada en
1897), nos habla de la visión del mundo —de la cosmovisión cultural y política—
de los hombres y mujeres de la Inglaterra (casi) pos victoriana mucho mejor que
El
Propietario (1906), de John Galsworthy. El terror, y muy especialmente
su versión gótica, cuyo apogeo se encuentra en el siglo XIX, no solo inspira
miedo por causa de sus monstruos y/o seres descastados, sino que inspira una
profunda inseguridad acerca de los asertos sobre los que basamos nuestras ideas
preconcebidas.
Queremos creer que aquello que se nos enseñó desde pequeños es
una verdad revelada, nos negamos a aceptar que el mundo más allá de nuestras
fronteras domésticas sea en verdad un lupanar de decadencia y muertes sin
sentido. Y lo mismo vale para las fronteras internas de nuestra vida, que no
otra cosa significa el hecho de que la leyenda acerca de los vampiros les
atribuya no poder ingresar a una casa si no son previa y formalmente invitados por
uno de sus moradores: ¿acaso los niños no le temen más a lo que “hay” debajo de sus camas que a un
posible padre violento? Nuestra morada es nuestro santuario, donde creemos que
ningún mal puede acecharnos, y el hecho de que el ‘Mal’ pueda ingresar en ella nos conmueve hasta lo más íntimo
de nuestras convicciones. Una forma determinada de terror bien puede simbolizar
otra forma más espeluznante de aberración: si la pequeña Regan puede ser “abusada” hasta su casi aniquilación por
parte de un “demonio”, y todo ello en
la ‘seguridad’ de su hogar, entonces bien podría ser violada por su propio
padre, el hombre que más debería cuidarla. Y esto no es todo. Si una persona
con profunda fe religiosa, cuya devoción a su dios supera cualquier escollo,
puede tranquilamente asesinar congéneres o hacerse volar en nombre de dicho
dios, ¿por qué diablos no podría una bruja apoderarse del cuerpo de una joven
entregada a su culto, y así perpetuarse a través del tiempo para derramar su
mal sobre los mortales? El terror, como la comedia, habla mejor de nosotros que
cualquier ensayo erudito, porque nos revela desde nuestro mismo negativo, desde
el reverso de nuestra existencia. Así entonces, lo repetimos: Sí, el horror todavía tiene sentido. Y Suspiria
2018 también lo tiene. Veamos
por qué.
Suspiria
triunfa allí donde otras cintas fracasan porque ostenta un valor determinante,
su sobriedad estilística. Y porque a ello le suma un anclaje sutil al mundo
político y cultural que la rodea, todo lo cual la transforma en un producto ‘subversivo’, disruptivo en el peor de los casos. Suspiria se aleja
bastante de la imbécil pero shockeante cinta que Darío Argento pergeñó en 1977,
tanto como para crear un mundo propio, indeleblemente personal; pero a la vez
mantiene las suficientes señas de identidad como para que el término “remake”
tenga sentido. Y esta es una que supera, holgadamente, a la original. Primero
por su entorno: Suspiria 1977 se ubicaba en Zúrich, en donde recalaba la
norteamericana Susy Banyon para perfeccionarse como bailarina clásica en una
reputada academia privada; pero la nueva versión utiliza con inteligencia las
lecciones de la historia y ahora la acción transcurre en Berlín Occidental,
casi al borde del tristemente célebre Muro que dividió por décadas a la ciudad
y a la Europa libre del mundo totalitario Comunista. Pero esto no es todo, ya
que 1977 fue el año en que, en Alemania precisamente, el grupo terrorista conocido como “Baader-Meinhof” (también llamado
“Fracción del Ejército Rojo”), efectuó numerosos atracos a bancos y asaltó
instalaciones militares estadounidenses. Pero sus acciones más espectaculares
en dicho año fueron el secuestro y asesinato de un importante industrial,
Hans-Martin Schleyer, y el posterior secuestro (realizado por simpatizantes
árabes) de un avión de Lufthansa con destino a Mogadiscio, en Somalia. Apenas
llega a Berlín, Susanna Bannion oye noticias acerca del homicidio del citado
industrial, y a poco de su aceptación en la academia ya está en marcha la toma
del avión. Incluso, la desaparición de Patricia (Cloë-Grace Moretz) es
deliberadamente atribuida por las instructoras a un posible pase a la
clandestinidad. Miss Blanc (Tilda Swinton) llegará a decirle a una alumna
nerviosa que “si Patricia ha elegido poner bombas, eso no debe importarnos; es,
simplemente, su decisión de vida.” La película de Luca Guadagnino
contrasta sabiamente el mundo convulsionado de esa Berlín dividida en dos, y de
los que creían válido matar o morir por consagrar cualquiera de esos modelos,
contra el del microcosmos de la Academia, un edificio aséptico en su
arquitectura, laberíntico, más propio de la arquitectura comunista que de la multicultural
y occidental. Pero la ironía consiste en que en ninguno de esos mundos se está
auténticamente a salvo; en ambos hay que entregar algo muy profundo de sí con
el fin de “merecer” ser parte del
colectivo. Y en ambos, por qué no, importan —y mucho— los ‘Pecados Originales’.
El
film posee la capacidad de conducir la mirada del espectador, de hacerlo
recabar en detalles en apariencia insignificantes, a los que de inmediato carga
de profundos y polisémicos sentidos, tanto como para desorientar hasta las
lecturas más intelectualizadas de parte de los espectadores. Suspiria
no posee manual de instrucciones, no brinda una guía de viaje para el “vacilante
comprador”; sin embargo, permite la maravilla de “comprender” sin necesariamente “entender”:
a diferencia de la cinta original, tan absurda y sin sentido en su trama, esta
remake mantiene una saludable incógnita acerca del universo profundo de estas
brujas, no nos explica en detalle ni la razón ni las vicisitudes de su guerra
interna, ni mucho menos se molesta en develar el carácter de sus poderes ni de
sus rituales. Pero el espectador atento “comprende”;
“percibe” la dualidad de sus
existencias tanto como las ataduras que las ligan a antiguas alianzas. Esto
último se advierte muy especialmente en la parte final, en el gran aquelarre
ritual que trastoca todas las nociones que el espectador tenía hasta entonces
de ciertos personajes. Íntegramente teñido de rojo, en homenaje a su
predecesora, este segmento despliega toda la fuerza de sus metáforas junto a
una imaginería diabólica que embriaga los sentidos del espectador. Aquí se
comprobará que el “pecado” al que
alude una mujer menonita, quien acaba de dar a luz y se halla a las puertas de
la muerte, conducirá inexorablemente a la predestinación (sorprendentemente “voluntaria”) de una de las bailarinas.
No podemos ser más claros, se entiende, ni debemos contribuir tampoco a la “comprensión” de la trama de Suspiria,
dado que ella está construida desde el concepto de que el espectador es la
tercera parte (y la fundamental) de un ternario que se las trae: la Idea Fuerza (el guión, la realización,
las metáforas visuales, etc.), la Percepción
del Receptor (sea lo que este puede decodificar de las ideas en el filme,
sea lo que genuinamente “cree”
entender acerca de lo que está pasando en pantalla, o lo que él piensa que se
le quiere transmitir), y por último la Experiencia
Sensorial y Afectiva del público (o sea, las impresiones subjetivas y
anímicas que produce la cinta en cuestión). Si sirve de algo, el autor
confesará que tuvo sueños recurrentes durante toda la madrugada posterior a su
visionado, los que vinieron acompañados de sensaciones harto imprecisas pero
claramente identificadas con el filme. Esta es, o cuando menos debería ser, la
marca de agua de un producto auténticamente profundo en el género de terror,
dado que revuelve y subvierte nuestro estado “consciente” para conducirnos a estados “diferentes” (o “alterados”)
de nuestra Razón. Suspiria 2018 sabe meter el dedo en la llaga de nuestros
temores más ocultos para dejarnos un poco más inseguros, un tanto más
desestabilizados. Gran triunfo de esta coproducción ítalo norteamericana, que
afortunadamente se aparta de la vertiente “sobrenatural” del ‘giallo’
—invención del propio Argento— para erigirse en una historia de horror
metafísico y psicológico casi insoportable. Pero antes de seguir, y concluir,
hagamos un poquito de historia cinéfila.
Suspiria
1977 fue el quinto filme de Darío Argento (nacido en Roma el 7 de septiembre de
1943) y el primero en explorar el universo del terror. Sus producciones previas
consistieron en lo que sus fans llamaron “trilogía de los animales”, bautizada
así fundamentalmente por sus títulos (L’Uccello Dalle Piume di Cristallo-El Pájaro con las Plumas de Cristal,
1969/ El Gato de Nueve Colas, 1971/ Quattro Mosche di Velluto Grigio-Cuatro Moscas sobre Terciopelo Gris,
1972), más la cinta Rojo Profundo /Profondo
Rosso/ Deep Red (1975), todas
ellas thrillers ultra sangrientos pertenecientes por derecho propio al giallo,
la vertiente italiana del policial ‘gore’ y extremo. El subgénero lo
había creado en Italia Mario Bava,
nuestro favorito personal, otrora director de arte y fotografía, especialmente
de las mejores cintas del ‘péplum’,
el épico italiano (ver nuestro artículo acerca del Péplum). Y lo haría tan
temprano como en 1962, con La Ragazza che Sapeva Troppo/The Evil Eye, a la que seguirían títulos
como Sei
Donne per L’assessino (1964) o La Frusta e il Corpo (1963). Los
filmes de Bava tuvieron siempre más lógica argumental y un tratamiento estético
mucho más sólido, pero lo que convirtió a Argento en un mito viviente es su
capacidad de plasmar en pantalla sus propios traumas y obsesiones infantiles
(que los tuvo, y muchos…), así como su virtual obsesión por el homicidio como
una forma de arte. De tal modo, y eso es lo que ocurrió precisamente con la Suspiria
original, Argento se desvivía por montar y plasmar en pantalla secuencias de
asesinato verdaderamente antológicas, e incluso otras de torturas ultra
sofisticadas.
Fotograma de la Suspiria de 1977 |
Su utilización desmesurada del color rojo, tanto en decorados, la
tonalidad de la luz o la sangre misma, así como la inteligente característica
voyeurística de todos sus filmes, lo convirtieron en un maestro del giallo y el
splatter. Brian de Palma ha reconocido siempre sus deuda para con él (y con
Hitchcock), tanto que Vestida para Matar /Dressed To Kill (1980) resulta un
divertido y shockeante homenaje al maestro romano. Pero como lo apuntamos al
inicio de este artículo, los guiones de Argento no se caracterizaron nunca por
la coherencia interna ni la sobriedad estilística, por lo que —incluso en sus
mejores filmes— es habitual asistir a un festival de coreografías macabras,
crímenes horriblemente estilizados y perversiones varias, pero no siempre en el
marco de una trama disfrutable y lineal. Suspiria no fue la excepción, y a
pesar de que cimentó definitivamente su carrera y resulta, en efecto, una muy
buena cinta de horror, no es menos cierto que su trama es cuando menos tonta y
simplona (¡para horror de sus fans incondicionales!), y todo el clima y la
atmósfera que el director consigue no puede hacernos olvidar que el argumento
hace aguas por los cuatro costados. El romano pensó Suspiria como el primero
de la “Trilogía de las Tres Madres”,
tres brujas (o demonios ancestrales) quienes sostienen el corazón de sus
respectivos aquelarres en sendos edificios “satánicamente”
diseñados por el arquitecto Varelli, un ‘adepto’.
Precisamente, el segundo de estos edificios se hallará en Nueva York, donde
transcurre la acción de Inferno (1980), la segunda entrega
de la trilogía. Debido al inesperado éxito de Suspiria en EE UU, la Fox
decide encargarse de la distribución tanto americana como mundial de esta
secuela, firmando el contrato con Argento antes que el film estuviera siquiera
escrito. Cuando lo vieron se asustaron hasta el tuétano, no confiaron en él y
finalmente no lo estrenaron comercialmente en ‘yanquilandia’, enviándolo directamente al mercado del video
hogareño con varios minutos menos. Los problemas legales con la Fox y la
decepción por no poder presentar la cinta con todo su metraje hicieron que el
director jamás rodara la esperada tercera parte de la trilogía, sueño que sus
fans más acérrimos todavía acarician.
Volviendo
al presente, debemos decir que al sugestivo y ominoso clima de la nueva cinta,
hay que sumarle el mérito de sus excelentes actuaciones. Dakota Johnson (la
hija del tormentoso matrimonio que alguna vez tuvieron Don Johnson y Melanie
Griffiths) compone a una Susanna simplemente perfecta, una joven en apariencia
vulnerable que irá develando su verdadera personalidad a medida que la trama
avance inexorablemente. De Tilda Swinton, ¿qué decir que no se haya dicho ya?;
todo lo hace bien, sus miradas —en ocasiones frías como el acero y filosas como
la muerte— traspasan al espectador, y su esmirriada figura contribuye, como nunca
quizás, a resaltar las tensiones trascendentales que la surcan por completo. Mención
aparte para la conmovedora presencia de Lutz Ebersdorf como el Dr. Klemperer,
un anciano psiquiatra cuya historia personal, transida por la Shoá y la
tragedia Nazi, se entrelazará triste y funestamente con las de estas demoníacas
brujas. Pero, sin lugar a dudas, es la dirección integral de Luca Guadagnino la
que se luce de manera absorbente, resultando merecedora de los mayores elogios
y todos los vítores. Construye un mundo personal y exclusivo, le da tiempo a la
trama de estipular sus premisas y definirlas con trazo fino y delicado, recrea
una época y sus temores con acierto y sobriedad, y —finalmente— se arroja en
brazos del horror más demencial con una capacidad de autocontrol absolutamente
admirable. Su elección es el acierto más grande de esta producción comandada
por Amazon Studios, empresa que, si prosigue por estos caminos, bien puede
arrebatarle el cetro a Netflix en cuestión de tiempo. Así que no lo duden, si quieren
hurgar un poco en sus propios temores, si no se dejan atrapar por la modorra de
lo conocido, arrójense en los ponzoñosos brazos de Suspiria, un film para
aterrarlos a todos.-
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