Por Leonardo Tavani
Calificación: Muy Buena
(★★★★)
LA DAMA DE ORO (Woman in Gold) G.B./EE.UU., 2015.
Dirección:
Simon Curtis – Fotografía: Ross Emery – Música: Martin Phipps &
Hans Zimmer
– Elenco: Helen Mirren, Ryan Reynolds, Daniel Brühl, Antje Traue,
Charles Dance, Jonathan Pryce y Katie Holmes. - BBC Films & The
Weinstein Co.-
Basada en hechos reales, esta atrapante y emotiva película del
británico Simon Curtis relata, —con buen sentido y sensibilidad—, la odisea
tanto íntima como judicial que emprendió a partir de 1998 María Altmann, una
testaruda viuda de Los Ángeles que emigró allí poco antes del estallido de la
2ª guerra mundial (forzada a dejar atrás a sus padres y tíos que no pudieron
huir de una Viena infectada con el veneno nazi del Anschluss), para obtener la justa restitución de una obra de arte
otrora propiedad de su familia.
Ocurre que María
era nada menos que la sobrina de Adèle Bloch-Bauer, la dama retratada por el
genial pintor austríaco Gustav Klimt (1862-1918) circa de 1909, en el cuadro titulado “Mujer en Oro”. La obra fue un encargo pagado por su marido, tío
paterno de María. Al estallar la guerra, —con ella misma, su flamante marido y
su hermana refugiados en América—, el célebre cuadro ya había sido confiscado
por los nazis, destino compartido por tantas posesiones y bienes de millares de
familias judías del continente. Ulteriormente, la pintura acabaría en el Museo
de Bellas Artes de Viena, donde se convertiría en un ícono socio-cultural de la
capital austríaca.
Viuda, sin hijos,
dueña de un carácter férreo y caprichoso que en el fondo oculta sus
fragilidades, María (interpretada con conmovedora entrega por la monumental
Helen Mirren) se niega a dejar que el pasado envenene la aparente estabilidad
de su vida. Ni siquiera ha aceptado volver a Viena jamás. Esa parte de su
existencia parece clausurada en el ático polvoriento de los recuerdos
dolorosos. Su hermana acaba de morir, y con ella parece extinguirse un previo intento
por recuperar el cuadro; es en el mismo funeral que una de sus mejores amigas —madre
de un joven e inexperto abogado llamado Randolph Schönberg— la impulsa a
consultarlo para intentar la restitución buscada. María duda. Sabe que esta acción
traerá memorias que prefiere olvidadas.
Pero lo llama, movida por una ambigua pulsión. La relación entre ambos iniciará
tensa, a medio camino entre cierto despotismo algo impostado por la anciana y
el desdén impregnado de fastidio de un hombre que a sabiendas se halla donde no
quiere, apenas cumpliéndole un favor a su madre.
Randy (un Ryan
Reynolds a la altura del rol, demostrando que puede mucho más que solo
prestarle el cuerpo a Deadpool), está tan desconectado de su herencia familiar
y religiosa, como María lo está del pasado trágico que sepultó en Europa. Él es
sobrino nieto del afamado compositor austríaco Arnold
Schönberg (1874-1951), creador del dodecafonismo. Cuando invariablemente
alguien le pregunta por su apellido y su ilustre pariente, el joven abogado
apenas si asiente con huraño desinterés y total desdén por su legado de sangre,
como si le pesara esta herencia y sus implicancias. Sin embargo, al
involucrarse cada vez más en el caso de restitución, comprendiendo azorado la
legitimidad del reclamo y la enormidad de la injusticia que cometen las autoridades vienesas,
cómplices así del pillaje nazi, Randy le abrirá una puerta a sus ignoradas raíces,
al dolor de su pueblo y, por qué no, a la propia alma de la Sra. Altmann.
El filme entrelaza bellamente los
recuerdos familiares de María, postales agridulces de una Viena de la Belle Époque, —en los que resalta la
presencia amorosa de su tía Adèle, aquí encarnada por la alemana Antje Traue (Man of Steel, 2013; Criminal, 2016) —, con la imagen de la
aséptica ciudad de hoy día, en la que parece haberse borrado cada rastro de un
antisemitismo cruel y despiadado. Porque María, en efecto, sí recuerda ese
racismo profundo que la historia parece haberle adjudicado sólo a la Alemania
nazi, exculpando a su país de ello; y muy a su pesar y a regañadientes deberá
aceptar volar a su ciudad natal, donde hallará que ese racismo del pasado no
está tan olvidado, después de todo, y en la que su abogado recibirá también una
bofetada que lo reencontrará con su herencia tanto judía como familiar, de modo
que el caso por fin lo involucrará tanto íntima como ideológicamente.
Curtis dirige con una sobriedad
encomiable, alejando su filme de todo exceso sensiblero, pero también evitando
el obvio panfleto de “buena conciencia”,
del que huye tanto como de todo golpe
bajo. Para ello cuenta con un equipo técnico impecable y, por sobre todo, con
un reparto actoral de gran solidez. En ese rubro merece destacarse la breve
pero fundamental participación de Jonathan Pryce (Brazil, 1985; Carrington,
1995), que interpreta al presidente de la Suprema Corte norteamericana, cuyo
rol será vital para las posibilidades de la demanda. Y por supuesto, como lo
apuntamos al inicio, la conmovedora entrega de una actriz única, Helen Mirren,
capaz de impregnar con su transparente mirada a todo el filme, guiándonos hasta
ese apartamento vienés transido por el tiempo, donde su María reencontrará al
fin a su familia, vivos otra vez, amándose de nuevo. Como antes. Como antes del
horror. Como antes del supuesto bálsamo del olvido. Como ayer nomás.-
(Disponible en DVD, Netflix y otras plataformas)
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