Una Secuela Demasiado Recargada


Por Leonardo Tavani

Calificación: Buena (★★)

Kingsman: El Círculo Dorado (Kingsman: The Golden Circle) U.K/U.S.A., 2017. Fox/Marv.

Dirección: Matthew Vaughn. Guión: M.Vaughn y Jane Goldman.
Con:  Taron Egerton ,Channing Tatum, Colin Firth, Mark Strong, Julianne Moore, Halle Berry, Jeff Bridges, Pedro Pascal y Elton John.




            En 2014 llegaba a los cines Kingsman: The Secret Service, la genial película del talentosísimo director y productor británico Matthew Vaughn, quien  pergeñó perlitas como Stardust (El Misterio de la Estrella), Kick Ass o —ya como encargo pero con su particular  impronta— X-Men: First Class. El filme resultó una joyita inesperada, no porque hubiera dudas sobre su talento sino porque el cómic en que se basaba (creado por Mark Millar, también autor de Kick Ass, y dibujado por Dave Gibbons (Watchmen), presentaba aristas complicadas para su transposición fílmica. Al igual que ocurriera con la citada Kick Ass, Kingman debería pasar por un cierto filtro que suavizara muchos de sus aspectos más polémicos. Polémicos para el cine angloparlante de hoy día, se entiende: pacato, temeroso de perder espectadores y esclavo de la abominable ‘corrección  política’ (y bajo el dominio de corporaciones avariciosas que conciben este negocio sólo como contabilidad creativa),  dicho cine no soporta actualmente los productos revulsivos, polémicos o antisistema que florecían en los ‘60s y ‘70s. 

            Este cómic, además de ser extremadamente violento —con ese tipo de violencia gráfica que excede todo buen gusto o límite moral alguno, marca de fábrica de su guionista— presenta apuntes negrísimos y corrosivos sobre la nobleza, la clase alta y el resto de la sociedad inglesa y sus desigualdades, cosa especialmente notable en la forma cruda y cruel con que pinta el entorno social de Eggsy, su madre, su pareja traficante y demás perdedores. Aunque haya nacido del profundo amor al primer perfil cinematográfico de James Bond 007, el de la era Connery, el único parecido con dicha saga estriba en el remarcado estilo, elegancia y sofisticación que ostentan tanto  la organización como cada uno de sus agentes. Ahora, en cuanto al tratamiento de la acción y la violencia se ubica más allá de cualquier estómago delicado. Si bien Kick Ass película resultó sumamente violenta y no escapó a cierta polémica[1], comparada con el cómic original parecía la biografía de Santa Teresa de Ávila. Aquí, en cambio, la pasadita por lavandina podía costar demasiado caro: por sus propias características intrínsecas el producto para la pantalla bien podía degradarse a una pueril parodia sin energía, encanto ni pasión. Pues bien, afortunadamente la alquimia funcionó y todo encajó a la perfección, de modo que se logró un producto innovador y a la vez old fashioned, que capturó de inmediato a todas las audiencias, y muy en especial al público no amante del agente 007. Y por supuesto también al que sí lo es, y que añora los tiempos en que su personaje favorito no parecía un clon furioso de Jason Bourne.




            Pero basta del pasado. Ya establecimos el punto. La cuestión era descubrir si esta secuela, la primera que encara el propio Vaughn (ya que nunca rodó una continuación hasta ahora), estaba a la altura de la elevadísima vara que dejó su antecesora. Y la repuesta es no. Lamentable, pero no. Por supuesto que el inicio encandila, con una persecución por medio Londres que es una fiesta visual y le moja la oreja a Barbara Broccoli, responsable de pulverizar el legadito que recibió de papá Cubby. Pero esa sorpresa inicial se diluye rápidamente, cuando el guión comienza a disparar golpes de efecto y arbitrariedades varias para pasar a lo que sigue, que es la presentación de los Statesman, la versión yanqui de los Kingsman. Y no es que la idea esté mal, que va, pero el cóctel no funciona por exceso de ingredientes: los sabores se mezclan sin control, los colores se diluyen y, por último, la licuadora estalla. Perdón por la metáfora, pero no encontramos otra. Ahora sí que Vaughn y compañía se dejaron llevar (y tentar) por el viejo y funesto lema “más es mejor”, sin comprender que siempre “menos es más”. El problema pasa por un imperdonable desequilibrio entre las líneas argumentales del filme, que no logran integrarse adecuadamente entre si, a la vez que el director opta por extender innecesariamente todas las secuencias de acción, que esta vez lucen demasiado digitales y sin la plasticidad gráfica que poseían en su antecesora.
Para colmo de males tenemos a Poppy, la villana más insípida de la historia del cine de espionaje y acción, que si no estuviera jugada por la magnífica Julianne Moore (Vanya on 42nd Street, 1994; Roommates, 1995) caería en el peor de los olvidos a los 14 segundos de aparecer en pantalla. Pensar que este crítico se sentía algo incómodo con la actuación de Samuel L. Jackson en el film previo… Pero bueno, su personaje estuvo cuando menos brillantemente escrito, con mención de honor al filoso diálogo con Harry Hart, donde ambos reconocen su amor por las viejas películas Bond y lamentan que ya no se rueden como antaño. Ahora, en cambio, tenemos a una súper traficante de drogas megalómana y psicótica, obsesiva de los años ‘50s y su cultura —cuya organización hace que Spectre parezca la Cruz Roja—  propietaria de una montaña súper blindada, dueña de mastines robóticos, picadoras de carne humana para hamburguesas, terrenos minados, sicarios biónicos, círculos dorados tatuados con oro fundido y sin anestesia; en fin, es demasiado. Demasiado porque todo ello carece de verdadera gracia, aunque Moore se desviva por darle alma a su criatura, y pueden creer que causa ternura ver como la actriz se divierte con su personaje a la vez que lidia con él. Pero no hay caso, pudo  ser el equivalente posmoderno y femenino del mítico Auric Goldfinger de Dedos de Oro (Goldfinger, 1964; Guy Hamilton) pero se queda en una Narda Lepes más cabrona (que de costumbre…).

            El script se las arregla para matar rápidamente a ciertos personajes que quizás  debieron permanecer en esta secuela, sólo para que Egssy y Merlín —únicos sobrevivientes— descubran que existe algo como una organización prima hermana en U.S.A.Una vez allí, en la pintoresca Kentucky, trabarán conocimiento con dicha agencia y descubrirán tanto su origen como sus infinitos recursos y tecnología. También recibirán la sorpresita de que Harry (el anterior agente Lancelot) no ha muerto, pero sufre de una amnesia profunda que lo devuelve a sus primeros años de juventud. Repetimos, todo es demasiado, como cuando presenciamos la manera en que lo salvaron, una triquiñuela pretendidamente científica que raya con el ridículo, tan poco tragable que recuerda esos improbables gadgets que Q le entregaba al Bond de Roger Moore, el más fantasioso de toda su historia.

            La agencia americana resulta un buen elemento narrativo si se lo piensa a futuro, pero en esta su presentación fracasa miserablemente, porque Vaughn y su co guionista Jane Goldman pifian fiero tanto en los diálogos como en las acciones para esos personajes. Veamos, Channing Tatum está desperdiciado (y eso que no es precisamente sir Lawrence Olivier, pero cuando lo dejan al menos cumple), y encima se pasa gran parte de su participación congelado y en coma. Jeff Bridges —este sí un actorazo si los hay— pasa por la pantalla sin pena ni gloria, siendo que su rol de jefe de la Organización podía brindarle grandes momentos; piensen si no en los poco minutos en escena que tenía el gran Bernard Lee como M, el jefe de Bond. Con tres o cuatro retos bien dichos, unas miradas matadoras y alguna reprimenda a miss Monneypenny por coquetear con 007, le ponía un moñito perfecto a su participación en cada peli. Acá en cambio… Y de Halle Berry libérenme de hablar. Muda y en silla de ruedas se hubiera lucido más.


            Ahora valoremos los puntos buenos, que los tiene. Una tercera parte del filme es bastante divertido: son esos momentos donde el director nos deja recrearnos con algunos personajes de la película anterior, como la princesa sueca secuestrada por Valentine, que le entregaba la ‘colectora’ a Eggsy como premio por salvar al mundo. Ahora son pareja y viven juntos, y la secuencia de la cena en el palacio real resulta desopilante. También las escenas con Merlín (un siempre brillante Mark Strong) se vuelven antológicas, como la borrachera junto a Egssy gracias a la cual descubren por azar la locación de la agencia hermana. En fin, son esos segmentos los que atrapan al espectador, pero saben a poco.

            En cuanto a los puntos débiles, pues bueno, venimos enumerándolos impiadosamente; pero además de su inaceptable duración, sin dudas es la pésima presentación de Colin Firth como Harry Hart la que encabeza la lista. Es imposible saber si el actor se hallaba sin ganas de participar en absoluto, si padeció estreñimiento durante todo el rodaje o si Vaughn le marcó estrictamente así su actuación, pero lo cierto es que jamás se recupera la magia de su personaje ni su química con el de Egssy, un muy competente Taron Egerton que se ve obligado a cargar sobre sus hombros con demasiado peso del film, más del que su juventud y experiencia le permiten. Pero aun así cumple, que no es poco. Por otro lado, también tenemos la aparición especial de Elton John interpretándose a sí mismo. Bueno, mejor pasar a otra cosa, porque si su patética participación no les causa vergüenza ajena es que estaban viendo otra película. Y por último mencionar a Pedro Pascal (Narcos; La Muralla, 2017), que si bien arranca con buen timming y se alza con algunas buenas secuencias, acaba desdibujado por otra chapucera pirueta del guión, que lo fuerza a trocar arbitrariamente el cariz de su criatura hacia el final de la cinta.

            Alguien escribió que a este filme le pasó lo mismo que a Guardianes de la Galaxia II (2017, James Gunn), que supuestamente agrandó y multiplicó todo lo que los fans manifestaron en las redes que les gustó de la primera, de modo que arruinaron la coherencia y el equilibrio de su secuela. Como este crítico no la vio todavía (sepan perdonar la gaffe), no puede confirmar tal aserto; pero sí puede asegurar que ello es precisamente lo que parece haber sucedido con Kingsman: The Golden Circle: para asegurarse la devoción de la platea recargaron este pastel con demasiada crema, muchísima más de la que había gustado tanto en un principio. El resultado empalaga. Y mucho. Diabéticos abstenerse.-
       



[1] Hit-Girl, la niña superhéroe, mataba y descuartizaba delincuentes y narcos a mansalva, apenas menos explícitamente que en el cómic. El filme estuvo a punto de recibir la temida calificación NC-17.-

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