Por Leonardo Tavani
Calificación: Muy Buena
(★★★★)
Tucker &
Dale contra el mal (‘Tucker & Dale vs. Evil’),
Canadá 2010.
Dirección: Eli Craig – Guión:
Craig y Morgan Jurgensson - Fotografía: David Geddes – Música: Mike Shields –
Elenco: Tyler Labine, Alan Tudyk y Jesse Moss. -
Veamos. De un lado,
un grupo de universitarios bastante descerebrados, con muchas ganas de sexo,
porros como para anestesiar a una jauría de lobos y menos sentido común que
Zulma Lobato en un mal día. Por el otro, dos amigos montañeses con cara de
pocos amigos y menos jabón que un linyera, dispuestos a beberse toda la cerveza
enlatada disponible en el hemisferio norte. Ambas partes coincidirán en algún
lugar de los Apalaches durante un fin de semana para no olvidar, especialmente
por la muy poco común acumulación de cadáveres destripados que irán
sucediéndose.
Hasta aquí, nada
que ustedes no hayan visto desde Martes 13 (1980, Sean S. Cunningham)
hasta Hostel (2005, Eli Roth). Pero hay un detalle. Uno muy
importante. Esta película es una comedia delirante, con toques macabros y un
crescendo dramático impecable, que parte de una premisa que no por trillada
resulta menos efectiva y acertada: las apariencias engañan. Porque Tucker y
Dale no son otra cosa que dos buenazos con poca cabeza, a los que les gusta ir
a pescar, tomar cerveza y dormir bajo las estrellas en una noche cálida; dos
tipos de poca suerte, a los que las chicas bonitas eluden tan ágilmente como
los evita el dinero. Y allí están ellos, dispuestos a pasar un fin de semana en
una cabaña ruinosa que han adquirido, justo cuando aquéllos universitarios
deciden acampar en esas mismas tierras. Un simple accidente; Dale al rescate de
la chica en problemas, y lo que debería acabar en un sencillo “gracias por todo, cuídense”, se complica
hasta desembocar en un pandemonio macabro, donde las muertes se suceden de modo
tan impensable como ineludible. Porque el meollo de “Tucker & Dale contra el Mal”
radica en la esencia misma del fenómeno de la discriminación.
En este
sorprendente filme canadiense, que transcurre en suelo yanqui y con personajes
tan inequívocamente yanquis, se deja al desnudo la absoluta imposibilidad de
reconocer la humanidad del prójimo en la cultura de aquél país. Prejuiciosos,
llenos de preconceptos e ideas absurdas, los estudiantes se topan con nuestros
héroes casi al principio, en una gasolinera, y de un vistazo decretan que esos
montañeses son unos asesinos seriales. Lo que pasará después no hará otra cosa
que empecinarlos en su error. Curiosamente, la supuesta primera víctima, —una
jovencita algo menos idiota que sus compañeros—, aprende rápidamente a conocer
a Dale, se conecta con él, descubre su mundo interior, y a partir de ello
despuntará el más improbable y tímido romance. Mientras tanto, fuera de la
cabaña, las muertes evitables se suceden como reguero de pólvora. Simplemente
porque nadie abandona sus prejuicios ni su visión sesgada. Tucker, por caso, cree que estos chicos son unos sicóticos
movidos por el abuso de drogas, (y tal vez no esté tan errado), ellos piensan
que los montañeses son asesinos y secuestradores, y ninguno parece darse cuenta
que el mal, el MAL así con mayúsculas, nunca adopta el rostro que
esperamos, sino que se cuela en los
resquicios oscuros de nuestra alma y puede encarnarse en quienes menos
esperamos, incluso nosotros mismos. El director Eli Craig realiza una labor
impecable desplegando estas ideas, sabiamente dosificadas en una trama plena de
acción siniestra y dueña de un humor negro y satírico infrecuente en este tipo
de cine. Cuando el verdadero rostro del mal se revele, el filme tomará caminos
algo transitados, es cierto, pero el director sabrá mantener la coherencia
interna del relato a la vez que desplegará lo mejor de su discurso: que sólo
cuando aceptamos al otro podemos enfrentar a nuestros propios demonios. Y esos
demonios, dice Craig, adquieren formas mucho menos satánicas de lo esperado,
tales como la falta de autoestima (evidente tanto en Dale como en su incipiente
noviecita, que a pesar de su clase social no cree en si misma), la aceptación
pasiva de un destino fijado por otros (algo notable en ciertos diálogos de los
estudiantes), o la continuación acrítica de una cultura auto destructiva (también
evidente en la relación de los personajes con las armas, la creencia feroz en
la autodefensa y otras más que el guión siembra astutamente a cada tramo).
Vale la pena
acercarse a esta peli magníficamente delirante, enriquecida con actuaciones de
gran solidez, en especial la cálida ingenuidad que despliega Tyler Labine con
su querible Dale, y una gama de rubros técnicos de impecable factura, que nada
tienen que envidiarle a sus vecinos hollywoodenses. Por primera vez en mucho
tiempo las citas a otros filmes del género gore no molestan en absoluto, por el
contrario, se yerguen como un muy sutil intertexto que enriquece el visionado
de la cinta y le crea una suerte de filiación artística razonable y coherente.
Así entonces, Tucker & Dale vs Evil se convierte en la sorpresa más grata y desacartonada
que nos llega de una cinematografía inusual, la canadiense, que otrora
engalanaba nuestros cines pero hoy día, merced a distribuidoras cobardes y
conformistas, apenas llega en cuentagotas, tal como ocurre con el cine de
Australia, Suecia e Italia, cada vez menos presente en nuestro medio. En fin, no
la dejen pasar.-
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