El regreso de un animal de cine

Por Leonardo Tavani
Calificación: Excelente (★★★★★)

Hasta el Último Hombre (Hacksaw Ridge) EE.UU., 2016.
Dirección: Mel Gibson – Fotografía: Simon Duggan– Música: Rupert Gregson-Williams – Elenco: Andrew Garfield, Sam Worthington,  Hugo Weaving,  Vince Vaughn,  Teresa Palmer, Luke Bracey,  Rachel Griffitht. – Lionsgate, 131 min.-

         
   Después de numerosos pasos en falso, tanto personales como profesionales, Mel Gibson vuelve al ruedo como director con una de las más viscerales y comprometidas películas que se haya visto en años. Nadie puede negar que el australiano sea un animal de cine, que aprendió su arte de genios como Peter Weir, para quien actuó en Gallípoli (1981) y El Año que Vivimos en Peligro (1983), George Miller (Mad Max, 1979) o Roger Donaldson (The Bounty, 1984). Pero su errática vida personal, que en los últimos quince años lo encontró sumido en excesos de alcohol, drogas y violencia de género, también hizo mella en su capacidad creativa. Se embarcó en proyectos como La Pasión o Apocalypto, desparejos y polémicos; el primero motivado por su fanatismo cristiano militante, que lo movió a proferir declaraciones antijudías que lo hundieron ante la opinión pública, y la segunda para subirse al caballo del anticolonialismo y el respeto a la diversidad étnica, causas que nunca había abrazado ni jamás había defendido.
     
       Ahora, con este magnífico filme, Gibson se reivindica totalmente con una historia verídica y —cosa importante— fidedignamente narrada. Se trata de la vida de Desmond Doss, el primer norteamericano en ser objetor de conciencia y lograr, sin embargo, ser aceptado como médico de campaña, en pleno campo de batalla pero sin portar arma alguna. Desde el vamos, tenemos que afirmar que todo el peso de la cinta descansa cómodamente en los hombros de Andrew Garfield. Este joven actor británico, que para algunos resultó el mejor Spider-Man de la pantalla grande (en los dos filmes previos a la reciente llegada de Tom Holland al rol), compone a un Desmond fiel a si mismo, marcado por los golpes y el alcoholismo de su padre, que sin embargo abraza la vida con los elementos de que dispone, negándose a transferir a otros, o proyectar en ellos,  tanto sus traumas como sus temores. Su composición exuda realismo y carnalidad, cubre la pantalla con su enorme talento y transmite sus emociones con una verosimilitud que conmueve.
Ya su tarea en Silencio (2016), el controvertido filme de Martin Scorcese, resultaba escalofriante, adueñándose de un relato acerca de la destrucción meticulosa del cuerpo y las convicciones de un ser humano en el Japón post medieval, rol para el que parecía haber nacido. Ahora entrega una actuación igual de potente, en la que destaca su capacidad para ocultar el hecho de que en efecto está actuando: él es el personaje y el personaje es él.
            Ahora bien, muy al inicio asistimos a un par de secuencias en la que el director parece subrayar demasiado el origen de algunos traumas de Desmond, que casi podríamos aseverar que son exorcismos que Mel se dedica a si mismo. Se advierte que el alcoholismo del Sr. Dodd, encarnado con sinceridad actoral brutal por Hugo Weaving, (así como la violencia que ejerce sobre su esposa y sus hijos), resulta más un autorretrato del director que una exploración del alma del padre del protagonista. Sin embargo, estos pequeñísimos defectos no mellan en nuestra calificación, porque esta película entrega un tipo de narración que no se ve hace rato: honesta con el espectador, sin golpes bajos (auque puedan parecerlo algunas tomas de la batalla en Okinawa); empecinada en ceñirse al viaje moral y ético de su protagonista, un hombre que cuando “el mundo parece querer suicidarse, intenta sanarlo”.
            La segunda parte del filme, la batalla por la colina Hacksaw en Okinawa, resulta una de las experiencias cinematográficas más intensas en lo que va del siglo. Aquí es donde Gibson demuestra que sabe filmar en serio, alejándose incluso de su propio estilo aplicado en BraveHeart (Corazón Valiente, 1995); y como acabamos de apuntar, nada hay aquí de golpes bajos o excesos de estilo. La carnicería que vemos en pantalla es reflejo fiel de la vivida en toda la larga batalla del Pacífico, y el director no tiene más remedio que plasmarla con seriedad, para que resalte la profunda y desconcertante valentía, tanto moral como física, de nuestro estoico protagonista.
            Si de actuaciones se trata, no solamente el protagonista brinda una gran lección. Prisionero de un medio que obliga a tomar lo que te dan, aunque eso signifique un eterno encasillamiento en roles menores, Vince Vaughn accede por fin y después de años de comedietas imbéciles, a un papel intenso y comprometido, el del sargento del batallón que desde un principio deberá lidiar con la posición ideológica y de conciencia del soldado Desmond. Su personaje oscilará entre el desprecio primero al reconocimiento después, acabando por comprender que ese hombre que intenta entrenar no es un cobarde, sino tal vez el más valiente de todos ellos. Realmente es un gusto verlo navegar con comodidad en la piel de ese sargento que tiene que repetirse a si mismo que tanta carnicería valdrá para algo.

            Intensa de principio a fin, con un equilibrio narrativo encomiable, una puesta demoledora y una ambientación impecable, esta gran cinta de Gibson resultó ganadora de merecidísimos premios internacionales, pero pasó sin embargo sin pena ni gloria por los Oscar de este año. Injusticias de un premio cada vez más degradado, la legítima presea será sentarse frente al dispositivo que sea y sencillamente verla. Porque es necesaria. Pueden creerlo.-

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