Por Leonardo L. Tavani
Nuevamente
les brindamos un artículo con cuatro críticas de lo más nuevo que anda dando
vueltas por la web, incluyendo dos filmes aún no estrenados en nuestro país.
Esperamos los encuentren interesantes. ¡Bienvenidos!
Comenzamos por Captain Marvel (Capitana Marvel; 2019, Anna Boden & Ryan Fleck) (Muy Buena ★★★★),
auspicioso y divertidísimo debut de la heroína de la comiquera ‘Marvel’, un
filme que rescata con lucidez y sana desmitificación la esencia pura y dura de
las historietas.
Aunque las pelis de esta factoría suelen ser criticadas (cuando menos en los últimos seis o siete años) por excederse en la cantidad de humor idiota en sus argumentos, cosa perfectamente cierta en casos como la vergonzosa Thor: Ragnarok, Captain Marvel le hace “pito catalán” tanto a los criticones como a los “talibanes” amantes del “ultra realismo oscuro”, y decide —felizmente— homenajear al gran cerebro y factótum de esta casa editorial, el querido Stan Lee (fallecido durante la posproducción del filme), lanzándose de lleno a contarnos una vertiginosa, emotiva y —por sobre todo— fascinante narración de HIS-TO-RIE-TA. Sí: historieta, cómic, tebeo, tira cómica, etc. etc., o cómo diablos se la llame en cada país; porque esta entretenida y apasionante aventura no le tiene miedo ni al ridículo ni a la fantasía pura, y se lanza de lleno en el mundo de esta maravillosa mujer —pasional, testaruda, leal, temeraria— capaz de volar por el espacio a velocidad warp (y sin que nadie se pregunte cómo diablos respira), destruir decenas de misiles alienígenas de un solo golpe, patear traseros de cuanto incauto se le ponga delante y, por sobre todo, recuperar su propia memoria, su historia personal, y ser capaz —todavía— de amar y comprometerse por los demás como si todavía fuera aquella vieja y algo inocente Carol Danvers. La trama tiene lógica interna, sorprende por la originalidad en el ángulo elegido para narrarla, divierte y mantiene el interés todo el tiempo. Mención aparte para el afortunado rescate de los personajes de Nick Fury y un “novato” agente Coulson, sobre todo porque esta vez se ha optado por un enfoque más luminoso y auténticamente humano. Ambientada a principios de los ‘90s, como ya se sabe, la cinta empareja al agente de SHIELD con una poderosa mujer recién “caída” (literalmente) del cielo, Vers, que así es como cree llamarse nuestra heroína. Viejo adicto a la sobreactuación, esta vez Samuel L. Jackson se divierte y nos divierte con un Fury todavía joven (¡y con ambos ojos!), menos estereotipado y mucho, mucho más realista. La química con Brie Larson resulta perfecta e inmediata, pero la actriz merece muchos más elogios que el proveniente de este detalle: su convicción a la hora de jugar este rol es digna de toda celebración. Para hacernos creíble a esta superheroína que le patearía el trasero a Superman sin despeinarse, primero había que encarnarla con convicción y profundo respeto por el material de fondo del que proviene. Larson lo hizo, ¡y vaya si le puso sangre y corazón!; para los que creíamos que no podríamos enamorarnos de otra heroína que la Wonder Woman de Gal Gadot, pues nos ha llegado la hora de la bigamia. Y con ella se luce todo un equipo de buenos intérpretes, quienes —simbolizados en la excelente tarea de Jude Law— ponen sobre la mesa oficio, competencia y ganas de divertir. Historia sabiamente minimalista, cuyo mensaje consiste en el viejo, y muy cierto, apotegma “las apariencias engañan”, Captain Marvel deja de lado las reticencias, prejuicios y titubeos de producciones recientes y se lanza ‘a la carretera’ con un arma secreta que no puede fallar: una historia de historieta. Ni más ni menos. ¡Ah!, y algo más, una Brie Larson que se apodera del personaje y lo hace suyo con tanta convicción y pasión que resulta contagiosa. ¡A divertirse!
Aunque las pelis de esta factoría suelen ser criticadas (cuando menos en los últimos seis o siete años) por excederse en la cantidad de humor idiota en sus argumentos, cosa perfectamente cierta en casos como la vergonzosa Thor: Ragnarok, Captain Marvel le hace “pito catalán” tanto a los criticones como a los “talibanes” amantes del “ultra realismo oscuro”, y decide —felizmente— homenajear al gran cerebro y factótum de esta casa editorial, el querido Stan Lee (fallecido durante la posproducción del filme), lanzándose de lleno a contarnos una vertiginosa, emotiva y —por sobre todo— fascinante narración de HIS-TO-RIE-TA. Sí: historieta, cómic, tebeo, tira cómica, etc. etc., o cómo diablos se la llame en cada país; porque esta entretenida y apasionante aventura no le tiene miedo ni al ridículo ni a la fantasía pura, y se lanza de lleno en el mundo de esta maravillosa mujer —pasional, testaruda, leal, temeraria— capaz de volar por el espacio a velocidad warp (y sin que nadie se pregunte cómo diablos respira), destruir decenas de misiles alienígenas de un solo golpe, patear traseros de cuanto incauto se le ponga delante y, por sobre todo, recuperar su propia memoria, su historia personal, y ser capaz —todavía— de amar y comprometerse por los demás como si todavía fuera aquella vieja y algo inocente Carol Danvers. La trama tiene lógica interna, sorprende por la originalidad en el ángulo elegido para narrarla, divierte y mantiene el interés todo el tiempo. Mención aparte para el afortunado rescate de los personajes de Nick Fury y un “novato” agente Coulson, sobre todo porque esta vez se ha optado por un enfoque más luminoso y auténticamente humano. Ambientada a principios de los ‘90s, como ya se sabe, la cinta empareja al agente de SHIELD con una poderosa mujer recién “caída” (literalmente) del cielo, Vers, que así es como cree llamarse nuestra heroína. Viejo adicto a la sobreactuación, esta vez Samuel L. Jackson se divierte y nos divierte con un Fury todavía joven (¡y con ambos ojos!), menos estereotipado y mucho, mucho más realista. La química con Brie Larson resulta perfecta e inmediata, pero la actriz merece muchos más elogios que el proveniente de este detalle: su convicción a la hora de jugar este rol es digna de toda celebración. Para hacernos creíble a esta superheroína que le patearía el trasero a Superman sin despeinarse, primero había que encarnarla con convicción y profundo respeto por el material de fondo del que proviene. Larson lo hizo, ¡y vaya si le puso sangre y corazón!; para los que creíamos que no podríamos enamorarnos de otra heroína que la Wonder Woman de Gal Gadot, pues nos ha llegado la hora de la bigamia. Y con ella se luce todo un equipo de buenos intérpretes, quienes —simbolizados en la excelente tarea de Jude Law— ponen sobre la mesa oficio, competencia y ganas de divertir. Historia sabiamente minimalista, cuyo mensaje consiste en el viejo, y muy cierto, apotegma “las apariencias engañan”, Captain Marvel deja de lado las reticencias, prejuicios y titubeos de producciones recientes y se lanza ‘a la carretera’ con un arma secreta que no puede fallar: una historia de historieta. Ni más ni menos. ¡Ah!, y algo más, una Brie Larson que se apodera del personaje y lo hace suyo con tanta convicción y pasión que resulta contagiosa. ¡A divertirse!
The Perfection (2019, Richard
Shepard) (Excelente ★★★★★) es una perturbadora y fascinante producción de Netflix, uno de sus
grandes aciertos hasta el momento. Probablemente, cualquier crítico “oficial”
(léase “el que trabaja para un medio masivo”) la calificaría con una o dos
estrellas menos, ya que el esnobismo y la ignorancia acerca de Teoría
Cinematográfica hacen estragos en esta sub-clase social. Nosotros, en cambio,
evaluamos los filmes por lo que son: una unidad narrativa autónoma, sujeta a
reglas propias que el mismo producto establece desde sus primeros minutos de
metraje, y cuyos méritos o deméritos resultan por demás evidentes en tanto y en
cuanto logre definir un universo único e intransferible, coherente y aceptable
para el espectador, cuyas emociones —y sentido de la incredulidad— resulten
totalmente subyugadas por dicha unidad narrativa. Disculpen la repentina
teorización, pero resulta necesaria para defender nuestra posición, la que
consiste en la total adhesión (y entusiasmo) por esta película perturbadora y
rupturista, original y desconcertante, la que —sin embargo— dejará en off-side
a los más pintados. Narrada a modo de capas superpuestas y con dos personajes
que cuentan con un par de dichas líneas narrativas cada una, The
Perfection manipula descaradamente al espectador para que este no
descubra, sino hasta casi la recta final, de qué diablos va esta historia. La
que en un principio parece ser la de una joven chelista, ex promesa de dicho
instrumento, que debió abandonar su carrera y la elitista academia en que
estudiaba para cuidar a su madre enferma. Ahora que ella ha muerto, su regreso
al ambiente la enfrentará a la nueva gran diva del momento, suerte de Jacqueline
du Pré posmoderna, sexi, seductora y mimada por la prensa. Pero de pronto, la
posible rivalidad se troca en una apasionada noche de sexo entre ambas; hasta
que la cosa se traviste en una posible historia de terror, acerca de un
misterioso virus que podría hacer presa de la célebre chelista justo cuando se
ha escapado con su nueva amante y se halla en medio de la nada. Súbitamente
habrá otro giro y… Y ocurrirá que el verdadero trasfondo de esta trama perversa
tendrá todo que ver con el abuso sexual infanto-juvenil, con la manipulación
psicopática y el más atroz abuso de poder y autoridad. Cómo, por qué y de qué
manera se entrelazan estos elementos hasta llegar a la asfixiante parte final,
es algo que los espectadores deberán descubrir por sí mismos, los que para
entonces estarán tan subyugados por esta historia que nada ni nadie podrá
despegarlos de la pantalla. Somos conscientes de la excesiva vaguedad de
nuestro resumen argumental, incluso del hecho de que no le estamos haciendo
ninguna justicia, pero entiéndase que la trama es ajustadísima y perdería todo
impacto si reveláramos la menor de sus peripecias. The Perfection es todo un
reto para el crítico, y no sólo por las dificultades en torno a su tratamiento,
sino sobre todo por la disruptiva manera que tiene de abordar un tema urticante
y de suma gravedad. La mezcla de géneros funciona a la perfección y las
acciones de las protagonistas se justifican plenamente, cuando menos de acuerdo
a las leyes que el propio filme estipula. Con armas propias del “giallo” italiano de los ‘60s, en
especial Argento y Bava, el filme fuerza los límites pero no para horrorizar (cosa
que también logra, empero), sino para que uno de los personajes “despierte” de
su estado de negación y acepte la evidencia acerca de lo que se le ha hecho. De
allí a una espeluznante —aunque justísima— venganza, habrá un solo paso. Filme
inquietante, narrado con maestría visual, sugerente y sugestivo, además de
actuado como los dioses (¡y además, breve! ¡no poca cosa!), The
Perfection funciona como un mecanismo de relojería y deja un sabor acre
en la boca que no se va así nomás. Una joyita. ¡Y un golazo de Netflix!
Girl (2018, Lukas Dhont) (Buena, ★★★) es un filme todavía inédito en nuestro país, presentado en la sección no
competitiva “Una Cierta Mirada” del
Festival de Cannes del pasado año. Girl posee todas las buenas
intenciones del mundo, incluso un par de actuaciones altamente meritorias, pero
a la hora de contar una historia sólida y que conecte con el espectador, falla
miserablemente. Se trata de una coproducción entre los Países Bajos
(concretamente la región de Flandes), Suecia y Noruega, que se precia de
encarnar precisamente aquello que venimos denunciando en numerosos artículos de
nuestro blog, o sea una cinematografía “pretendidamente
artística y autoral” que opta por el pseudo documental, el distanciamiento
emocional y una supuesta naturalidad interpretativa. Este es el cine que, según
nuestra metáfora más usual, se ufana de presentar planos eternos de una gaviota
posada en un médano. Ahora bien, ¿es Girl un caso perdido? De ningún
modo. Veamos por qué. Tenemos aquí a una jovencita alta y rubia que se mata por
lograr la excelencia en sus estudios de ballet clásico, pero que encuentra
ciertas dificultades físicas por haber empezado algo tarde su entrenamiento.
¿El motivo? Se trata de una mujer que nació en un cuerpo masculino y viene
peleando por lograr el cambio de sexo, pero aunque cuenta plenamente con su
padre (que está solo con ella y su hijito menor; nunca se nos dice si es viudo
o ha sido abandonado por la madre de ambos niños), se siente frustrada por la
lentitud en la respuesta somática al tratamiento hormonal así como por la larga
espera para acceder a la cirugía de readecuación genital. El tema del filme,
como se ve, resulta oportuno, cercano a nuestra propia realidad —en la que tal
situación viene siendo objeto de grandes debates, más allá de los cambios en
las leyes— y, justo es decirlo, fascinante a nivel cinematográfico. A quienes
nos interesan estos temas, fundamentalmente porque deseamos una sociedad cada
vez más abierta e integrada, una película así nos mueve a múltiples
reflexiones; pero, lamentablemente, Girl se queda a mitad de camino por
su tozuda negativa a transformarse en “Cine”: quizás por miedo al excesivo
subrayado, tal vez por temor al melodrama (que no es mala palabra, ¡ojo!), o
acaso por creer genuinamente que esta “forma
anti narrativa” es la correcta para un producto de “cine Arte”, el director (y coguionista) Lukas Dhont evita como a la
peste comprometer al espectador, emocionarlo o siquiera hacerlo empatizar con
su magnífica/o protagonista, el joven
Victor Polster (aparentemente, un muchacho trans en la vida real), todo un hallazgo.
Cuando menos, la cinta logra capturar un cierto, muy módico interés, pero nunca
el suficiente como para atraparnos en su pathos.
Entre otras cosas, apena que el director desista de todo intento por narrar con
imágenes, de modo que los encuadres resultan simplones y carentes de sub lecturas,
las tomas prescinden de toda pretensión artística y apenas si se enmarcan en el
más puro y duro documentalismo, mientras que la propia trama —el argumento— no
es otra cosa que una sucesión inconexa de viñetas cotidianas, algunas más
amargas, otras más luminosas, que conducen a un cuasi trágico desenlace (eso
sí, la sangre no llega al río), uno que al cabo es borrado por el codo por un
extraño epílogo que en definitiva no aclara nada. En fin, así y todo el filme
no merece el anatema y bien que resiste su visionado por parte de un espectador
abierto a diferentes gramáticas. Se rehúsa a emocionar o comprometer, pero al
cabo resulta —cuando menos— la radiografía de una tragedia privada que reclama
un debate abierto. Interesante.
The
Poison Rose (2019, George Gallo) (Regular
★★), filme inédito
en Argentina, es una suerte de thriller cruzado con policial negro, uno que
prometía mucho y acaba por brindar casi nada. Veamos. John Travolta interpreta
a un detective privado de Los Ángeles, uno que se jacta de vicios tales como el
juego, el alcohol y las mujeres de alquiler. Parece ser que alguna vez recaló
allí huyendo de un pequeño pueblo en Nuevo México, en el que dejó atrás al amor
de su vida y casi todos sus recuerdos. Ahora, a regañadientes, deberá retornar
para indagar acerca de una anciana que, de pronto, parece haberse esfumado.
Apenas llegue se verá inmerso en una trama que lo excede y en un drama personal
que involucra a su viejo amor y a una hija salida de la nada. El filme resulta
entretenidísimo y ágil, se deja ver de un tirón, pero nada de esto implica un
elogio: sus únicos méritos son estrictamente parciales. Morgan Freeman se luce
como el villano, el genuino dueño de la ciudad que administra premios y
castigos a placer; un avejentado y gordísimo Brendan Fraser parece sacado de
otro filme, interpretando a un alucinante y alucinado médico corrupto e
inmoral; pero aparte de ellos, el resto luce como el rostro de Famke Janssen,
quien antes de ponerse en las manos del carnicero que le hizo la cirugía
estética debió venir a la Argentina: aquí tenemos profesionales mucho más
competentes. Mordacidades aparte, es una pena que esta producción desperdicie
con tanto desdén la oportunidad de contar una historia que, en diferentes manos
y con otros guionistas, hubiera resultado una suerte de viaje alucinado a una
América profunda y con reglas diferentes. De hecho, esa idea campea a lo largo
de todo el relato pero no llega a plasmarse nunca, perdida entre secuencias
inútiles y otras realmente increíbles: (atención, ¡spoiler!)
como aquella en que el protagonista recibe a la hija de su viejo amor y
descubre ipso facto que es su hija. No sólo está mal resuelta y carece de
credibilidad, sino que tanto Travolta —quien deambula por el filme como un
sonámbulo, apenas fumando todo el tiempo e incapacitado de transmitir algún mínimo
sentimiento— como su hija en la vida real (sí, el actor les enchufó la nena a
los productores), no se molestan ni por asomo en hacerla mínimamente potable.
En fin, si usted viene de un día agitado, con cortes en la bajada de la
autopista, cuentas impagables a punto de vencer o algún jefe infumable, destape
una cerveza y no lo dude, esta es su película. Su cerebro no tendrá el menor
motivo para operar. Pero si a pesar de todo, y al igual que este crítico, los
avatares de ser “argento” no le impiden gozar de un filme inteligente, huya de The
Poison Rose como del virus ébola. ¡Evítela!
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