Cuadros que son espejos: un cine que nos refleja

Por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente (★★★★★)

ANIMALES NOCTURNOS (Nocturnal Animals) EE.UU., 2016.
Dirección y guión: Tom Ford – Elenco: Amy Adams, Jake Gyllenhall, Armie Hammer, Isla Fisher.-

            ¿Somos modelos para armar? ¿Nos colocan en la vida dentro de reducidos espacios performáticos, como muñecos glorificados en una muestra de arte posmoderno? ¿Los deseos y aspiraciones de nuestros padres nos atraviesan de tal modo que no podemos escapar de su inexorable consecución? ¿Amamos a otros por lo que queremos que sean, en vez de verlos nítidamente como son? Y si acaso los vemos tal como son, ¿los aceptamos desde su singularidad, para enriquecer la nuestra, o los queremos cambiar para luego descartarlos cuando comprobamos que no logran cubrir nuestros altos estándares? ¿Somos capaces de defender a quienes amamos hasta la muerte, o preferimos la venganza como alternativa a aceptar nuestra culposa cobardía?

            Estas, y muchas otras, son las perturbadoras preguntas que nos plantea Animales Nocturnos, la película del diseñador de modas, decorador y artista plástico Tom Ford. Su polimórfico carácter artístico se plasma en cada plano del filme, impregnado de una estética ferozmente gélida, recargada y aséptica a la vez, según sea que deba remarcar el distanciamiento que Susan, la protagonista, siente acerca de su trabajo como galerista y promotora de arte, o la claustrofóbica perfección ‘cúbica’ y frígida de su mundo íntimo y privado.
No resulta para nada casual que la cinta inicie con una secuencia de créditos sorprendente, en la que vemos bailar a mujeres hiper obesas, maduras, ferozmente autoconcientes, políticamente incorrectas, que gozan con su imperfección provocándonos hasta la náusea. Cuando advertimos que son parte de la muestra de arte que monta Susan (impecable Amy Adams, una actriz excepcional que siempre ha evitado atajos), notamos entonces su desconexión absoluta con ese universo. Pero también se hacen patentes, —aun cuando todavía no sabemos nada acerca de su personaje—, sus limitaciones para asumir la vida con el desparpajo y el desprejuicio que encarnan esas incómodas modelos.


            Susan vive una existencia rodeada de lujos, empleados solícitos, amigos superficiales pero plenamente conscientes de la banalidad de sus vidas, y un marido que apenas la tolera y la engaña con la misma pasión de un autómata. Esa vida vacía se verá sorpresivamente quebrada con la recepción del manuscrito de una novela que le envía su ex esposo, tal vez una forma de venganza para con quien nunca le apoyó como escritor durante su matrimonio. Ella comenzará a leer esa misma noche, y a partir de allí ficción y realidad se entrelazarán con perturbadora clarividencia, revelando las miserias de su relación anterior, sus vanos intentos por diferenciarse de una madre irritantemente elitista y snob (gran trabajo de Laura Linney, desplegado en apenas una secuencia, en la que pinta a toda una clase social de su país), y en definitiva su total derrota como ser humano (que no significa otra cosa que su imposibilidad para el cambio y la evolución), perfectamente plasmada en pantalla en sus dos veces reconocida incapacidad creativa y en el áspero diálogo en que asume el profundo daño que le causó a su ex esposo. Mientras se sumerge en una lectura incómoda a causa del juego de espejos deformantes que le propone, Susan parece despertar de su letargo emocional, comprendiendo finalmente que ha clonado el cinismo conformista de su madre y que ha tomado decisiones erróneas basadas en una falsa idea de seguridad. Por otro lado, la aterradora historia de ficción se corporiza en el rostro de Jake Gyllenhall, de meritorio y comprometido trabajo, que encarna tanto a Tom, el novelista ex marido de Susan, como al atormentado padre de familia que lo ha perdido todo en la novela en cuestión. El escritor parece haber moldeado a su criatura ficticia en base a la mirada que Susan tenía de él en el pasado, mientras que ella reconoce y asume sus errores, como ya apuntamos líneas arriba,  a través del espejo deformante de dicha narración.



            Permanente juego de contrastes, impregnado de personajes que semejan muñecas rusas y que Ford ilustra tanto en la minuciosidad preciosista de su puesta en escena como en la correcta marcación actoral para sus intérpretes, el film se apoya no sólo en ellos sino en pequeños y minuciosos detalles, a los que el espectador debe prestar mayor atención que a los momentos más dramáticos. Escrita y producida por el director, basada en una novela que dan ganas de leer, Animales Nocturnos implica el regreso de una cierta clase de “cine de autor” con inocultable sabor norteamericano, alejado del estilo europeo post Nouvelle Vague y que se creía casi perdido, pero enriquecido con los muchos recursos estilísticos de un novel director que no se ha dejado tentar por la forma en perjuicio del contenido, sino que ha logrado un sabio balance y una correctísima dosificación de climas. A despecho de algunos críticos que le reprocharon cierta frialdad, nuestra calificación mayor se debe no ya a los numerosos méritos apuntados, sino primordialmente al exitoso traslado audiovisual del ternario que motoriza a esta historia: aridez espiritual, frialdad (y frigidez) intelectual y culpa inmovilizante. Quien no quiera verse reflejado en este espejo de conductas, que eche mano del pochoclo salvador y se arroje en brazos del superhéroe de turno. Marvel siempre vendrá en su auxilio.-

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