Por Leonardo Tavani
Calificación: Muy Buena (★★★★)
Killing Gunther (ídem,
USA ,
2017), 93 min.
Dirección y Guión: Taran
Killam. Música: Dino Meneghin. Fotografía:
Blake McClure. Reparto:
Arnold Schwarzenegger, Cobie
Smulders, Allison Tolman, Hannah Simone, Taran Killam, Bobby Moynihan, Aaron Yoo,
Joel Labelle, Ryan Gaul, Peter Kelamis, Alex Duncan, Amir Talai,
Elizabeth Bowen, Paul Brittain y
Amitai Marmorstein.
Un asesino a sueldo
muy joven e impetuoso decide alcanzar la cumbre de su profesión con una movida
tan simple como arriesgada: liquidar a quien hasta ahora ostenta el liderazgo
absoluto en el área, nada menos que el enigmático y escurridizo Gunther, nombre
clave que oculta la identidad jamás revelada del killer número uno del planeta.
Narcisista, neurótico e inseguro, Blake Hammon (Taran Killam, que también co
escribe y dirige el film) contrata a un grupo de cineastas para que rueden un
documental que testimonie la eliminación del mítico y eficaz Gunther. Y aquí ya
encontramos el primer gran acierto de la cinta: en todos los casos de falsos
documentales el producto final resulta invariablemente un bodrio intolerable, porque
dicho efecto narrativo genera un distanciamiento gélido en el espectador, que
se ve incapaz de involucrarse afectivamente en la trama y asiste desde ‘afuera’ a lo que pasa en pantalla. OK, ustedes
objetarán que el cine se trata justamente de ser un voyeur, pero vamos, uno que
se estremece, teme, suda, ríe, llora, etc. O sea, un voyeur que de algún modo
está involucrado en aquello que espía. Es lo que le pasaba al personaje de
Jeff, que interpretaba brillantemente James Stewart en La ventana Indiscreta (Rear Window, 1954), esa gran perlita de
Hitchcock que homenajeaba al propio arte cinematográfico y a la vez revelaba el
cariz de gran mirón (y por qué no metiche)
de todo espectador. Como decíamos, en esta peli el falso documental se
desenvuelve con naturalidad y organicidad, de modo que casi no parece ser tal,
y el espectador puede seguir e inmiscuirse en la trama con fruición y
delectación.
Desde el principio Blake nos presenta a cada miembro del equipo de “profesionales” que compartirán la gloria de eliminar a Gunther, cada uno de ellos experto en alguna forma específica de matar (explosivos, venenos, fuerza bruta, etc.), y a la vez, como iremos descubriendo, un perfecto grupo de chapuceros seriales, incapaces de matar a una cucaracha adicta al Raid. Tampoco seamos injustos, puede que los muchachos sean algo torpes, pero es que Gunther les lleva tanta ventaja y resulta tan endiabladamente ingenioso que haría falta toda la 5ª Flota del Pacífico para matarlo, si acaso se hallara a la deriva y con apenas un salvavidas de hule.
Desde Donnie, un supuesto experto en explosivos al que ni la cebita le funciona, pasando por unos rusos sicóticos que sólo quieren ir a Disneyworld, hasta Sanaa, una sensual francotiradora mitad árabe, cuyo padre (un ex terrorista islámico pasado a retiro voluntario) la persigue ferozmente para cuidar celosamente de su (improbable) virginidad. Que va, en este grupo todo es posible, como un chino experto en venenos que cree que puede simplemente arrojarlos a distancia, y que cuando finalmente caiga víctima de uno de ellos descubrirá que son horrorosamente espantosos; o la sabiduría asesina de Ashley, el mentor de Blake —según éste su verdadera arma secreta para acabar con Gunther— quien sin embargo pasa más tiempo internado y al borde de la muerte que planificando el golpe. Con semejante muestrario no puede sorprender a nadie que el mítico killer les lleve mucha ventaja y los burle en cada intento de ataque. Si a eso le sumamos una sexy ex asesina devenida terapeuta sexual para señoras casadas e insatisfechas, otrora novia de Blake y luego temporal amante de Gunther, el combo está completo. En la piel de la bella Cobie Smulders (Marvel’s Avengers; Cap. America : The Winter Soldier), Lisa se mueve entre la desaprobación a la obsesión ego maníaca de Blake y el rechazo a la aséptica eficacia del veterano profesional.
Desde Donnie, un supuesto experto en explosivos al que ni la cebita le funciona, pasando por unos rusos sicóticos que sólo quieren ir a Disneyworld, hasta Sanaa, una sensual francotiradora mitad árabe, cuyo padre (un ex terrorista islámico pasado a retiro voluntario) la persigue ferozmente para cuidar celosamente de su (improbable) virginidad. Que va, en este grupo todo es posible, como un chino experto en venenos que cree que puede simplemente arrojarlos a distancia, y que cuando finalmente caiga víctima de uno de ellos descubrirá que son horrorosamente espantosos; o la sabiduría asesina de Ashley, el mentor de Blake —según éste su verdadera arma secreta para acabar con Gunther— quien sin embargo pasa más tiempo internado y al borde de la muerte que planificando el golpe. Con semejante muestrario no puede sorprender a nadie que el mítico killer les lleve mucha ventaja y los burle en cada intento de ataque. Si a eso le sumamos una sexy ex asesina devenida terapeuta sexual para señoras casadas e insatisfechas, otrora novia de Blake y luego temporal amante de Gunther, el combo está completo. En la piel de la bella Cobie Smulders (Marvel’s Avengers; Cap. America : The Winter Soldier), Lisa se mueve entre la desaprobación a la obsesión ego maníaca de Blake y el rechazo a la aséptica eficacia del veterano profesional.
El filme tiene
momentos hilarantes y verdaderamente increíbles, como las explosiones en serie
de todos los autos estacionados a lo largo de una avenida o el ataque sorpresa
en medio de un funeral, secuencias que desnudan la idiosincrasia tan posmoderna
como líquida de estos torpes asesinos. Porque Killam se permite una ácida
mirada sobre toda la generación que estos despistados representan, a la que él
mismo pertenece. Nos dice que son inconstantes, incapaces de abocarse a una
tarea o un ideal por largo tiempo, venales y ociosos, amantes de las soluciones
rápidas y poco comprometidos. El extenso monólogo que Arnold/Gunther le espeta
a Blake cerca del final es perfectamente modélico. Luego de varias burlas
certeras, les indica el por qué no han podido aún liquidarlo: simplemente
porque él lleva más de 50 años haciendo su trabajo, perfeccionándolo como un
arte y totalmente dedicado al mismo. “¡Trabajen!” les gritará mitad
divertido y mitad hastiado, y pueden creer que el espectador advertirá ipso facto que ese dardo del guión va
dirigido a la propia generación del guionista, director y protagonista. Y por
supuesto a los aún más jóvenes.
En cuanto a los
actores, el nivel es parejo y realmente muy bueno, destacándose el entrañable Donnie
de Bobby Moynihan (el experto en explosivos), la bella y a la larga querible
Sanaa de Hannah Simone, y por supuesto
el magnífico y enfatuado Blake del polifacético Taran Killam, personaje que se
mueve, como veremos, más por celos sentimentales que por envidia profesional.
Mención aparte para la actuación especial de Arnold Schwarzzenegger, que
también produce el filme, quien estando ya de vuelta de todo se permite auto
parodiarse hasta el delirio, jugando incluso con su propia herencia austríaca
tanto como con su personalidad fílmica pasada. Arnold se divierte y nos divierte
porque afortunadamente se cree el rol y nos lo hace creer, incluso cuando su
asesino se disfrace de maneras improbables o se salve de todo ataque de formas
imposibles. Es que tanto él como el resto del reparto, junto al director y protagonista, logran un equilibrio muy delicado que alcanza
para tornar creíble y efectiva una peligrosa comedia de acción y crimen, peligrosa
porque en diferentes manos o con distintas
plumas hubiera caído por la cornisa del absurdo más irredento. Tal vez,
y sólo tal vez, si tuviéramos que objetarle algo a esta comedia sería un cierto
cambio de tono, una breve laguna en el ritmo del filme que se experimenta luego
de la secuencia en que el grupo cree haber acabado con su némesis. Allí Killam
baja un poco la guardia y no logra sostener el ritmo de comedia y asombro que
venía causando en el espectador. Pero es sólo una objeción que no desmerece en
absoluto los méritos de una peli digna del aplauso a causa de su osadía
argumental, su desfachatez y desparpajo narrativo, así como por su logro más duradero que a la
larga habrá que agradecerle: devolvernos por un rato la fe en el cine
americano, que viene cuesta abajo en su rodada desde hace demasiado tiempo.
Ojalá no sea flor de un día. Al fin de cuentas, algo de esperanza no viene nada
mal, que como observó alguien, Paris bien vale una misa.-
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