El ZORRO en el Cine: Una Historia a Pura Aventura


Por Leonardo L. Tavani       

Junto a Tarzán, la Pimpinela Escarlata y Scaramouche, El Zorro ocupa un sitial de privilegio en el universo de los personajes de aventuras, y como era de esperarse, el cine le echó sus garras desde los albores mismos de su historia. Demos entonces un breve paseo por la historia en celuloide del inmortal vengador californiano.
Douglas Fairbanks en el mítico filme mudo

  
      El Zorro fue creado por el periodista y narrador Johnston McCulley en 1919, cuando se publicó la primera de sus novelas, La Maldición de Capistrano (The Curse of Capistrano). Apareció, de hecho, en formato de entregas semanales en el All Story Weekly Magazine, pero no fue de modo alguno un suceso. Su autor, también californiano, se había inspirado —cómo no— en la figura de la Pimpinela Escarlata, creación de la novelista húngara (nacionalizada británica) Emmuska de Orczy (1865-1947), quien solía firmar como Montague Barstow. Pero más allá del obvio parentesco entre héroes enmascarados, McCulley recogió viejas leyendas que conoció de pequeño en la Misión de San Bernardino. De familia católica, el periodista había crecido fascinado por las historias que un viejo fraile español le contaba acerca de un mítico personaje que ayudaba a los indios, mestizos y pobres en la época de la California española. Su fértil imaginación hizo el resto, y aunque no supusiera un éxito inmediato, apenas un año después de su publicación ya había concitado la atención de un productor de Hollywood. Se trataba de uno de los socios de ese inmortal mito norteamericano que fue Douglas Fairbanks Sr. (1883-1939).

 Fairbanks estaba entonces en su plenitud física y artística, realizaba todas las proezas atléticas de sus filmes por sí mismo —sin ayuda de dobles—, lo que ponía los pelos de punta de los dueños de los estudios, escribía gran parte de los guiones y había logrado formar la primera gran pareja “fílmica” de la historia del cine: junto a Mary Pickford, bautizada la “novia de América” (y quien años después se convertiría en su esposa), arrasaba en las taquillas y era el foco de atención de todas las revistas y programas de radio. No había nadie más que pudiera interpretar un papel como “Zorro”, ni nadie más que lograra establecer una sólida  iconografía para el mismo. Por todo lo dicho, The Mark of Zorro (1920) se convirtió en un éxito arrollador gracias a un motivo definitorio: es cine en estado puro. Mágica, sorprendente, adorablemente cursi, pura acción y puro carisma, La Marca del Zorro está considerada como la mejor película de Fairbanks, lo que es mucho decir —pueden creerlo— ya que compite con otras perlas del actor como El pirata Negro (1926), El Ladrón de Bagdad (1924) y La Máscara de Hierro (1929). Fred Niblo (Ben-Hur, 1926/ Blood and Sand, 1922/ Ellery Queen, Master Detective, 1940) dirigió con mano maestra esta gema de capa y espada, en la que se establecen elementos que serán habituales en la historia audiovisual del personaje, tales como el hecho de marcar con su espada una letra ‘Z’ en los sitios más inverosímiles, la máscara hecha con un lienzo negro que también cubre su cabeza (en la novela se trata sencillamente de un antifaz), etc., etc. Fairbanks salta como una liebre, corre a campo traviesa, cruza su espada con hasta cuatro espadachines (la serie de Disney homenajearía muchas veces estas proezas, poniendo a Guy Williams en situación de enfrentar a casi toda la guarnición de los Ángeles a la vez), y lo hace todo con una impecable e interminable sonrisa que jamás se desdibuja de su rostro. El Zorro no podía debutar mejor, a tal punto que el espectador moderno no llega siquiera a extrañar el sonido.
Fairbanks en el clímax del filme mudo
            Fairbanks había escrito el guión del filme de marras con una libertad creativa casi irrepetible, pero 5 años después las cosas no resultarían iguales. En 1925 el actor sólo rodaría una cinta, precisamente una secuela de este gran éxito, “Don Q, Son of Zorro”, filme mediocre y carente de espíritu. Sin embargo, el público mostró no poco interés por el personaje y esta pobre película, lo que motivó a la industria para dar el siguiente paso en su historia, la traslación al universo de los “seriales”. La célebre Republic Pictures compró los derechos del Zorro y comenzó a producir seriales sonoros sobre la creación de McCulley, lo que se ajustaba como un guante a la situación económica existente durante la Gran Depresión. Los grandes estudios no querían invertir, cuando menos en ese preciso momento histórico, en quimeras de dudoso beneficio. El Zorro, sin quererlo, había pasado a formar parte del mundillo del Llanero Solitario, el Cisco Kid, Flash Gordon y otros tantos. Todos estos personajes resultaban muy rentables en formato “serial”, los que se producían a bajísimo costo y con actores de poco prestigio, cuyos cachés resultaban excesivamente económicos. Además, el serial solía garantizar entre 20 a 29 % más de espectadores para los estrenos importantes, ya que mucha gente iba al cine cada 15 días casi con la única misión de ver el siguiente episodio de su serial favorito, y la entrada aseguraba el programa doble con el filme clase “A” de turno. El porcentaje que brindamos no es caprichoso, sino que está extraído de un relevamiento estadístico que hiciera la AMPAA hacia finales de los ‘30s. Don Diego de la Vega y su alter ego volverían a cabalgar en una “Motion Picture” recién en 1937, cuando la Republic reeditaría uno de sus seriales con el título de Zorro Rides Again (William Witney & John English), protagonizada por John Carroll. Si bien su calidad era despareja, esta modesta producción tuvo una entusiasta recepción, demostrando que el paladín californiano tenía bastante más para dar.

            Tres años después, en 1940, nuestro héroe se vestiría de gala para encarnarse en una de las más inolvidables, perfectas e imperecederas aventuras de la historia del séptimo arte, The Mark of Zorro, la genial película del enorme Rouben Mamoulian (a quien dedicamos un artículo el pasado año). Con todo el respaldo de la Fox y una producción sencillamente perfecta, el director brindó una de las cintas de capa y espada más recordada y celebrada (e imitada, por supuesto). El estudio quería que Warner le cediese a Errol Flynn para el rol de Don Diego / Zorro, pero Mamoulian insistió hasta el agotamiento con un muy joven intérprete contratado por la casa, que no era otro que Tyrone Power. El actor contaba con 26 años y veinte filmes en sus espaldas, aunque sólo un puñado de ellos como protagonista; poseía una sonrisa inoxidable y una apostura que atraía a mujeres y hombres por igual, y sin dudas que sus dotes actorales eran superiores a las de Flynn. A la primera prueba de pantalla Darryl F. Zanuck reconoció el acierto del director y dio luz verde para un proyecto que se ejecutaría a toda orquesta. La Marca del Zorro es todavía hoy una obra maestra sensacional, una aventura exquisita y una colección de actuaciones sobresalientes. El filme se abre con un Diego en España, a punto de graduarse con honores en la real escuela militar, cuando inesperadamente recibe una carta de California en la que se le informa que su padre, el gobernador colonial, ha sido depuesto y está en problemas. De inmediato decide abandonar la carrera militar y partir hacia su viejo hogar para vengar a su familia. Pero para lograrlo opta por fingir ser un diletante  snob con horror por las armas, lo que le permitirá asumir la doble personalidad de un forajido. Power se luce como nunca más lo haría, brindando una actuación vibrante, pícara y llena de guiños autoparódicos. Sus momentos con Linda Darnell, aquí más bella que nunca (quien interpreta a Lolita Quintero, hija del traidor gobernador), resultan una fiesta para los espectadores.
Linda Darnell y Tyrone Power en una secuencia del filme de Mamoulian

 La actriz de The Song of Bernadette (1943) y My Darling Clementine (1946) se transforma en toda una damita española, devota y recatada, que de pronto se siente conturbada por este truhán que le ha robado el corazón, mucho antes de robarle la silla al gobernador, su padre. El otro gran acierto del filme fue echar mano de una cláusula algo turbia en el contrato con el gran Basil Rathbone, el eterno Sherlock Holmes de la gran pantalla. Ocurrió que en ese momento la saga sherlockeana había pasado a manos de la Fox, pero el actor inglés nacido en Sudáfrica y afincado en EE UU tenía un contrato en exclusiva con la Warner para filmes con duración igual o superior a 85 minutos, mientras que las cintas de la serie Holmes estaban pautadas para no superar los 70 o 75 minutos. Fox, por lo tanto, no podía utilizarlo en una cinta de esta extensión, pero estaba claro que no iba a perderse al actor que el año anterior, para Warner, había encarnado al mejor Nottingham de la pantalla en The Adventures of Robin Hood (1939, Richard Curtiz), cinta de la que ya hablamos extensamente en nuestro artículo acerca de Errol Flynn. Rathbone, que había practicado esgrima en Inglaterra durante su educación, y además se especializaba en villanos de pura cepa, resultaba la elección perfecta para el verdadero oponente del Zorro, el pérfido y ambicioso Capitán Esteban Pasquale (como se ve, el conocimiento yanqui de los nombres hispanos dejaba mucho que desear). El duelo entre ambos, cerca del final, supera incluso al del propio Rathbone con Flynn en la citada “Robin Hood”. Por mucho que nos cueste aceptarlo, la historia cinematográfica del personaje jamás volvería a estar a esta dignísima altura.

            El tiempo pasó y, por raro que parezca, la criatura de McCulley se ausentó de la pantalla por casi dos décadas. Es más que probable que la 2ª guerra mundial tuviera mucho que ver en esta ausencia, tema que amerita un artículo propio, pero lo cierto es que el Zorro apenas si volvería a aparecer en otro serial de 1949. Ese mismo serial, reeditado y con apenas algunas retomas insertadas, sería la base de una mediocre película estrenada en 1959, Ghost of Zorro (Fred. C.Bannon), protagonizada por el ignoto Clayton Moore, quien interpretaba a un descendiente de don Diego ubicado en pleno oeste norteamericano. Pero la de los ‘50s fue la década en que el personaje pasó a ser moneda corriente en el cine europeo, con preferencia por España y, en menor medida, Francia. La mayoría de esas producciones no merece comentario alguno, excepto —una década después— Zorro (España, 1961), de Joaquín Luis Romero Marchent y con Frank Latimore, filme rodado en Almería con todo el equipo usual de tanto espagueti western que allí se hiciera. Al año siguiente, 1962, Titanus Films de Italia contrata a este director hispano y al mismo protagonista para rodar (en Cinecittá) The Shadow of Zorro, pero en esta ocasión los resultados merecen mucho más que el olvido. Si el negativo de dicho filme se hubiera perdido, ello constituiría un bien para la humanidad.

 En el mismo período, pero de vuelta en Hollywood, hallamos —por enésima vez— la malhadada idea de reeditar un serial, que en esta ocasión no será otro que la serie de Disney para tevé, con Guy Williams y Gene Sheldon. En otra ocasión, ya que aquí nos estamos ocupando únicamente de películas propiamente dichas, hablaremos de la maravillosa serie que canal 13 de Bs. As. sigue explotando diariamente con un rating que descongelaría al mismísimo Walt. Para este artículo alcanzará con apuntar que la avaricia comercial del creador del ratón más famoso del mundo causó la interrupción, con apenas dos temporadas completas, de una serie no sólo perfecta, sino que se había convertido en un exitazo de público y publicidad. Negándose incluso a “ceder” (por un canon periódico, se entiende) la “marca” a otra televisora o productora (Desilú, la empresa de Desi Arnaz Jr. y Lucille Ball, que una década después produciría Star Trek, estuvo firmemente interesada en continuar la serie, topándose con la férrea negativa de Disney), las presiones tanto del público como de los auspiciantes motivaron al empresario a encargar una reedición de varios episodios y lanzarlos como un filme. Se trató de The Sign of Zorro (1960), dirigido por los hermanos Norman y Lewis R. Foster, en realidad realizadores de gran parte de los episodios de la primera mitad de la temporada inicial. Como era de esperarse, la cinta carece de lógica interna, está pobremente editada, y al público le disgustó —incluso—  verla en el formato 1:33.1, ya que para ese año cualquier producción cinematográfica que se preciara de tal estaba obviamente rodada en 35 mm estándar, esto es, el aspect ratio de 1:85.1. Pero la serie, filmada entre 1957 y 1959, había sido fotografiada (como era lógico, siendo su destino la antigua tevé) en el formato más antiguo, cuando no se pensaba siquiera en explotarla de esta chapucera forma.
el inmortal Guy Williams en la serie de Disney
            Hubo que esperar hasta 1974 para que Frank Langella y Ricardo Montalbán protagonizaran The Mark of Zorro, de Don McDougall. Peli de muy digna factura, carece —sin embargo— de cierta originalidad, lo que se aprecia, aunque parezca una banalidad decirlo, en la elección de un título utilizado hasta el cansancio. Al año siguiente, por un insistente ruego de su hijo menor, que era fan del personaje, Alain Delon produce y protagoniza Zorro, coproducción franco italiana dirigida por el experimentado Duccio Tessari y con la destacada actuación de ese gran actor británico que fue Stanley Baker (Robbery, 1967). Lo destacable de la cinta radica en los novedosos giros que le da al personaje, los que incluyen alteraciones tales como que la acción no transcurre ni en California ni en México, sino en Colombia. La vimos el pasado año, remasterizada y con su metraje completo, pero —para nuestro particular gusto— ha envejecido un poco, además que el estilo “spaguetti” de su filmación, típico de los productos italianos del período, le sienta un tanto mal. Sin embargo, no es una causa perdida, y su disfrute depende más de la tolerancia que cada espectador presente ante su estilo “sucio” y “desprolijo” que a otros aspectos. 

Finalmente, en 1981, nuestro personaje experimentaría la humillación más abyecta de la que fuera objeto jamás, la pseudocomedia Zorro, the Gay Blade (Peter Medak), abominación vomitiva protagonizada (¡¡¡es un decir!!!) por George Hamilton y Lauren Hutton. Los ‘80s fueron unos años maravillosos para el cine norteamericano, plenos de creatividad y talento, pero cuando presentaban una mala película, esta llegaba a niveles de inmundicia inusitados. Es algo así como que “la corrupción de lo mejor, es lo peor”, y por ello podían, de repente, verse basuras del anti-nivel que tuvo esta partícula de escoria disfrazada de filme. Probablemente fuera demasiado, y así sería que el Zorro, avergonzado y con mejores cosas que hacer que dejarse insultar, abandonaría la gran pantalla por largo tiempo. Las cosas estaban cambiando y los heroísmos se empezaban a hallar en otras partes, desde los “duros de matar” hasta los “hasta la vista, baby…!

            El objetivo de este artículo consiste en repasar la génesis y las primeras décadas de existencia del Zorro en el cine. Por lo tanto, dejaremos para otra ocasión el desarrollo en profundidad de los dos filmes que, a finales de los ‘90s primero y a inicios del nuevo siglo después, tuvieron a Antonio Banderas y Catherine Zeta-Jones como protagonistas. Aunque el primero de ellos no sea una causa perdida ni un total fracaso, es —en definitiva— el fruto de una movida empresarial que apela a personajes ya transitados para (únicamente) recaudar dólares. Desde el competente Martin Campbell (GoldenEye / Casino Royale), quien sin embargo no era el director correcto para el filme (su britanísimo estilo no se ajustaba  a una historia ambientada en la colonia española), hasta el enfoque dado a la trama, conspiraron para que la cinta careciera de la magia y el clásico sabor del personaje y su entorno.

 Para peor, tanto su villano como el plan de marras eran más propios de un film Bond (de los que Campbell dirigió dos), que de una aventura clásica de capa y espada. La tardía secuela, para colmo, ahondó los errores de su predecesora y eliminó por completo los aciertos que aquella presentaba. Lo que nos lleva a pensar que el cine norteamericano actual se muestra no sólo impotente, sino incapaz de concebir una aventura clásica de capa y espada que no huela a efectos digitales y pura especulación. Tal vez, cuando la marea “superheroica” y la ola de remakes amainen un poco, algún puñado de productores mirarán de nuevo hacia atrás y se animarán a encarar una épica bien “Old Fashioned” y al gusto clásico. Eso sí, mientras Disney ostente los derechos del personaje, tenemos derecho a la duda. A la duda y a la frustración. Así que a desempolvar el viejo filme con Tyrone Power o clavarse al televisor cada mediodía antes del Noticiero 13, porque el Zorro en el cine sólo se halla en el recuerdo. Que no es poco.-
           

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